2Cor 6,1-10
Por
allá, hacia el año 50 nace la comunidad de Corintio. Pablo permaneció allí, año
y medio. Luego, hacia el año 54, Pablo les remite la que conocemos como Primera
Carta a los Corintios. Por el año 55 Pablo los visita procurando atender y
resolver los conflictos que allá se habían suscitado. Pablo es mal recibido y
atacado y cuestionado y agriamente enfrentado por alguno; no quedó ahí, sino
que el conflicto se profundizo y parece ser que llegó a las manos. Luego, Pablo
se vio casi obligado a marcharse. Envuelto en amarga tristeza. El promete
volver tan pronto pueda, pero -y de eso tratábamos anteriormente- el evitó
llegarse hasta allí, en buen entendimiento de que su retorno no era propicio y
más bien desataría más agudas disensiones. Este detalle también se usó para
afear la imagen de Pablo por parte de los opositores.
Entonces
San Pablo les escribe de nuevo, precisamente en el año 55. Parece ser que la
perícopa que se lee en este lunes de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario
(ciclo impar), se tomó de esta Carta. Hasta donde se sabe, su mensaje no caló y
no ayudo al re direccionamiento de la Comunidad.
Pero,
¿de dónde dimanaba esta oposición? Estas trabas las ponían unos que habían llegado
llevando Cartas de Recomendación y que, lo más grave, no predicaban a nuestro
Señor Jesucristo, sino que se anunciaban a sí mismos. Maquinaban con astucias y patrañas,
confabulaban en secreto y no paraban mientes en falsificar la Palabra de Dios.
Buscaban lucrarse, y así desarrollaban un modelo de comunidad ‘propicio a tal ganancia.
Por lo pronto, tenían la sartén por el mango.
Lo
que se está debatiendo, en el fondo, es un estilo de liderazgo, de pastoreo, frente
a un estilo arrogante y prepotente basado sobre el peculio y el ornato, está el
estilo pobre -pobreza que en realidad lo posee todo, porque posee los dones de
la Gracia y la fidelidad respecto de Quien los Envía (Cfr. 2Cor 6, 10)-, pero
paciente y amable, lleno de la cordialidad, del amor sincero y de la alegría
que les infunde el Espíritu Santo. El eje de este fragmento indica hacia el
firme repudio del “escandalo”, porque él daña irreparablemente la confianza de
la comunidad.
Pero
evitar el escándalo, no implica callar, ni disimular el engaño y el fraude de los
que urden contra el Camino de la Salvación sin velar con celo del Mensaje
legítimo de Jesucristo.
Sal
98(97), 1bcde. 2-3ab. 3c-4
“Proclamo la victoria
con los labios y lucho con las manos para que venga”.
Este
Salmo del Reino se lee como una victoria puntual, algo maravilloso inscripto en
las páginas de la historia judía, algo que pasó y punto, ahí quedó, sólo se
habría tratado de un destello momentáneo. Otros lo leen como epopeya
exclusivamente judía, reservada sólo a la casa de Israel.
Nos
parece importante direccionar la mirada hacia el pensamiento semita: ¿cómo
piensa y se expresa este pueblo? ¿cuál es la estructura de la lengua que quiso
el Señor fuera su conducto de manifestación? Hemos de tener en cuenta que en
este idioma no hay sino dos tiempos lo concluido y lo inconcluso. El concluido
sería el pasado, el no concluido sería algo así como un presente progresivo,
algo que ya empezó y continua su desarrollo. Este tiempo verbal sería muy adecuado
a la presentación de las realidades soteriológicas y escatológicas. El Reino,
por ejemplo, es “algo que ya, pero todavía no”: “los confines de la tierra han
visto” aquí el verbo רָאָה [raah] “ver”
puede y debe leerse en la perspectiva de “veréis”, o “aparecerán”. El reino
tiene que leerse bíblicamente hablando, desde la perspectiva de un proyecto
salvífico que está echado a andar y que nos convoca a mantener el dinamismo
inercial de su empuje.
Nuestro
cantico, será un cantico nuevo, cuando seamos capaces de entender los distintos
momentos de la historia como hitos en un progresar, en un avanzar, en un
caminar, donde el canto se entrecruza con el esfuerzo perseverante de no
introducir fuerzas extrañas que obstaculicen la plenitud de los Planes Divinos.
Mt
5, 38-42
Uno
de los temas interesantísimos que toca el Evangelio es el de un Divino Maestro
que no ha venido a derogar la Ley, sino a llevarla a su plenitud. Y que nos
pide que no vayamos a perder ni uno de sus aspectos aparentemente más ínfimos,
como -metafóricamente hablando- dice, “el puntito de una i”.
Sin
embargo, los diversos preceptos están entretejidos de una manera tal que
siempre llaman y obligan a una determinada jerarquización; no en vano se
acercaban a preguntarle cuál es el mayor de todos los Mandamientos. Es urgente
orientarse y saber por dónde empezar, donde está lo sustantivo y dónde lo
subordinado. Es así como Jesús nos da una brújula de invaluable Poder y
Utilidad cuando pone por eje de la Ley el Amor. La fidelidad a la Ley reposaría
en la fidelidad al Amor y no en la obsesión legalista.
Este
que abordamos hoy, donde Jesús confronta lo que se había enseñado en la línea mosaica
con una Nueva Lectura, es inevitablemente una confrontación. Esta perícopa que
se lee hoy, es tomada de la controversia más amplia que abarca Mt 5, 21-48. El שְׁמַ֖ע Shema
Israelita, en este
debate, está referido con dos verbos griegos: “oír” y “decir”: ἀκούω / ἐρεῶ. Lo que se ha oído decir sería la
tradición mosaica, a la que se opone el ἐγὼ δὲ λέγω ὑμῖν “pero yo les digo”. Digámoslo en breves
palabras, no se debate cual es la Ley, sino en qué orden de importancia están.
No se puede dejar en vilo este análisis que nos
lleva al núcleo. ¿Qué está en el núcleo? La donación. “Al que te pide
dale”, que se opone rotundamente a lo que ya San Pablo recomendaba en la
Primera Lectura, que, pese a que somos pobres, pero -que Dios nos llena las
manos y los labios- para que nos demos de tal manera que -pese a esa pobreza- enriquezcamos
a muchos. Darse generosamente, prodigarse sin reparos, compartir en fraternidad
con solidaria sinodalidad, le da concreción al Mandamiento del Amor; evitando
que este se quede en una meliflua abstracción.
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