3Jn
5-8
El
destinatario es Gayo, por su devoción a Cristo, ya que le dio alojamiento a los
siervos viajeros al servicio del Anuncio de Dios, quien actuó con la
generosidad fraterna les dispensó la hospitalidad a esos hermanos misioneros,
aunque ellos eran extranjeros. Para Juan esa representa la ἀγάπῃ ἐνώπιον ἐκκλησίας [agapé enopion eclesias] “plenitud de la lealtad para con la
Iglesia”.
Juan
le ruega “proveerlos con generosidad porque la tarea que se han propuesto es,
nada menos que, trabajar por el Santo Nombre; así que al apoyarlos están -en
realidad- proveyendo al Propio Dios.
Obrando
así, nos convertimos en προπέμψας ἀξίως τοῦ Θεοῦ [propempsas axios tou Teou] “dignos colaboradores de Dios”. “lo que
es verdaderamente valioso”.
Sal
112(111), 1b-2. 3-4. 5-6
Dichoso el que goza de caridad constante
Para ser justo no hace
falta leer el último libro de la moda espiritual para encontrar a Dios en la
vida.
Carlos González Vallés
s.j.
En
el primer verso aparece la expresión יָרֵ֣א [yare] “el que reverencia”. Es una bienaventuranza: ¡Bienaventurado el
que reverencia al Señor YHWH!
¿En qué consiste esa “reverencia”? El salmo explica que consiste
en “amar de corazón los Mandatos de Dios”. Quien cumple este pedido obtiene
bienaventuranza, manifestada en su “linaje”, porque su vida se prolonga en los
descendientes suyos, con una descendencia que gozará de poder y de bendición.
Ahora, en esa línea de explicaciones concatenadas, pasa a
explicar ese “poder y esa bendición”, en qué aspectos se dan: riqueza,
abundancia y caridad; este último aspecto es muy significativo, porque contará
con recursos para poder ejercer esa caridad. No tendrá una riqueza y un poder
para mantener gordos bolsillos y billetera, sino que tendrá con qué propulsar
la acción de Dios manifestada por medio de los hombres de la Iglesia.
Esa prodigalidad será un brillo verdadero. Como un faro
brillará resplandeciente, porque sus caudales serán compuertas abiertas para
socorrer a la causa del Reino. De alguien adornado con este tipo de generosidad
desprendida se podrá decir que, es “clemente y compasivo”, es decir, se le
podrán aplicar calificativos propios de Dios, porque Dios es El-verdaderamente-Clemente-y-Compasivo.
La riqueza que se nos dé, no es para acapararla envidiosos,
sino para perpetuar nuestra vida recordando cuán generosos y desprendidos hemos
sido: esa es la verdadera permanencia a perpetuidad aquí en la tierra, no en
que nuestro cuerpo arrastre las decadencias de la senilidad, sino que -al
ausentarnos de nuestra presencia física aquí-, quede sembrada la recordación de
haber pasado siendo “administradores honestos” de todo lo que Dios nos
dispensó: porque en el momento indicado supimos prestar y no padecimos un
corazón envidioso, sino un corazón desprendido y libre del culto a los bienes
materiales, que son riquezas que pudren el alma.
Gayo, al que le remite Juan su Tercera Carta, tiene estos
atributos divinos, que Juan le reconoce y alaba. Porque su corazón no se
encadena al “tener”, su único desvelo es trabajar y servir a la causa de Dios.
¡Bienaventurado el que חוֹנֵ֣ן [chanan] “se apiada”, “se
muestra misericordioso” y לָוָה [lavah] “presta”! Este prestar es el verbo que implica
unirse a una causa dándolo todo, empeñándose por entero, sin sustraer nada para
sí, sino con plena adhesión. Como la viuda que echó sus únicas dos moneditas en
la en la caja de las ofrendas del Templo (Cfr. Lc 21, 1-4). Como aquel que se
consagra, que no da algo, sino se da todo y se da a sí mismo, comprometiendo en
ello su propia vida, él no presta, ¡se presta, él mismo! Y da lo que tiene: ¡su
tiempo! Que representa toda su vida.
Lc
18, 1-8
La oración como alma de
la espera vigilante es la fatiga de “siempre” y se vuelve fuerza en la lucha,
para que el primado de Dios pueda seguir siendo el criterio de toda elección.
Enrico Masseroni
Jesús
va a Jerusalén (9,51-19,27), el recorrido es -principalmente- un tiempo de discipulado,
de formación del evangelizador; el Señor les va entregando los elementos
interpretativos para que puedan salir de la oscuridad y captar lo que implica
la Redención. Quiere decir que ya en breve Jesús llegará a Jerusalén y empezará
su actividad allí. En esta zona del Evangelio lucano, de la subida a Jerusalén,
Jesús toca varias veces el tema de la oración, especialmente el de cuándo orar.
Nuestra perícopa parece puesta entre un paréntesis: el del pequeño apocalipsis
lucano (17, 22-37) se nos plantea la oración como un flotador lo es para aquel
que no sabe nadar, aquí, la ignorancia de las artes natatorias representa la
carencia de fe, cuando perdemos contacto con la espera de su Vuelta (Parusía); y
cerrando paréntesis con el gran apocalipsis (21, 34-36); lo que se nos está
resaltando es el riesgo de llegar al “juicio” y que no estemos listos.
Llegar a nuestro fin, supone prepararse para estar en condiciones de abocarlo.
El
“cuándo” está adverbialmente descrito como “siempre” y “sin cansancio”, “sin
tregua”, “sin desfallecer”: la oración es una lucha, como la de Jacob, que
lucho toda la noche (la noche figura toda la oscuridad de su vida) y nunca se
da por vencido. Hoy tenemos que vérnosla con una parábola: la de la viuda y el
juez. La viuda se erige como la figura paradigmática del orante, persona
indefensa y maltratada. Aquí, Lucas simboliza con la viuda, sola, afligida y
que clama por su vuelta, a la Iglesia a la que se le ha quitado su Esposo.
En
la parábola de la viuda y el juez, el Juez está descrito como un malvado: “No
temía a Dios ni respetaba a los hombres”. Pero, cuando nosotros elevamos
nuestras preces, tenemos que saber que Dios-Juez es, Dios-Justica y que en Él
no cabe injusticia alguna.
Recordemos
-cuando oramos- que el propio Maestro nos dijo que no sabíamos orar, no pidamos
cosas, con nuestros ruegos, pidamos como la “viuda” Justicia; cuando nos afanamos
por cosas, lo perdemos de vista a Él; muchas veces tenemos que soltar las cosas
para que tengamos por fin la sabiduría de levantar la mirada para buscarlo a
Él. «La oración no necesita ser escuchada en lo que pide. El don más grande que
ella obtiene es el mismo hecho de orar». (Silvano Fausti).
Se
tiene que insistir en el foco que nos da el Padre nuestro: “Hágase Señor tu
Voluntad…”. Urge ganar en conciencia que el objetivo de la oración no es
torcerle el brazo a Dios, sino reconocer que nos abandonamos en sus Manos. No
es Dios a quien le apremia cambiar. ¡Somos nosotros los que requerimos
enderezar el rumbo! (Recordemos que, tanto en hebreo como en griego, la palabra
que significa pecado es “errar la puntería”, porque no sabemos corregir nuestro
derrotero y apuntar certeramente al verdadero “sentido de la Vida”: Al Don por
excelencia, al Espíritu Santo.
«La
oración es la voz de un corazón despierto y vigilante sobre el misterio que
está “más allá”. Es una sabiduría que sabe discernir lo esencial y lo eterno más
allá de las frágiles imágenes que son trasmitidas cada día sobre las olas de
los hechos. Por eso, no sólo se da un tiempo, “al lado” de otros para orar,
sino que es necesario orar “siempre”, “sin cansarse nunca”» (E. Masseroni).
No hay comentarios:
Publicar un comentario