UNDÉCIMO
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Ex 19, 2-6a
La
Amistad y la Fidelidad de Dios con su pueblo es algo que está más allá de toda
discusión. Lo que aparece es el tema de la Mediación para hacer efectiva la
Alianza. Esa Mediación corre a cargo de Moisés, a quien Dios eligió y le
proporcionó derechos de cercanía y confianza elevadísimos. El Señor le habla:
para él, incendió la Zarza como Menorá, para revelarle desde ella, para darle a
saber Su Nombre y para enterarlo de la Misión que le entregaba. Ahora lo
convoca en la Montaña y lo instruye para que enseñe al pueblo lo que Él espera
de ellos, o sea de nosotros, ¡No hay dualidad! ¡Ellos somos nosotros!
El
Señor lo llama y lo envía a los de su pueblo, del linaje de Israel-Jacob, para
que les llame la atención y les haga notar que Gran Poderío desplegó contra los
egipcios para quebrantarles la testarudez y que los dejaran salir del
cautiverio. El Señor ha trasportado a este pueblo “como sobre alas de águila”,
ha sido patente que se puso de su parte y que sí Dios los respaldaba, todos sus
propósitos se verían coronados con el éxito.
Pero,
está de por medio, la contrapartida:
Dios les ha dado tanto, ahora les pide una leve seña, simplemente un
dato de fidelidad, si el Señor es Fiel, algo de esa fidelidad deben reponer:
obediencia, guardar los preceptos de la Alianza, y Dios los tendrá como hijos
suyos directos, y como tal los protegerá, porque todo lo que existe bajo el
cielo, le pertenece, y su Suprema Autoridad le da Potestad, sobre todo; Él hará
de su pueblo un Reino-Santo-y-Sacerdotal.
¡Atención!
La dinámica no consiste en lograr un nivel de religiosidad equiparable al de
los sacerdotes, y todavía mayor, para considerarnos Santos. ¡No! ¡Así no
funciona! Se trata de cumplir con la Alianza, de respetarnos, de ser
fraternales, de vivir con la armonía Divinamente mandada, de aprender a
recorrer los caminos juntos sin halarnos el cabello, sin hacernos zancadillas; y
Dios se ocupará de insuflarnos la Santidad.
Si
ustedes lo dudan, bastará releer atentamente Ex 19, 2-6a. Si nos ajustamos a
vivir según la Alianza, el Corazón del Señor nos atribuirá la Santidad. ¡Y
tiene lógica! Él nos ha propuesto la Alianza, sabemos de qué se trata; en
cambio, de la Santidad, lo único que sabemos es que Dios es Santo: ¡El Tres
Veces Santo!
Sal 99,
1b-2. 3.5
¿Nosotros
sabemos de qué se trata la Alianza?
Parece
oportuno repasarlo:
Que
todos los habitantes de la tierra aclamen al Señor y le sirvan con Alegría.
¡Ah, entonces no se trata de que me encierre en una torre a hacerme orante para
que con un “gran esfuerzo”, me saque una hernia en el empeño! ¡Es más bien una
“misión” de la humanidad, y no algo que alcanzarán unos “súper-orantes”!
Que
seamos capaces de reconocer que no nos “mandamos solos”, que no somos
autosuficientes: Él es nuestro Dueño y Señor, ¡Reconozcámoslo!
Tres
rasgos de Dios tendrían que circular por nuestras venas: Dios es Bueno. Dios es
eternamente Misericordioso. Dios es Eternamente Fiel.
Sólo
adentrándonos en estos tres factores podremos recibir el Don de la Santidad y
configurarnos “pueblo suyo”, y cada uno -consciente de su ser-en-comunidad,
sentirse oveja de Su Rebaño.
Rm 5, 6-11
Está
claro que somos “ovejas” con su natural debilidad. Está claro, también, que
nuestro punto débil es nuestra concupiscencia, nuestra natural fragilidad que consiste
en no poder rechazar el pecado, no podemos -por nuestras propias fuerzas-
vencer de la pecaminosidad. Jesucristo, a Quien Dios-Padre hizo fuerte -por
medio de la Unción- es el Único que posee el blindaje, sólo Él posee una Coraza
que puede resistir, y salir airoso. Él es el Hijo de Dios y puede
reconciliarnos.
Viene
el “primerear de Dios”, Dios no espera que seamos Santos, Él no está esperando
que nosotros saquemos, de quien sabe dónde, algo que no tenemos y que por lo
tanto no podemos “sacar”. El -por ninguna virtud nuestra- nos reconcilia. Y,
ahí sí, esa Reconciliación nos trasfiere algo del “Blindaje”, la dosis
indispensable; ahora, ya reconciliados por la Gratuidad del Padre-y-del-Hijo,
donde el Hijo-se-dio, y sembró en nosotros la semilla de la Reconciliación. No
la teníamos, pero ahora la tenemos, porque Dios nos inoculó con los
anticuerpos, sólo necesitamos ser coherentes con la Alianza, y dejarlo a Él
obrar.
Mt 9,36 -
10,8
Pero
¿de dónde brotó la Generosidad de esa Reconciliación? Muy sencillo, el Hijo nos
volteó a mirar y ¿qué vio? Una multitud que le dio pesar: pueblos enteros
caídos, tirados por ahí, como abandonados, como extenuados. Ante esta visión,
su Misericordia no podía quedar indiferente; sus Entrañas se Conmovieron,
dentro de su Ser, Su Dulcísimo Corazón dio un vuelco en su Pecho, no podía voltear
a mirar para otro lado, no podía cambiar de calzada, Es-El-Hijo-de-Dios, y sus
Entrañas lloraron las Lágrimas de la Compasión.
Sacó
de entre todos, una docena, era la cantidad suficiente, ni uno más, ni uno
menos. E hizo de ellos ἀποστόλων [apostolon] “los enviados”, con una
misión muy específica, tomar cuidado de “la mies”, que es “mucha”, ¡toda una
“muchedumbre”!
¿Por
dónde había que empezar? Por el pueblo
escogido, sólo a ellos, en un primer momento, únicamente a los que habían
aceptado el Mensaje, ya después, como lo sabemos, la misión se expandiría. Pero,
para empezar, solamente a “las ovejas descarriadas de Israel. Ellos han
aceptado el Mensaje, pero junto con Él, han mezclado una enorme cantidad de “descarrío”.
El Señor lo sabe, El Señor lo admite. Y, pongan mucho cuidado, no se trata de
poner una venta, no se trata de montar una cadena de negocios, los doce han
sido coronados gratis, pues, de la misma manera, propongan el Reino
gratuitamente.
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