Ap
15, 1-4
Cuando
alguien ama la exactitud, y en particular la exactitud verbal, la palabra debe
ser estrictamente monosémica, debe ser lo más completamente univoca que quepa.
El lenguaje apocalíptico, -y en general los lenguajes simbólicos- por el
contrario, son maravillosamente polisémicos. Quiere decir que por los
intersticios se pueda colar todo lo que a uno se le ocurra y que este tipo de
lenguaje diga tanto que no diga nada. ¡No es ese el caso! Pues, se debe dejar
en claro que un lenguaje polisémico parece que opera de una manera prodigiosa.
Nos trae a la memoria aquel símil, atribuido a Einstein, que dice que “la mente
es como el paracaídas, sólo sirve cuando está abierta”. Así mismo es el lenguaje
simbólico, su valor radica en su polisemia, su utilidad está emparentada con
las alas del águila, es precisamente cuando están desplegadas al máximo cuando
alcanzan sus más altas cimas; también podemos compararlas con las alas del pavo
real, que muestra su esplendor, precisamente, al desplegarse.
Parece
que para los más altos niveles de la teología, el lenguaje polisémico, es el
único que permite acercarse a intuiciones más enriquecedoras, y también con
mejor valor práctico, porque iluminan nuestra fe, para encontrar rutas
hermenéuticas que den campo a nuestra vinculación activa a la fe, para que sea
una fe comprometida, responsable, participativa; como seguramente sucede con el
águila que “visualiza” las corrientes de viento para arrojarse al aparente vacío
pero atrapando la ola eólica y surfeando los aires en gallarda navegación.
Se
ha de entender que la teología no pretende fijar la “mariposa” con alfileres a
la espuma de poliestireno de la caja entomológica. En cambio, lo que se
persigue es explayar al máximo los márgenes contemplativos. Seguramente por
eso, las experiencias de arrobamiento a las que conducen se emparentan con
sueños y visiones. Los éxtasis alcanzados no tienen ninguna relación con los
“embelecos febriles” en el pietismo aleluyático. Son, todo lo contrario, muy
serias aproximaciones a través de los elementos revelados, sin pretenderse,
ellos mismos, “revelación”.
Tenemos
ὡς θάλασσαν ὑαλίνην μεμιγμένην πυρί
[os thalassan yalinen megminenen pyri] el “mar de vidrio”. Sin embargo, no es
vidrio endurecido, simple y llanamente. Es un vidrio mezclado con el fuego. No
es “un mar de vidrio” sino “como” un mar de vidrio, lo que significa que se
trata de una comparación.
Lo
primero que hay que decir a este respecto es que a la entrada del Templo se
encontraba un gran recipiente con agua, llamado el “mar fundido” recipiente de
bronce en forma de bulbo, lleno de agua que se necesitaba para los sacrificios.
Salomón había tomado de las ciudades capturadas de Hadarezer, el rey de Soba.
Posteriormente, Acaz retiró este lavatorio de los bueyes y lo colocó sobre un
pavimento de piedra. Fue destruido por los caldeos.
Las
copas ceremoniales de las primeras comunidades, ya por tradición, para servir
el vino también tenían esta forma, por lo que se dio en llamarlas también
“mares”, copas frecuentemente eran de piedra semipreciosa, talladas en ágata,
ónice o sardónice, algunas eran traslúcidas y veteadas y tenían forma de cuenco,
ese debió ser el motivo del nombre analógico que se les dio. en relación con
otro “mar vítreo” citado en Ap 4,6 que podría aludir a la pila bautismal, y
como antagonismo a la “gran cuba de la ira de Dios” (14,19).
En
Ap 4,6 y 15,2 el sentido de mar es un tanto incierto; ambas citas comienzan del
mismo modo: ως θαλασσα υαλινη,
traducidas en la Vulgata como “tanquam mare vitreum”,
que significa “una especie de mar de vidrio”. El término ως (en latín: tanquam) indica que mar se emplea en sentido
figurado. En Ap 4,6 este mar se describe “semejante al cristal”, mientras que
en 15,2 se califica como “mezclado con fuego”
No
faltará quienes pretendan en esta polisemia poder separar la verdadera de las
falsas versiones y agarrarse tendenciosamente a una sola significación.
Nosotros preferimos pensar que todas pueden ser verdaderas, y que puede darse
el caso de un parentesco concatenado que fue llevando de la una a la otra.
Estos
ángeles son siete y nos recuerdan las siete plagas, cada ángel trajo consigo
una. Estas plagas manifiestan la ira de Dios. Pero, debe recordarse que no se
trata de una “ira” al estilo humano, que se extralimita, que procura mantenerse
airada, que no se aplaca por nada, y que sigue ardiendo como incendio en bosque
de ramas secas. Lo cierto es que Dios no se solaza en su ira. Que Dios es muy
despacioso para enojarse. Y, finalmente, que Dios prefiere el perdón al enojo.
¿De
dónde sale entonces esta mitología del “Dios que arde en ira”? Del
comportamiento humano, el hagiógrafo recogió esta visión de los papás “salvajes
y rabiosos a la hora de castigar y reprender. Todavía hoy tenemos noticia de
padres y madres que siempre prefieren al castigo a la recuperación.
¿Qué
nos deja esta perícopa? ¿Cuál es el
trasfondo hermenéutico que nos brinda? ¿O si os place, aunque tenga un olor
fastidiosamente pragmático, para qué se incorporó en la Escritura si es pura polisemia?
Hay un elemento de trasfondo que nos parece esencial: La liturgia tiene siempre
un trasfondo cultual que no son puros “ritos2 sino trasparencias de la liturgia
Celestial. Lo que se hace en la liturgia no es como dice la gente “invenciones
humanas” sino que su culmen y su médula está conectado -por medio de los
canales de la revelación- con lo que se hace en el Cielo, con la Liturgia
Eterna que preside el Mismísimo Jesús Glorificado.
Cuando
nosotros vivimos la Celebraciones litúrgicas, nos unimos como la Esposa del
Cordero en la Celebración Sacrificial del Resucitado y nos hacemos coparticipes
de su Resurrección.
Notemos
que los que pueden caminar sobre el mar cristalino son los “vencedores”. Son
ellos los que pueden aprenderse el Canto (si, los mismísimos 144.000 que son
capaces de llevar a sus labios la Aclamación: “Grandes y admirables son tus
obras, Señor, Dios Omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, Rey de los
pueblos. ¿Quién no dará προσκυνήσουσιν honor y gloria a tu Nombre, oh Señor? Tú solo eres santo, y
todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque tus δικαιώματά Justas Sentencias han ἐφανερώθησαν quedado
manifiestas.
Sal
98(97), 1bcde. 2-3ab. 7-8. 9
El
salmo de hoy -que es un salmo del reino- retoma la esencia del Cántico final de
la perícopa que hemos leído del Apocalipsis. “Grandes y Admirables son tus
obras, Señor, Dios Omnipotente”.
El
pueblo ha sido liberado, es una “victoria”, no una victoria provisional, es una
liberación permanente. Una victoria definitiva, el señor merece todo Honor y
toda Gloria. ¿Cómo llegar a semejante nivel? ¿Cómo alcanzar tales alturas? ¡Con
un cantico nuevo! ¿Cómo ha sido posible esta maravillosa y, aparentemente,
inalcanzable Victoria? ¡Ha sido su Brazo Poderoso en grado Excelso!
Cuando
uno camina sobre la cuerda floja del salmo puede incurrir en una falacia:
pensar que Dios quiere cosechar “piropos”, y que su “ego” tambalea dependiendo
de que el hagiógrafo se presente con ramos de flores y una hermosa corona de
laureles. ¡Pero no! Lo que quiere es revelarnos su justicia. Y, eso ¿por qué? Porque
nosotros necesitamos y dependemos en nuestra fragilidad, para poder construir
el Reino, saber y saber rotundamente que Él es Justo. Que el puntal de su
Santidad (y Él es Tres-Veces-Santo) es su Justica. Tenemos que iluminar
nuestras mentes con la rotunda certeza que servimos al Dios-Justo.
La
consciencia ecológica y la defensa de la Casa Común, nos ha ido guiando por la vía
de reconocer que todo, no sólo la humanidad, sino Todo, se recapitula en
Jesucristo. (Cfr. Ef 1, 10). Jesucristo es un Rey Cósmico, esa es Su Dimensión.
Al
contemplar a este Rey tan Misericordioso, acariciemos con el alma la certeza de
su Justicia y su מֵישָׁרִים [meshar]
“rectitud”, “prosperidad” y “ternura”.
Lc
21, 12-19
Esta
perícopa tiene su propia “piedra angular”: Todos los odiaran a causa de mi
Nombre.
¿Qué
detona tamaño odio? Y, ¿Cuáles son los garfios de esta persecución?
i)
Echarles mano
ii)
Perseguirlos
iii)
Entregarlos a cárceles y sinagogas
iv)
Hacerlo comparecer ante reyes y gobernantes.
¿Por
qué todo esto? ¿Para qué se da todo esto? Para brindarnos una oportunidad, la
de dar testimonio. El testimonio es muy valioso, son las conexione por las que
fluye la convicción para los convocados. Los que van llegando para hacerse miembros
del Cuerpo Místico, beben su fortaleza de los testimonios.
La
fe no se puede equiparar con la explicación de una reacción química. Hay que
vivirla. Hay que dejar que nos satura para que luego, ella sola, sin nuestro
concurso, por el simple impulso del espíritu Santo, para el simple, para nosotros
inexplicable.
Notemos
que no se trata de preparar una alambicada defensa, como lo haría un abogado
para asegurar nuestra “victoria”.
No
habrá tal victoria, pero saldremos victoriosos, de otra manera. Caminaremos
sobre un mar, como de cristal, entreverado con llamas de fuego. Esas lenguas de
fuego que cantaran nuestra victoria, se denomina ὑπομονῇ [hypomoné]
“perseverancia”, o mejor aún, “resistencia”.
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