Eclo 51, 17-27
Resulta
que el Sirácida anuncia que desde joven -feliz bendición- buscó la sabiduría.
¡Y miren donde la fue a buscar! ¡En la Oración! Bueno, una noticia digna de ser
tomada en cuenta: ¡La encontró! Y, cuando floreció su corazón se embriagó de
dicha. Muchas veces se dice que si hay un motivo para estudiar la historia es
para no repetir los errores del pesado, y, podemos con plena lógica añadir,
para usufructuar de todos los aciertos, que lo pretérito nos puede ofrecer.
Aunque -me acuerdo muy bien- su hay algo que un joven desprecia es la imitación
del pasado, que anda vestida con sus peores harapos. Nadie quiere la
experiencia, muy probablemente porque quienes la tienen han sido consumidos
-así sea parcialmente- por la mengua que conlleva el paso de los años. La gente
esperaría que un “plus” que ella habría de portar, fuera la tan acariciada
“eterna juventud”.
La
sabiduría -como debería ser con cualquier tesoro- está para ponerla en acción,
para gastarla, para aplicarla, como dice el hagiógrafo, para ponerla en
práctica: Y -en este caso- la práctica ha sido obrar el bien. Bien sabe el
autor de la perícopa que esta práctica no lo desfalcará. Y, nos presenta -tan
discretamente que casi se nos pasa desapercibida- un rasgo condicional para
poderla obtener: “La pureza”.
Qué
triste -nos dirán los jóvenes- que siempre ponen de por medio algo “utópico”;
¿cómo se les ocurre pedir pureza, cuando ellos mismos han demostrado ser los
más corruptos? La pureza -opinan ellos- se pone de por medio porque anhelan
tenernos bajo control, achatar nuestros ímpetus, recortar nuestra vitalidad,
ponerle talanquera a nuestros impulsos. ¡Quieren amputarnos la “juventud”! Nos
espetan con desprecio. Pero, allí lo tienen, enseñado en uno de los Libros del
Segundo canon, poco leído y poco explorado. Todas las joyas que contiene están
por incorporarse a nuestras existencias, para descubrir que no son freno, que
no están allí para doblegarnos, sino que son el estuche de las más amplias alas
para nuestros vuelos cimeros.
Sal
19(18), 8. 9. 10. 11
Este
es un himno. Fue, según los estudiosos, escrito por dos autores distintos en
dos épocas distintas, y trata de dos temas correlacionados, pero
suficientemente diferentes: 1) alaba la Creación y observa la Grandeza de Dios
expresada en la naturaleza; 2) Observa la Grandeza Jurídica de Dios que brinda
Leyes de tal perfección, para constituir su amado pueblo. El pueblo de Dios
estaba destinado a una convivencia tan armónica que se pudiera decir que había
sido un pueblo divinamente constituido. Podríamos hablar de un himno doble, a
la Creación y a la Ley.
Este
salmo tiene 19 versos; de ellos se tomaron 4 para configurar la perícopa a
proclamar en esta fecha. Los versos 1-6 se dedican a gloriar la Obra Planetaria
de Dios, y a partir del verso 7, empieza la loa de las Leyes que el Señor nos regaló.
Es decir, los versos que se toman en la perícopa, son todos respecto a la loa
de la Ley.
En
la estrofa primera se declara la perfección de los códigos dado por Dios y se
explica que le legalidad para un pueblo viene a ser como el alma de ese pueblo,
porque es ella la que perfila su fisonomía y donde él encuentra reposo.
Obsérvese que siempre el señor se dirige a su Comunidad, no a individuos
sueltos; no se habla de la virtud de personas que cumplen o no, lo cual ya
estaría dibujando un individualismo perverso. Nosotros hemos llegado a esta
aberración, buscar la perfección individual y descuidar que somos Uno en el
Cuerpo Místico. No estrellas de show, sino hermanos- porque hijos del
Mismo-Padre. Nunca dice “sea perfecto”, lo que enseña la Escritura es que
“Seamos perfectos, como el Padre y Jesús son Perfectos” (Cfr. Mt 5, 48).
Dos
propiedades de la Ley Divina se precisan aquí: la “rectitud” que prodiga
felicidad al corazón de quien la vive y su “luminosa claridad” que alumbra todo
venciendo las tinieblas de los ciegos morales.
Otras
dos -que parecen 4, pero forman dos duplas que hacen cada par, una cualidad-
características de los Mandamientos del Señor se dan en esta tercera estrofa:
1) “pureza y estabilidad permanente”, de una parte y 2) “verdad y justicia
plena”, de la otra.
Cuarta
Estrofa: Aquí se hacen dos comparaciones: la primera con el “oro” por ser metal
muy valioso, y la segunda con la “miel”, por ser alimento de dulzura
incomparable. Así, por donde se la mira, la Ley Divina es superlativo de
juridicidad saturada.
El
responsorio, retoma las ideas de la tercera estrofa.
Mc
11, 27-33
Jesús
nos trae una Nueva semiótica, Él nos enseñó que, a vino nuevo, odres nuevos;
también tenemos que caer en la cuenta que a Buenas Nuevas corresponden Signos
Nuevos. Jesús puso los signos sencillos, claros, comprensibles, populares; pero
los “maestros” los adulteraron, los escondieron, los falsearon, los
conculcaron, los bombardearon con bombas de humo. ¡Hoy ya no los podemos decodificar!
¿Qué
hacemos? ¿Nos echamos al llanto? ¡No!, ¡hay que hacer un esfuerzo! Tenemos que
“estudiar” un poco y ver cómo entender. Demos un ejemplo. El grupo de los
“poderosos”, valga decir, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos
(¡quien lo creyera! ¡uno pensaría que eran los primeros llamados a hacerlo
entender; pero nos venimos a dar cuenta que, en realidad, estaban profundamente
interesados en la ocultación). Viene a poner en jaque a Jesús con una pregunta
en torno al origen y fundamento de su ἐξουσίᾳ [exousia] “potestad”, “jurisdicción”,
“autoridad”, Jesús les hace
una contra-pregunta, y como ellos no le contestaron, Jesús tampoco les
contestó. Eso parece que es así, si nos quedamos dentro de los márgenes de la
perícopa. Pero, el lunes, cuando leamos el Evangelio, nos daremos cuenta que,
si contestó, y ¡vaya que les contestó! Les explicó que Él había sido “enviado”
por el Legítimo- Dueño-de-la-Viña (un signo para referirse a “su pueblo”), que
Él es el Enviado porque es su “Hijo Amadísimo”.
La
estrategia de los “poderosos” consiste en tenderle una emboscada, Él no cae en
ella; por eso parece que no contestara, prefiere dejar que la energía malévola
que se aloja en el cuestionamiento se disperse ante una “no-resistencia”, si
uno se quiere extraviar se queda ahí, pero el Discípulo tiene que ir más allá.
Atención
al “reto” que nos fórmula Jesús: De verdad, ¿quieren saber la respuesta?, ¿en
realidad quieren decodificar el signo de la “higuera”, o, se quieren quedar en
las ramas abundantes de la “higuera” y creer que se trata de una planta? Miren
¡les voy a dar una pista! Sería que ¿soy tan ingenuo para esperar que una
planta dé fruto fuera, de la estación de frutecimiento? ¿Por qué emparenté la
pregunta sobre la autoridad con la pregunta sobre el bautismo de Juan, mi
“primo”?
Porque
el bautismo que daba Juan el bautista es “signo” de la urgencia de poner en
cuestión un sistema religioso fundamentado en el legalismo, que -se agazapa en
ese legalismo- para hacerle cuestionamientos a un Dios que ha depositado en
nosotros toda su Confianza para que administremos su Viña, y que puede, con
todo Derecho, aguardar para que demos -a su tiempo- hermosos y dulces higos,
“higos de Oro-Fino-y-Puro”.
El
bautismo que ofrecía Juan, era un bautismo que llamaba a la Conversión, al
re-direccionamiento, a corregir la puntería para no vivir errando el tiro (errar
el tiro, fallar la puntería, eso es el pecado).
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