Ap
10, 8-11
Durante
siglos, la sagrada Escritura estuvo vetada para la enorme mayoría porque sólo
un ínfimo porcentaje de la población podía leer. Y, de otra parte, los libros
eran prerrogativa sólo de quienes pudieran adquirir un libro que se escribía
sobre pieles de animales y por escribas cuyo trabajo tan artesanal encarecía el
costo de la trascripción manual de las obras y hacía inalcanzable su posesión
para casi todos.
Ayer
hablábamos del rechazo y de toda la no aceptación de Dios en nuestras vidas.
Hoy, cuando la adquisición de una Biblia se ha democratizado hasta hacerse muy
fácil tener una, personal y contando con la posibilidad de acceder a ella
inclusive por vía digital, y donde muchos la tenemos descargada, incluso en
nuestro teléfono móvil. Hoy día, nadie puede quejarse por no poder acceder a
Ella. Pero, ¿hemos superado el analfabetismo bíblico? O, a pesar de todo
¿seguimos alejados de Dios y sin recibirlos en nuestras vidas, atareados en
encontrar pretextos para dejarlo por fuera de nuestras vidas.
Si
por algún “percance”, alguien -puede ser, en la vida escolar- nos pide una cita
bíblica, el software electrónico, nos permite hallarla con prontitud y no falta
quienes memorizan citas -deshilvanadas de todo contexto-, como parte de una
“cultura a-religiosa”. Se dice a-religiosa porque la falta de esfuerzo por
digerir y contextualizar ese “conocimiento”, no logra re-ligar nada.
La
“religión” cumple en nuestra vida la “función” de volvernos a vincular con la
trascendencia, después que la “caída” nos llevó a dividirnos de tan vital
amistad; pero eso no ocurre con un conocimiento fragmentario, sino por una
verdadera relación con lo Divino. La religión supone una verdadera e intensa
amistad con Dios.
Hoy
por hoy la situación que nos presenta la perícopa se vive en la vida de cada
cual: una voz del Cielo nos invita a tomar el “rollo” de la Escritura y
alimentarnos con él. Cuando se lo pedimos al Ángel, Él nos dice “Toma y
devóralo”.
Es
cierto que para el paladar es una dulzura, un verdadero deleite. Pero, al
llegar al estómago, nos llenamos de amargura. Seguramente esto es lo que nos
hace tan supremamente refractarios a esa Lectura y a trabar amistad con Dios. Y
es que no se trata de una simple Lectura. Vemos que los jovencitos devoran
verdaderas toneladas de lecturas con libros de cientos de páginas, lo que nos
lleva a hablar de “grandes lectores” y de “verdaderos amantes del saber y la
cultura”.
Se
ha logrado así un mundo donde la división entre la mente y la vida es un
profundo abismo. Se trata pues de una forma de leer que no permite ningún
anclaje de lo leído en nuestra vida. Este tipo de “lectores” practican un tipo
de “lectura” que los previene de que algo o alguien les “amargue la vida”.
Claro,
nos llevamos la mano al corazón y pensamos -con sobrada razón- que, si tienen
la paciencia de acompañarnos en esta aventura en la que nos hemos propuesto
reflexionar las Lecturas como nos las va presentando la liturgia, significa que
no pertenecen al gremio de los a-religiosos, sino, todo lo contrario, de los que
degustan la Palabra y asumen la Amistad con Dios procurando hacer cada vez más fuerte
el vínculo con todas las responsabilidades que nos da el discipulado.
Sal 119(118), 14. 24. 72. 103. 111. 131
En
este salmo encontramos ese llamado al estudio y la contemplación que son un
ejercicio re-ligante, en tanto en cuanto nos trasportan a los planos de la
adoración y la contemplación. Verdaderamente que “tomar el rollo y tragarlo”
son condicionantes de una aproximación eficaz a la Palabra. Hablamos, claro está,
de una eficacia espiritual.
¿Qué
quiere decir eficacia espiritual? Ante todo, que no se trata de batir records
en materia de hojas y capítulos recorridos.
Luego
está esa absorción que hace que la Palabras se hagan piel, carne, sangre y
huesos de la persona. Que le permite vivir Crísticamente.
No
tiene nada que ver con el memorismo. Antes, en el marco de otra cultura, se
trató, en muchos casos de competir en el aprendizaje de numerosas oraciones, y
estas de gran longitud; sin trascender el plano de lo estrictamente
memorístico.
Poder
encontrar y descubrir en este hacer de la Palabra el faro de la existencia,
debería reportarnos una dicha sincera.
Se
acerca uno a la Palabra para hallar en Jesús al Consejero por excelencia, y no
caer en manos -ingenuamente- de gurúes y manuales de auto-ayuda. Tampoco en los
collages de frases célebres.
Tampoco
debe dársele a la Palabra el valor y la aplicación de amuleto o talismán.
La
palabra ha de estar presente para el alma y el espíritu como el aire para los
pulmones y el alimento para la salud equilibrada de nuestro organismo.
Lo
que se busca es poder proclamar con gratitud y sinceridad: ¡Qué dulce al
paladar tu promesa, Señor!
Lc
19, 45-48
El celo de tu casa me devora (Jn 2, 17c)
Jesús no viene con el
fuego del cielo que nos extermina a nosotros sino con el fuego del amor, que lo
quemará a Él.
Silvano Fausti
Pensar
la religión como negocio y como fuente de ganancias nos pone sobre alerta de
los cientos de toldos donde se comercializa con base en la fe. Y, hoy como
entonces, Jesús los denuncia, siendo de las muy escasas cosas que lo llevan a encolerizarse.
Con tanta frecuencia Él asume con extrema paciencia el dialogo con sus
contradictores y acoge a las víctimas de estas falacias.
“Mi
casa es casa de oración” que quiere decir. Sencillo, no es para otras cosas, no
tiene diversidad de finalidades, no es una carpa circense conde fácilmente
cohabitan el mago, el payaso, el equilibrista, el trapecista, el domador de
tigres, el malabarista, el vendedor de palomitas de maíz y el de la caseta de
perros calientes. Tiene una sola finalidad, es un lugar “reservado a la
oración”.
En
un mundo donde un crimen que acaba de ser actuado, representado, pasa a la
propaganda del desodorante y luego, muestra el comercial de una empresa
turística, y -a continuación- el anuncio de la bebida gaseosa que acompaña bien
todo lo demás; ¿qué podría tener de malo que añadiera la venta de palomas y
terneros sacrificiales, el cambio de monedas impuras y monedas dignas de la
alcancía del templo?
Atención,
esta destinación exclusiva del Templo, está escrita. No es un chispazo del
momento, no es una corrección que hasta ahora se hace, no es una precisión
brotada de un corazón fanático. ¡Está escrito!
Quiere,
además añadir, una connotación: Lo que está escrito, escrito está. ¡No consiste
en que al escribano le sobre un minuto y varias gotas de tinta en su tintero!
¡Es que Dios lo dictó y por eso está allí!: ¡Escrito está!
En
voz pasiva (recordemos que la Voz Pasiva no quiere resaltar tanto quien lo
hizo, sino el hecho mismo), en perfecto de indicativo: Γέγραπται [Gegraptai] «Está escrito”, casi como si dijera “está grabado
en piedra”. Ha perdido la volatilidad de la voz que pasa, que -en su
provisionalidad- se apaga. Se olvida, se disuelve en el tiempo. En este caso,
¡no! Está allí, presente, quien quiera constatarlo puede venir y leerlo de
nuevo, porque está escrito. No se le puede desaparecer tan fácil, otra
voz, o el grito, o el rugido del trueno la podría acallar, si ella fuera pura
oralidad. Pero al estar “escrito”, cuando el trueno tenga ya cansada la
garganta y tenga que callarse, la “escritura” seguirá allí, campante,
vencedora, permanente.
Eso molesta a los que quieren estorbar lo que Dios dice.
Todos ellos se coligan para atacarlo, para quitarlo de en medio, para que no
pueda seguir tirando mesas y flagelándoles la espalda con un lazo trenzado a
modo de fuete. (Cfr. Jn 2, 15-17) Lo detestan porque Él se ha dado a la tarea
de defender lo que Dios ha Escrito, como si les gritara en la cara: Falsarios,
eso no es lo que Él dijo, corrijan, miren estas fueron sus Palabras reales.
En el fondo de la perícopa encontramos a los que no dicen
nada, pero atesoran esas palabras y “están pendientes de Él, “escuchándolo”.
Ellos ya cumplen el Shema que Dios dirigió a Israel. Ellos son el pueblo
sacerdotal que Él se escogió para su Padre. (cfr. Ap 5,10)
¿Saben porque lo detestan? Porque Él anunció que el pueblo
que se había escogido, reinaría sobre la tierra.
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