Hch 9, 1-20
Iba
Saulo, muy campante, llegando a Damasco, llevando en su corazón un costal de
veneno contra los del “Camino”, cuando lo interpeló una “Voz”: “Saúl, Saúl,
¿por qué me persigues?” En griego Σαοὺλ, este nombre -que proviene del hebreo שאול [šā-’ūl ] - significa “el que fue pedido a Dios”.
Además, no pasemos por alto que, este mismo Saúl, camino de Damasco, iba
provisto de autorizaciones del Sumo sacerdote, para apresar y cargar con
cadenas a hombres y mujeres que pertenecieran al “Camino”, con esta información
se inicia la perícopa de hoy.
Sostiene un breve dialogo con “la Voz”, quien se identifica
como Jesús -es decir, que Saúl tuvo un encuentro con Jesús- donde Jesús se
identifica con todos sus discípulos víctimas de su persecución. Le manda
levantarse y entrar en la ciudad, donde se le instruirá qué debe hacer en lo
sucesivo. Al levantarse del derribamiento de la “Voz Poderosa”, cae en la
cuenta que está ciego, y tienen que llevarlo de la mano, donde prosiguió su
ceguera por el espacio de tres días. ¡Tres días es -recordémoslo- un tiempo de
salvación! Cabe destacar la ζηλωτής [zelotes] “fidelidad”, “el celo” de Saúl con su fe: pese a sus
errores, su compromiso es leal y perseverante. Valores que -además de su
capacitación “teológica”, luego veremos que recibida “a los pies de Gamaliel”
(Hch 22, 3), serán útiles para el cumplimiento de su Misión Evangelizadora, y
en su papel como apóstol de los gentiles.
Entra en juego un personaje nuevo: Ananías. Que conocía la
fama tan negativa para los cristianos que se había granjeado Saúl Pese a lo
cual, Dios lo envía, y le da la dirección exacta de dónde encontrará a “ese
hombre, instrumento elegido de Dios para llevar su Nombre a
pueblos y reyes, y a los hijos de Israel” (Cfr. Hch, 9, 15bc)
Con puntual obediencia y acatamiento, Ananías cumple esta
misión y lo llena de Espíritu Santo, bautizándolo. Se curó de su ceguera y
recobro fuerza, pasó un tiempo allí, en Damasco, y después, se dedicó al
anuncio de Jesús como Hijo de Dios, en las Sinagogas. Este punto nos hace ver
que el Evangelio libera nuestros ojos de todo impedimento para ver y para vivir
con mayor plenitud.
Esta es la primera de las tres veces en que se relata en el
Libro de Hechos la conversión de Saúl y su vocación: Se repetirá en 22, 3-21 y
en 26, 9-18. En el segundo relato, se profundiza el tema de la vocación. En la
tercera versión se suprime la intervención de Ananías y toda la
conversión-vocación se cumple en el camino a Damasco y la misión es asignada
directamente por el propio Jesús.
Sal
117(116), 1.2
Muy
a propósito con la temática de la conversión y misión de Saúl-Pablo, el responsorio
dice: “Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio”.
Este
Salmo de hoy, es un himno. Nuevamente encontramos -en su brevedad- la
estructura paso a paso. Esta paridad se produce con un verbo y su eco. El eco
parece profundizar a la vez que intensificar el primero.
El
primer verbo -invitativo, en este caso- es הַֽלְל֣וּ [hal-lú] raíz de
Aleluya, podríamos traducirlo por “load”. El segundo verbo, -el incrementativo-
es שַׁ֝בְּח֗וּהוּ [bejujú] “alabadle”, “rendidle homenaje”, “festejad”.
En el segundo caso, חָ֫סֶד [chessed] “la lealtad de su Alianza Misericordiosa”, לְעוֹלָ֗ם [olam] “dura por siempre” “es
eterna”. Este verso lo que enfatiza es que Él ha concedido esta Alianza por que
se compadece.
Se invita a que lo “loen” todas las naciones, es una Alianza
católica, universalizada. En medio de la “diáspora”, Él nos recoge de todas
partes, va como bondadoso-hermoso Pastor, a buscarnos a todos los rincones de
la tierra. Desde allí, va brotando este clamor que lo alaba, que lo reconoce,
que lo acepta, que clama a Él. ¡Él es nuestro dilecto amigo! Su Predilección
pasa de su Hijo, a todos nosotros.
Un trabajo intensivo al que nos convoca este breve Salmo, es
a proponernos aprender y cultivar la fidelidad al estilo Divino, y procurar
serlo siempre y no por ratos. Que podemos corresponder al Amor Eterno de Dios
con la constancia de nuestro Amor por Él.
Jn
6, 52-59
Hasta
aquí, veníamos considerando el “pan” como nutrimento, y lo entendíamos como
continuidad del Maná que alimentó a los Israelitas en su travesía por el
desierto. Se ha operado con una referencia Mosaica. Ahora, el discurso de Jesús nos introduce en
una nueva dimensión: el pan es “su carne para la vida del mundo”. Se pasa a la dimensión sacrificial, donde el
Cuerpo se entrega como “Víctima” y esta Victima lo es en propiciación. Jesús
asume la condición de “Cordero”.
Hay
otro cambio importante, es el cambio de verbo. Hasta aquí el verbo era φάγω [fago] “comer” o, εσθιων [estion] “comer” o “devorar”;
ahora cambia por el verbo τρώγω [trogo] “masticar”
“moler con la dentadura”; esta última instaura una “metáfora”, que al deshacer
con ayuda de los dientes el alimento, puede pasar más fácilmente a nuestro
interior, puede pasar (inclusive) al corazón, y poner allí su asiento, fundar
en él su sede, aceptarlo, es decir poder creer en Él. Deglutir/creer. Su
“carne” no es comida o bebida simbólica, podemos incorporarla a nuestro ser,
podemos transustanciarnos en Carne Inmortal, ¡podemos Cristificarnos!
Esta “incorporación” es “dialéctica”: “permanece en mí, y
Yo en él”, el verbo clave es μένει [menei] “quedarse en”,
permanecer en”. No es una visita provisional, es hacer “residencia” para
habitar en nosotros. Eso es hacer propiciación, reconocer nuestra culpabilidad
para lograr la favorabilidad Divina y que Él venga a alojarse en nosotros, así
como nosotros anhelamos vivir en Él. La favorabilidad sólo se alcanza cuando
somos capaces de aceptar nuestro pecado -no ignoremos que Él nos conoce y que
sabe quiénes somos, con todas nuestras “cada-unadas”- y volvernos hacia Él,
buscando su mirada Compasiva y Misericordiosa. Se produce la “comunión” de vida
que consiste en que Él permanece en nosotros y, nosotros-a la vez- permanecemos
en Él: el uno no niega al otro, el otro no anula el uno: los dos permanecen en
su identidad, pero el abrazo no podría ser más estrecho ni la
intercompenetración más poderosa.
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