Hch
9, 31-42
Pese
a los gérmenes de catolicidad -en el sentido de no-discriminativo- que ha infundido
el Espíritu Santo en las comunidades de la Iglesia naciente, todavía se dan
ciertos rezagos de aquellas antiguas y muy tradicionales separaciones. Vemos
que Felipe (el diacono, porque hay que distinguirlo de Felipe el Apóstol), se
dirige principalmente a los helenistas, mientras que hoy tenemos un episodio
donde la actuación de Pedro se dirige a los hebreos.
En
la perícopa se puede distinguir dos situaciones diversas y claramente
delimitadas. Hasta el verso 35 (Hch 9, 31-35) tenemos la curación de Eneas, el
paralitico, en Lida. Y en Hch 9, 36-42, la revivificación de Tabita (Gacela)
una generosa tejedora de mantas y vestidos que socorría a los necesitados, en
la ciudad de Jaffa. En ambos episodios esto sirve de base para el crecimiento
numérico de la Iglesia y para la extensión de la fe en el Señor por parte de
muchos.
Todo
lo que va contra la vida, todo lo que recorta la dignidad de sus hijos, el
Santo Nombre de Dios lo proscribe.
Sal
116(115), 12-13. 14-15. 16-17
El
salmo 116 (de la numeración masoreta) reúne dos de la numeración litúrgica el
114 y el 115. Muchas veces se ha recurrido a llamar 116A al salmo masoreta que
en liturgia se numera 114; y, 116B, al 115 de la numeración litúrgica. Conforme
a este criterio, la perícopa proclamada hoy, se refiere al salmo 116B. Es (en
ambos casos) un salmo de Acción de Gracias.
El
salmista se interroga ¿con qué acto de gratitud podrá mostrar su agradecimiento
al Señor. Y se responde, “alzando la copa de la Salvación”. Este gesto de
“alzar la copa” entraña dos cosas: a) hacer el brindis, y b) presentarle a Dios
el vino a beber, para que Dios lo consagre con su Misericordiosa Bendición.
Para desambiguar absolutamente el gesto, lo acompaña de unas Palabras que
clarifican: ¡Invoca el Nombre del Señor!
Mucho
cuidado con las ideas simoniacas. A veces se ha traducido “¿cómo pagaré
al Señor todo el bien que me ha hecho? Y, adviértase que Dios no entra en la
dinámica mercantilista, Él no es cosa, ¡no es mercancía! No podemos comprarlo
con ningún tipo de moneda, ni siquiera con oraciones. ¡Podemos adorarlo! Claro
que sí. Pero no para “pagarle” nada, sino para sembrar en nuestro pecho la
admiración por Su Grandeza. (tampoco lo compramos con “piropos”, pero se le
puede piropear para infundir en nuestro “entendimiento” que Él compendia la
Maravilla, nunca para pretender manipularlo).
Ese es el “problema” que tiene la magia, que pretende “dominar” a Dios,
“manejarlo”.
Ya
sabemos que la Alianza alude a unas nupcias, tiene mucho sentido ofrecer el
cumplimento de los votos (conyugales) en el contexto de unas bodas o de una
renovación de las promesas matrimoniales. Más, la copa de la Salvación se ha
llenado con la Sangre Sacrificial derramada. La victima ha puesto toda su
Sangre, (Sangre que es sinónimo de “vida”), para hacerla Sangre Vivificadora
(Redentora), pero al entregar la Sangre, va a morir, cada fiel que muere, hace
llorar a Dios-Padre, Él no es indiferente al dolor de ninguno de sus לַחֲסִידָֽיו “fieles”, “santos”, “píos”. Lo llora con
lágrimas de su Propia-Sangre-Paternal.
Es
admirable cómo el salmista sabe reconocerse עָ֫בֶד [ebed] “siervo” que inmediatamente nos trae a la mente la figura de
Jesús lavando los pies de sus discípulos. Se llama también a sí mismo “hijo de
tu esclava”, y no podemos olvidar que Santa María se presenta al Señor -en la
persona del Arcángel San Gabriel- con las palabras: “he aquí la esclava del
Señor”.
Jn
6, 60-69
Se puede ser discípulo
de palabra, sin creer en la Palabra, en la Palabra de la Cruz que nos salva. Se
puede incluso sentarse a su mesa y traicionarlo. No obstante, el Señor nos ha
llamado y amado, sabiendo de antemano quienes somos.
Silvano Fausti
Nadie,
ni los judíos, ni los discípulos, ni los apóstoles están exentos de sentir las
Palabras de Jesús como francamente escandalizadoras. También nosotros, si las
tomáramos en serio y meditáramos un momento en lo que significan, nos
desconcertarían, y más de una vez experimentaríamos cierta aversión a beber
sangre y comer la carne de humanidad del Salvador. Ahora bien, ¿si aceptamos que
al comulgar estamos bebiendo su sangre y comiendo su carne? Tal vez, por eso no
podemos aceptar a fondo la Transubstanciación, y sólo ponemos en nuestros
labios un concepto que estamos lejos de “vivir”.
Cuándo
nos acercamos a los Sacramentos, es importante no quedarse en que “he
recibido”, sino darse cuenta que sacramento significa Presencia, no sólo
significa Gracia entregada, lo fundamental es que en el Sacramento Está
Jesús, y eso es lo esencial. Así que, al recibir el Sacramento, se debe
centralizar Su Presencia, anulando nuestro personal protagonismo sacramental.
Siendo el Sacerdote el “intermediario instrumental, en Quien también hace
Presencia el Señor” debemos entender que el verdadero y Real protagonismo está
en el Salvador y su acto de Donación. También, tomando en cuenta que esa
donación no significa para nosotros “adueñamiento”, dado que, Él es Persona, no
podemos “adueñarnos”. Tampoco podemos entender los Sacramentos como “cosas”.
¿Vale que lo reiteremos? Los Sacramentos son “Presencia” (pienso que debería
escribirse totalmente en mayúsculas para resaltar la clase de Presencia de la
que se está hablando: PRESENCIA DIVINA). En los sacramentos -como en ningún otro
momento- se da la cercanía de Dios que cumple ser el “Emmanuel”.
Este
nuevo enfoque del Pan como Hostia (recordemos que hostia quiere decir
“víctima”), nos complementa y orienta nuestro “sentido de Encuentro Personal”.
Y, esa Materialidad que podríamos tomar como “Cosa”, lo sería quizás, si no nos
“hablara”. Por eso, la esencialidad de la Escritura y, en particular de los
Evangelios, en que las coas “no hablan”, pero Jesús hace “bullir” en su
Presencia Sacramental el Espíritu que nos “Enseña”, que nos “Ama”. Pedro
-movido por el Espíritu- lo verbalizó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes
Palabras de Vida Eterna. Por eso, nuestra Iglesia es una Iglesia sacramental.
¿Por
qué sabía Pedro que Sus Palabras eran de Vida Eterna? Porque su experiencia de
Presencia por fin había alcanzado a creer y además -saber- que es “creencia
demostrada, constatada y verificada”- que Jesús es el “Santo de Dios” (Cfr. Jn
6, 69) Había logrado trascender el tema de los intereses personales, del
mesianismo político-militar, de “llenar el estómago”. (No se puede ignorar que
el tema del “estomago” en este contexto social del pueblo judío era vital,
donde la necesidad y el hambre campeaban a sus anchas. Quizás por eso, les
costaba tanto elevarse por encima de las “primeras necesidades” y alzarse a las
“escatológicas”. Les era duro saltar del “pan material” a “la Carne y Sangre
del Cordero”).
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