domingo, 1 de septiembre de 2024

Lunes de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 



1Cor 2, 1-5

Los estudiosos nos informan que justo después de partir de Corintio, y haber dejado constituida allí una comunidad cristiana -como lo hemos dicho- conformada principalmente por libertos y esclavos, Paulo escribió -entonces- la que sería la 1ª Carta a los Corintios. Sin embargo, esta no se ha conservado; por eso llamamos primera, a la que sería la Segunda, y denominamos Segunda a la que se habría conformado con fragmentos de las tres epístolas subsiguientes.

 

A esa comunidad fundada y configurado por Pablo, llegó posteriormente una ola de predicadores judeocristianos, que insistían que la supuesta coherencia que se debía guardar con el judaísmo para poder hacerse cristiano, constaba en cumplir con la circuncisión, con las normas de pureza ritual y la comida Kosher. Según estos, el cristianismo no era sino una faceta del judaísmo, como una suerte de excrecencia de aquel. Su obra y propósito fue promover una vuelta atrás a la ritualidad farisaica, contraviniendo lo estipulado por Pablo.

 

Algo que se debe anotar es que esta comunidad trajo a Pablo innumerables dolores de cabeza.

 

Pablo era un artesano, trabajaba con lonas, con las cuales hacía tiendas de acampar, era, pues, un trabajador manual. En la sociedad griega, los de baja estopa eran, precisamente, los trabajadores manuales; esclavos o cuasi-esclavos, mientras los ciudadanos despreciaban a quienes tenían que aplicarse a este tipo de trabajos, ellos de ninguna manera habrían tenido este tipo de labores.

 

La aristocracia, así, estaba emparentada con el trabajo intelectual, y como se sabe, había diversas escuelas dirigidas por verdaderos intelectuales, geómetras, filósofos, estadistas a su manera, educadores que enseñaban a los príncipes y a los hijos de los gobernantes. Los predicadores, hacían gala de su formación, presumían de la escuela en la que se habían formado y sacaban a relucir haber sido alumnos de tal cual afamado pensador.

 

Aquí Pablo nos relata que, al presentarse, era tímido y temblaba mientras les presentaba sus testimonios. Los más prestigiosos de sus rivales, eran los que aplicaban las técnicas y los recursos aprendidos en sus cursos de oratoria. Los que brillaban con estos recursos, con sorna e ironía, eran presentados como los verdaderos “Jesús”, había que ser brillante orador para ser mínimamente tomados en cuenta.

 

Pablo, una y otra vez insiste en que la Sabiduría Verdadera, la Sabiduría que viene de Jesús, estaba expresada en el Martirio de un Hombre que con sus acciones se había comprometido contra aquel mundo de injusticia. Todo el saber que Pablo exhibe pivota en torno a Jesús, y Jesús-Crucificado.

 

Se había obliterado toda sabiduría con raíz humana; y sólo se apelaba a la sabiduría que brota directamente del Poder irrebatible, del Poder de Dios. La imagen que Pablo proyectó, no era la de una Iglesia atractiva, que invitara a muchísimos adeptos, presentándoles promesas melifluas. La que Pablo anunciaba apuntaba al Misterio de Jesucristo, que no se refiere a una temática de difícil y casi imposible comprensión; sino a algo que antes estaba oculto, pero ahora, por fin, su experiencia de Dios se encontraba lista para asimilarla, el misterio había madurado en su vaina y estaba a punto de fructificar bajo la Luz vivificante del Crucificado-Resucitado.

 

Pablo no pretendía -dados los destinatarios del mensaje- desgranar el kerigma valiéndose de los artilugios de la lógica y de la oratoria, sino “comunicarles” su vivencia personal. (Lo que no se podrá negar es que, su formación previa a los pies de Gamaliel, le valió para captar, en términos más exactos, el Mensaje que hundía su raíz en el limo de la religión semítica y ovillarlo enriqueciéndolo durante el proceso del hilado). Una experiencia bimilenaria nos enseña que no se trata de explayar nuestra “doctrina” para imponerla, tampoco se ha de pretender jugar la bola del deporte ajeno, para tratar de darles a saber de nuestra fe a los “circunstantes”, sino de tender -sin ambages- nuestras vivencias de Jesucristo, pero -imitando del ejemplo de Pablo- su desvelo por hacerse accesible, por traducir y elevar el mensaje a la altura del destinatario, no para “achicarlo” reductivamente hasta hacer de él una majadería. Cualquier globo no se empaca y se sepulta para ofrecerlo, sino que se infla y se demuestra su poder de vuelo. ¡Así podrá convencer!

 

La integridad del Keryx (del heraldo), su entereza moral, su transparencia, es lo que permite que el Espíritu hable a través suyo.

 

Y por caridad, no vayamos a incidir en la fantasía de “dejarle todo al Espíritu”, argumentando que será Él quien se encargue, ya que la obra, verdaderamente es de Dios, pero Dios no podrá actuar sino a través de “agentes” que se esmeren por optimizar su eficacia. Estudio y dedicación a la formación modularan el buen resultado. La oración es y siempre será ineludible, pero quedará bloqueada si no se la añade un compromiso serio y responsable en el renglón del estudio concienzudo. Por eso, un seminarista “quema tanta pestaña” para llegar al sacerdocio.

 

Sal 119(118), 97. 98. 99. 100. 101. 102



Este salmo es una súplica, es decir, una plegaria que pide, que ruega, que implora.  No es un simple llamado, no es un saludo. Es una comunicación cariñosa, cercana, se dialoga con alguien que se tiene por íntimo, alguien que día a día ha revelado sus desvelos por mí. Hemos llegado a un alto grado de intercompenetración, cuando quiero decir algo, Él parece conocer de antemano mis anhelos, cuando es Él quien algo me va a pedir, yo me disuelvo en los afanes de complacerlo.

 

Todo cuanto me dice me satisface, todas sus peticiones están afinadas con lo que yo libremente elijo.  Y, le confieso con sinceridad, Su Voz para mi es Ley, su Ley es mi complacencia.

 

Cualquier palabra que me diga, se repite en eco automático diez mil millones de veces, pero lejos de hartarme la repetición, se vuelve el himno de mi vida el ritmo de mi danza y bebo en su cantinela el “pasodoble” del Amor.

 

Cada sinfonía de su Canto, es en mi mente, el más sabio consejo que Amor alguno me podría regalar. Y al estudiarlo, supero con mis saber a los que se creían más iluminados. Él me doctora en teología.

 

Conocer su Ley me alza a saber más que los más lúcidos gurúes, con solo conocer la tonada de su código, sé más que los doctores de la ley adscritos a las más prestigiosas facultades de derecho.

 

Todo este saber tiene una amplísima dimensión practica: voy por caminos seguros, no hay a mi paso obstáculos, ni grietas, ni piedras de tropiezo. Mi senda es amplia y diáfana, mis caminos están iluminados por la Luz del Espíritu. Como sé que es Dios, mi tutor legal, jamás me aparto un milímetro de sus enseñanzas, soy el más fiel alumno porque valoro a fondo sus enseñanzas.

 

Todo esto y mucho más me enseña con tan solo seis versos que se han tomado de los 176 que integran este salmo. Este salmo habla de la dulzura de la Ley, que es dulce para el que ama, pero repelente para quien no entiende las ternezas del Amor.

 

Lc 4, 16-30

Jesús va al territorio de los no judíos, una zona altamente pagana y paganizada, en todas partes es acogido con benevolencia, no lo conocen, pero lo reciben, y Él se deja conocer por sus atenciones, por sus desvelos, por los cuidados que prodiga a los más necesitados. Son estos, los urgidos, los que mejor lo aceptan y -por lo tanto- los que más reciben de Él.


 

Luego va a Nazaret, donde mejor lo conocen, allí habitan sus parientes, sus conocidos, los niños -ahora crecidos- que jugaban con Él de chicos. Todos entre sí, tan familiarizados, que no puede ser nadie más que “otro”, uno de ellos, otro igual de carenciado, uno más que no puede tener nada mejor que ellos. Si es de los suyos, la lógica les dice que debe ser uno de los peores, uno de los más débiles, de los más frágiles, de los que más necesitan que el Cielo los mire; pero no puede ser que el Cielo los mira a ellos a través de Sus Ojos.

 

¡Claro que no! ¡Todos ellos se sienten pobres diablos! ¡Ahora no querrán decir que un pobre diablo es el Mesías! Si el Señor se hubiera querido manifestar entre ellos, seguro que Ese sería el menos opcionado, habría escogido a uno de ellos, pero no a Ese.

 

Así que cuando lee la profecía isaiana y se la apropia, les hierve la sangre, es un loco, un abusivo, un arrogante, ¡miren este!, ¿de qué se las da?

 

Llega un momento resplandeciente, Jesús se hace consciente de su responsabilidad, de su filiación, de Dios en Él. Está consciente que a partir de aquel momento empieza un nuevo “HOY”. Desde ese momento, cada hoy es parte de ese Nuevo Hoy. ¡Hasta ese momento, Dios se había limitado a “prometer!”, en lo sucesivo ¡la “Promesa” se hará “cumplimiento”!

 

Pero lo que los envenena, es la envidia, ¿por qué a Él? ¿por qué no a ellos? Al digerir la envidia, esta se convierte en sed asesina.

 

Jesús tiene que explicarles que sus “milagros” no son tesoros para que cada quien tenga un cofre lleno en casa, sino Luz para que muchos ojos puedan ver lo que estaba oculto, lo que era Misterio; lo que Dios quiere es desvelar el Misterio y hacerse Diafanidad. No quiere ser acaparado, no quiere ser enjaulado, no quiere una prisión, ni una carpa de circo para Él. Quiere Alas para ir a todos los que lo han esperado, lo han ansiado, ¡quiere decirles a todos que ya está aquí!


 

Les muestra ejemplos de sus epifanías aquí y acullá. Les muestra que su obra no es por exclusividades. Que tenía un solo ejemplo para Sarepta y un solo ejemplo para los sirios.

 

Aquí hay una ὀφρύος [ofruos] “cumbre”, que es figura del Calvario, ellos de buena gana le habrían adelantado la crucifixión, pero la obra habría quedado incompleta, por eso Él paso por en medio de ellos, y se marchó de allí.

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