Ef 4, 1-7.
11-13
El
punto de partida para la perícopa de hoy es el de un hombre que, desde la
cárcel, y apelando a tal cautividad, pide a los destinatarios coherencia (se
usa la palabra ἀξίως
[axios] que significa “digno”) con el llamado que les han hecho. Ciertamente
sería absurdo que -por ejemplo- se convocara a un equipo de personas, tenidas
por honestas, a trabajar en pro de la honestidad, y en la práctica de esta
labor, se recurriera a tretas y artificios de deshonestidad.
La
convocatoria que se ha hecho, en este caso, es en pro de unos valores que -a lo
largo de la perícopa- se van señalando. Podemos decir que el mensaje se ha
estructurado cuidadosamente para que sea muy claro el sentido exhortativo de la
carta. Pide, ante todo -y será muy importante porque lo pone de primeras, y lo
que primero se dice, suele ser lo primordial-
que sean ταπεινοφροσύνης
[tapeinofrosines] es lo contrario de “autosuficiente”, “nada arrogante del
propio yo”, “modesto”, “sencillo”, “sin ínfulas”, “discreto”, “sobrio”, esta
condición nos facilita someternos al Señor, dejarnos en Su Manos, “deshacernos
en confianza”, “abandonarnos en Él”. Y, luego, segunda virtud de la lista: πραΰτητος [prautetos] es una “mansedumbre” muy
especial, dada por Dios, podríamos decir que es una virtud teologal, (otra
además de la fe la esperanza y la caridad). Nosotros muchas veces hablamos de
una mansedumbre que resulta de “agachar la cabeza”, en cambio, esta mansedumbre
surge de otra parte, viene directamente de Dios al hombre, por eso la llamamos
“mansedumbre teologal”.
Pasamos
al tercer valor por el que clama la Carta a los Efesios: ser μακροθυμίας [makrotymias] es una virtud poco
conocida entre nosotros, lo contrario de la explosividad, aquella virtud que
nos enseña a “contar hasta diez”, es la “longanimidad”, aunque nadie parece
recordar de que se trata, tiene un hondo parentesco con la imperturbabilidad,
pero difiere porque tiene cero por ciento de “indiferencia”, no se parece a la
“impavidez”, pero es como un filtro que condensa la fuerza eruptiva y la
potencia, al no dispararla incontenidamente, sino que la energiza, aplicándola
sabia y prudentemente en el punto y momento estratégico.
Luego
enumera varios valores fundamentales, muy útiles y aplicables a la sinodalidad:
a) Sobrellévense mutuamente con amor
b) Esfuércense en mantener la unidad del
Espíritu -apoyados en- el vínculo de la paz.
c) La vocación a la que hemos sido llamados es,
como un solo cuerpo y una sola alma, revestidos con una única coraza, un
chaleco reforzado que modela y contiene la esperanza unificadora.
d) Todo esto se conjuga en una razón de ser de
la sinodalidad que ha de frutecer en una meta teleológica: un Señor, una Fe, un
Bautismo, Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo
invade todo.
Muchas
personas han entendido esto como una suerte de kirigami, donde todas las
figuritas obtenidas son exactamente iguales. No se trata de esto; seguramente
por eso, a continuación, la carta habla de las diferencias y remarca que cada
quien tiene los carismas propios, y las gracias que los individualiza “según la
medida del Don de Cristo”. Esa diversidad resultante, lejos de ser
inconveniente, puede y debe estimularse, la diferencia siempre es vital,
enriquecedora, deseable. La diversidad en la Comunidad es sintomática de Fuerza
Vital, así ha hecho el Señor todas las cosas y todas las personas.
Sufrimos
de un fortísimo prejuicio contra la diversidad, cuando, aquí la Carta a los
Efesios la saluda: señalando que es útil para “el perfeccionamiento de los
santos, en función de su ministerio y para la edificación del Cuerpo de
Cristo”. Dejemos que cada quien encuentre su carisma, y florezca con los
talentos que el Señor le haya confiado, esa floración -sin duda- redundará en
la Glorificación de la Trinidad Santísima. No desconfiemos de la diversidad
cada quien sabe sembrar mejor en ciertos corazones.
La
perícopa entiende muy bien que esto está demarcando el camino, y sólo al
llegar, nos encontraremos con los ideales realizados del “hombre perfecto” a la
medida del Hijo de Dios, Nuestro-Señor-Pleroma, en la Fe y en el Conocimiento:
Por ahora, somos homo viator,
(sin predeterminaciones, con libertad plena para avanzar certeramente o
desviarnos), peregrinos en proceso hacia la Patria Celestial.
Sal
19(18), 2-3. 4-5
Este
salmo es de la familia de los himnos, o sea una Alabanza al Señor. Consta de
dos partes, esta vez, y para esta perícopa tomaremos 4 versos de la primera
parte, que data de antiquísimo, donde el salmista, al contemplar la naturaleza,
alaba arrobado la Magnificencia Divina.
La
Fe del Israelita está totalmente cimentada en la Ley. El judío oye en cada Ley
la Voz de Dios que lo dirige. Así que su norte y su derrotero son la Torah.
Para él, el cosmos entero es un mecanismo de relojería perfecto, y Dios nos
muestra su armonía cósmica para hablarnos y simbolizarnos la perfección del
Cuerpo Legal que nos regaló. Así que en la naturaleza el judío ve un
paralelismo con el Lenguaje Divino: vamos pues a lenguajear: De sus 14 versos
vamos a tomar sólo 4, y con esos 4 versos vamos a componer una breve alabanza a
la Creación, con su lenguaje silencioso, que sin romper la quietud alaba y
gloría a su Hacedor.
El
astrónomo puede fascinarse y mirar día tras día por sus cada vez más
perfeccionados recursos telescópicos y ¿qué verá? Los cuerpos celestes -sumidos
en el silencio cósmico- proclamando que Dios es Descomunalmente Maravilloso, El
astrónomo como el salmista no se atreverán a romper ese silencio que alaba y
bendice, así que con su quedo palpitar, orará su Alabanza, enternecido y
maravillado.
Este
lenguaje lo llena todo, no con estruendo sino con reverencia, no con
bullaranga, sino con un himno lacónico que calla ente la insuficiencia de la
palabra humana.
Mt
9, 9-13
Como
en todas estas burocracias, había una consecutividad entre el pez más grande y
el pez más chico, no quedando vacíos que no fueran llenados por peces de media
monta, que elevaban onerosamente los cobros. Eso sí, los cuerpos militares del
Imperio debían respaldo a esta función que los enriquecía y fortalecía, y que
brindaba su solidez y poderío a Roma. El Señor siempre pasa, y os invita a
dejar el deplorable rincón en el que nos acomodamos y dejar de cobrar impuestos
para los romanos y hacernos sus discípulos.
El
Señor no sigue ningún tipo de procesualidad con él, directamente viene y lo
convida, a dejar eso y venirse con Él. A continuación, nos encontramos con
Jesús sentado a la mesa en casa de Mateo, acompañado de otros cobradores de
impuestos, gente tenida por pecadora, y sus discípulos.
Jesús
no se atuvo a ningún estereotipo, miraba y veía personas, no prejuicios. Si
queremos desempañar nuestra mirada, sobrepasemos los preconceptos que
prematuramente hacemos. Esto está imbricado con el lema que Papa Francisco ha
sostenido: “En la Iglesia ninguno sobra, ningún está a más, hay espacio para
todos. Así como somos. Todos”.
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