lunes, 18 de noviembre de 2024

Martes de la Trigésima Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Ap 3,1-6. 14-22.

Además de los oponentes internos, están los oponentes externos… el diablo actúa en la historia a través de la Bestia que es el Imperio Romano…  Lo que estos oponentes conocen no es a Dios, sino las profundidades espirituales” del imperio Romano; no están sumergidos en Dios, sino ahogados en la filosofía e “ideología” del Imperio.

Pablo Richard

Estamos atorados y presos en la concepción del apocalipsis como un estudio de futurología remota, lo que nos pasa también con el profetismo, donde con demasiada frecuencia vamos a buscar las noticias de lo porvenir, que mientras no logramos escapar de esa cautividad, nos quedaremos como aquel célebre geólogo, que quiso desenmascarar las claves de su disciplina científica, leyendo un recetario de cocina, (en ningún momento vayamos a pensar que despreciamos lo más mínimo al ABC de las artes gastronómicas que son, de las ciencias aplicadas, más que ciencia, verdadero arte, y añadimos, ¡cuán placentero!), lo que queremos poner de relieve, es la importancia de saber dónde y cuál ha de ser la fuente idónea para ir en procura de lo que urge. Lo que queremos rogarles es que cesemos de usar estas fuentes bíblicas con la pretensión de hallar en ellas sucedáneos efectivos de las “bolas de cristal”.

 

Ayer, veíamos un trozo de la Carta a los Efesios, hoy tenemos dos degustaciones de las cartas a la Iglesia de Sardes y Laodicea. Si prestamos -aunque sólo sea, una leve atención- descubrimos que no se trata de avisos de cómo será el “mañana”, sino de diagnósticos de lo que les está pasando.

 

Leímos de la Carta a Éfeso, y nos saltamos la Carta a Esmirna, a Pérgamo, y a Tiatira.  Luego leemos algo de la Carta a la Quinta Iglesia, y también brincamos lo que dice la Carta a la Iglesia de Filadelfia y vamos, directo, a la Séptima Iglesia, la de Laodicea.

 

La palabra sardis significa “cuncho”. Algo así como “los fondos”, subrayando su carácter residual. La denuncia inicial es que tras la fama de la que gozaba, ahora la ciudad está venida a menos, su antiguo esplendor se ha eclipsado; sus industrias eran la textilera con base en el algodón, y la tintorería. Ahora, el dictamen es que está “muerta”. Anima a los fieles de Sardis, “unos cuantos” que no han manchado sus vestiduras, y les promete que andarán con él llevando vestiduras blancas.

 

«Una mirada cercana a las 5 recurrencias nos reserva inmediatamente una sorpresa: el vestido es siempre un vestido blanco. Puesto que el blanco indica una participación en la resurrección de Cristo, podríamos decir que para el Apocalipsis el cristiano está siempre como envuelto por la resurrección de Cristo» (Ugo Vanni). 


 

Jesús les promete no borrarlos del libro de la vida; llegado el momento, Él los confesará (los reconocerá) delante de su Padre. 

 

Jesús advierte también a la iglesia que, si no está alerta, vendrá a ella como un ladrón, sin que puedan saber a qué hora llegará.

 

En la Carta a Sardes, hay diversas alusiones a los evangelios sinópticos.

 

Pasa, dando un salto por sobre 7 versículos (los que hablan de la Carta a Filadelfia), para ir a la Carta remitida a la Iglesia de Laodicea, en territorio de la actual Turquía. En toda Frigia no había otra ciudad que se le comparara en riqueza. Su industria estaba basada sobre el algodón y el lino. Famosa por su banca, su escuela de medicina y su dominio de la farmacopea.

 

Jesús es nombrado aquí bajo los nombres de: a) Amén, b) Testigo fiel y veraz, y, c) Príncipe de la Creación de Dios.

 

Entre los laodicenses hay una dualidad de intereses: por un lado, está su interés pecuniario, los trasnocha la idea de alcanzar la “riqueza”; y, a la vez, quieren ser “cristianos de tracamandaca”; esa dualidad de intereses los desgarra y los divide; no alcanzan a ser ni lo uno ni lo otro. Se quedan a medio camino entre las dos polaridades: no son ni fríos, ni calientes, se quedan en la tibieza: con el agua tibia pasa una cosa particular, da nauseas, e induce el vómito. Por eso Jesús les dice a los laodicenses, “estoy a punto de vomitarlos de mi boca”. Porque tienen riquezas piensan que no tienen necesidad de nada; por eso es tan difícil que el rico pase por el ojo de la aguja. Ese es el problema del rico, no es que Dios no los ame, lo que pasa es que ellos no tienen ningún interés en pasar al otro lado del ojo de la aguja, allí donde la soberanía la tiene Dios y no Mammon. ¿Cómo quedan los laodicenses? Desgraciados, dignos de lástima, pobres, ciegos y desnudos. «A la Iglesia de Laodicea Cristo le recomienda comprar “vestiduras blancas” para envolverse y hacer que no se vea la vergüenza de su desnudez (3, 8). Sin alguna participación en la vitalidad de Cristo resucitado, aun en esta vida, la Iglesia se vería despojada de todo.» (Ugo Vanni)

 

¿Cuál es la gran promesa que les hace el Resucitado? Sentarse en el Trono: «Jesús promete al vencedor (vencedor de la Bestia, de su imagen y de su marca), hacerlo participar de su poder, así como Él participa del poder de su Padre.» (Pablo Richard)

 

Sal 15(14), 2-3a. 3bc-4ab. 5



Este Salmo se concentra en la explicación de la Promesa que le hace el Resucitado a los que logren mantenerse y llegar a vencer -los que luchen toda la noche- y salen airosos; ellos cumplen ciertos rasgos que los caracterizan como discípulos fieles:

i)              Proceden honradamente

ii)             Practican la Justicia

iii)           Tienen intensiones leales

iv)           Su lengua no ha probado el sabor de la calumnia

v)            No le haced mal al prójimo

vi)           No difama a su vecino

vii)          Toma el impío por despreciable

viii)         En cambio, rinde honor a los que veneran reverentes al Señor

ix)           No presta dinero bajo usura

x)            Ni acepta soborno contra el inocente

 

El que guarda estos lineamientos, ese se sentará a Su Derecha. En el Trono del Reino.

 

Lc 19, 1-10

El sicomoro es signo de regeneración, de trasformación

Dios es indulgente con el hombre. No espera mucho de él; sólo una trepadita al árbol.

Arturo Paoli

¿Dónde hace pie la perícopa de hoy? En la curación de un ciego. Ahora, el foco recae sobre un “jefe cobrador de impuestos”; ambos “querían ver”.


 

En varias oportunidades nos hemos esmerado en clarificar que no todos los publicanos estaban al mismo nivel. Estaban los que habían comprado la facultad de cobrar impuestos a Roma, y Roma, los había delegado, ellos probablemente pagaban por anticipado, pero obtenían la ventaja de poder ajustar a su amaño, el monto cobrado. Luego, estaban los subcontratistas, con la ventaja de lucrarse sin mayor esfuerzo, y por abajo en la escala, estaban los que sacaban su banquito y probablemente una mesa que actuaba como oficina callejera y que tenían que exponerse a las inclemencias directas del tiempo, sol, lluvia, viento, polvareda, y demás. Ellos enfrentaban al público contribuyente y luego, reunían los fondos cobrados para entregárselos a su mayoral. Así hasta llegar a centralizarse en los dueños del negocio al amparo de los Romanos, que, de ser necesario, les delegaban soldados de escolta para garantizar el pago de la tributación sin rebeldías y con toda “mansedumbre”.

 

Existe una diferencia muy grande entre tener que raspar la olla, recibir la comisión, y engrosar las arcas personales. Su común denominador, todos ellos eran vistos como traidores, porque servían al imperio romano en contra de su propio pueblo.

 


Seneca proponía que «Curiosum nobis natura ingenium dedit» o sea que la curiosidad es un rasgo propio del ser humano del que la propia naturaleza lo ha dotado. Podemos, al interior de la curiosidad, entrar a discernir entre la curiosidad sana y la insana. No todo es dable inquirirlo, no a todas las realidades ni a todas las situaciones es aplicable con igual índice de provecho benefactor, aproximarnos curiosamente. La sabiduría popular advierte que la “curiosidad mató al gato”.

 

Muchas veces se ha llegado al límite de atribuir en el trasfondo de la “caída”, que fue, precisamente la curiosidad, la que llevó a Eva a probar el fruto prohibido.

 

Hoy nos preguntamos: ¿Qué estaba en el fondo que llevaba a Zaqueo a tratar de ver a Jesús? «el Otro irrumpe es su vida como un huracán. Es la única persona en los cuatro Evangelios, que toma la iniciativa de encontrarse con el Maestro gratuitamente: no tiene nada que decir y nada que pedir.» (Arturo Paoli)

 

En Zaqueo nos encontramos un bombardeo de “juicios” que reducen a la persona a la marginalidad: es pequeño de estatura, es pecador, es publicano, las tres p’s vejaminosas, lo colocan -según el dictamen fariseo, en el terreno de la perdición- ese es el punto de despegue de Jesús para ir a Jerusalén: es lo que halló en Jericó. Recordemos que Jericó era una ciudad maldita (Jos 6,26). Pero Jesús no ha venido a descargar la ira, Jesús llega porque es la expresión de la Infinita Compasión de Dios. El Padre Celestial no lo había enviado a cobrar ningún tributo. El Reino de Dios no vive de impuestos.

 


Jesús puede recuperar, inclusive nuestras peores torpezas. Zaqueo pretende subsanar dándole a los pobres “la mitad de sus bienes”. Jesús no lo censura. No le da una catedra de economía política. Acepta como otrora aceptó las dos monedas que dio la viuda en el Templo. Recupera el “espíritu” que anima el gesto. Sabe perfectamente que esto no va a cambiar nada, que si se quita a Zaqueo, otro vendrá a llenar el puesto del “chupa-sangre”. Pero, lo que valora Jesús y recoge es su cambio de actitud. Jesús sabe rescatar la conversión de Zaqueo para enseñarnos que al que se tenía por perdido, no estaba definitivamente por fuera, que Él que es la Puerta, puede darle salida a una situación sin salida. Donde todo estaba tapiado y los barrotes soldados, Jesús anuncia que Él es la Puerta.

 

«El concepto de que Dios está airado, de que está descontento por todas las ignominias que hacemos en nuestra vida, es un concepto que teológicamente se podría redimir y retocar porque, así como se enuncia, hace mal. Genera la idea de que Dios se deja sobornar con una propina, como algunos funcionarios estatales o municipales» (Arturo Paoli)

 

El que mira desde arriba se duele de tener que perder la mitad de lo que ha almacenado. El que mira desde abajo, ve a alguien que encuentra la oportunidad de sacudirse los grilletes. Evita que se quede atrapado en otra jaula, la de estar allí, trepado. Lo invita a bajar, lo dignifica. Le ahorra todo el ridículo que está haciendo. Y, al aceptar entrar en su casa, le retira la marginalidad, como lo hizo con los leprosos al tocarlos, los libertó de su condición de intocables.

 

Jesús lo mira, no desde arriba, sino desde abajo. Lo invita a bajarse, y pide alojarse en aquella casa tenida por “casa-de-pecado”. No creamos que Zaqueo progresó porque amenazó entregar la “mitad de sus bienes” nosotros -peligrosamente le damos gran importancia a esa “amenaza”- pero lo que resuena y es inolvidable para Dios, es cómo lo acogió, y se apresuró a bajarse del árbol y “lo recibió con alegría”. También es lo que más escandaliza a todos los que estaban allí y vieron la escena, ¿Cómo se le pudo ocurrir a Jesús irse a hospedar a semejante antro?

 

Cada gesto liberador de Jesús era celosamente anotado en los registros (tablas de Excel) que los doctores de la Ley le presentarían al Sanedrín. Cada infracción registrada se la cobrarían con una tortura, que para eso son muy creativos los fariseos.

 

Pero no lo da todo. Aún queda medio-esclavo.  Como el ciego sanado, que primero ve a la gente como árboles, porque todavía no está plenamente sano, pero ha empezado ya, con mucho avance, a vivir una nueva condición de Hombre-Nuevo, porque ahora, Jesús le ha cambiado el duro corazón y él también es capaz de compasión. Este trasplante de miocardio tuvo lugar en un árbol, en un Sicomoro.

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