1 Cor 12, 12-14. 27-31a
El
basamento de esta perícopa ya se había puesto cuando Pablo nos dijo que, al
alimentarnos de un mismo pan, todos pasábamos a ser miembros del mismo Cuerpo
(1 Cor 10, 17). Pablo va a desarrollar esta idea en la perícopa de hoy: Somos
muchos, formando -empero- un mismo cuerpo, pero no quiere decir que todos
cumplamos la misma “función” en ese organismo.
¿A
partir de qué evento nos hacemos parte integrante del Cuerpo Único? ¡En el
bautismo! Y esto en razón de que el que bautiza es el “Espíritu Santo”, como a
todos nos bautiza el mismo Espíritu, queda “genéticamente” determinada nuestra
identidad funcional en el Organismo Místico al que se nos incorpora.
Al
hablar de función, damos el siguiente paso: Contestarnos a la pregunta ¿qué miembro
vengo a ser en este conjunto?
Pablo
menciona algunas de las funciones que cumplen los diversos miembros de este
Cuerpo: Apóstoles, Profetas, Maestros, Milagrosos, Taumaturgos, Beneficientes,
Gobernantes, Glosolálicos.
¿Tenemos,
todos, el mismo carisma? Pablo nos contesta con un rotundo ¡No! Pero, nos manda
a anhelar los “carismas mayores”. Lo que se advierte de inmediato es que hay
carismas más espectaculares y otros más modestos.
Por
la manera como se expresa la Carta, uno pensaría que hay carismas vitales para
la Iglesia; y otros, mucho menores, como serían, los simples “fieles”, a
quienes sólo les correspondería oír y callar. Se homologaban con los pies. En
cambio, hablar en lenguas y el profetismo, se equiparaban con la cabeza, la
mano y los ojos. Así la membresía estaba dividida entre “fuertes” y “débiles”.
En
todo caso la disposición que nos trasmite San Pablo, es para que ambicionemos
los “carismas mayores”. Este tema del Cuerpo Místico es tan importante que
ocupará tres capítulos (12-14), y continuaremos atendiéndolo tanto mañana como
el miércoles.
Sal
100(99), 1b-2. 3. 4. 5
Este
es un salmo del Ritual de la Alianza. A veces nos parece excesivo que “tengamos”
que ir a la Eucaristía, de Domingo en Domingo. Y, no nos fijamos que la Alianza
hay que dinamizarla, hay que celebrarla, más aun, hay que festejarla con
frecuencia; sólo así iremos percibiendo paulatinamente su significado y su
honda repercusión en nuestra vida.
Si
no se trabaja para profundizar lo que implica la Alianza en nuestra vida, muy
pronto llegaremos a ese vericueto dónde se pregunta ¿cuál Alianza?
La
Alianza es ese parentesco, no innato, sino “contraído”, ente Dios y nosotros.
Nosotros, no tomados como unidades discretas, sino como un pueblo, personas enlazadas
por unos retículos, pluridireccionados, a una comunidad.
Tenemos
-en nuestra vida sacramental- un “procedimiento de restablecimiento de la Alianza,
en el Sacramento de la Confesión. Al confesarnos inyectamos una revitalización
al vínculo que nos conecta con la comunidad.
Dios
nos ha explicado nuestro vínculo con Él, diciendo que nos une una “Boda”, mostrándose
como el Novio, y dirigiéndose a nosotros como si nos atara el Sagrado Vínculo
Matrimonial. Dos rasgos son esenciales a una relación conyugal: amor y fidelidad.
Es
esa analogía ¿qué sería el “adulterio”? La idolatría, irse detrás de los falsos
“dioses”. Abandonar el tálamo, para irse en brazos de alguna supuesta
divinidad.
La
primera estrofa nos dice como es la llegada a la casa del Amado: Voces y risas
alegres, atenciones significativas de acogida y bienvenida; voces de jolgorio
de la Enamorada feliz de ver llegar a Su Amado.
Sentido
de pertenencia: ¿Quién es nuestro Dueño? ¿De quién somos felices de
pertenecerle? ¡Nos sentimos ovejitas de Su Rebaño, y eso nos alegra!
Bendecir
su Nombre y agradecerle, rebozar de Gozo, mostrarse agradecido, pone en acción nuestros
gestos de Acción de Gracias. Es la Todah
(Acción de Gracias en hebreo).
Tres
rasgos que nos unen en Alianza con nuestro Amo y Señor: Si nos preguntaran por
qué lo amamos tanto aquí está contenida la respuesta:
i)
Él es Bueno
ii)
Su Misericordia es Eterna.
iii)
Su Fidelidad dura por simpre.
Este
salmo se deleita y ramifica su complacencia que emana, toda ella, de un nítido sentido
de pertenencia: ¡Somos su Pueblo, Ovejas de su Rebaño!
Lc
7, 11-17
ubi amor ibi oculus
En
Lucas 7 22, Jesús definirá su Accionar, según el Poder mesiánico que Dios-Padre
le otorgó de la siguiente manera.
1) Los ciegos ven,
2) los cojos andan,
3) los leprosos quedan
limpios,
4) los sordos oyen,
5) los muertos
resucitan,
6) se anuncia a los
pobres la Buena Nueva
Estos
son los elementos que confirman que Jesús es el que había sido Anunciado, el Mesías.
El relato que nos entrega la perícopa de hoy, se concentra en mostrar uno de
los signos mayores de su “Epifanía”: Los muertos resucitan.
No
es un circo de atracciones: No estamos ante una situación cualquiera. Se trata
de un hijo único que había muerto: Valga decir, el único soporte de una viuda
que sin su hijo quedaba reducida a la más miserable pauperización.
Detrás
de este estado de pobreza maximizada, hay algo más: el profundo dolor de una
madre que ha perdido a su hijo, ¡Su hijo único!
Nos
hemos venido dando cuenta que en Jesús hay absolutamente “cero-indiferencia”;
por el contrario, su capacidad de compasión demuestra la talla de su corazón. ¡Más
que corazón, diremos que tiene entrañas de misericordia! Precisamente la Misericordia
es eso, poder entender la profundidad de un dolor, querer ayudar con todo lo
que se dispone, a quien necesita de socorro.
Nuevamente
como ayer, testimoniamos el poder de su Palabra: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”.
Nos parece que es obligatorio reiterar que esta palabra ἐγέρθητι “levántate”, viene a significar, ¡Resucita!
¿Por
qué se espantaba la gente? Vemos que la reacción de la gente cuando Jesús obra
estos grandes milagros es explicada en los Evangelios como una reacción de
terror- pánico…
Muy
sencillo, para ellos estaba claro que solamente Dios puede “resucitar a los
muertos, o sea que ellos habían visto, con sus propios ojos a Dios actuando, y
desde muy pequeños se les inculcaba que quien veía a Dios, moría. ¿De qué otra
manera podían reaccionar si pensaban que iban a caer fulminados?
¿Cuál
es el mensaje que se nos entrega? También nosotros, portadores como somos del
Poder de Jesús -que nos ha enviado- tenemos que ir llamando a levantarse a todo
el que vaya muerto, más aún, levantar a los que andan muertos en vida. Aún hay
otro detalla, esta obligación de resucitarlos es fortísima sí el que va en ataúd
es un muchacho.
Los
jóvenes siguen siendo las victimas privilegiadas y preferidas por un sistema vampiro
que se nutre, preferencialmente, de la vida de los que deberían ser resplandor
de futuro. Nada nos importa los que caen, aun cuando el dolor es sincero cuando
son los propios. Decimos defender el “mañana”, pero el “mañana” nos resulta
ilusorio cuando tenemos que optar entre el porvenir y la ganancia. Si no hay
compasión por los jóvenes que caen, será patente que en el lugar del corazón
sólo llevamos un basalto.
En
el mundo actual, donde campea la indiferencia, el único Ojo que parece ver, es
el Ojo de Jesús, que aún llora sus compasivas lágrimas, que aún es capaz de
compasión. El mensaje es para descubrir el poder que Jesús nos ha legado, no
para hacer espectacularidad, sino para dar vida, y vida en abundancia.
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