Hch 3,1-10
Los doce primeros capítulos de los
Hechos de los Apóstoles los llamamos “el ciclo de Pedro”. Los versos 1-2 del
capítulo I, nos dan una suerte de prólogo, los verso 3-5 en una de las presentaciones
del Resucitado, les ofrece -recordándoles que se los había prometido- que van a
ser bautizados con Espíritu Santo. Luego, en los versos 6-7, encontramos la
Ascensión de Jesús. Los versos 12-14, nos relatan el regreso de los discípulos
a Jerusalén y su permanencia en oración en el ὑπερῷον [uper-oom] “aposento alto”, el “piso de arriba”, “la sala
en el segundo piso”.
En el capítulo II, tenemos el
Pentecostés y el solemne testimonio kerigmático de Pedro y los Once, conforme
lo hemos leído anteayer y ayer. Con el paso al capítulo III -y hasta el
capítulo VII (miércoles de la III Semana de Pascua), estaremos reflexionando la
Misión de los discípulos en Jerusalén, que es el primer círculo de la
“expansión” misionera que está destinada a dilatarse paulatinamente hasta
alcanzar los confines del mundo.
Pedro y Juan van al templo, para la
oración de la hora ἐνάτην [enaten] “nona”, como
las 3 de la tarde, para nosotros. Ven que vienen cargando a un lisiado de
nacimiento -se nos informa en el texto que lo ponían a mendigar en la Puerta
Hermosa- (su hermosura no consiste en que sea muy bien hecha, o decorada con
finos detalles o forjada con arte; ¡no!, la palabra que se usa es Ὡραίαν [Oraian] que alude a la ὥρα [ora] “hora”; su hermosura consiste
en lo “oportuna” que es, en el “tiempo”, en el “momento adecuado y oportuno”,
en “la justa ocasión”, como cuando Jesús dice que “ha llegado la hora”, como
quien dice “por fin el tiempo humano concuerda con el tiempo Divino”); era la puerta que
comunicaba el patio de los gentiles con el patio de los judíos, o sea que
mendigaba a los judíos y no a los gentiles, que podían darle monedas de la
gentilidad -que eran impuras y comunicaban la impureza a quienes las tocaran-;
les pide limosna esperando recibir algo en “metálico”, Pedro -en cambio- no
pretende darle dinero, puesto que eso lo deshonraba más, agravando su condición
de “invalido” que se suponía ya, era resultado de algún pecado suyo o de sus
mayores y su condición era leída como fruto del enojo del Cielo.
Muchas veces pasamos por alto el valor
tan inmensamente significativo de acciones que construyen la comunicación
interpersonal. Todos sabemos lo que implica “no mirar” a alguien, lo que
llamamos “ignorar” a esa persona, hoy se aplica mucho en la comunicación con
teléfonos móviles, cuando “nos dejan en visto”. ¡Pedro fijó su mirada
intensamente en él y le conmino para que le correspondiera! Está estableciendo
el nexo de la comunicación con el propósito de que él se dignifique, que entre
en el proceso de autovaloración, que sea consciente de que “es alguien”.
El Segundo paso consiste en πιάσας [piasas] el
“con-tacto”, la palabra supone un contacto con mano firme, no es un roce, ni un
simple tocar, es un sostener, sujetar, obrar con mano firme que trasparente el
poder que conlleva. Inmediatamente evocamos a Jesús y su contacto con el
“leproso”, sin reparar en posibles contagios, sin cuidarse de pureza-impureza;
desvalorando toda la prejuicialidad que se venía tejiendo para “aislar”,
“alejar”, “separar”; no hay alternativa, tenemos que conectar aquí con la
palabra “fariseo” del arameo pĕrīšayyā, y esta del hebreo pĕrūšīm 'separados
[de los demás]'. Se rompe la fraternidad, se destroza la solidaridad, se arruma
al “despreciado”, se le hiere en el alma. Tocar -por el contrario- sana,
restaña el desangramiento, masajea, acaricia, acerca, projimiza y evidencia la
projimidad (proximidad), incorpora, hermana. Este lenguaje lo aprendió Pedro de
Jesús.
Aún hay otro “acto”: ἤγειρεν
[egeiren] “levantarlo”, “resucitarlo”, “despertarlo”, sacar de su
postración”. Aquí más que una actuación que cambia la relación espacial, un
desplazar “hacia arriba”, nos encontramos con un gesto “prodigioso”, de un daño
físico permanente e incurable, a la persona le sobrevienen unos efectos que sólo
venidos de Dios se pueden producir, a saber, a) fortalecérsele los tobillos y
los pies, b) ponerse de pie ¡de un salto!, echar a andar y entrar al Templo por
propio pie con brincos: todo esto tiene una “música de fondo”, “dando brincos y
alabando a Dios”.
Nuevamente hemos de declarar: nada de esto viene de Pedro y
Juan, todo se da y tiene su fuente en el “Nombre de Jesús Nazareno”. En el
Nombre significa “por su Autoridad, Potestad y Soberanía”.
Todos los que pudieron verlo quedaron θάμβους [thambous] “estupefactos” y ἐκστάσεως
[ekstaseos]
“estado que hace comprensible aquello que de otra manera no se podría
entender”.
Sal 105(104), 1-2. 3-4.6-7. 8-9.
“Yo
soy hoy lo que soy, porque Tu Palabra ha ido delante de mi despejando el camino
y quitando peligros. Tu palabra es mi biografía”.
Carlos
González Vallés, s.j.
Este Salmo tiene su anclaje,
precisamente en el Santo Nombre. Inicia convocando a un ejercicio invocatorio.
Es una Salmo de Renovación de la Alianza. Toma ciertos personajes de la historia
de Israel y los emplaza, como llamando a rendir testimonio a las figuras
cimeras del pueblo elegido. Vocaciona ante el jurado a Abraham, a José, a
Moisés, y -remite al Éxodo como evento que jalonó su historia, cuando bajo Su
Liderazgo los condujo a la Tierra Prometida.
¿Cuál es la Alianza que se refrenda? La
orden de respetar a sus Ungidos por el camino que ellos tendrán que recorrer.
La Palabra que conjurará a los adversarios y contendrá a los atacantes es “Su
Santo Nombre”.
No se gloriarán en nada diferente al
Santo Nombre de Dios que ha hecho Alianza con ellos. Habrán de recurrir al
Señor y su Poder, porque a otro auxilio que recurran los llevará a equivocar el
camino y a errar el blanco. Confianzas diferentes los hará frágiles y los
conducirá a la debilidad y la derrota.
La Alianza que se está rememorando y
renovando es la Alianza que YHWH hizo con Abraham, juramento de Dios a Isaac.
Es la Alianza casada con el linaje de Abraham, con la estirpe de Jacob, su
elegido. Esa Alianza permanece en la Mente y el Corazón de Dios, que no olvida
nunca la Palabra empeñada.
Lc 24, 13-35
“Camino de Emaús”
Vamos a acompañar la Eucaristía
apoyándonos en esta perícopa de San Lucas:
¿Cuándo se celebra la Eucaristía?:
“Aquel mismo Día, el primero de la semana” (v. 13).
El inicio de la Eucaristía es la
procesión que lleva al Sacerdote hasta el presbiterio, justo hasta la “Sede”:
(vv. 13-18).
Suceden ahora, las Lecturas: (vv. 19-24)
Viene, luego, la homilía. (vv. 25-27).
En los versos 28-30 se da la
presentación de ofrendas, la plegaria Eucarística y la Comunión con el Pan de
Vida. Finalmente, (v.31) los ritos conclusivos que incluyen la bendición final.
¿Cómo ha de quedar nuestro corazón
después de haber asistido a esta maravillosa celebración? Incendiado por las
Palabras que son Palabras de Dios y Palabras del Señor, y además por la
homilía, dónde el propio Señor nos ha explicado su Mensaje.
Ha sido el propio Resucitado quien ha
Presidido la celebración de la Primera Eucaristía, después de que Esta fuera
instituida en la Última Cena.
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