martes, 3 de septiembre de 2024

Miércoles de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


1Cor 3, 1-9

Para tratar de construir un mapa de esta Epístola, la hemos dividido en siete partes. La Primera parte va de 1.10- 4.21. A su vez, esta primera parte la podemos dividir en cuatro partes:

i)              Cómo la división atenta contra la Unidad propuesta por Dios (1,10-17)

ii)             La sabiduría de Dios y la sabiduría “mundana”, con tintes de “sabiduría-filosófica (1,18-3,4)

iii)           Definición de “apóstol” (3,5-4,5)

iv)           El orgullo como amenaza de “caída” (4,6-21).

La perícopa de hoy es una transición entre i) y ii), las abisagra. La primera parte de la perícopa nos deja ver la “inmadurez” de la comunidad de Corintio (3,1-3,4); la segunda parte nos ofrece las coordenadas de lo que es un apóstol, o sea que se adentra en la iii) parte de la Primera Sección.

 

Cuando un niño pasa de lactante al nuevo nivel, no se le puede dar cualquier alimento, sino que hay que ir en una escala: lo líquido, las papillas, los purés y otros alimentos blandos, y así paulatinamente, hasta que tenga su dentición para poderle dar “masticables”.  San Pablo usa aquí esta “parábola” para decirle a los Corintios que él les ha ofrecido una inducción al cristianismo, dándoles a probar papillas adecuadamente blandas, y que -ni siquiera ahora- han alcanzado el grado de maduración requerida para poder proceder con alimentos sólidos.

 

Con un bebé, la madre, cuidadosamente pasa su dedo por la encía de su crío, consciente que, si ya ha dentado, puede llevarse la dolorosa sorpresa de un mordisco. Sólo cuando comprueba la presencia de blancos pespuntes de navaja en su boca, no podrá proponerle alimentos sólidos. Dando el salto de esta comparación al plano espiritual, ¿a que equivaldría este examen de encía? San Pablo nos lo dice, y es un aporte grandioso: ¿Cómo saber que una comunidad ha alcanzado el grado de maduración suficiente para saltar a los sólidos? En vez de que algo aparezca, lo que debe es “desaparecer”: Deben desaparecer la envidia y las discordias.

 

Y esto es algo que se lee aquí, pero -en la práctica- muchas veces se pasa por alto. La persona que está pastoreando una grey, se salta etapas, y procede a darle alimentos demasiado duros que logran atragantar al niño. Atención, hay que corroborar que las envidias y las discordias se hayan superado, antes de proceder a niveles más complejos de evangelización. A esto precisamente apunta la sinodalidad, a superar todas las trabas, todas las diferencias agresivas, todos los celos por los carismas de los miembros, que cada cual tiene el suyo, pero todos anhelan el carisma que tiene otro; no se valora el propio, pero se envidia el ajeno.

 

Por ejemplo, si corroboramos que, en un grupo de infantes, al dejarlos solos, las rencillas y disputas saltan al ruedo, esos niños no estarán -por lo pronto listos a pasar a niveles de socialización más ricos y complejos. Primero deben aprender a compartir amistosa y fraternalmente. Este requisito de autonomía y sana convivencia se ha de inculcar antes que otros pasos se den.

 

En la siguiente parte, Pablo señala que el Único Dueño de la grey es Jesucristo, aun cuando en su escala formativa hayan estado a cargo de diversos “servidores” que los han conducido y acompañado en el proceso de progresivo avance en el kerigma, en la catequesis, en la Mistagogía, y así sucesivamente. Esto ¿qué implica? Que Uno solo es el Señor, que en diversos tramos de la “formación” Dios va disponiendo diversos “formadores” que nos llevan de la mano de un tramo al otro y que, conforme se avanza, se van reventando “los cordones umbilicales”, sin que nosotros permanezcamos atados a ninguno. Porque la maduración es autonomía. Toda comunidad debe hacerse a su autonomía.

 

(Esto no obliga a la ingratitud, uno diría que, se está de por vida agradecido con los sucesivos Pablos, y Apolos, y Cefas, que se van encontrando y que van acompañando nuestro avance en las diversas etapas. Porque la maduración no es desagradecida.

 

Por fin, tenemos que aprender a posponer la satisfacción-egoísta, cuando somos capaces de velar por otros aun cuando la gratificación propia se vea pospuesta, podemos asegurar que se está dando en nosotros un proceso de maduración adecuando. Y eso es porque la maduración no es inmediatista.

 

Hay dos “quereres” que delimitan la maduración, el querer de Dios (al que llamamos Voluntad Divina), y las necesidades “reales” del prójimo, que a veces están muy distantes de las que suponemos. Y es que la persona madura es capaz de inquirir “que quiere mi prójimo”, o “qué espera”, o “qué necesita verdaderamente”, antes que procurarle lo que nosotros, si estuviéramos en su lugar, querríamos.

 

Desde el punto de vista del agente de pastoral, se tiene que descubrir que el centro de toda la ecuación es Dios y su Voluntad y que nosotros somos accidentales, y todo lo que aportamos, meramente contingencias.

 

Lo cual no ignora que, si no hubiera estado Pablo, o si no hubiera estado Apolo, p si no hubiera habido un Cefas, muchos procesos habrían quedado truncos. Para que nada faltara, Dios habría puesto otras figuras, con otro nombre, para suplir los vacíos, pero, al propio Dios le habrían entristecido las manos inútiles que la historia habría “saltado”, dejándolas huelguear por el camino. Un apóstol es el que hace lo que debe, a sabiendas de que Dios en su Justicia, no depende de ninguna mano específica para llevar su Plan a término. Pero a pesar de todo, procurará sacar lo mejor del escaso talento que pudo haber recibido

 

Sal 33(32), 12-13. 14-15. 20-21.

Este salmo es un himno, que nos indica razones válidas para “bendecir” al Señor. Es un himno con un tinte muy particular, procura darnos enseñanzas, por lo tanto, diremos que es un Himno sapiencial.

 

En la primera estrofa se establece el Tutelaje Celestial, cuándo se declara que Dios no está distraído, ni nos olvida, sino que nos mira con “atención”, que nosotros calificaríamos de Paternal. Pero ese tutelaje no es casual, ni azaroso, dimana de un acto de Discernimiento-Triplemente-Santo. Ha sido una bienaventuranza que Dios haya tenido esa deferencia hacia nosotros, de las muchas criaturas que tiene, fue la humanidad la que Él declaro “Su Pueblo Elegido”: Miró hacia nosotros y “Pensó”: ¡Los he heredado! ¡Los recibo como mi estirpe! ¡Anhelo verlos sumergidos en Santidad, para que se dignifiquen como Hijos míos!

 

Él tiene una Morada-Santa, digamos analógicamente, Su Palacio. Allí desde su real-Divino-Trono nos mira, -no como carcelero en un panóptico- sino con Ternura-y-Afecto; como un papá/mamá emocionad@ mira hacia el hijo de sus entrañas.

 

La tercera estrofa nos da cuatro datos sobre nuestra actitud, nuestra relación con Él, -si las dos primeras estrofas son catabáticas, esta es anabática:

                              i.        Nuestra relación con Él es de Esperanza confiada. Se trata de una חָכָה [chacah] “espera”, que es una opción tomada, no se espera a ver que llega, se espera lo que venga de Sus Manos, porque sólo se aceptará de buen grado lo que Él nos dé.

                             ii.        Lo hemos escogido -así como Él nos escogió- para que Él sea nuestra sólida e imbatible trinchera, allí Él nos guarda de todo mal.

                            iii.        Esta manera de relacionarnos es una manera amorosa: cuando uno quiere a Alguien, acepta gustoso que sea Él Quien nos guarda, si fuera otro, sería sólo un intruso y nosotros estaríamos aceptando su protección con recelo, como si en cualquier momento nos fuera a traicionar, desconfiando qué esconde su farsa. De Dios, no desconfiamos, porque sabemos que Él es Suma-Lealtad.

 

La antífona retoma la idea de heredad. ¿Qué es una heredad? Un terreno donde hay viviendas, hay campos con cultivos, hay también ​ graneros, corrales, huertos, silos, quebrada, bosque maderable para la leña y los otros bienes de uso comunal. Además, están los vecinos con los que hay confianza, amistad, apoyo, defensa mutua. El Señor nos ha escogido como su heredad, para convivir con nosotros, para ser la Cabeza-Paterna, el Magno-Patriarca, y nuestra comunidad como su consorte. Dichosa esta consorte que halló tan Supremo-Cónyuge.

 

Lc 4, 38-44



En este Evangelio se pasa directamente de la sinagoga donde Jesús sana a un hombre “paralizado”, a la casa de Pedro, donde Jesús le sana a su suegra que se hallaba enferma, con mucha fiebre. Pero para entender hay que contextuar la sanación. No la sana como una presunción de “Yo-puedo”, no es la vanidad del Poderoso. Hay un porqué de esta sanación.

 

Una mujer, mayor y enferma, es una nulidad, una carga, así se la veía en aquella cultura patriarcal, un fastidio con ninguna ventaja. Una condición similar a la de las viudas y también la de los niños, se les miraba como a “bichitos estorbosos”. Si se atravesaban por ahí, fácilmente podían ser despachados con un puntapié.

 

Así que sanar tenía un cariz tan liberador, que se tiene que entender como una “reintegración” a la comunidad. Esta suegra quedó automáticamente exonerada del desprecio, y reincorporada al ritmo familiar, a la rutina vital de la familia: podríamos -sin ninguna exageración- interpretarla como una “resurrección”.

 

La suegra de Simón, al momento ἀναστᾶσα [anastasa] “se levantó”. Aún hay más: “y comenzó a atenderlos”; la enferma estorbosa recobra todo su sentido de vida, toda su importancia existencial, y vuelve a ser “alguien” que aporta a la comunidad. Jesús la ha liberado de su estado “marginal”. Jesús lucha contra toda marginalidad.

 

En las comunidades pobres, abundan los enfermos, no sólo están los mayores que dejan de ser productivos, sino que hay todo un mar de dolencias que acorralan como los “demonios” se ceban en los débiles. Pues Jesús, -a la hora de la puesta del sol-, se pone a liberarlos a todos: les impone las Manos y los posesos quedan exorcizados. Muchos de los demonios se dan cuenta que ha llegado el Ungido con Poder-Total para someterlos (ayer hablábamos de autoridad), y lo identifican, gritan porque les ha llegado el fin, se les acabó el cuarto de hora; ellos saben que la Llegada del Mesías se anunciaba con el sonido del Yobel. Así las cosas, a los demonios que los enfermaban les atronaban los oídos esa trompeta victoriosa. Jesús les ordena guardar silencio: Esta consigna para guardar el secreto mesiánico, era fundamental, cuanto más se le proclamara mesías, más pronto empezaría la persecución: Él no puede dejar de sanar, no puede parar de liberar, pero intenta que lo dejan hacer su trabajo y no le adelanten el Calvario hasta que la tarea esté cumplida y Él elevado en la asta de la Cruz pueda decir: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

 

Aprovechaba el tiempo lo mejor posible, antes de la llegada de la “hora”. Su estilo de trabajo era ir por todas las sinagogas (del griego συναγωγή [synagōgḗ], de συνάγειν [synágein] 'reunir’, ‘congregar') donde su pueblo elegido (Judea), llevándoles la proclamación de la Noticia: la Buena Nueva.

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