miércoles, 20 de noviembre de 2024

Jueves de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 



Ap 5, 1-10

Otro ángel vino y se paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes: las oraciones de todos los santos que iba a ofrecer en el altar de oro colocado delante del trono. Y la nube de perfumes, con las oraciones de los santos, se elevó de las manos del ángel hasta la presencia de Dios.

Ap 8, 3s

 

Hemos venido estableciendo un paralelismo entre la Liturgia Celestial que nos descubre el Apocalipsis y la Liturgia Terrena en el Sacramento Eucarístico. Esto no es casual, en realidad la liturgia está orientada, en gran parte, por la manera como se nos revela que se tributa Alabanza a Dios en el Cielo, y de esa imagen potentísima de que allí, preside la Celebración Jesucristo-Glorificado. Hay una suerte de “calco” en nuestra liturgia terrenal, habida cuenta que difiera la celebración corpórea a una celebración espiritual. Y, también, que muchas cosas que dice el hagiógrafo, son “simbologías”.


 

Según el paralelismo, esta fase corresponde a la “liturgia de la Palabra”.

 

El βιβλίον [biblion] “Rollo de pergamino”, que nosotros solemos traducir por “Libro”, pero que no es un códice, como los libros nuestros, sino uno que está “enrollado”; y dice que tiene σφραγῖσιν ἑπτά [sfragisin hepta] “siete sellos”. Los sellos se ponían, ya desde los tiempos mesopotámicos, para señalar quien tenía la “autoridad y la autorización” para leerlo. Lo máximo en la escala jerárquica era “siete sellos”, como quien dice ¡Sólo Dios puede romper los sellos y desenrollar este documento! Y la gente lloraba afligida porque no existía nadie a ese nivel de dignidad para desenrollarlo.

 

Todo esto nos trae a la mente aquel pasaje de San Lucas “Le dieron el rollo del profeta Isaías. Jesús lo desenrolló y encontró el lugar donde está escrito…” (Lc 4, 17-18). Y en Lc 4, 21, Jesús enuncia la conclusión: «Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído.». Ya aquí se manifiesta que Jesús es quien ha recibido del propio Padre-Celestial todo el Poder, el Honor y la Gloria, para desenrollar el Rollo de la historia del hombre en la tierra y su destinación a las dulzuras celestiales.

 

“El libro sellado simboliza la historia humana. No es que en ese libro esté escrito todo lo que va a suceder, sino que ahí está el misterio o secreto de la historia: la revelación del Misterio de Dios que hace inteligible la historia y le da sentido” (Pablo Richard)

 

Algunos interpretes dicen: cada sello se demora mil años en abrirse. ¡Una barbaridad! ¡Así se desmoraliza cualquiera! Figúrense, en vez de ser un mensaje de esperanza, es un mensaje de desesperación.

 

Hay un par de imágenes contradictorias (y no es lo único paradojal que encontraremos en el Apocalipsis): se nombra a Jesús como el León de Judá; y, a continuación, al verlo, lo descubrimos en la figura de un “Cordero como degollado”, esto agudiza la contradicción que esté “como degollado”, pero esté “de pie”. En una lógica estrecha, esto es inconcebible, ¿cómo puede ser cordero y ser león? ¿Cómo puede estar degollado, pero estar de pie? Y es que la semiótica de lo simbólico tiene una lógica propia, que no es la del pensamiento “esquematizado”, “cuadriculado”. Esto nos desafía a pensar distinto, a abrir los márgenes mentales y dar un paso firme al otro lado del pensamiento reduccionista. Se trata de despertar nuestra capacidad para pensar lo trascendente; saliéndonos de las ecuaciones contractas. No ponerle peros a la Revelación y entender que Dios no piensa como nosotros. (Cfr. 1 Co 2, 14-16).

 

Nos encontramos aquí con la idea de que Dios nos ha “adquirido” y fue Jesucristo quien “pago” el precio. Nos compró con el precio de Su Preciosísima Sangre. “…nos ha librado de nuestros pecados con su sangre…” (Ap 1, 5b) Y, a continuación, en la perícopa de hoy, se afirma que la compra fue católica: “hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación”, se superan todos los sectarismos y todos los partidismos, fanatismos y segregaciones que nos hemos tatuado tan profundamente en el alma para pretextar el monopolio de la fe.

 


Observemos que el culto que se rinde al Cordero es con citaras y copas de oro. Pero ¿de qué están llenas estas copas de oro? ¡Del perfume que son las oraciones de los santos!

 

Una vez más hay que traer al proscenio la consciencia plena de quienes son los Santos. No se trata de alguna selección de “aristócratas”. Los santos son “todos los bautizados”. Ninguno alcanza la santidad por su colección de virtudes y bellas actitudes. Todos han lavado sus ropas en las fuentes bautismales de la sangre de Cristo. Y ahí va otra idea paradojal: Al lavar las vestiduras en la sangre de Cristo -La Única capaz de regenerarnos en la Gracia- en vez de quedar manchadas de tinta sangre, alcanzan la blancura más perfecta que quepa imaginar. Esa purificación bautismal nos constituye en miembros de “un sacerdocio y gobierno digno de reinar sobre toda la tierra”.


 

El Domingo, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, en la Segunda Lectura, tomando del capítulo Primero del Apocalipsis, escucharemos al Señor Dios que nos declara: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1, 8)

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b

Este salmo es un himno.

La primera estrofa tiene tres puntos:

i)              Todo el pueblo escogido ha de ofrecerle un cantico “Nuevo.

ii)             En la celebración junto con toda la Asamblea debe resonar ese cantar.

iii)           Alegrarse

a.    Israel por su Creador

b.    Los hijos de Sion por su Rey

 

La estructura de la segunda estrofa consta de cuatro aspectos:

i)              Alabar el Nombre de Dios con Danzas

ii)             Cantarle con tambores y cítaras

iii)           Porque el Señor ama a su pueblo

iv)           Adorna con la Victoria a los humildes.

 

La tercera estrofa propone que el culto tributado a Dios sea el de un pueblo organizado, estructurado como un batallón que avanza en filas, que avanza en “orden de batalla”:

i)              Los fieles han de festejar a Dios Glorioso cantándole jubilosos

ii)             Llenarse la boca de vítores

iii)           Que tengamos la oportunidad de “celebrar” es honra y honor para nosotros, sus fieles.

 

“Que lo fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse ante Él”.

 

La antífona proclama que Él nos ha convocado para hacer de nosotros una nación santa, un pueblo escogido, un Reino sacerdotal.

 

Lc 19, 41-44

Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares.

Sal 126, 5



Nosotros somos tan poca cosa que nos cuesta muchísimo entender este Amor de Dios para con nosotros.

 

Al verlo hoy llorar, sin salir de nuestro asombro, recordemos cuán inexplicable es el amor. Definitivamente los senderos del amor no tienen nada que ver con el racionalismo. Sencillamente nos Ama, más allá de nuestros esfuerzos por comprenderlo.

 

El Poder de la Divinidad tiene tales dimensiones que podría forzarnos a aceptarlo, y esclavizarnos para resolvernos la situación: obligarnos a dejarnos amar. Pero con sólo decirlo salta a la vista cuan absurdo es tratar de imponer el Amor. Y -del otro lado de nuestra dimensión- viéndolo desde la perspectiva del Señor, respetar nuestra libertad y sufrir que nos hagamos daño apartándonos de Él.

 

Dios, en vez de empujarnos a la oscuridad absoluta e infernal, obra de otra manera: Corre a destrabar otra puerta, y nos hace señas para que ingresemos por esa otra oportunidad que Él nos crea. Pero no nos convence forzándonos, trata de enamorarnos, procura -por todos sus medio- que no nos quedemos por fuera.

 

Cuantas veces habremos leído una historia de amor frustrado y las dolorosas consecuencias de frustrar allí donde se nos ofrece el verdadero amor con toda su grandeza. Esa es la situación que vivimos con el rechazo a Jesús.

 

¿Qué es lo que nos estamos perdiendo? ¡La paz!

 

La paz es el marco fértil dentro del cual podemos realizarnos cabalmente como personas. Puede ser que, en otro marco, también logremos alcanzar la cúspide de nuestra personalidad; pero, en ese caso será, entre pescozones y porrazos. No es necesario que cumplamos nuestros objetivos existenciales por la “vía dolorosa”; es más bien, una elección -llamémosla- masoquista.


 

También habrán oído que muchas personas, que han recibido la voz preventiva de su familia, escogen intentar una aventura romántica con un gañan, o con un bandido, y sólo después de recoger espinas y sinsabores verifican que están echando su vida al tacho.

 

Ahí tenemos espejos de lo que implicará no aceptar a Jesús en nuestra historia personal de vida. Darle la espalda a Dios significa condenarnos a cosechar cardos y abrojos.

 

¿Qué cosechó Jerusalén despreciando la amistad que Dios les ofrecía, dándoles como amigo a Su Propio Hijo?

i)              La rodearon de trincheras

ii)             La sitiaron

iii)           Le apretaron el cerco por todos lados

iv)           La arrasaran junto con sus hijos, que vivían también al amparo de su muralla

v)            No dejaron de ella piedra sobre piedra.

 

Jesús, al acercarse a Jerusalén visualiza con certeza divina lo que será de la “ciudad de la Paz” y la cosecha que va a recoger. Y lo único que puede hacer en su dolor -compadecido, como buen Amigo que es- es derramar por ellos sus fraternales lágrimas, porque Él quiere a esta ciudad con un amor más intenso que el de la gallina por sus polluelos.

 

Todo esto “porque no reconocieron el tiempo de su visita” (Cfr. Lc 19, 44)

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