Job
3, 1-3. 11-17. 20-23
Toda muerte a sí mismo,
toda renuncia libre y alegremente consentida, abre nuevas perspectivas de vida.
Pierre Dumoulin
Con
alguna frecuencia nos referimos a Job como el Santo de la Paciencia. La
perícopa que leemos hoy nos lleva a preguntarnos ¿qué tanta paciencia tiene
alguien que se desea la muerte, alguien que preferiría no haber nacido? ¿Se
puede poner como paradigma de la paciencia a quien desearía no haber nacido?
¿No estamos ante un caso de rebelión contra su Creador, (porque fue su Creador
quien le dio la vida)?
Ayer
proponíamos que el dios de Job era un dios quizás todopoderoso, pero no-Dios-Amor.
Hoy queremos empezar con una reflexión sobre una brevísima cita de Mt 22,36-40,
donde uno de los fariseos trató de acorralar a Jesús con una pregunta sobre los
Mandamientos, más exactamente sobre el más importante, donde -como recordarán-
la respuesta fue doble, porque Jesús le respondió con dos primeros, articulados
como uno solo: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos.
Pero hay otro semejante a este: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”. La base del amor al prójimo es el Amor a sí mismo…
Ahora, articulemos la amarga queja de Job y procuremos proporcionar a Job como
fuente de amor al prójimo.
Job
enhebra hoy diversas maldiciones sobre su vida
i) Su concepción
ii) Su nacimiento
iii) La noche de su
concepción
iv) La noche que lo
dejó nacer
v) ¿Por qué no habrá
muerto en el vientre de mi madre o al nacer
vi) Porque hubo
rodillas que lo acunaron y pechos que lo amamantaron
vii) Porque no lo
abortaron
viii) Por qué deja dios
ver la luz al que sufre
ix) Por qué le da la
luz a los que se van a sumir en la amargura
x) Al que espera y
busca la muerte
xi) Sólo hallará la
alegría al bajar a la tumba
xii) No tiene descanso,
no tiene sosiego,
xiii) No encuentra paz
sino inquietud.
Cómo
poner al lado de esta maldición y de esta renegar, la resignada fórmula de
“Dios me lo dio Dios me lo quitó, alabado sea el nombre de Dios”.
Es
por esto que ayer decíamos que no es el modelo de la paciencia -sino de una
cierta clase de rebeldía. Pero esta terrible rebeldía deja ver el intenso afán
de buscar y encontrar a Dios, es la rebeldía que expresa una búsqueda sincera.
Tres
amigos vienen a ayudarle a sobrellevar la pena
1) Elifaz, entrado en
años, es moderado.
2) Bildad, propone
sentencias vanas
3) Sofar, procura
implantar el racionalismo sobre la desgracia
y
se sientan con él en absoluto silencio, durante siete días; al cabo de los
cuales, es Job quien lo rompe con la “queja” que leemos hoy.
¿Quién
puede sinceramente reprocharle a Job su “reniegue”, cuando todos los motivos de
su dicha han sido borrados de un plumazo? Realmente el dolor y la tristeza se
han cebado en él. Quien haya pasado por esta esquina en el curso de su vida,
puede intentar comprenderlo, inclusive puede sentirse llamado a defenderlo y a
justificar la angustia que lo absorbe y lo nulifica.
Yendo
a la arqueología textual, sabemos que la idea de premios y castigos después de
la muerte es una manera de pensar relativamente reciente; y, no conocida por
aquel entonces. La venimos a encontrar en la era de los Macabeos.
Cuando
preguntamos si el no-pecado debe ser la justificación única y fundamental de la
existencia, y cuando renegamos de la vida como una maldición por el dolor que
nos puede traer, es porque hemos elegido mal la perspectiva desde la cual
mirar. Bien es cierto que a nadie se le puede exigir vivir positivamente los días
aciagos, también es cierto que la pena, el dolor y todo sufrimiento se
convierten en filtros eficaces que nos limpian de nuestros egoísmos y de esa
limitada forma de ver que sólo anhela el placer y los gustos que la vida trae. Jesús
subió el calvario y fue enarbolado en la cruz y no lo permitió como un
ejercicio de masoquismo sino, como un generoso acto de entrega, no para su
propio lucro personal, sino para darse, para sacrificarse por amor a sus
hermanos, más allá del racionalismo que lo habría condicionado a ahorrarse toda
molestia. El dolor, el sufrimiento pueden ser una escuela efectiva que nos
eduque en la Compasión. Cuando hemos sufrido estamos más capacitados para
aceptar nuestra entrega por el bien del prójimo.
Muchas
veces la santidad y el martirio nos descubren el rostro redentor del
sufrimiento; pero enfrentarlo desde Dios es Gracia.
Mientras
era prospero, Job no le hacía preguntas a Dios, ahora -que rasca sus llagas con
una teja- le pregunta el por qué. ¿Falsa pregunta? ...; la única pregunta que
vale la pena hacer es ¿cómo? ¿cómo vivir en las circunstancias que me son
dadas? (Dumoulin).
Sal
88(87), 2-3. 4-5. 6. 7-8.
El
hagiógrafo de este salmo (Coré, director del coro) ha sido alejado de sus cercanos,
de su parentela, le han dejado como única compañía, las tinieblas.
En
medio de su angustia, su clamor se alza al Señor, pide permiso a Dios, para que
su voz suplicante resuene en Su Presencia.
Reconoce
en Dios a su Go-el, el que lo apadrina, יְשׁוּעָתִ֑י [Yesu-ati]
“el que lo Salva” y clama a Él para que deje llegar su clamor, que eleva de día
y de noche.
Se
presenta ante su Presencia en toda su desgarradora condición: con el alma
repleta de pesares, y con la vida al borde del abismo; es un invalido del que
se aprovechan para enterrarlo prematuramente.
No
es un prisionero, pero camina entre los caídos, entre los cadáveres, entre los
que fueron llevados lejos de los ojos, porque Él es el Viviente, lo sustraen de
su Mirada.
Dios
-que lo rige todo- lo ha llevado hasta el “fondo de la tumba”, sumiéndolo en
las sombras, la Ira Divina arde fragorosa sobre él.
Es
evidente que su estado es el del abandono, experimenta el rechazo, el sabor
amargo de la traición. Sus esperanzas se han convertido en Jabel.
Si
fuéramos más allá de la perícopa, encontraríamos a Dios que no abandona y que muestra
su Poder y su Bondad resucitando. Pero lo que alcanzamos a leer hoy, se queda
sumido en desesperanza. El liturgo se ha cuidado de dejarnos hacer consciencia
de la desolación que envuelve a Job.
Lc
9, 51-56
Jesús
ve llagada “Su Hora”. Sabe que su Momento definitivo tiene un marco espacial
asignado: su patíbulo será colgado en Jerusalén, y toma la firme e irrevocable decisión
de cumplirle la cita a Su Padre. No se trata de un determinismo, lo que está
por ocurrir, tendrá que ocurrir, ¡No! Él quiere cumplirle al Padre y no se
evade. Diferente de Job, Él avanza hacia el interior de la Tiniebla, porque
sabe que dentro está el más Maravilloso y Deslumbrante Resplandor. No camina
hacia la nada desesperanzada; por el contrario, se adentra en la Grandeza de su
Reino. Esa Victoria Gloriosa no hace indoloro el paso (Pascua), la zona de
tiniebla es insoportablemente dolorosa, pero a Él lo asiste la firmeza del Amor.
Este amor que lo fortalece no es alguna clase de anestesia poderosísima, el alcanza
a entender que todo este dolor no es inútil, que es el Regalo de su Donación,
que se entrega Dios-y-hombre, por todos sus hermanos a su tarea Redentora, sabe
que sólo Su Sangre es Moneda de Rescate Válida, con todo lo que este
sufrimiento conlleva.
No
van por delante los heraldos que hacen sonar sus trompetas y piden paso para
que pase el Rey de Reyes. Como todo lo profetizado, también está Escrito como
entrará el Rey en la Zona Tenebrarum,
a lomo de borrego. ¡No por lo alto sino arrastrado! Complementa este
abajamiento, esta kénosis, el desprecio de los Samaritanos que tampoco lo
reconocen, que también lo ignoran, y lo van saludando con desprecio e
indiferencia. Vino a nosotros y nosotros no lo quisimos reconocer. Cuando Él
pasa, nosotros siempre sacamos a relucir nuestros documentos de ciudadanía, y
se lee en ellos, que somos samaritanos (y no de los que se compadecen, sino de
los inconmovibles, de los que tienen corazón de fierro).
Nuevamente,
los que nos hacemos pasar por sus cercanos mostramos toda nuestra cerrazón,
nuestro pétreo corazón, nuestro bajo sentido de projimidad, Él quiere salvar a
todos los humanos y nosotros venimos a proponerle bombardeos destructivos con
muy optimas razones y motivaciones, ahí hacemos gala de todo nuestro discurso bélico,
“Señor, es porque te están rechazando a Ti”. Queremos manipularlo como
pretexto, usar su Santo Nombre como efugio de justificación.
Asombrado
por la lentitud de nuestro corazón se vuelve -una vez más- nos increpa y avanza
inamovible en Su Decisión Salvífica.