1Cor 2, 1-5
Los
estudiosos nos informan que justo después de partir de Corintio, y haber dejado
constituida allí una comunidad cristiana -como lo hemos dicho- conformada
principalmente por libertos y esclavos, Paulo escribió -entonces- la que sería
la 1ª Carta a los Corintios. Sin embargo, esta no se ha conservado; por eso
llamamos primera, a la que sería la Segunda, y denominamos Segunda a la que se
habría conformado con fragmentos de las tres epístolas subsiguientes.
A
esa comunidad fundada y configurado por Pablo, llegó posteriormente una ola de
predicadores judeocristianos, que insistían que la supuesta coherencia que se
debía guardar con el judaísmo para poder hacerse cristiano, constaba en cumplir
con la circuncisión, con las normas de pureza ritual y la comida Kosher. Según
estos, el cristianismo no era sino una faceta del judaísmo, como una suerte de
excrecencia de aquel. Su obra y propósito fue promover una vuelta atrás a la
ritualidad farisaica, contraviniendo lo estipulado por Pablo.
Algo
que se debe anotar es que esta comunidad trajo a Pablo innumerables dolores de
cabeza.
Pablo
era un artesano, trabajaba con lonas, con las cuales hacía tiendas de acampar,
era, pues, un trabajador manual. En la sociedad griega, los de baja estopa
eran, precisamente, los trabajadores manuales; esclavos o cuasi-esclavos,
mientras los ciudadanos despreciaban a quienes tenían que aplicarse a este tipo
de trabajos, ellos de ninguna manera habrían tenido este tipo de labores.
La
aristocracia, así, estaba emparentada con el trabajo intelectual, y como se
sabe, había diversas escuelas dirigidas por verdaderos intelectuales,
geómetras, filósofos, estadistas a su manera, educadores que enseñaban a los
príncipes y a los hijos de los gobernantes. Los predicadores, hacían gala de su
formación, presumían de la escuela en la que se habían formado y sacaban a
relucir haber sido alumnos de tal cual afamado pensador.
Aquí
Pablo nos relata que, al presentarse, era tímido y temblaba mientras les
presentaba sus testimonios. Los más prestigiosos de sus rivales, eran los que
aplicaban las técnicas y los recursos aprendidos en sus cursos de oratoria. Los
que brillaban con estos recursos, con sorna e ironía, eran presentados como los
verdaderos “Jesús”, había que ser brillante orador para ser mínimamente tomados
en cuenta.
Pablo,
una y otra vez insiste en que la Sabiduría Verdadera, la Sabiduría que viene de
Jesús, estaba expresada en el Martirio de un Hombre que con sus acciones se
había comprometido contra aquel mundo de injusticia. Todo el saber que Pablo
exhibe pivota en torno a Jesús, y Jesús-Crucificado.
Se
había obliterado toda sabiduría con raíz humana; y sólo se apelaba a la
sabiduría que brota directamente del Poder irrebatible, del Poder de Dios. La
imagen que Pablo proyectó, no era la de una Iglesia atractiva, que invitara a muchísimos
adeptos, presentándoles promesas melifluas. La que Pablo anunciaba apuntaba al
Misterio de Jesucristo, que no se refiere a una temática de difícil y casi
imposible comprensión; sino a algo que antes estaba oculto, pero ahora, por
fin, su experiencia de Dios se encontraba lista para asimilarla, el misterio
había madurado en su vaina y estaba a punto de fructificar bajo la Luz
vivificante del Crucificado-Resucitado.
Pablo
no pretendía -dados los destinatarios del mensaje- desgranar el kerigma valiéndose
de los artilugios de la lógica y de la oratoria, sino “comunicarles” su
vivencia personal. (Lo que no se podrá negar es que, su formación previa a los
pies de Gamaliel, le valió para captar, en términos más exactos, el Mensaje que
hundía su raíz en el limo de la religión semítica y ovillarlo enriqueciéndolo
durante el proceso del hilado). Una experiencia bimilenaria nos enseña que no
se trata de explayar nuestra “doctrina” para imponerla, tampoco se ha de
pretender jugar la bola del deporte ajeno, para tratar de darles a saber de
nuestra fe a los “circunstantes”, sino de tender -sin ambages- nuestras
vivencias de Jesucristo, pero -imitando del ejemplo de Pablo- su desvelo por
hacerse accesible, por traducir y elevar el mensaje a la altura del destinatario,
no para “achicarlo” reductivamente hasta hacer de él una majadería. Cualquier
globo no se empaca y se sepulta para ofrecerlo, sino que se infla y se demuestra
su poder de vuelo. ¡Así podrá convencer!
La
integridad del Keryx (del heraldo), su entereza moral, su transparencia, es lo
que permite que el Espíritu hable a través suyo.
Y
por caridad, no vayamos a incidir en la fantasía de “dejarle todo al Espíritu”,
argumentando que será Él quien se encargue, ya que la obra, verdaderamente es
de Dios, pero Dios no podrá actuar sino a través de “agentes” que se esmeren
por optimizar su eficacia. Estudio y dedicación a la formación modularan el
buen resultado. La oración es y siempre será ineludible, pero quedará bloqueada
si no se la añade un compromiso serio y responsable en el renglón del estudio concienzudo.
Por eso, un seminarista “quema tanta pestaña” para llegar al sacerdocio.
Sal
119(118), 97. 98. 99. 100. 101. 102
Este
salmo es una súplica, es decir, una plegaria que pide, que ruega, que implora. No es un simple llamado, no es un saludo. Es una
comunicación cariñosa, cercana, se dialoga con alguien que se tiene por íntimo,
alguien que día a día ha revelado sus desvelos por mí. Hemos llegado a un alto
grado de intercompenetración, cuando quiero decir algo, Él parece conocer de antemano
mis anhelos, cuando es Él quien algo me va a pedir, yo me disuelvo en los
afanes de complacerlo.
Todo
cuanto me dice me satisface, todas sus peticiones están afinadas con lo que yo
libremente elijo. Y, le confieso con
sinceridad, Su Voz para mi es Ley, su Ley es mi complacencia.
Cualquier
palabra que me diga, se repite en eco automático diez mil millones de veces,
pero lejos de hartarme la repetición, se vuelve el himno de mi vida el ritmo de
mi danza y bebo en su cantinela el “pasodoble” del Amor.
Cada
sinfonía de su Canto, es en mi mente, el más sabio consejo que Amor alguno me
podría regalar. Y al estudiarlo, supero con mis saber a los que se creían más
iluminados. Él me doctora en teología.
Conocer
su Ley me alza a saber más que los más lúcidos gurúes, con solo conocer la
tonada de su código, sé más que los doctores de la ley adscritos a las más
prestigiosas facultades de derecho.
Todo
este saber tiene una amplísima dimensión practica: voy por caminos seguros, no
hay a mi paso obstáculos, ni grietas, ni piedras de tropiezo. Mi senda es
amplia y diáfana, mis caminos están iluminados por la Luz del Espíritu. Como sé
que es Dios, mi tutor legal, jamás me aparto un milímetro de sus enseñanzas,
soy el más fiel alumno porque valoro a fondo sus enseñanzas.
Todo
esto y mucho más me enseña con tan solo seis versos que se han tomado de los
176 que integran este salmo. Este salmo habla de la dulzura de la Ley, que es
dulce para el que ama, pero repelente para quien no entiende las ternezas del
Amor.
Lc 4, 16-30
Jesús
va al territorio de los no judíos, una zona altamente pagana y paganizada, en
todas partes es acogido con benevolencia, no lo conocen, pero lo reciben, y Él
se deja conocer por sus atenciones, por sus desvelos, por los cuidados que
prodiga a los más necesitados. Son estos, los urgidos, los que mejor lo aceptan
y -por lo tanto- los que más reciben de Él.
Luego
va a Nazaret, donde mejor lo conocen, allí habitan sus parientes, sus
conocidos, los niños -ahora crecidos- que jugaban con Él de chicos. Todos entre
sí, tan familiarizados, que no puede ser nadie más que “otro”, uno de ellos,
otro igual de carenciado, uno más que no puede tener nada mejor que ellos. Si
es de los suyos, la lógica les dice que debe ser uno de los peores, uno de los
más débiles, de los más frágiles, de los que más necesitan que el Cielo los
mire; pero no puede ser que el Cielo los mira a ellos a través de Sus Ojos.
¡Claro
que no! ¡Todos ellos se sienten pobres diablos! ¡Ahora no querrán decir que un
pobre diablo es el Mesías! Si el Señor se hubiera querido manifestar entre
ellos, seguro que Ese sería el menos opcionado, habría escogido a uno de ellos,
pero no a Ese.
Así
que cuando lee la profecía isaiana y se la apropia, les hierve la sangre, es un
loco, un abusivo, un arrogante, ¡miren este!, ¿de qué se las da?
Llega
un momento resplandeciente, Jesús se hace consciente de su responsabilidad, de
su filiación, de Dios en Él. Está consciente que a partir de aquel momento
empieza un nuevo “HOY”. Desde ese momento, cada hoy es parte de ese Nuevo Hoy. ¡Hasta
ese momento, Dios se había limitado a “prometer!”, en lo sucesivo ¡la “Promesa”
se hará “cumplimiento”!
Pero
lo que los envenena, es la envidia, ¿por qué a Él? ¿por qué no a ellos? Al
digerir la envidia, esta se convierte en sed asesina.
Jesús
tiene que explicarles que sus “milagros” no son tesoros para que cada quien
tenga un cofre lleno en casa, sino Luz para que muchos ojos puedan ver lo que
estaba oculto, lo que era Misterio; lo que Dios quiere es desvelar el Misterio
y hacerse Diafanidad. No quiere ser acaparado, no quiere ser enjaulado, no
quiere una prisión, ni una carpa de circo para Él. Quiere Alas para ir a todos
los que lo han esperado, lo han ansiado, ¡quiere decirles a todos que ya está
aquí!
Les
muestra ejemplos de sus epifanías aquí y acullá. Les muestra que su obra no es
por exclusividades. Que tenía un solo ejemplo para Sarepta y un solo ejemplo
para los sirios.
Aquí
hay una ὀφρύος [ofruos] “cumbre”, que es figura del Calvario, ellos de buena
gana le habrían adelantado la crucifixión, pero la obra habría quedado
incompleta, por eso Él paso por en medio de ellos, y se marchó de allí.
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