martes, 26 de noviembre de 2024

Miércoles de la Trigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario


 

Ap 15, 1-4

Cuando alguien ama la exactitud, y en particular la exactitud verbal, la palabra debe ser estrictamente monosémica, debe ser lo más completamente univoca que quepa. El lenguaje apocalíptico, -y en general los lenguajes simbólicos- por el contrario, son maravillosamente polisémicos. Quiere decir que por los intersticios se pueda colar todo lo que a uno se le ocurra y que este tipo de lenguaje diga tanto que no diga nada. ¡No es ese el caso! Pues, se debe dejar en claro que un lenguaje polisémico parece que opera de una manera prodigiosa. Nos trae a la memoria aquel símil, atribuido a Einstein, que dice que “la mente es como el paracaídas, sólo sirve cuando está abierta”. Así mismo es el lenguaje simbólico, su valor radica en su polisemia, su utilidad está emparentada con las alas del águila, es precisamente cuando están desplegadas al máximo cuando alcanzan sus más altas cimas; también podemos compararlas con las alas del pavo real, que muestra su esplendor, precisamente, al desplegarse.

 

Parece que para los más altos niveles de la teología, el lenguaje polisémico, es el único que permite acercarse a intuiciones más enriquecedoras, y también con mejor valor práctico, porque iluminan nuestra fe, para encontrar rutas hermenéuticas que den campo a nuestra vinculación activa a la fe, para que sea una fe comprometida, responsable, participativa; como seguramente sucede con el águila que “visualiza” las corrientes de viento para arrojarse al aparente vacío pero atrapando la ola eólica y surfeando los aires en gallarda navegación.

 


Se ha de entender que la teología no pretende fijar la “mariposa” con alfileres a la espuma de poliestireno de la caja entomológica. En cambio, lo que se persigue es explayar al máximo los márgenes contemplativos. Seguramente por eso, las experiencias de arrobamiento a las que conducen se emparentan con sueños y visiones. Los éxtasis alcanzados no tienen ninguna relación con los “embelecos febriles” en el pietismo aleluyático. Son, todo lo contrario, muy serias aproximaciones a través de los elementos revelados, sin pretenderse, ellos mismos, “revelación”.

 

Tenemos ὡς θάλασσαν ὑαλίνην μεμιγμένην πυρί [os thalassan yalinen megminenen pyri] el “mar de vidrio”. Sin embargo, no es vidrio endurecido, simple y llanamente. Es un vidrio mezclado con el fuego. No es “un mar de vidrio” sino “como” un mar de vidrio, lo que significa que se trata de una comparación.

 

Lo primero que hay que decir a este respecto es que a la entrada del Templo se encontraba un gran recipiente con agua, llamado el “mar fundido” recipiente de bronce en forma de bulbo, lleno de agua que se necesitaba para los sacrificios. Salomón había tomado de las ciudades capturadas de Hadarezer, el rey de Soba. Posteriormente, Acaz retiró este lavatorio de los bueyes y lo colocó sobre un pavimento de piedra. Fue destruido por los caldeos.

 

Las copas ceremoniales de las primeras comunidades, ya por tradición, para servir el vino también tenían esta forma, por lo que se dio en llamarlas también “mares”, copas frecuentemente eran de piedra semipreciosa, talladas en ágata, ónice o sardónice, algunas eran traslúcidas y veteadas y tenían forma de cuenco, ese debió ser el motivo del nombre analógico que se les dio. en relación con otro “mar vítreo” citado en Ap 4,6 que podría aludir a la pila bautismal, y como antagonismo a la “gran cuba de la ira de Dios” (14,19).

 

En Ap 4,6 y 15,2 el sentido de mar es un tanto incierto; ambas citas comienzan del mismo modo: ως θαλασσα υαλινη, traducidas en la Vulgata como “tanquam mare vitreum”, que significa “una especie de mar de vidrio”. El término ως (en latín: tanquam) indica que mar se emplea en sentido figurado. En Ap 4,6 este mar se describe “semejante al cristal”, mientras que en 15,2 se califica como “mezclado con fuego”

 

No faltará quienes pretendan en esta polisemia poder separar la verdadera de las falsas versiones y agarrarse tendenciosamente a una sola significación. Nosotros preferimos pensar que todas pueden ser verdaderas, y que puede darse el caso de un parentesco concatenado que fue llevando de la una a la otra.

 

Estos ángeles son siete y nos recuerdan las siete plagas, cada ángel trajo consigo una. Estas plagas manifiestan la ira de Dios. Pero, debe recordarse que no se trata de una “ira” al estilo humano, que se extralimita, que procura mantenerse airada, que no se aplaca por nada, y que sigue ardiendo como incendio en bosque de ramas secas. Lo cierto es que Dios no se solaza en su ira. Que Dios es muy despacioso para enojarse. Y, finalmente, que Dios prefiere el perdón al enojo.

 

¿De dónde sale entonces esta mitología del “Dios que arde en ira”? Del comportamiento humano, el hagiógrafo recogió esta visión de los papás “salvajes y rabiosos a la hora de castigar y reprender. Todavía hoy tenemos noticia de padres y madres que siempre prefieren al castigo a la recuperación.

 

¿Qué nos deja esta perícopa?  ¿Cuál es el trasfondo hermenéutico que nos brinda? ¿O si os place, aunque tenga un olor fastidiosamente pragmático, para qué se incorporó en la Escritura si es pura polisemia? Hay un elemento de trasfondo que nos parece esencial: La liturgia tiene siempre un trasfondo cultual que no son puros “ritos2 sino trasparencias de la liturgia Celestial. Lo que se hace en la liturgia no es como dice la gente “invenciones humanas” sino que su culmen y su médula está conectado -por medio de los canales de la revelación- con lo que se hace en el Cielo, con la Liturgia Eterna que preside el Mismísimo Jesús Glorificado.

 

Cuando nosotros vivimos la Celebraciones litúrgicas, nos unimos como la Esposa del Cordero en la Celebración Sacrificial del Resucitado y nos hacemos coparticipes de su Resurrección.

 


Notemos que los que pueden caminar sobre el mar cristalino son los “vencedores”. Son ellos los que pueden aprenderse el Canto (si, los mismísimos 144.000 que son capaces de llevar a sus labios la Aclamación: “Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios Omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, Rey de los pueblos. ¿Quién no dará προσκυνήσουσιν honor y gloria a tu Nombre, oh Señor? Tú solo eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque tus δικαιώματά Justas Sentencias han ἐφανερώθησαν quedado manifiestas.

 

Sal 98(97), 1bcde. 2-3ab. 7-8. 9



El salmo de hoy -que es un salmo del reino- retoma la esencia del Cántico final de la perícopa que hemos leído del Apocalipsis. “Grandes y Admirables son tus obras, Señor, Dios Omnipotente”.

 

El pueblo ha sido liberado, es una “victoria”, no una victoria provisional, es una liberación permanente. Una victoria definitiva, el señor merece todo Honor y toda Gloria. ¿Cómo llegar a semejante nivel? ¿Cómo alcanzar tales alturas? ¡Con un cantico nuevo! ¿Cómo ha sido posible esta maravillosa y, aparentemente, inalcanzable Victoria? ¡Ha sido su Brazo Poderoso en grado Excelso!

 

Cuando uno camina sobre la cuerda floja del salmo puede incurrir en una falacia: pensar que Dios quiere cosechar “piropos”, y que su “ego” tambalea dependiendo de que el hagiógrafo se presente con ramos de flores y una hermosa corona de laureles. ¡Pero no! Lo que quiere es revelarnos su justicia. Y, eso ¿por qué? Porque nosotros necesitamos y dependemos en nuestra fragilidad, para poder construir el Reino, saber y saber rotundamente que Él es Justo. Que el puntal de su Santidad (y Él es Tres-Veces-Santo) es su Justica. Tenemos que iluminar nuestras mentes con la rotunda certeza que servimos al Dios-Justo.

 

La consciencia ecológica y la defensa de la Casa Común, nos ha ido guiando por la vía de reconocer que todo, no sólo la humanidad, sino Todo, se recapitula en Jesucristo. (Cfr. Ef 1, 10). Jesucristo es un Rey Cósmico, esa es Su Dimensión.

 

Al contemplar a este Rey tan Misericordioso, acariciemos con el alma la certeza de su Justicia y su מֵישָׁרִים [meshar] “rectitud”, “prosperidad” y “ternura”.

 

Lc 21, 12-19

Esta perícopa tiene su propia “piedra angular”: Todos los odiaran a causa de mi Nombre.

 


¿Qué detona tamaño odio? Y, ¿Cuáles son los garfios de esta persecución?

i)              Echarles mano

ii)             Perseguirlos

iii)           Entregarlos a cárceles y sinagogas

iv)           Hacerlo comparecer ante reyes y gobernantes.

 

¿Por qué todo esto? ¿Para qué se da todo esto? Para brindarnos una oportunidad, la de dar testimonio. El testimonio es muy valioso, son las conexione por las que fluye la convicción para los convocados. Los que van llegando para hacerse miembros del Cuerpo Místico, beben su fortaleza de los testimonios.

 

La fe no se puede equiparar con la explicación de una reacción química. Hay que vivirla. Hay que dejar que nos satura para que luego, ella sola, sin nuestro concurso, por el simple impulso del espíritu Santo, para el simple, para nosotros inexplicable.

 

Notemos que no se trata de preparar una alambicada defensa, como lo haría un abogado para asegurar nuestra “victoria”.


 

No habrá tal victoria, pero saldremos victoriosos, de otra manera. Caminaremos sobre un mar, como de cristal, entreverado con llamas de fuego. Esas lenguas de fuego que cantaran nuestra victoria, se denomina ὑπομονῇ [hypomoné] “perseverancia”, o mejor aún, “resistencia”.

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