Ap 3,1-6.
14-22.
Además de los oponentes
internos, están los oponentes externos… el diablo actúa en la historia a través
de la Bestia que es el Imperio Romano… Lo que estos oponentes conocen no es a Dios,
sino las profundidades espirituales” del imperio Romano; no están sumergidos en
Dios, sino ahogados en la filosofía e “ideología” del Imperio.
Pablo Richard
Estamos
atorados y presos en la concepción del apocalipsis como un estudio de
futurología remota, lo que nos pasa también con el profetismo, donde con demasiada
frecuencia vamos a buscar las noticias de lo porvenir, que mientras no logramos
escapar de esa cautividad, nos quedaremos como aquel célebre geólogo, que quiso
desenmascarar las claves de su disciplina científica, leyendo un recetario de
cocina, (en ningún momento vayamos a pensar que despreciamos lo más mínimo al
ABC de las artes gastronómicas que son, de las ciencias aplicadas, más que
ciencia, verdadero arte, y añadimos, ¡cuán placentero!), lo que queremos poner
de relieve, es la importancia de saber dónde y cuál ha de ser la fuente idónea para
ir en procura de lo que urge. Lo que queremos rogarles es que cesemos de usar
estas fuentes bíblicas con la pretensión de hallar en ellas sucedáneos efectivos
de las “bolas de cristal”.
Ayer,
veíamos un trozo de la Carta a los Efesios, hoy tenemos dos degustaciones de
las cartas a la Iglesia de Sardes y Laodicea. Si prestamos -aunque sólo sea,
una leve atención- descubrimos que no se trata de avisos de cómo será el “mañana”,
sino de diagnósticos de lo que les está pasando.
Leímos
de la Carta a Éfeso, y nos saltamos la Carta a Esmirna, a Pérgamo, y a Tiatira.
Luego leemos algo de la Carta a la
Quinta Iglesia, y también brincamos lo que dice la Carta a la Iglesia de
Filadelfia y vamos, directo, a la Séptima Iglesia, la de Laodicea.
La
palabra sardis significa “cuncho”. Algo así como “los fondos”, subrayando
su carácter residual. La denuncia inicial es que tras la fama de la que gozaba,
ahora la ciudad está venida a menos, su antiguo esplendor se ha eclipsado; sus industrias
eran la textilera con base en el algodón, y la tintorería. Ahora, el dictamen
es que está “muerta”. Anima a los fieles de Sardis, “unos cuantos” que no han
manchado sus vestiduras, y les promete que andarán con él llevando vestiduras
blancas.
«Una mirada cercana a las 5 recurrencias nos reserva
inmediatamente una sorpresa: el vestido es siempre un vestido blanco. Puesto
que el blanco indica una participación en la resurrección de Cristo, podríamos
decir que para el Apocalipsis el cristiano está siempre como envuelto
por la resurrección de Cristo» (Ugo Vanni).
Jesús les promete no borrarlos del libro de la vida;
llegado el momento, Él los confesará (los reconocerá) delante de
su Padre.
Jesús advierte también a la iglesia que, si no está
alerta, vendrá a ella como un ladrón, sin que puedan saber a qué hora llegará.
En la Carta a Sardes, hay diversas alusiones a los
evangelios sinópticos.
Pasa, dando un salto por sobre 7 versículos (los que
hablan de la Carta a Filadelfia), para ir a la Carta remitida a la Iglesia de Laodicea,
en territorio de la actual Turquía. En toda Frigia no había otra ciudad que se
le comparara en riqueza. Su industria estaba basada sobre el algodón y el lino.
Famosa por su banca, su escuela de medicina y su dominio de la farmacopea.
Jesús es nombrado aquí bajo los nombres de: a) Amén, b)
Testigo fiel y veraz, y, c) Príncipe de la Creación de Dios.
Entre los laodicenses hay una dualidad de intereses: por
un lado, está su interés pecuniario, los trasnocha la idea de alcanzar la “riqueza”;
y, a la vez, quieren ser “cristianos de tracamandaca”; esa dualidad de
intereses los desgarra y los divide; no alcanzan a ser ni lo uno ni lo otro. Se
quedan a medio camino entre las dos polaridades: no son ni fríos, ni calientes,
se quedan en la tibieza: con el agua tibia pasa una cosa particular, da
nauseas, e induce el vómito. Por eso Jesús les dice a los laodicenses, “estoy a
punto de vomitarlos de mi boca”. Porque tienen riquezas piensan que no tienen necesidad
de nada; por eso es tan difícil que el rico pase por el ojo de la aguja. Ese es
el problema del rico, no es que Dios no los ame, lo que pasa es que ellos no
tienen ningún interés en pasar al otro lado del ojo de la aguja, allí donde la
soberanía la tiene Dios y no Mammon. ¿Cómo quedan los laodicenses?
Desgraciados, dignos de lástima, pobres, ciegos y desnudos. «A la Iglesia de
Laodicea Cristo le recomienda comprar “vestiduras blancas” para envolverse y
hacer que no se vea la vergüenza de su desnudez (3, 8). Sin alguna
participación en la vitalidad de Cristo resucitado, aun en esta vida, la
Iglesia se vería despojada de todo.» (Ugo Vanni)
¿Cuál es la gran promesa que les hace el Resucitado? Sentarse
en el Trono: «Jesús promete al vencedor (vencedor de la Bestia, de su imagen y
de su marca), hacerlo participar de su poder, así como Él participa del poder
de su Padre.» (Pablo Richard)
Sal 15(14), 2-3a. 3bc-4ab. 5
Este Salmo se concentra en la explicación de la Promesa
que le hace el Resucitado a los que logren mantenerse y llegar a vencer -los
que luchen toda la noche- y salen airosos; ellos cumplen ciertos rasgos que los
caracterizan como discípulos fieles:
i)
Proceden honradamente
ii)
Practican la Justicia
iii)
Tienen intensiones leales
iv)
Su lengua no ha probado el sabor de la calumnia
v)
No le haced mal al prójimo
vi)
No difama a su vecino
vii)
Toma el impío por despreciable
viii)
En cambio, rinde honor a los que veneran reverentes
al Señor
ix)
No presta dinero bajo usura
x)
Ni acepta soborno contra el inocente
El que guarda estos lineamientos, ese se sentará a Su
Derecha. En el Trono del Reino.
Lc 19, 1-10
El sicomoro es signo de regeneración, de
trasformación
Dios es indulgente con
el hombre. No espera mucho de él; sólo una trepadita al árbol.
Arturo Paoli
¿Dónde
hace pie la perícopa de hoy? En la curación de un ciego. Ahora, el foco recae
sobre un “jefe cobrador de impuestos”; ambos “querían ver”.
En
varias oportunidades nos hemos esmerado en clarificar que no todos los publicanos
estaban al mismo nivel. Estaban los que habían comprado la facultad de cobrar
impuestos a Roma, y Roma, los había delegado, ellos probablemente pagaban por
anticipado, pero obtenían la ventaja de poder ajustar a su amaño, el monto
cobrado. Luego, estaban los subcontratistas, con la ventaja de lucrarse sin mayor
esfuerzo, y por abajo en la escala, estaban los que sacaban su banquito y probablemente
una mesa que actuaba como oficina callejera y que tenían que exponerse a las
inclemencias directas del tiempo, sol, lluvia, viento, polvareda, y demás.
Ellos enfrentaban al público contribuyente y luego, reunían los fondos cobrados
para entregárselos a su mayoral. Así hasta llegar a centralizarse en los dueños
del negocio al amparo de los Romanos, que, de ser necesario, les delegaban
soldados de escolta para garantizar el pago de la tributación sin rebeldías y
con toda “mansedumbre”.
Existe
una diferencia muy grande entre tener que raspar la olla, recibir la comisión,
y engrosar las arcas personales. Su común denominador, todos ellos eran vistos
como traidores, porque servían al imperio romano en contra de su propio pueblo.
Seneca
proponía que «Curiosum nobis natura ingenium dedit» o sea que la curiosidad es un rasgo propio
del ser humano del que la propia naturaleza lo ha dotado. Podemos, al interior
de la curiosidad, entrar a discernir entre la curiosidad sana y la insana. No
todo es dable inquirirlo, no a todas las realidades ni a todas las situaciones es
aplicable con igual índice de provecho benefactor, aproximarnos curiosamente.
La sabiduría popular advierte que la “curiosidad mató al gato”.
Muchas
veces se ha llegado al límite de atribuir en el trasfondo de la “caída”, que
fue, precisamente la curiosidad, la que llevó a Eva a probar el fruto
prohibido.
Hoy
nos preguntamos: ¿Qué estaba en el fondo que llevaba a Zaqueo a tratar de ver a
Jesús? «el Otro irrumpe es su vida como un huracán. Es la única persona en los
cuatro Evangelios, que toma la iniciativa de encontrarse con el Maestro
gratuitamente: no tiene nada que decir y nada que pedir.» (Arturo Paoli)
En
Zaqueo nos encontramos un bombardeo de “juicios” que reducen a la persona a la
marginalidad: es pequeño de estatura, es pecador, es publicano, las tres p’s
vejaminosas, lo colocan -según el dictamen fariseo, en el terreno de la perdición-
ese es el punto de despegue de Jesús para ir a Jerusalén: es lo que halló en
Jericó. Recordemos que Jericó era una ciudad maldita (Jos 6,26). Pero Jesús no
ha venido a descargar la ira, Jesús llega porque es la expresión de la Infinita
Compasión de Dios. El Padre Celestial no lo había enviado a cobrar ningún
tributo. El Reino de Dios no vive de impuestos.
Jesús
puede recuperar, inclusive nuestras peores torpezas. Zaqueo pretende subsanar dándole
a los pobres “la mitad de sus bienes”. Jesús no lo censura. No le da una
catedra de economía política. Acepta como otrora aceptó las dos monedas que dio
la viuda en el Templo. Recupera el “espíritu” que anima el gesto. Sabe perfectamente
que esto no va a cambiar nada, que si se quita a Zaqueo, otro vendrá a llenar
el puesto del “chupa-sangre”. Pero, lo que valora Jesús y recoge es su cambio
de actitud. Jesús sabe rescatar la conversión de Zaqueo para enseñarnos que al
que se tenía por perdido, no estaba definitivamente por fuera, que Él que es la
Puerta, puede darle salida a una situación sin salida. Donde todo estaba
tapiado y los barrotes soldados, Jesús anuncia que Él es la Puerta.
«El
concepto de que Dios está airado, de que está descontento por todas las
ignominias que hacemos en nuestra vida, es un concepto que teológicamente se
podría redimir y retocar porque, así como se enuncia, hace mal. Genera la idea
de que Dios se deja sobornar con una propina, como algunos funcionarios
estatales o municipales» (Arturo Paoli)
El
que mira desde arriba se duele de tener que perder la mitad de lo que ha
almacenado. El que mira desde abajo, ve a alguien que encuentra la oportunidad
de sacudirse los grilletes. Evita que se quede atrapado en otra jaula, la de
estar allí, trepado. Lo invita a bajar, lo dignifica. Le ahorra todo el ridículo
que está haciendo. Y, al aceptar entrar en su casa, le retira la marginalidad,
como lo hizo con los leprosos al tocarlos, los libertó de su condición de
intocables.
Jesús
lo mira, no desde arriba, sino desde abajo. Lo invita a bajarse, y pide alojarse
en aquella casa tenida por “casa-de-pecado”. No creamos que Zaqueo progresó
porque amenazó entregar la “mitad de sus bienes” nosotros -peligrosamente le
damos gran importancia a esa “amenaza”- pero lo que resuena y es inolvidable
para Dios, es cómo lo acogió, y se apresuró a bajarse del árbol y “lo recibió
con alegría”. También es lo que más escandaliza a todos los que estaban allí y
vieron la escena, ¿Cómo se le pudo ocurrir a Jesús irse a hospedar a semejante antro?
Cada
gesto liberador de Jesús era celosamente anotado en los registros (tablas de
Excel) que los doctores de la Ley le presentarían al Sanedrín. Cada infracción
registrada se la cobrarían con una tortura, que para eso son muy creativos los
fariseos.
Pero
no lo da todo. Aún queda medio-esclavo.
Como el ciego sanado, que primero ve a la gente como árboles, porque
todavía no está plenamente sano, pero ha empezado ya, con mucho avance, a vivir
una nueva condición de Hombre-Nuevo, porque ahora, Jesús le ha cambiado el duro
corazón y él también es capaz de compasión. Este trasplante de miocardio tuvo
lugar en un árbol, en un Sicomoro.
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