Gn 12, 1-9
Hay
toda una serie de pecados que distanciaban al hombre de Dios. El de Adán y Eva,
el de Caín contra Abel, el sin fin de pecados que se atrajeron el castigo del
Diluvio; y, para colmo de males, la pretensión de hacer una edificación que
alcanzara el Cielo. Todo esto debería dar materia suficiente para que Dios
resolviera una ruptura total con la humanidad. Pero lo que encontramos hoy, es
que Dios viene a trabar amistad, de nuevo, con otro hombre, representativo de
toda una comunidad.
Hacia
el final del capítulo 11 del Libro del génesis, encontramos la parentela de
Teraj, y sus tres hijos: Abrán, Najor y Harán. Harán tuvo un hijo, Lot, y
murió, antes que su padre y sus hermanos. Teraj (el nombre Teraj posiblemente
alude a cierta cabra montés de alta cornamenta) partió de Ur, de los
caldeos, rumbo a Canaán, llegó a Harán y allí se implantó.
Estando
allí, יְהוָה֙ [Yavé]
“Dios” le habló a Abrán, pidiéndole que abandonara aquella tierra y fuera a
donde Él le dijera. Su nombre será sinónimo de “bendición”, y esa bendición
tendrá carácter “universal”. Lo sorprendente es el “acatamiento” por parte de
Abrán, salió con su esposa Saray, con Lot, su sobrino, y con todas sus
pertenencias, incluyendo sus esclavos; y llegó a la región de Siquém, con toda
exactitud, hasta la encina -en este caso la palabra no se refiera a la especia,
sino a ser un árbol de tronco grueso y bastante frondoso- de Moré.
Luego
siguió hasta Betel, y cada vez más adentro del Neguev.
Sal
33(32), 12-13. 18-19. 20 y 22
Salmo
de Acción de Gracias. La Acción de Gracias es una enumeración de bendiciones.
Este Salmo nos señala razones para la gratitud. Trata de darnos una enseñanza,
por eso podemos comentar también, que no solo es de Acción de Gracias, sino
además sapiencial.
Una
bienaventuranza es que Dios nos haya tenido el favor especial de morarnos para
cubrirnos con amor, eligiéndonos como pueblo Suyo.
Señala
que nuestro temor piadoso, que no cobarde, nos ganó la prioridad de estar siempre
bajo su Amorosa Pupila, con las ventajas concomitantes de no pasar hambre, y
ser protegidos cuando cualquier riesgo nos amenace.
Así
que depositamos en Él nuestra confianza, y le imploramos que, acorde con la
confianza que le dedicamos, Él venga y nos asista, sea nuestro socorro y
nuestra adarga.
Como
se nota, los versos van en pares, el segundo parece repetir el primero, pero,
si lo escuchamos con concentración, notamos que, en el segundo de cada estrofa,
encontramos una intensificación. Lo primero que se enuncia es verdadero, lo
segundo, lo es todavía más.
Mt
7,1-5
Todo
juzgamiento tiene por trasfondo un enmarcamiento forense. Ahora bien, la fe nos
lleva a ganar claridad sobre el hecho de ser hermanos respecto de todos los de
nuestra misma especie. Es, cuanto menos extraño, que llevemos a nuestro propio
hermano al tribunal. (No es imposible, más bien lo contrario, es frecuente; no
obstante, es muy extraña esta conducta).
Cuando
juzgamos cavamos un abismo respecto del enjuiciado, lo separamos con una
barrera insalvable. Lo más irónico -porque es gracioso, pero simultáneamente
doloroso- es que solemos juzgar en el otro, precisamente nuestro propio
defecto, que suele verse magnificado el verlo en el hermano. Es una espada sin
mango, en cambio, tiene doble punta, hiere al juzgado y, me hiere a mí mismo.
Juicio
fue el acto envidioso de Adán y Eva, que quisieron ser como su Creador. No era
que Dios hiciera algo mal, era que nosotros queríamos ser como Él. Los juicios
ocultan y revelan nuestras envidias. Hay aun más. Muchos que alertan contra el
juzgar, lo hacen porque practican un constante juzgamiento del otro, o sea, una
envidia pertinaz.
En
realidad, tendríamos que alcanzar el carisma de la “identificación” y procurar
ver desde la perspectiva que ve el otro. ¡Quién sabe cuántas veces
descubriríamos -asombrados- que “el otro” tiene frecuentemente más razón que
uno mismo! Lo que suele suceder es que nos agarramos aferradamente a nuestros
prejuicios, so capa de ser los más razonables, los más ilustrados y lógicos. Si
por lo menos lográramos salir de Ur e ir a ver las cosas desde Harán, tal vez
pasaríamos por Betel (que antes se llamaba “Luz”), y después de dormir
-recostados en una piedra como almohada- alcanzaríamos a ver la Escala de
Jacob, y por ella a los Mensajeros de Dios subiendo y bajando (Cfr. Gn 28,
10-22).
Tal
vez “el otro” está en otro nivel de percepción, o de información, o en mejor
perspectiva. Inclusive, el abismo se ahonda, cuando la rudeza de nuestros
juicios nos agrede a nosotros mismos. A veces, dentro de un ánimo de superación,
nos volvemos insoportable y salvajemente indolentes y exigentes con nosotros
mismos, y, por el contrario, tendríamos que ser dulces y suaves en nuestro
propio proceso. (Atención que nunca se ha dicho que cohonestemos con el
pecado).
Ese
rigor puede llegar a ser todavía más exasperado, si me juzgo con una “vara” (es
decir, con una “medida”) a la que le he asignado el valor de “divina”, pero que
sólo es una “fetichización” farisaica. Cuantas veces nuestros juicios se basan
sobre ideas muy admiradas aun cuando estrechas de otrora.
Al
pasar por estos derroteros siempre hemos creído urgente destacar el respeto al
otro, y evitar que, con la excusa de estar corrigiendo, perpetramos la ofensa o
la degradación. Aquí no hay pretexto que valga. Siempre ira por delante la
debida consideración del “prójimo”: “Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil",
será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de
la gehena de fuego”. (Mt 5, 22).
Perdón
que no tenemos ningún ánimo de omnisciencia, pero nos parece muy conveniente
destacar algunos de los sinónimos de Imbécil: idiota, tonto, estúpido, bobo, mentecato, inepto, asno, bruto, burro, lerdo, tardo, pánfilo
retrasado, estúpido, majadero, cretino, necio, insensato, borrico. No
pretendemos agotarlos, pero si destacar los más frecuentes en el habla, porque
unos ofenden con el uno y otros apelan a uno diferente. Ya ha destacado la psicología
el daño que infringen estos calificativos en la autoestima. Nosotros nos hemos
propuesto enfatizar la agresión que significan en el contexto de la fraternidad
humana.
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