Ex 34,4b-6.8-9; Dan 3,
52-56a; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18
Es la infinita
connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en Sí mismo, es Dios
todo entero… Dios los Tres considerados en conjunto… No he comenzado a pensar
en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a
pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo.
Gregorio Nacianceno
(CEC #256)
Dios,
que vive en la Eternidad –sentado sobre querubines- trabó una amistad especial
con Moisés, quien con esa proverbial hospitalidad semita, en todo similar a la
de Abrahán, invitó al mismísimo Dios a “quedarse” con nosotros, a “venir” con
nosotros, a “caminar con nosotros, es más, en medio de nosotros, que quedaría
bien traducido “en nuestras entrañas”; a pasar de la in-temporalidad a la
temporalidad; aquí empieza una historia de amor, de un Dios que se “abaja”, que
abandona su trono de Gloriosa Santidad para hacerse Señor-de-la-historia, para
caminar en el Cronos. Este “paso”, en realidad entraña un salto gigantesco
-Moisés se da cuenta de ello-, significa pasar por encima de nuestra
fragilidad, de nuestra debilidad, de nuestra obstinación, explicada con las
palabras de Moisés (con las que Dios pone en sus labios) “aunque somos un
pueblo testarudo”, “pueblo de dura cerviz”, nos cuesta la obediencia, siempre
queremos ir por donde nos plazca.
Pese
a nuestra humanidad, maculada por la concupiscencia, Dios -no sólo accede- sino
que בְּרִית֒ “pacta” con nosotros; no nos rechaza, nos
acoge en su Alianza, se com-padece, se une a nuestra historia. Por eso Moisés
reconoce a YHWH como Dios, lento a la ira y rico en clemencia.
Sobre
este esquema –como un calco- re-encontramos el mismo pedido en los dos de
Emaús. Los exegetas hablan de “estructuras” y señalan esas “estructuras” como
esquemas fijos; nosotros –humildemente- preferimos entender en ello, la
manifestación del modo de ser de este “pueblo”, y suponer en su base, las
razones de la elección y preferencia para “aliarse” precisamente con nosotros.
También los dos de Emaús le piden quedarse, y también con ellos celebra la
“alianza”, en este caso Eucarística.
Hoy,
en nuestro contexto, en nuestro momento, sintiéndonos conturbados, repetimos el
gesto mosaico, y nos postramos en tierra y lo adoramos, reformulando el pedido:
“ven con nosotros”. Convencidos que Él es un Dios fiel, pese a nuestras
infidelidades.
El poder que recibimos es el de
re-unificar
“Hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu para formar un
solo cuerpo”
I Cor 12, 3-7. 12-13
San
Pablo pronuncia como saludo a la Asamblea, esta evocación Trinitaria que
repetimos en diversas ocasiones dentro de la Eucaristía (Ritos Iniciales,
saludo #2): "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la κοινωνία “comunión”
del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13). San Pablo nos
hace presente tres sustancias que aglutinan a los miembros del Cuerpo Místico
de Cristo, a saber, la Gracia, el Amor y la Comunión. Estos son los Tres-Único-Divino
del pegante-Santo; ¡nosotros no estamos pegados con babitas!
Estas
tres sustancias son segregadas respectivamente (claro que estamos hablando
metafóricamente) por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo respectivamente. No
se trata de un constructo ideológico sino de una realidad concreta que nos
enlaza, nos fraterniza, nos hace hijos del mismo Padre, hermanos todos en
Cristo Jesús Nuestro Señor y Salvador y el Espíritu Santo Paráclito, que une al
Hijo en el Amor con el Padre y al Padre en el Amor por su Hijo y a nosotros, su
pueblo escogido nos diviniza por su Adopción (accede al pedido mosaico de
hacernos su Heredad.
Las
Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas
entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las
relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las
personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu
Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas
considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia"
(Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno,
excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año
1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo,
todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu
Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio
de Florencia, año 1442: DS 1331).[CEC #255]
«La
idea de la comunión como participación en la vida trinitaria está iluminada con
particular intensidad en el evangelio de san Juan, donde la comunión de amor
que une al Hijo con el Padre y con los hombres es, al mismo tiempo, el
modelo y el manantial de la comunión fraterna, que debe unir a los discípulos
entre sí: "Amaos los unos a los otros, como yo os he
amado" (Jn 15, 12; cf. 13, 34). "Que sean uno como nosotros somos Uno"
(Jn 17, 21. 22). Así pues, comunión de los hombres con el Dios Trinitario y
comunión de los hombres entre sí… Por tanto, esta doble comunión, con Dios y
entre nosotros, es inseparable. Donde se destruye la comunión con Dios, que es
comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también
la raíz y el manantial de la comunión entre nosotros. Y donde no se vive la
comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios
Trinitario, como hemos escuchado.»[1]
Ahí
llegamos de nuevo a la médula de nuestra fe. Estamos en una condición de
fraternidad, de koinonía con todo el género humano que hace de nuestra tarea y
de nuestro envío un requisito de entrega perfecta por la paz, por la
unidad de todos y con todo, incluidas las realidades del medio ambiente, todas
las criaturas y especialmente con toda la raza humana.
Esta
tarea esta por así decirlo “aterrizada” por San Pablo con cuatro propósitos:
1) χαίρετε Vivir en la alegría
2) καταρτίζεσθε Trabajar por la perfección
3) παρακαλεῖσθε Animarse mutuamente, apoyarse,
abogar unos por otros
4) τὸ αὐτὸ
φρονεῖτε, εἰρηνεύετε Vivir
en paz y armonía (con un solo corazón y una sola alma, como viven las Tres
Personas de la Santísima Trinidad)
Nada
de abstracciones sino verdaderas concreciones. Claridad en los propósitos que
deben animar la vida del cristiano: Gozo y entusiasmo, perfeccionamiento
progresivo, apoyo mutuo y –finalmente- todo en un marco de armonía.
La Buena Nueva
Nuestra
fe y nuestro Dios es un Dios que se manifiesta en el tiempo (cronos) su
revelación pasa del tiempo kairótico (el tiempo de la gracia) a nuestro tiempo
histórico; se encarna de la dimensión intemporal a la temporal. Las referencias
y la manifestación de Dios han ocurrido en el tiempo, son datos históricos que
tienen un marco temporal y espacial.
El
enunciado de hoy parece arrancar en un pasado muy remoto, un momento de Decisión
Divina, cuando Dios tuvo la Voluntad de crearnos para la salvación (muchas
veces a pesar de nosotros mismos que andamos persiguiendo siempre sombras y
fantasmagorías), y enhebra todo el tiempo desde el remotísimo pasado, pasando
por los años y los años, pasando por el hoy y el ahora y dirigiéndose hacia el
futuro que Él y sólo Él tiene previsto, escrito en el libro de su Infinita
Bondad, sin quebrantar nuestra libertad, sino pasando a través de ella (como la
Luz a través del cristal, como Jesús a través de María), pero respetando el
querer de los hijos: Οὕτως γὰρ ἠγάπησεν ὁ Θεὸς τὸν κόσμον, ὥστε τὸν
Υἱὸν τὸν μονογενῆ ἔδωκεν, ἵνα πᾶς ὁ πιστεύων εἰς αὐτὸν μὴ ἀπόληται ἀλλ’ ἔχῃ ζωὴν αἰώνιον.
Nos
encontramos con dos verbos en aoristo indicativo activo (algo que se hizo de
una vez por todas, señala la perfectividad puesto que la acción es rotunda, sin
pendientes, no le quedan faltantes o facetas por desarrollar, por eso es
empleado en literatura como tiempo verbal para hacer avanzar la
historia): ἠγάπησεν ἔδωκεν amó y entregó; ese pasado se remite a un pasado
ante-histórico (pre-crónológico), antes de todos los tiempos, antes de que el
mundo fuera creado, cuando Dios ya había decidido crearnos y no dejarnos perder
sino darnos un Redentor y que ese Redentor fuera su propio Hijo. ¡Así de grande
es su Amor, y así de grande ya era desde antes del Principio! ¡Su fidelidad es
por Siempre! (A veces traducimos “dura por siempre”, pero este Siempre no está
condicionado a la existencia del tiempo, ES previo a cualquier duración.
Si
hay un requisito para poder gozar de este obsequio incomparable, inefable, es
aceptarlo, reconocerlo, creer en Él. No es necesario explicarlo o entenderlo,
no es cuestión de conocimiento intelectual sino de vivencia afectiva, amor
entre personas humanas y Divinas. Amor incondicional, que se enamora locamente
sin imposiciones, con gratuidad, aun cuando no se entienda, o el
“entendimiento” sea incompleto… Dice Calixto Cataphygiotés:
«Tú abrasas mi espíritu con la herida del eros,
iluminándolo cada vez más,
y lo introduces en las maravillas
que lo haces contemplar,
maravillas inaccesibles, místicas,
que están por encima del cielo.
¡Oh unidad infinitamente celebrada,
Trinidad infinitamente venerada,
Abismo sin fondo de poder y sabiduría!
¿Cómo consigues hacer entrar
en tu Tiniebla Divina al espíritu
que se ha elevado tal como lo quiere la Ley,
llevándolo de gloria en gloria (2 Cor 3, 18)
y concediéndole con frecuencia habitar
dentro de la Tiniebla-más-que-luminosa?
Yo no sé, al contrario que Tú,
si Moisés entró en esa Tiniebla (Ex 20, 21)
si él fue la imagen de la misma
o si la Tiniebla fue su imagen.
Yo sólo sé una cosa:
Que esa Tiniebla es perceptible por el espíritu,
y que en ella son celebrados divinamente,
sobrenatural e inefablemente,
en lo secreto del alma,
los misterios de la unión y el amor espirituales.»[2]
«La
"comunión" es realmente la Buena Nueva, el remedio que nos ha dado el
Señor contra la soledad, que hoy amenaza a todos; es el don precioso que nos
hace sentirnos acogidos y amados en Dios, en la unidad de su pueblo congregado
en nombre de la Trinidad; es la luz que hace brillar a la Iglesia como
estandarte enarbolado entre los pueblos: "Si decimos que estamos en
comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad.
Pero si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión
unos con otros" (1Jn 1, 6-7). Así, a pesar de todas las fragilidades
humanas que pertenecen a su fisonomía histórica, la Iglesia se manifiesta como
una maravillosa creación de amor, hecha para que Cristo esté cerca de todos los
hombres y mujeres que quieran de verdad encontrarse con él, hasta el final de
los tiempos… El Señor no habla en pasado, sino que habla en presente, habla hoy
con nosotros, nos da luz, nos muestra el camino de la vida, nos da comunión, y
así nos prepara y nos abre a la paz.»[3]
Nuestra
participación presente en la Trinidad Santa consiste en vivir la comunión
viviendo en comunión dentro de la Iglesia. Dios no castiga nuestra “terquedad”
sino que nos convoca nuevamente a restaurar la Unidad, llamándonos a vivir en
la Comunión Eclesial, la fraternidad que nos conduce a ser familia de la
Familia Trinitaria y a vivir esa comunión ejercitándonos en los cuatro
propósitos señalados por San Pablo. La economía salvífica incluyó, además de un
Redentor, Hijo Único del Padre, el Único Mediador, un puente para cruzar, que
es la Iglesia, como factor procesual de la construcción del Reino: ἵνα ὦσιν ἓν καθὼς ἡμεῖς ἕν· ἐγὼ ἐν αὐτοῖς καὶ σὺ ἐν ἐμοί, ἵνα ὦσιν τετελειωμένοι
εἰς ἕν “Para que sean uno como lo somos
nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno;” (Jn 17,
22b-23a).
Hoy,
cabe ratificar que la Iglesia no es un edificio, sino la Presencia de Dios que
es Emmanuel, Dios-entrañable. No somos los que fuimos llamados, somos
principalmente, los que están pendientes por ser invitados y a quienes nosotros
tendremos que llevarles el “llamado”. ¡Apostemos por la Unidad!
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