lunes, 9 de septiembre de 2024

Martes de la Vigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


1 Cor 6, 1-11

Pablo, en la perícopa de hoy trabaja el segundo comportamiento, “Alguien de la Comunidad que lleva a juicio a otro, que también es miembro de la Comunidad”. El núcleo del problema no radica en que alguien tenga que buscar un arbitramento para resolver una diferencia, evidentemente, es bastante lógico que se apele a una autoridad; pero ¿quién era la autoridad competente para un cristiano? eran los presbíteros de la comunidad; entonces el error radica en no apelar a “los santos”, sino a los “injustos”.

 

El problema estriba en que los “injustos” recurren a otro tipo de legislación incompatible con nuestra fe. Y esto hilvana perfectamente con una enseñanza de Jesús que está consignada en el Evangelio Mateano, donde Él establece: “Les aseguro que, en el mundo nuevo, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de Gloria, ustedes, los que me han seguido, se sentaran también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19, 28). Pablo hace una exegesis de este texto que consigna aquí -en la perícopa de hoy- “Pues si ustedes van a juzgar al mundo ¿no estarán a la altura de juzgar minucias? Recuerden que juzgaremos a ángeles; cuánto más, asuntos de la vida ordinaria”.

 

De aquí San Pablo saca una conclusión firme, sería preferible dejarse robar, sería mejor ser víctima que acoger la ley de gentes que para la Iglesia no cuentan.

 

Se amplía el panorama cuando Pablo hace el elenco de los que “no entrarán” en el Reino de Dios, los que no podrán heredar ese Gran Bien, el Bien Fundamental, a saber, les estará vetado el acceso a:

a)    los inmorales

b)    los idolatras,

c)    los adúlteros,

d)    los lujuriosos,

e)    los invertidos

f)     los ladrones

g)    los codiciosos

h)    los borrachos,

i)      los difamadores

j)      tampoco los estafadores

 

No sólo los que roban están vetados para gozar del Reino de Dios. Aquí se expande a muchas otras situaciones que deben ser juzgadas desde la Ley Cristiana y no desplazadas a los tribunales laicistas con sus leyes acomodaticias y mundanas. Observamos en el último verso de la perícopa que la conversión existe y Dios la acepta, uno no está definitivamente perdido sí reconoce que estaba o vivía en el error, lo que está condicionado, claro está, por la aceptación de Jesucristo como Señor de nuestra vida, es Él quien puede sanarnos y ganarnos la “justificación”, pagada con el precio de su Preciosísima Sangre. Su Sangre Redentora nos lava con la Gracia Purificadora de la Remisión de los Pecados, porque es Sangre de Dios.

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b

Este es un himno, otra vez notamos que no hay doble numeración, lo que sucede a partir del salmo 146, que tiene una sola numeración. Ha sido valioso confrontar las versiones masoreta y de los setenta en los casos de textos corrompidos. Quizás tengamos oportunidad en otro lugar de detenernos un poco más en los detalles de estos últimos salmos con una sola numeración, a pesar de lo que, hay divergencias y no se corresponden exactamente.

 

Este salmo inicia con una “invitación” dirigida a la asamblea. Este himno agradece la protección concedida a su Pueblo y alaba las Victorias derivadas de la Intervención del Poderoso Brazo de Dios.

 

Se habla de venganza, esto debemos corregirlo desde la óptica cristiana, que no se da espacio a rencores y a alimentar ánimos vindicativos.

 

Se ha dictado una sentencia y, cuando la sentencia viene del Divino Tribunal es inapelable. Tendrá que ser ejecutada.   ¿En qué consiste la Sentencia? En que -en algún momento histórico- todos los pueblos tendrán que venir y doblar sus rodillas reconociendo la Realeza Universal de Dios. Alude a la Realeza del Mesías como Reinado Universal.

 

El salmo nos va guiando para ver la sinceridad de nuestra acogida al Mesías. Cada uno tendrá que sondear a fondo su corazón y contestarse si lo adora sinceramente o sólo se trata de una repetición mecánica, de un ritualismo hipócrita, de un rezo-a-la-mascarada.

 

Los versos seleccionados en la antífona se concentran en los aspectos catabáticos, los que “bajan de Dios” para nosotros, sin embargo, las tres estrofas son definitivamente anabáticas.

 

El verso catabático -la antífona- dice: “El Señor ama a su Pueblo”. (El Señor siempre nos primerea).

 

Las estrofas se distribuyen así:

1)    Como pueblo le ofrecemos a Dios un cantico “nuevo”. Y nuestro canto está inmerso en un corazón alegre.

2)    La Alabanza va acompañada de danzas, de corales con fondo musical, esas danzas están motivados porque el Señor da la victoria a los עֲ֝נָוִ֗ים [anawin] “pobres”.

3)    Organizados en filas como una masa coral, los fieles cantarán jubilosos, llenando sus bocas de cantos de Victoria. Así se honrarán todos los חֲסִידִ֣ים [hasidim] fieles.

 

Lc 6, 12-19



Estamos ante la elección de los discípulos. No es una elección para conformar una “gallada” que ya después veremos, ¿qué los ponemos a hacer? ¡No!, el señor hace una elección muy precisa, sabiendo cuál será su tarea. Ellos serán estrechísimos colaboradores en la Misión de la difusión evangelizadora.

 

Jesús entra en un trance oracional, se reúne con el “Gran Jefe” y consideran quienes serán los designados. (Leyendo, tanto el Evangelio lucano, así como los hechos de los apóstoles, resalta el papel de la oración en el enfoque de San Lucas). Sólo después de esta consulta con el Padre Celestial se pasará al “nombramiento” oficial.

 

Se llama “nombramiento” porque tiene que ver con el “nombre” y el valor central que tiene cada nombre con su significado, en la cultura semítica.

 

De inmediato se nos viene al pensamiento que no se trata de hombres perfectos, son los elegidos, junto con sus fragilidades, casi parecería que lo que guio a Jesús no fue la “integridad” en cada uno, sino sus resquebrajaduras, sus quiebres, su falibilidad.

 

Nos gusta idealizarlos, mostrarlos como sólidos bastiones, pero no debemos ocultar que -según el decir paulino “gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades (1 Cor 12, 9d) Jesús nos llama no porque estamos arriba, quizás nos llama porque estamos en el fondo. Con tantos defectos y tan someras cualidades, quizás nunca nos salvaríamos si no fuéramos rescatados por Su Llamada.

 

La semana pasada leímos en una perícopa cuando Pedro le pide al Señor: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. A tal punto, el mismo Pedro, le pide al Señor -Tres Veces Santo- que se aleje de él, porque con tanto pecado, lo puede contaminar, si lo llegara a tocar lo dejaría, instantáneamente- impuro.

 

A veces nos asombramos que las listas no coincidan, quizás en parte se deba a que el propio Jesús les cambió los nombres, según su misión y lo que llegaría a ser su “Fuerte”.

 

Lo que está muy claro, pese a las discordancias de las listas, es que no se trata de personas al azar, de unos “cuales quiera”, no es un colectivo donde el uno da lo mismo que el otro; nos atreveríamos a decir que pese a tanto barro amontonado, cada uno somos “infinitamente valiosos”, aún sin entender en qué radica nuestra valía: Jesús sabe destilar de nuestra imperfección los destellos de Su Reflejo que Él mismo hará incidir en nuestra debilidad como la pobre luna, sin adorno alguno, ha servido para reflejar e iluminar las noches de tantos siglos.

 

Al Señor le gusta contar con nuestra disponibilidad, y estar disponibles para Él es la mayor dicha que pueda habitar nuestro corazón.

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