1
Cor 12,31 – 13,13
Una comunidad donde
todo es mano o todo es ojo, quiere decir que se acaba la pluralidad para ser
una uniformidad dañina.
Gustavo Baena s.j.
Ayer,
hemos entrado de lleno en el sexto bloque de la 1a carta a los Corintios.
Quedamos, ayer, en la recomendación que nos hace Pablo de “ambicionar los
carismas mejores” (12, 31). Hoy, retomamos justo ahí. Usamos como peldaño de
partida el último versículo de la perícopa de ayer.
Y
tenemos que vérnosla con este “tecnicismo”:
χαρίσματα [charismata] “carisma” que nosotros solemos
traducir por “don”, “recibido gratuitamente”, “virtud”, “fuerza”. Su etimología
es χάρις
[charis]
“gracia”, “dotado por Dios”; y, μα [ma] “lo que produce”, “lo que resulta”, “el producto”, o
sea, “lo que sale de recibir Gracia”. Y se puede enfocar desde dos perspectivas.
Por un lado, es vista como un poder que lo hace a uno “especial”, “fuerte”, “le
da dominio”, “capacidad para oprimir”.
Otro enfoque la ve, no como cualidades, sino como la
“persona” misma, alguien que es transpenetrado por el Espíritu Santo, es un “don
de Dios para la comunidad”. El carisma es el don Divino que sirve a la
comunidad. No está al servicio del “dueño” (muchas veces se toma al portador
como “dueño” del carisma), sino que Dios se la ha dado a alguien para que sirva
a la Comunidad, la verdadera dueña del carisma, no es una persona que la
“detenta”, sino la Comunidad a la que le sirve. El carisma es la persona
entregándose misericordiosamente al servicio del otro, haciéndose prójimo,
sirviendo en un ministerio.
«¿Habrán notado que la mano le discuta al pie? ¿Qué
cualquier día diga el ojo, estoy furioso con la boca, no les parece que sería
lo más ridículo y lo más desproporcionado que hubiera una división de nuestras
partes del cuerpo? ¿Qué no se pongan de acuerdo?» Nos pregunta el Padre Baena.
Ayer alcanzamos a ver que los carismas son variados y
diversos, uno es pies, otro es mano, otro es ojo, otro es boca. Esa diversidad
sirve a la Unidad, (no a la uniformidad).
Hoy, San Pablo nos habla del mayor carisma, del más
excelente. En griego hay cómo mínimo cuatro clases de amor y cada uno tiene una
palabra distinta para nombrarlo. El que nos ocupa hoy es el ἀγάπη
[ágape],
“amor preferencial”, “divino”, “desinteresado”, “que no espera ser compensado”,
“incondicional”, “que se entrega por entero”.
¿Qué quiere decir? Que no se trata de un amor de
telenovela, de historia de amor, no está hablando de amor romanticón. Está
hablando de un amor que se interesa por el otro con generosidad, con
desprendimiento, con benevolencia, con el único interés de que el otro salga
favorecido, que logre sus más altas cotas de realización, de plenitud. ¡No
estamos hablando de melado concentrado!
Este amor es fraternal, es solidario, es sinodal en el
mejor de los sentidos. La perícopa no es a propósito para imprimir postales y
venderla por “amor y amistad”. Este amor es el que hace que mi desprendimiento
para darlo todo, no valga nada, a menos que se haga presente mi voluntad de que
el otro crezca, que salga adelante, que florezca como el mejor rosal en tiempo
de flores, y no para que yo las corte y las revenda, ni para tener un rosal que
decore mi jardín, ni siquiera para tener un gesto galante con alguna persona
que me atrae muchísimo. ¡No va por ahí!
Miremos sus características, (pero separándolas de lo que
tendría que ser mi relación con el “ser amado”, porque esta consigna está para
aplicarla aún con los que me caen gordos, aun con los que les caigo gordo, es
para usarla con el enemigo, con el que ma ha hecho daño, con el que me casó
guerra, con el que me pinta la vida a cuadritos.
Uno tiene que ser:
1)
Paciente y benigno
2)
No envidioso, ni presumido. No engreírse.
3)
No ser indecoroso, ni egoísta.
4)
No irritarse.
5)
No llevar cuentas del mal.
6)
No alegrarse de la injusticia, sino gozarse
en la verdad.
7)
Todo lo excusa.
8)
Todo lo cree
9)
Todo lo espera
10) Todo lo soporta
Y
concluye diciendo que no tiene fin, (no pasa nunca), ¡los amores que pasan son
otra cosa, no ágape!
Claro
que hemos tergiversado el amor radicalmente, como niños, que hablan como niños,
sienten como niños, razonan como niños. Hay que tener mucha paciencia y saber
aguardar hasta que salgamos y superemos esta edad de niños y empecemos a pensar
como hombres. Sólo entonces podremos superar esta mirada infantil del amor y
empezar a asumirlo con una actitud adulta.
Tengámonos
paciencia, como Dios nos tiene paciencia, porque por ahora vemos el amor como a
través de un espejo defectuoso. Por ahora, la visión es confusa, limitada.
Nuestra
fe nos llama a ser pacientes los unos con los otros hasta cuando desarrollemos
nuestros sentidos y conozcamos y se nos conozca como Dios lo hace con nosotros.
Por
ahora -porque la situación está tan viche- tenemos tres herramientas: fe,
esperanza, y amor. Pero cuando llegue la Plenitud, en la Parusía, sólo quedará
el Amor y las otras dos desaparecerán, porque serán, entonces, inútiles.
En
conclusión: Si hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y no
tuviera amor-ágape sería como un bronce que resuena o como una simple campana
que tintinea. Y, como esa es nuestra situación actual, tenemos que seguir
trabajando por el carisma más excelente.
Sal
33(32), 2-3. 4-5. 12 y 22
La
estructura de este salmo podríamos llamarla de “eco”. Uno lanza una primera
voz, y ella, resuena con una acústica algo disímil, pero en el fondo igual.
Veamos:
Primera
voz: Dad gracias al Señor son la citara,
Eco:
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas (decacordio).
Otro
ejemplo:
Primera
voz: Cántenle un cantico nuevo.
Eco:
Acompañando los vítores con bordones.
A
este tipo de resonancia se la llama “paralelismo”. E efecto que logra, es mucho
más que explicar, es reforzar y potenciar la “primera voz”.
Es
un himno.
En
la segunda estrofa se enuncia cómo es la Palabra de Dios: sincera, justiciera y
que orienta en la rectitud.
La
tercera estrofa, habla de una de las propiedades del Amor-ágape, es un amor de
elección, que bienaventuranza que hayamos sido nosotros la “nación elegida”.
¿Qué tendrá la nación elegida? Será bendecida con la Misericordia de Dios, en
esa bendición confiamos, eso es lo que esperamos, en eso se cifra toda nuestra
espera.
Cuatro
veces volvemos sobre la idea de la elección, regocijándonos en su predilección.
Lc
7, 31-35
No Jesús, no tienes
derecho a nada pedir puesto que no eres más que un glotón, borracho, y con las
peores amistades; cambia de amigos, y quizás entonces, … tampoco.
Decimos
que Dios nos tiene paciencia, y entonces, nos dormimos en “su paciencia” y no
entendemos que Él nos tiene paciencia, pero que mientras tanto la injusticia campea
y muchos sufren y muchos pierden la vida por ese motivo. Nuestra demora en
reconocer su Autoridad, lo vuelve a crucificar, una y mil veces, en la misma
cruz, cada vez con el rostro de otro hermano: El mismo Jesús, con el rostro de
otro de sus “pequeños”. Eso no puede quedar así. No quedará impune el sufrimiento
que se trae y que otros padecen, mientras nosotros dilatamos la Parusía.
Nos
parecemos a esos niños que, un amiguito trae el balón de futbol y ellos dicen, “no
nos gusta el futbol”. Y otro va corriendo y trae el lazo para saltar, y
nosotros les decimos: ¡qué pena, tenemos un tobillo tronchado!
¡Qué
significa? Que siempre tenemos pretextos para no asumir el discipulado a
cabalidad. Siempre pedimos que se retrase la programación mientras vamos a
buscar el yo-yo. Y, luego, que no lo encontramos, que vamos a traer las
canicas, y así sucesivamente.
¿Cuantos
profetas, cuantos santos, cuantos precursores nos han enviado Dios? y nosotros,
siempre damos alargue. Vino el propio Señor, y todos los “hijos de la sabiduría”
lo han avalado, y nosotros, ahí, seguimos… Viéndolo sangrar, colgado del par de maderos.
No
nos hagamos los que no entienden… No abusemos de su paciencia. Permitamos que
por fin ¡Venga a nosotros Su Reino!
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