miércoles, 4 de septiembre de 2024

Jueves de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario


 

1Cor 3, 18-23

 

San Pablo, nos propone el siguiente principio esencial: “La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios”. Para descifrar esta cita, como siempre y como en todo, es preciso ir al co-texto. Seguro habremos oído aquello de que “un texto, fuera de contexto sólo es un pre-texto”. Por tanto, es preciso ir al ADN de la cita para saber de qué estamos hablando.

 

San Pablo nos dice que evitemos gloriarnos en los hombres, y esos hombres en este caso son Pablo, Apolo y Cefas. En ningún hombre, sino en Jesucristo, que no es un hombre, sino que es Dios -hecho-hombre. Por eso nosotros nos gloriamos en Jesucristo, porque esencialmente es Dios; Dios que se abajó y se hizo uno de nosotros, para rescatarnos de haber caído en el “barro del pecado” y haber afeado nuestra presencia con su “mancha”.

 

Que Dios haya accedido a equipararse con nuestra pobre calidad, nos trasforma, nos dignifica, nos alza. La humanización de Dios es una kénosis que nos dignifica, que nos levanta. Ahora, todo es nuestro, porque Él nos ha equiparado en su calidad de Dueño: Él es el Dueño de toda la creación, por tanto, ahora todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo, de Dios.

 

Entonces, volvamos a recalcar, ¿a que sabiduría de este mundo se refiere San Pablo? A la que usan los sabios-filósofos, que pretende explicar todo desde la lógica humana; ellos ignoran que la única explicación válida es la que se hace desde la perspectiva Divina. Recordemos que la palabra perspectiva -Del latín tardío perspectīvus, y este derivado del latín perspicĕre significa “mirar a través de …”, en este caso “mirar desde la óptica de Dios”, “ver a través de Sus Ojos”.




 

¿Cómo podemos ver a través de los ojos de Dios? Dejándonos llevar, abriéndonos a sus enseñanzas; sus enseñanzas no son otra cosa que un entrenamiento para aprender a ver como ve Él, con los mismos sentimientos, con compasión. Su Revelación no son más que unas gafas correctivas, que nos dejan ver desde el mismo ángulo que ve Dios, y llevar al corazón esa visión, pero a un corazón blandito, a un corazoncito misericordioso que Él nos trasplanta con tejidos tomados de su propio corazón.

 

Cuando se mira con un corazón empobrecido por la falta de espiritualidad, lo que se ve es sed de poder, codicia pecuniaria, avaricia de riqueza material.

 

Los pensamientos y la doctrina que enseñaban Pablo, Apolo, Cefas, fueron manipuladas para obtener, la que prontamente, se trasformó en la herejía gnóstica.

 

Entonces, ¿se invalida lo que enseñó el propio Pablo? De ninguna manera, porque Pablo no enseñó con sabiduría “humana”, sino, iluminado por la Revelación. Lo que enseñaba, no era lo propio, él enseñaba lo Divino porque era un Apóstol de Jesús: Siervo o “agente” del Señor. O sea, miembro de la Iglesia.

 

Por tanto, no se debe jugar con el liderazgo de la Iglesia, que es para el servicio. Si los miembros de la comunidad tienen que alimentar el ego de los líderes, ya no están sirviendo, su único eje-vital se vuelve sostener su grupúsculo, su facción, hacerle barra a su pandilla, impulsar su líder, y este propósito los desvía de la verdadera razón de ser de la Iglesia, que es el testimonio del que es Dios: Jesucristo que selló con su sangre la Nueva Alianza en el Trono-Altar de la Cruz.

 

“Hay una cosa que la mundanidad no tolera: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu mundano es Cristo que murió y resucitó por nosotros, escándalo y locura". El Apóstol Juan dice que "la victoria contra el mundo es nuestra fe". La única victoria es la fe en Jesucristo, muerto y resucitado. Y esto no significa ser fanáticos", dejar de dialogar con todas las personas, sino saber que la victoria contra el espíritu mundano es nuestra fe, el escándalo de la Cruz”. Nos dice el Papa Francisco.

 

Sal 24(23), 1b-2. 3-4ab. 5-6

Traspasar ese Sagrado Umbral no es asequible a todos. No todos han recibido el don de la espiritualidad, todos podían para a veces caminamos más bien en dirección del alejamiento, en vez de aplicarnos a la búsqueda de rutas que nos llevan a ser más sensitivos con los planos Celestiales de la existencia.

 

Este es un salmo del Reino. Dios no tiene que entrar a ser “Coronado”, como se ha insistido, Dios está eternamente coronado y su realeza jamás se extinguirá; no depende de nosotros su permanencia en el Trono; Él está siempre en el trono de la Gloria. Pero, caminar las rutas de la espiritualidad se puede interpretar como la renovación de su realeza en nuestros corazones. La ruta de la Realeza implica aceptarlo como Mesías en nuestra vida y ser coherente con esa aceptación, vivir acogiendo su Ley en nuestra vida, que es -como ya sabemos- la Ley del Amor. El eje simétrico, es el del rechazo de todas las actitudes y conductas que puedan separarnos de Él, valga decir, quebrantar su Amor adulterando en nuestro corazón. Tenemos, pues, que posicionarnos y hacer consciencia ante la pregunta: ¿Quién puede subir al Monte del Señor?

 

Hay un preámbulo, está en la primera estrofa de la perícopa de hoy: reconocerlo como Creador nuestro. Se puede decir que es un buen preámbulo, pero no basta, veamos por qué: sería lo mismo que quien dice aquel es mi papá y aquella mi mamá, pero no los respeta, no guarda el amor a los padres, no los honra, cuando le piden que vaya a la viña, los ignora y no va. Sí, eso no es suficiente, llamarlo Creador -y muchas veces así obramos- vamos con el tambor para allá “es mi Creador, es mi Creador” y regresamos con el ruidoso tambor de allá para acá: “es mi Creador, es mi Creador”, ¡de ahí no se pasa!

 

¡Eso no sirve!

 

Cuando nos hacemos la pregunta ¡Quien puede estar en el Recinto Sacro? Hay dos respuestas orientadoras: ¿cuál es el norte, y cuál es el sur? De allí depende todo el rsto de la Rosa de los Vientos. Veamos esas dos preguntas claves:

1.    ¿Son mis manos inocentes? o ¿somos de los que ayudan a flagelarlo? ¿A apuntillarlo en la Cruz? ¿A lancearlo? (Recuérdese que a veces no se lo hacemos a Él, se lo hacemos a alguno de sus ἐλαχίστων “más pequeñín”, tengamos viva en la consciencia aquella frase: “¡A mí mismo me lo hicieron!” Mt 25, 45).

2.    ¿Soy de los que confían en los ídolos?

 

No recorro las “rutas espirituales” si sólo lo reconozco como Creador, de dientes para afuera. Tampoco si llevo las manos tintas en la Sangre de Cristo, con cada violencia que haga a mis hermanos, me entinto las huellas.

 

Mucho menos, soy espiritual si me desvío por los caminos dela idolatría.

Si cumplo estas tres directrices, entonces he traspasado el umbral de la espiritualidad y podré ponerme a la tarea de la construcción del Reino, obra pertinaz que me irá elevando por la escala de Jacob: Entonces seré parte de la generación de los que buscan a Dios, atento el resplandor Deslumbrante de su Rostro. ¡Seré un verdadero “Buscador del Dios de Jacob”!

 

Lc 5, 1-11

Discipulado con el estupor a cuestas


El camino de la espiritualidad es laberintico. Hay, sin embargo, un Hilo Magnifico que nos permite recorrerlo con certeza: Es Jesús quien nos lleva de la Mano, como Pastor que lidia con sus ovejas extraviadas. Para eso instituye su Iglesia. Es como una barca, pero no una barca solitaria, es una barca a la que se suman otras barcas, para ayudar que “no se reviente la red” cuando está repleta, desbordante. No se trata de una organización, sino de un organismo, que crece, que madura, que puede ocuparse de la tarea sin desfallecer. Que puede ejercitarse en la Misericordia y aprender y enseñar -a su vez- a ser misericordiosos.

 

Primero, Jesús mismo habla, nos deja sus Evangelios (distintos ángulos del Único Evangelio, que es Su-Divina-Persona), el Nuevo Testamento, toda la Escritura. Luego nos pide, prestemos especial atención a esta indicación que nos da Jesús Ἐπανάγαγε εἰς τὸ βάθος, καὶ χαλάσατε τὰ δίκτυα ὑμῶν εἰς ἄγραν. “Remen mar adentro y echen sus redes para que pesquen”.

 

Sí, ellos eran pescadores expertos, sabían muy bien de la pesca material, de la pesca natural; pero, ahora estamos pescando “personas”, es la misma labor, pero el cambio es rotundo, no se trata de seguir haciendo lo mismo que se había hecho siempre, por mucho que aborrezcamos que nos cambien el libreto sobre la marcha, hay que iniciar un des-aprendizaje y empezar un re-aprendizaje.


 

Se puede decir: “Seguimos siendo pescadores”, sin faltar un ápice a la verdad. Pero tenemos que hacer un esfuerzo adaptativo, porque ya no se pescará como solíamos hacerlo. Habrá que dar el brazo a torcer y acceder a iniciar de nuevo ¡desde cero!

 

¡Es lo hermoso que tiene Pedro! En su clarividencia se da cuenta que hay que desaprender y reaprender. Esa comprensión profunda radica en esta clave: “En tu palabra”. ¡Porque Tú lo has dicho, se hará como Tú lo has dicho!

 

Esto no es magia. (recordemos que no hay que incurrir en “idolatrías”). Se dice muy fácil, se escribe con pocas palabras, pero hay un largo, larguísimo tramo de recorrido, esforzado para transitar este cambio, esta acogida de la Palabra, esta aceptación, este acatamiento.

 

Es una victoria sobre sí mismo. Pero es un giro no personal, es todo el “equipo de pescadores” los que tienen que renunciar, ¿cuánto cuesta? En nuestra propia experiencia hemos visto que hay quienes prefieren dejarse morir que aceptar al cambio. Uno de los elementos que contribuyen a esta obcecación es el convencimiento de que, seguir haciendo lo mismo es “lealtad”, ellos patalean y chapucean, salpicando agua a diestra y siniestra y lloriqueando, mientras gritan “somos fieles a las enseñanzas”. No es respeto a la tradición sino empecinamiento en el “tradicionalismo”. No se requiere la conversión de una persona, ¡es un giro comunitario, un acto sinodal!


 

Una parte crucial de este reaprendizaje está retratada en este gesto Petrino: “…se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí que soy un hombre pecador»” Como si le dijera: “esta tarea que nos entregas no es una obra para humanos, es algo sobre-humano, nosotros no podríamos porque no somos ángeles”.

 

Es el ser que con su débil espiritualidad se ve sobrecogido por la grandeza de la Misión. El hombre enfrentado al Misterio de Dios, que no estremece sólo a un individuo, sino que “se había apoderado de todos los que estamos siguiéndolo”. 

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