Hch
5, 34-42
Aparece
un personaje fariseo, nieto del Rabí Hillel -celebre por haber establecido una
escuela de estudio de la Torah, opuesta a la tendencia rígida de Rabí Shammai-.
Su nombre era Gamaliel, que significa “presea de Dios”. Gamaliel, doctor de la
Ley -presenta un argumento razonado- para detener la persecución del
cristianismo naciente: Primero evoca a un tal Teudas que se levantó en rebeldía
y juntó aproximadamente cuatrocientos hombres, lo ejecutaron, y todo el
movimiento se vino a tierra. Luego, trae a cuento a otro rebelde, Judas el
Galileo, que acaudilló a mucha gente con su movimiento y, que, al morir, dio pábulo
a la extinción de su rebelión.
Partiendo
de esas premisas, Gamaliel aconseja que no se metan con los apóstoles, porque
si lo que hacen es algo simplemente humano caerá por su propio peso, pero si su
accionar está respaldado por Dios, significaría que ellos están oponiéndose
precisamente a Dios, rivalizando con Él, y a Él no le podrán ganar.
Le
dan la razón y resuelven liberarlos, pero -acostumbrados como están a ejercitar
su crueldad- no simplemente los dejan ir, sino que antes los azotan. Así ellos
no se quedan por fuera en ser de los que, ejercen el poder con dosis dadivosas
de violencia; y así les prohíben el anuncio del Evangelio. Repasemos lo aprendido ayer en la Primera Lectura: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29a).
Por
su parte, los discípulos se van alegres porque ganan el puntaje celestial de
los que sufren por la construcción del Reino del Mesías. Y, no se detuvieron,
sino que sagradamente, como responsabilidad cotidiana, enseñaban sobre Jesús en
el Templo y también a domicilio.
Sal
27(26), 1bcde. 4. 13-14
En
Rm 8, 31 San Pablo ya nos dice que «¿Qué más podemos decir? Si Dios está con
nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» De alguna manera podemos aseverar que
esta frase paulina sintetiza el mensaje de este Salmo, que es un Salmo del
Huésped de Yavé. Dios le da a saber al “Levita”, que aquel que vive en el
Templo y ha consagrado su vida a servirle- tiene la mejor parte de la divina
Heredad.
En
la primera estrofa se dice que -en resumen- no hay nada ni nadie que temer.
Dios es nuestro perenne defensor.
La
segunda estrofa donde se pide una sola cosa, lo único que hay que pedir, lo
único que vale la pena: Habitar en la casa del Señor
La
tercera estrofa es una conclusión que aquieta, da un vistazo al añorado futuro,
al plano escatológico, habitar junto con Dios, en el país de la vida, continuar
siendo huésped de Dios por los siglos de los siglos. Entre hoy, y el desenlace
sin fin, está el optimismo que nos asiste, esa presencia de ánimo que acompaña
a quien confía en el Señor. La firmeza de la Esperanza es nuestro estilo de
vida más característico.
Jn
6, 1-15
Lo
que resta del mes nos ocupará el capítulo 6 del Evangelio según san Juan
(excepto el jueves 25 cuando celebraremos la memoria litúrgica del evangelista
San Marcos, y leeremos una perícopa de su Evangelio.
La
perícopa inicia con una discontinuidad espacial: estábamos en Jerusalén, ahora,
Jesús ha pasado al otro lado del mar, súbitamente estamos en Galilea, de Tiberiades
Hay un cambio de marco espacial que indica claramente que aquí comienza el
Nuevo Éxodo: Jerusalén, como vimos en la lectura de Jn 3 -regentada desde el
Templo por el partido de los saduceos que hegemonizaban el Sanedrín- se había
convertido en el Nuevo Egipto; era preciso -de nuevo- sacar el pueblo de la
esclavitud, pero, muy especialmente, lograr que se sacudieran de la conciencia
de esclavos. Se nos informa que Jesús subió al Monte, para indicarnos la
similitud con Moisés que subió a recibir la Tablas de la Ley, pero ahora, Dios
no entregará una legislación, se va a entregar a Sí-mismo, para ser comido.
Hay
un paralelo entre dos mundos: de un lado tenemos el mundo de la carne, donde se
compra, donde se trata de resolverlo todo con dinero y -de otro lado- el de las
realidades del espíritu. Se nos está hablando de una realidad integral, pero
nosotros queremos leerla desde una ideología esquizofrénica: de un lado el
espíritu y de otro lado la carne.
Jesús
cambia su foco de atención: eleva los ojos sobre la “multitud” que se agrupa y
le pregunta a Felipe (“el que ama los caballos”, que es el significado de su
nombre) ¿Πόθεν [pozen] “de dónde” compraremos pan para que todos
coman? Felipe se pone entonces a hacer contabilidad y presenta una cuenta así
“por encima”, un cálculo aproximado…
Pero
Jesús está pensando en el banquete Eucarístico, en el ágape, en congregarnos en
torno al Pan para que seamos verdaderos “com-pañeros”. El pan siempre presenta
la dualidad de “la tentación”, decir pan es decir ser tentado por la ambición
de tomar la “mejor tajada”; nosotros no pensamos que “No solo de pan vive el
hombre” (cfr. Mt 4,3), sino “dame primero el pan, que todo lo demás es
superfluo”; o -en otras palabras- “barriga llena corazón contento”. Y ¿la
espiritualidad del comer? Para qué, ¡después de comer viene la “siesta”. (La
hora siesta es una elisión de la palabra “sexta”, la hora en que hace más calor
y se infunde modorra, que es un letargo, un sopor, una pesadez que impide
pensar… mejor dormir). El Tentador, cuando Jesús sintió hambre le propuso: «Si
eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan.».
En
vez de mirar hacia abajo, buscando las piedras, mira al “muchacho” -(παιδάριον [paidarion] palabra que en griego es la misma para “Siervo”)-
que le presenta Andrés (viene del griego ἀνήρ
[anḗr] "hombre"), el hermano de Simón-Pedro. Es interesante ver el
papel que juegan los discípulos, no simplemente están allí, sino que es claro
que Jesús aprovecha para aplicar su pedagogía, les pregunta, los consulta, lo
acompañan, aprenden por testificación, acomodan a la gente, los hacen recostar,
para que sean huéspedes del banquete eucarístico, los organizan en “pequeñas
comunidades”, evitan que “nada se pierda”, ni nadie, porque gracias a su acción
todos se sienten acogidos, miembros de la “comunidad”. La palabra recoger hace
pensar en la palabra “sinagoga” que viene del griego, juntar, recoger, reunir;
pero también en la palabra ecclesia
“Iglesia”, que
significa “los congregados”, los que han sido “convocados”. Así podemos pensar
que los discípulos están allí para aprender a ser Iglesia, escuela de sinodalidad.
Aprender del ejemplo de Jesús que no toma para Sí, sino que διέδωκεν [diedoken] que proviene del verbo διαδίδωμι [diadidomi] “partir-dar”, “repartir”, “distribuir”. Nótese que no reparte así no más, sino una vez εὐχαριστήσας [eucharistesas] “ha dado Gracias” a Dios. Les da el pan-Eucaristizado.
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