Hch
4, 32-37
El
hagiógrafo -San Lucas- nos presenta una descripción de la Comunidad-
condensándola en una fórmula: “tenía un solo corazón y una sola alma”. Era una
comunidad cuya solidaridad les había permitido alcanzar la “unanimidad”; allí
donde se da la unanimidad, se salvan de salida las discusiones, las
divergencias, el sectarismo, el grupismo. Esta unanimidad se expresaba en un
carisma que borraba todo tipo de egoísmo, y de avaricia personalista. “lo
poseían todo en común”. Supuesta esta condición de koinonía, se daban las
condiciones para que “no hubiera necesitados”. Los apóstoles eran los
encargados de administrar y enfocar la destinación de estos fondos que se
recababan entre todos. La unanimidad trasparenta la Presencia del Resucitado.
En
la actualidad hemos viralizado otro tipo de relación, ¡todos somos y todos
pensamos diferente! Si en una habitación hay cuatro personas, suponemos -como
punto de partida y base lógica- que habrá 4 posiciones discordantes. Atención a
la palabra “discordante” que significa “corazones diferentes”: Babel llevado a
su máxima potencia. Y nosotros mismos -so capa de impulsar la “inclusión”-
operamos a partir de esta misma premisa. E incurrimos, muy seguro que por
ingenuidad- en la ideología del “individualismo”, estimulando lo que constituye
la razón de ser del único-enemigo: “la división”. Se produce un paulatino
alejamiento de la fe, y una progresiva eliminación de nuestra “imagen y
semejanza”. ¡Cuán democráticos somos!
La
perícopa de hoy concluye señalando el ejemplo de un levita chipriota -Bernabé, “hijo
de la consolación”- que era dueño de un campo, y lo vendió para poner ese
dinero, también él, a disposición de los apóstoles y para el bien de toda la
comunidad creyente.
Además
de la simpatía que desataban, los creyentes se habían atraído la admiración por
el mucho valor con el que daban testimonio de la Resurrección del Señor.
Sal
93(92), 1ab. 1c-2.5
Salmo
para acompañar el cortejo real que marchaba hacia la entrega al “monarca” de
los emblemas reales y a la presentación de armas por parte de su ejército. En
la primera estrofa de la perícopa proclamada hoy, nos llama la atención y nos
enfoca en la Vestimenta Real, uno de los emblemas reales. Es indudable que por
su porte y su elegancia distinguimos al Rey.
Miremos
el Segunda Estrofa: En la Realeza de Dios, el Atuendo es la firmeza del cosmos,
que ha sido cimentado para siempre. La
Creación no titubea, el Cosmos -quizás a alguien le parezca verlo tambalear,
pero no nos cansamos de ver como recompone su estabilidad, y guiado por la
Misericordia, se restaura. Su ecuación entraña la recomposición autónoma de los
valores reparadores.
¿Con
qué atuendo asistiremos al Templo a rendir honores a su Eterna Majestad? ¡No lo
dudéis, con las galas de la Santidad! Nos acicalaremos con el traje de la
fidelidad a sus Tiernos Mandatos. Nuestras Galas serán siempre las Vestimentas
Blancas del Bautismo, lavadas en la Sangre del Cordero.
Jn
3, 7b-15
¡Cuántas
veces nos habrá ocurrido que percibamos el ulular del viento, pero -a falta de
una veleta- no podamos determinar su dirección! También, en muchas
oportunidades, una veleta, o una tira de tela o un gallardete de papel nos
permite determinar la dirección -provisional- del viento pese a lo cual, no
podemos saber, en sus caprichos, cuantos segundos más tarde, el viento cambiará
completamente de dirección. A veces, hasta los meteorólogos apoyados en su
instrumental y en la información satelital, no logran precisar -al final de
cuentas- para donde ira la ráfaga… Los hijos del “espíritu”, llevan en sus
venas este ADN, de la sorpresiva, variable e impredecible multidireccionalidad.
Ciertos
saberes, quedan -para nuestros sentidos- completamente a trasmano. No sabemos a
dónde van las exhalaciones del “viento”; tampoco, podemos comprender el
encadenamiento de los sucesos espirituales. Escasamente -y dentro de un margen
muy limitado- podemos hablar de las cosas de la carne, las cuales -aun cuando
somos de la carne- nos cuesta entender. Mucho mayor es nuestra limitación para
los saberes del espíritu. Es Jesús, Quien viene de lo Más-Altamente-Espiritual
Quien nos puede dar razón. Es Él quien ha estado Allí, es el Quien conoce la
Voluntad del Altísimo, para Él, nada de lo Celestial es misterioso. Deberíamos
saber aceptar su Palabra y no dudar de su Revelación. Él conoce el Secreto de
la Misericordia, Él sabe descifrar Su Gigantesco Amor.
De
nada nos sirve y para nada nos vale aprender de memoria los largos códigos y
los detallados catálogos legales; vano y estéril será el esfuerzo si solo
evitamos infringir la Ley y no alcanzamos a sembrar las semillas del Amor. Levantar
a Jesús en la Cruz, sintonizar con ese ímpetu que lleva a Jesús hacia las
Alturas, es apenas iniciar una tendencia. Pero, será el Padre quien lo haga
sentar a su Derecha. Nosotros, en nuestra contemplación podemos volver nuestra
mirada hacia Él, procurar no perderlo de vista, conscientes de que al mirar la
Serpiente de Bronce sanaremos de la picadura mortal y ganaremos Vida Eterna. Cómo
expertos marinos, debemos estar atentos a ver por dónde sopla el Espíritu-Amor,
para tender el velamen y aprovechar al máximo su ímpetu.
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