Hch 13,
26-33
Hay
dos discursos muy bien estructurados, dos perlas en el Libro de los Hechos de
los Apóstoles, muy bien desarrollados. El de Pentecostés (2, 14-36) y este, de
la predicación sinagogal en Antioquía de Pisidia (13, 14-43). Bernabé y Pablo,
al chocar contra la reticencia y la animadversión de los judíos, que no
prestaban oídos, resolvieron dirigirse a los paganos, recogiendo una enseñanza
de Isaías: (Is. 49, 6) que los animaba a
ir hasta los mismísimos “confines de la tierra”.
Podríamos
fácilmente detectar las ideas centrales de esta alocución: la “Salvación”, el
“perdón de los pecados”, temas muy coherentes para dirigirse al auditorio
judío. El enfoque se ha decidido -en orden a ideas propias de este auditorio,
que podía llegar a ver en Jesús, al Mesías descendiente del linaje davídico, y
como podemos ver, desde el inicio, Pablo se remonta a más atrás, hasta el mismo
linaje de Abrahán. En este texto, a los prosélitos se les denomina “los que temen
a Dios”.
Algo
que pone al descubierto este discurso es que los judíos no pudieron descifrar
el sentido de las enseñanzas de los profetas que usualmente había repasado una
y otra vez en las Sinagogas los sábados.
Volviendo
sobre el kerigma se señala en el discurso que Jesús, una vez muerto, fue
descolgado de la cruz y conducido el sepulcro, de dónde Dios mismo lo rescató.
Después
de su Resurrección el Señor se les manifestó en repetidas ocasiones -los que,
habiendo venido de Galilea, lo acompañaron en la agonía y la crucifixión y
muerte- donde los había emplazado a reunirse, antes de morir.
Y,
luego, retoma el Salmo 2, citando el verso 7 בְּנִ֥י אַ֑תָּה אֲ֝נִ֗י הַיֹּ֥ום יְלִדְתִּֽיךָ׃
[ban ni at tah ani haw yo um ye lod ti ka] “Tu eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy”.
Sal 2, 6-7.
8-9. 10-11 y 12a.
Hay
Salmos (7, por los menos) que se refieren a Dios como el Verdadero y Único Rey.
El Sal 2 pertenece a esta categoría. Israel nunca pensó en el rey como dios, en
cambio, reconoció en Dios a su Legitimo Rey. Su reinado ni tendría fin, y
tampoco límites: Su dominio estaba demarcado por los “confines de la tierra”.
El presente salmo es un “discurso desde el Trono”.
Nos
parece tan importante que no podemos evitar repetirlo, que no se trata de una
entronización, porque Dios está desde siempre y por siempre entronizado. Sino
que se construye, siguiendo en paralelo una entronización.
Este
salmo está conformado por 12 versos. De ellos se toman 6 y medio, para
organizar la perícopa que será proclamada. Con ellos se organizan tres estrofas:
En
la primera se declara que Dios mismo ha delegado su Rey en Sion. Y ha hecho
proclamar el reconocimiento de Su Propio Hijo a quien Él ha engendrado, en
momento definido.
En
la segunda estrofa hace entrega de su potestad sobre las diversas “naciones”,
ellas entendidas como pueblos, con sus hablas propias y sus culturas
determinadas; este Rey, usará su Cetro de Hierro para disolver las fronteras y
los límites de pueblo a pueblo, como si hubieran sido delimitaciones hechas con
barro cocido. Dios no conoce fronteras, convienen ratificarlo: toda frontera es
un capricho humano.
En
la última estrofa de la perícopa, conmina a los reyes terrenales a plegarse
ante el Rey que Él ha designado. Puesto que es “Su Elegido”, llamándolos a la
sensatez.
Es
fundamental entender que aquí no lo ha engendrado porque lo haya puesto en un
vientre de mujer, sino porque lo ha sacado del mismísimo seno de la tierra
resucitándolo.
Jn 14, 1,6
Existe
una suerte de nerviosismo, de inseguridad humana, cuando nosotros no nos
cimentamos en el Señor. El camino a seguir, es siempre una encrucijada. Miramos
la ruta y sólo alcanzamos a distinguir un gigantesco signo de interrogación.
Jesús
nos reconforta, nos tranquiliza, nos infunde un ánimo sereno. Él va delante
para ir a amoblarnos nuestra residencia eternal. Él ha trazado un proyecto y ha
deletreado la historia de nuestra fragilidad para sacar de ella una fortaleza
inconmovible. Él es nuestro Alcázar, nuestro Refugio, nuestra Atalaya. No hay
que preocuparnos a lo “Tomás” por el mapa o por el GPS. Él es, también nuestra
brújula. Dejémonos guiar, Él sabe bien por donde nos lleva, Él sabe bien a
dónde hemos de llegar; Él va cuidándonos de los lobos, y no dejará que se
pierda ni uno solo de los que el Padre le ha entregado. Sino sólo “el que se
había de perder”, el de la traición, el discípulo del Maligno.
¡Creamos
en Dios y aceptemos a Jesús, su Unigénito! Rey de reyes, Señor de señores.
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