Hch
14, 5-18
El
Evangelio le trae la curación a un “impedido de pies”.
Se
calcula que lo que vamos a leer hoy de los Hechos, acaeció por allá en los años
47-48 de nuestra era. Cuando llegaron a Licaonia, ¿a qué actividad se dedicaron
Pablo y Bernabé? ¡A predicar el Evangelio!
En
este co-texto, encontramos al “cojo de nacimiento, impedido de pies”. A quien
Pablo ordenó ponerse de pie, y empezó a andar. La gente estaba muy sorprendida,
y siendo “gentiles”, inmediatamente pretendieron identificar a Pablo y Bernabé
con Hermes y Zeus, respectivamente. Un sacerdote de Zeus, trajo toros y
guirnaldas para rendirles adoración. En cuales se vieron ellos dos para
contener a la gente, mostrarles que eran simples humanos y predicar la Buena
Noticia del “Dios Viviente” y conminarlos a abandonar la idolatría.
Aquí,
la dificultad con la que se encontraron fue la conciencia mítica y mágica del
mundo pagano, que los hacía proclives a reducir la interpretación de los hechos
a pura mitología. Se descubre aquí, una clave de la importancia de los
evangelizadores, que, con sencillez y modestia, corrigieron la interpretación y
presentaron a Jesús, como era competencia de su Misión.
Vemos,
sin embargo, que la predicación de los emisarios de la Buena Nueva, está acompañada
y respaldada por el poder Divino, para poder sanar a los “inválidos”, y llevar
vida y sanación como instrumento de aval al Anuncio. Estas “sanaciones” son
imagen del contenido profundo de la “Buena Nueva”, hablan de dar fuerzas al que
está postrado, de capacitar al que está paralizado.
La
idolatría es una cadena que espontáneamente aceptan los que no han tenido
ocasión de ver el Rostro Liberador de nuestro Señor Jesucristo. En su
“desinformación” consideran la “fuerza sanadora” como un producto de seres “maravillosos,
y, sin embargo, puramente ficticios”, que ellos “tradicionalmente” venían
venerando. Observemos -lo que es evidente, pero que a veces se nos pasa- Pablo
y Bernabé no llegaron allí para sanar enfermos y luego, ponerse a anunciar el
Evangelio; llegaron y se pusieron -como decimos popularmente, “a lo que venimos
vamos”- sin mediar reposo, a la Predicación. Así, el Evangelizador cumple una
misión que es “poner al alcance” la verdadera identidad del Creador-y-Salvador,
del Dios Amoroso que sufre con nuestras debilidades y extravíos y quiere que
podamos enderezarnos y de un salto ponernos derechos sobre nuestros propios
pies. Quiere “levantarnos”.
Sal
115(113b), 1-2. 3-4. 15-16
Este
es un Salmo de la Alianza. Se trata de una “renovación de votos”. Nosotros ya
no tenemos tan a la vista lo que es una Alianza. Al leer los libros de historia
a veces nos encontramos con este tipo de “convenios” entre países y sus
gobernantes, que se alinean, para enfrentar otro u otros que a su vez se han
aliado para atacar, también en los libros de “negocios”, encontramos las
alianzas comerciales y productivas). La Alianza conlleva una negociación, una
instancia “parlamentaria”, en la cual las partes ponen sobre la mesa sus
intenciones y propósitos. Luego, cada parte llama a la/las otra(s), a la
“seriedad” y a la fidelidad a lo convenido. Y, concluyen con un apartado que es
prácticamente el momento de juramento al compromiso, que incluye mencionar las
beneficios y maleficios que sobrevendrán con el cumplimiento/incumplimiento de
la Alianza, es el momento de “firmar” la Alianza.
Se
han encontrado antiquísimos documentos que dan cuenta de este tipo de
conversación-negociación y de los pasos que comprendía.
En
la primera estrofa propone pactar la Alianza, no tanto por nuestra
conveniencia, sino porque otros pueblos, los neo-paganos, reciban las
evidencias del Poder Divino y Le den Gloria. Que no les quepa duda, que no
anden preguntando burlones e irónicos: ¿Dónde está su Dios? Esta pregunta no
habla de que no exista Dios, habla de que su Poder es ínfimo. Que se hagan
visibles tu Amor, Señor y tu Fidelidad como constancia del cumplimiento de Tu
Alianza.
La
segunda estrofa confronta a los dioses paganos que son factura de metal -quizá
metales preciosos- pero eso no demuestra ni poder divino, ni verdadera
existencia. En cambio, nosotros podemos contestarles rotundamente la pregunta.
¿Quieren saber dónde está nuestro Dios? ¡Nuestro Dios está en el Cielo!
En
la tercera estrofa, les toca el turno a los sacerdotes -que hasta ahora han
callado- y piden que Dios derrame sus Bendiciones. Desde el Cielo, desde allá
en su Castillo Real, envíe a la tierra el flujo de su Poder y Majestad, a la
tierra, nuestra humilde morada, que se ha entregado a los “hijos de Adán”.
Atención que se ha dado un salto del firmamento, aire, nubes, cuerpos celestes,
aves y satélites; se ha pasado al Cielo de La Trascendencia, la Divina Morada.
Nótese
que el centro general de este Salmo conforme se ha organizado la perícopa, es
el Nombre del Señor, y, el mensaje gira alrededor de su Glorificación.
Jn
14, 21-26
“Te
amo”, dice el pretendiente, ¡te amo de verdad! Le garantiza este Romeo. Aun
cuando la expresión goza de un tiernísimo valor poético, se queda uno pensando,
¿qué querrá decir eso? ¿a qué se estará refiriendo este muy romántico
personaje?
Es,
cuanto menos interesante, que, los votos conyugales dicen: “prometo serte fiel
en las alegrías y en las penas, en la salud y la enfermedad, todos los días de
mi vida”. ¡Eso si es una Alianza! ¡Paradigma de Alianza!
Hoy
Jesús, en su discurso llega al punto de plantear lo que cada uno ha de estar
dispuesto para sellar la Alianza con Él, nos muestra el “camino” para pasar de
las palabras melifluas a la Fe: A nosotros nos toca, “tener y guardar” los
mandamientos. El por su parte, se comprometa a amarnos y nos enviará el
Espíritu Santo.
No,
Jesús no juega aquí con promesas etéreas. El pide y ofrece una fidelidad muy
bien definida. Ofrece dar El Consolador y pide -como expresión de la verdad de
nuestro amor- el fiel cumplimiento de sus ἐντολάς [entolas] (plural de ἐντολή [entolé]) que
significa “encargo”, “propósito”, “objetivo”, “mandado”; siempre lo traducimos
como “Mandamiento” pero le recortamos el significado a “Diez”, lo reducimos a
“Decálogo”, y soslayamos que Jesús nos entregó otros “encargos”, de los cuales
se debe traer siempre a escena
a) El
Mandamiento del amor.
b) El
amor al prójimo.
c) Lo
que implican las bienaventuranzas.
d) El
mandamiento del servicio, simbolizado en el Lavatorio de pies.
e) La
“oblatividad”, valga decir, la capacidad de sacrificio, de negarse a sí mismo,
por el bien de los demás.
Lo que no significa, ¡Nunca! óigase bien, ¡nunca! Dejar de
lado alguno de los Mandamientos del Decálogo. Todos ellos eternamente válidos,
todos ellos venidos junto con el Inenarrable Amor Divino.
Que no se nos vaya a pasar que, en el planteamiento de esta
Alianza, conforme nos la presenta Jesús en esta perícopa, hay otro compromiso
que Él hace: “me manifestaré a él”.
¿Cómo se nos manifestará? Podríamos pensar que el Amor de
Dios está por ahí flotando en el aire, pero sólo si viene el “Enfermero”, el
“Especialista”, y nos aplica la “inyección”, nos “canaliza”, entonces todo ese
Amor entrara en nosotros, correrá por nuestras venas, se aclarará en nuestro
ser, y se hará Luz en nuestra Vida, y entraremos en la condición propicia para
que nos “haga Efecto” todo el Amor que se nos ha donado en Jesucristo nuestro
Salvador.
Esa Ley Cristiana está gravada en nuestro corazón, pero requerimos una especie de “Traductor” que nos la haga accesible: El Παράκλητος [Parakletos] “Consolador” hará que Ese Alimento sea “Vitamina” eficaz de nuestra existencia.
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