lunes, 8 de abril de 2024

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

 


Is 7, 10-14; 8,10

Se trata del Primer Isaías -Profeta Pre-exilico- de Jerusalén, en el reino del sur, cuando ya se había dado la división respecto de Judá en el norte. Inicia con una introducción 1, 1- 5, 30 donde se exponen las desviaciones que se están cometiendo en este tiempo: hay acaparamiento de tierras, los tribunales -a sabiendas- dictan fallos injustos, se desmandan en orgias y se rinde pleitesía a los Baales, y se idolatra el dinero. El culto se propone ocultar, de manera cómplice, la injusticia social que perjudica a los más débiles de la sociedad.

Todo el capítulo sexto se ocupa de la vocación del profeta y 7,1 – 9, 6 integran el Libro del Inmanu-El. De aquí tomamos la perícopa de hoy.

Es el primer aviso para Acaz (o Ajaz), hijo de Jotán rey de Judá entre el 734 y el 715 a. C. (aproximadamente, otros investigadores dan fechas distintas). Isaías le trasmite de parte de Dios a pedirla una א֔וֹת [oth] “señal”, pero esta se puede entender de una manera dual: desde una óptica significa, pruébeme que, si lo cumplirá, desde otra óptica significa: deme un recibo-contrato con el que pueda demandar el cumplimiento de lo ofertado. Acaz da unas razones religioso-bíblicas para no pedir la señal, lo cierto es que él prefiere comprometerse con las potencias vecinas antes que confiar verdaderamente en Dios. En su época, una manera de sellar un pacto con los extranjeros era asumir la religión ajena y adorar sus dioses. Es exactamente lo que hace Acaz, quema incienso y llega hasta sacrificarle su propio hijo -atentando contra la dinastía davídica-  al Baal, en el שְׁאוֹל Sheol (valle de Hinóm). (2Cr 28, 2-4)

Acaz no pide la señal, entonces, YHWH de su propia iniciativa, le propone una promesa que no tiene fecha de cumplimiento: הָעַלְמָ֗ה Ha’almah [ja- almáh] “una doncella” está en cinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Immanu-El que significa “con-nosotros-Dios”. Si hubiera querido decir “Virgen” habría usado la expresión בתולה [betulah]. Ha sido el traductor al griego -quien socorrido por el Espíritu Santo- tradujo “Virgen” con la connotación que nosotros veneramos. Subrayamos también el hecho del artículo indefinido הָעַ [ja] “una”, que deja abierto de quién se trata, y la incertidumbre de en qué época vendrá a concretizarse históricamente.

Según el uso de aquellas culturas, cuando un hijo estaba destinado a ser rey, era engendrado por la divinidad, y el papá biológico no tenía nada que ver. Así el “designado” era hijo del dios y su madre, quien para resaltar la divinidad del heredero era la llamada a darle el nombre. Esto tiene respaldo en documentos egipcios encontrados.

Que sea “con-nosotros-Dios” recoge lo que ellos vagamente habían visto -aun cuando mal comprendido- que Dios no es un dios-local, sino un Dios-sinodal, que no cesa de ir con nosotros y que no está preso en el Templo, sino que es Libérrimo.

 

 

                       

 

Sal 40(39), 7-8a. 8b-9. 10.11.

בָ֑אתִי [bati] “Aquí estoy” es una expresión de apertura, de disponibilidad, de acatamiento, de entrega, de donación. La expresión significa: “doy un paso al frente”, “me acerco” (dispuesto, disponible), “camino hacia el altar para hacerme hostia”. quizás una de las aproximaciones más cercanas a esta expresión es la “vida consagrada”: al hacer sus votos, habiendo procesado todo el peso y la resonancia del compromiso de la entrega, el monje o la monja, se acercan al altar y el Abad, la Abadesa o el Obispo le preguntan, desde su libertad, sobre la disponibilidad, sobre la capacidad de su entrega. La persona sabe que se da completamente, sin cortapisas, llevando la obediencia como Confianza, porque es al Enamorado a quien se entrega, y esa aventura le conducirá -quien sabe dónde- pero siempre junto a su Amado. Lo que se pide no son ofrendas, ni sacrificios, lo que se da voluntariamente es “La Vida”: «Para hacer Tu Voluntad, lo quiero y llevo tu Ley en mis entrañas». Como hemos insistido, es un Amor “entrañable”.

Uno de los votos que hace el “comprometido” es el de בָּשַׂר [dabar] la proclamación de la Salvación que es el regalo que retorna el Amado. El “comprometido” se convierte en un “anunciador”, en alguien que no para de dar la “noticia”. ¿De qué nos habla la noticia? De la חָ֫סֶד [chesed] “misericordia”, “bondad”, “clemencia”; de su אֱמֶת [emeth] “firmeza”, “rectitud”, “verdad”.

Aquí hay un canje, una especie de “conversión” por parte de Dios, Él ya no quiere ovejas, vacas, corderitos; Él ahora quiere que seamos nosotros mismos los que voluntariamente subamos a la piedra de los sacrificios, nos brindemos, y estemos dispuestos a vivir para glorificarlo, para anunciarlo, para mostrar sus proezas a favor nuestro; todo, todo nuestro ser es ofrecido y ofrendado. Hasta nuestras fallas y pecados, para que Él los sane.

 

                       

 

Hb 10, 4-10

Nadie me la quita, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo poder para entregarla, y también tengo poder para volver a recibirla. Esto es lo que mi Padre me ordenó»

Jn 10, 18abc



Jesucristo es Sumo y Eterno Sacerdote, el ofrece el Sacrificio; y Él mismo se hace Sacrificio, Él es la Víctima propiciatoria, Él paga el Rescate y así se convierte en el Redentor. En aquellas culturas -en la que vivió el pueblo judío antes y durante el Éxodo-, matar una res era un sacrificio bastante grande, era privarse de algo bastante necesario, era la carne de la comida, significaba abstenerse varios días, quedarse sin la dosis de proteína. ¡tenía su mérito!

Pero la deslealtad de ese pueblo se manifestó en que “el precio” de redención no les dolía. Tenían tantas vacas y tantos animales para sacrificar, que dejó de ser valioso y significativo.

Entonces, Dios se humanó, se ofreció a Sí mismo. La Víctima era lo más Grandioso que quepa imaginar: era Nuestro-Propio-Dios, ¡era el Amado el que era asesinado!

Ya desde los orígenes de nuestra religión, Dios nos puso a pensar lo que significa llevar al Ara al amado; en el episodio del sacrificio de Isaac, vemos a Abraham caminando hacia el Monte Moriah, y le solicita al hijo que se acueste en el Altar. Ya sabemos que Dios no permitió el sacrificio, pero nos dejó pensando: ¿qué clase de locura era aquella? ¿Cómo podía pedirle al pobre viejo que sacrificara a su hijo único?

Si nos ponemos a pensar los que Dios Padre hizo para redimirnos, y si vemos como Jesús se acostó voluntariamente en la cruz, entonces, en ese momento entendemos que Todo Dios, no sólo Jesús, sino Todo-Dios se sacrifican por su Pueblo, por sus Elegidos. En esta perícopa de Hebreos podemos escuchar la expresión de libre aceptación por parte de Jesús: “Aquí estoy yo para hacer tu Voluntad”.

 

                       

 

Lc 1, 26-38



Se dice que la Encarnación de Dios es el salto más largo que da la Divinidad. En la cruz, Jesús salta de vivo a muerto, pero en la Encarnación el salto es de Dios a Hombre. Hay una hermosísima Alianza en este episodio que llamamos la Anunciación, Dios pide -a su Criatura- que, desde su entera libertad, acepte participar en la Aventura Redentora.

No se trata de volverse la Madre del Rey, no se trata de sentarse cómodamente en el Trono de David. No se trata de los honores y reverencias que recibiría la Reina-Madre. No se trata de ropas finas y elegantes y de coronas reales.

 

Se trata, por el contrario, de lo inexplicable, de lo imprevisible, de lo incomprensible, de lo inabarcable. Por eso, decimos que se trata de una experiencia inefable: ¡No hay palabras para acercarnos! Lo que dice el relato del diálogo entre María y el Arcángel San Gabriel resulta poco informativo. Es como periférico. Da la vuelta alrededor de la Luz, pero no llega a la Luz. Es prácticamente un relato anecdótico.

 

κεχαριτωμένη [kejaritomene] “Favorecida con toda la Gracia estable de Dios” El Ángel le dice que Ella está totalmente repleta del Amor de Dios, que ha sido preparada, purificada, limpiada, y que ese proceso es un “empaque al vacío” eterno, perfecto, que nunca se debilitará, que conservará esa condición de plenitud “por los siglos de los Siglos”. Alcanza a insinuarle, sin entrar en filosofías, ni en categorías “intelectuales”, que no habrá participación humana en la paternidad; será de los más simple, Πνεῦμα Ἅγιον ἐπελεύσεται ἐπὶ σέ, καὶ δύναμις Ὑψίστου ἐπισκιάσει σοι· “El poder del Altísimo te cubrirá con su Sombra” Para nosotros la palabra clave aquí es ἐπισκιάσει [episkiasei] de las raíces epi: “sobre” y skiazo “echarle sombra”, “eclipsar”.

 

Durante la Eucaristía hay un momento metafórico, es el momento en que el Sacerdote coloca las manos “sobre” las especies del pan y del vino, para “hacerle sombra”. Esa sombra no es la que obra la “transustanciación” sino el “poder” del Espíritu Santo, pero con elementos materiales y concretos de nuestra realidad, se evoca lo que de ninguna otra manera podríamos “entender” de lo sacramental. La Unción sacramental que ha recibido el Sacerdote, le otorga la capacidad de intermediar semejante “prodigio”.

 

La sombra que cubrió a la Virgen Santísima debió ser totalmente invisible, ella no podía ser mínimamente eclipsada. La expresión “sacramental” nos deja ver cómo obró Dios en Ella Ἰδοὺ δούλη Κυρίου· Ella da el paso al frente y se pone a disposición. Su respuesta es de dulcísima sumisión, se ofrece como “esclava”. Le toca a Ella el turno de pronunciar su propio “Heme aquí”. Y ella “admitió”, pronunció el permiso, el asentimiento: γένοιτό μοι κατὰ τὸ ῥῆμά σου. “Hágase en Mí según tu palabra”

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