Ap
5, 1-10
Otro ángel vino y se
paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Se le dieron
muchos perfumes: las oraciones de todos los santos que iba a ofrecer en el
altar de oro colocado delante del trono. Y la nube de perfumes, con las
oraciones de los santos, se elevó de las manos del ángel hasta la presencia de
Dios.
Ap 8, 3s
Hemos
venido estableciendo un paralelismo entre la Liturgia Celestial que nos
descubre el Apocalipsis y la Liturgia Terrena en el Sacramento Eucarístico.
Esto no es casual, en realidad la liturgia está orientada, en gran parte, por
la manera como se nos revela que se tributa Alabanza a Dios en el Cielo, y de
esa imagen potentísima de que allí, preside la Celebración Jesucristo-Glorificado.
Hay una suerte de “calco” en nuestra liturgia terrenal, habida cuenta que
difiera la celebración corpórea a una celebración espiritual. Y, también, que
muchas cosas que dice el hagiógrafo, son “simbologías”.
Según
el paralelismo, esta fase corresponde a la “liturgia de la Palabra”.
El
βιβλίον [biblion] “Rollo de pergamino”, que nosotros solemos
traducir por “Libro”, pero que no es un códice, como los libros
nuestros, sino uno que está “enrollado”; y dice que tiene σφραγῖσιν ἑπτά [sfragisin hepta] “siete sellos”. Los sellos se ponían, ya
desde los tiempos mesopotámicos, para señalar quien tenía la “autoridad y la
autorización” para leerlo. Lo máximo en la escala jerárquica era “siete
sellos”, como quien dice ¡Sólo Dios puede romper los sellos y desenrollar este
documento! Y la gente lloraba afligida porque no existía nadie a ese nivel de
dignidad para desenrollarlo.
Todo
esto nos trae a la mente aquel pasaje de San Lucas “Le dieron el rollo del
profeta Isaías. Jesús lo desenrolló y encontró el lugar donde está escrito…”
(Lc 4, 17-18). Y en Lc 4, 21, Jesús enuncia la conclusión: «Hoy se ha cumplido
ante ustedes esto que he leído.». Ya aquí se manifiesta que Jesús es quien ha
recibido del propio Padre-Celestial todo el Poder, el Honor y la Gloria, para
desenrollar el Rollo de la historia del hombre en la tierra y su destinación a
las dulzuras celestiales.
“El
libro sellado simboliza la historia humana. No es que en ese libro esté escrito
todo lo que va a suceder, sino que ahí está el misterio o secreto de la
historia: la revelación del Misterio de Dios que hace inteligible la historia y
le da sentido” (Pablo Richard)
Algunos
interpretes dicen: cada sello se demora mil años en abrirse. ¡Una barbaridad!
¡Así se desmoraliza cualquiera! Figúrense, en vez de ser un mensaje de
esperanza, es un mensaje de desesperación.
Hay
un par de imágenes contradictorias (y no es lo único paradojal que
encontraremos en el Apocalipsis): se nombra a Jesús como el León de Judá; y, a
continuación, al verlo, lo descubrimos en la figura de un “Cordero como
degollado”, esto agudiza la contradicción que esté “como degollado”, pero esté
“de pie”. En una lógica estrecha, esto es inconcebible, ¿cómo puede ser cordero
y ser león? ¿Cómo puede estar degollado, pero estar de pie? Y es que la
semiótica de lo simbólico tiene una lógica propia, que no es la del pensamiento
“esquematizado”, “cuadriculado”. Esto nos desafía a pensar distinto, a abrir
los márgenes mentales y dar un paso firme al otro lado del pensamiento
reduccionista. Se trata de despertar nuestra capacidad para pensar lo
trascendente; saliéndonos de las ecuaciones contractas. No ponerle peros a la
Revelación y entender que Dios no piensa como nosotros. (Cfr. 1 Co 2, 14-16).
Nos
encontramos aquí con la idea de que Dios nos ha “adquirido” y fue Jesucristo
quien “pago” el precio. Nos compró con el precio de Su Preciosísima Sangre. “…nos
ha librado de nuestros pecados con su sangre…” (Ap 1, 5b) Y, a continuación, en
la perícopa de hoy, se afirma que la compra fue católica: “hombres de toda
tribu, lengua, pueblo y nación”, se superan todos los sectarismos y todos los
partidismos, fanatismos y segregaciones que nos hemos tatuado tan profundamente
en el alma para pretextar el monopolio de la fe.
Observemos
que el culto que se rinde al Cordero es con citaras y copas de oro. Pero ¿de
qué están llenas estas copas de oro? ¡Del perfume que son las oraciones de los
santos!
Una
vez más hay que traer al proscenio la consciencia plena de quienes son los
Santos. No se trata de alguna selección de “aristócratas”. Los santos son
“todos los bautizados”. Ninguno alcanza la santidad por su colección de
virtudes y bellas actitudes. Todos han lavado sus ropas en las fuentes
bautismales de la sangre de Cristo. Y ahí va otra idea paradojal: Al lavar las
vestiduras en la sangre de Cristo -La Única capaz de regenerarnos en la Gracia-
en vez de quedar manchadas de tinta sangre, alcanzan la blancura más perfecta
que quepa imaginar. Esa purificación bautismal nos constituye en miembros de
“un sacerdocio y gobierno digno de reinar sobre toda la tierra”.
El
Domingo, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, en la
Segunda Lectura, tomando del capítulo Primero del Apocalipsis, escucharemos al
Señor Dios que nos declara: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y
ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1, 8)
Sal
149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b
Este
salmo es un himno.
La
primera estrofa tiene tres puntos:
i)
Todo el pueblo escogido ha de ofrecerle un cantico “Nuevo.
ii)
En la celebración junto con toda la Asamblea debe resonar
ese cantar.
iii)
Alegrarse
a. Israel por su
Creador
b. Los hijos de Sion
por su Rey
La
estructura de la segunda estrofa consta de cuatro aspectos:
i)
Alabar el Nombre de Dios con Danzas
ii)
Cantarle con tambores y cítaras
iii)
Porque el Señor ama a su pueblo
iv)
Adorna con la Victoria a los humildes.
La
tercera estrofa propone que el culto tributado a Dios sea el de un pueblo
organizado, estructurado como un batallón que avanza en filas, que avanza en
“orden de batalla”:
i)
Los fieles han de festejar a Dios Glorioso cantándole
jubilosos
ii)
Llenarse la boca de vítores
iii)
Que tengamos la oportunidad de “celebrar” es honra y honor
para nosotros, sus fieles.
“Que
lo fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse ante Él”.
La
antífona proclama que Él nos ha convocado para hacer de nosotros una nación
santa, un pueblo escogido, un Reino sacerdotal.
Lc
19, 41-44
Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares.
Sal 126, 5
Nosotros
somos tan poca cosa que nos cuesta muchísimo entender este Amor de Dios para
con nosotros.
Al
verlo hoy llorar, sin salir de nuestro asombro, recordemos cuán inexplicable es
el amor. Definitivamente los senderos del amor no tienen nada que ver con el
racionalismo. Sencillamente nos Ama, más allá de nuestros esfuerzos por
comprenderlo.
El
Poder de la Divinidad tiene tales dimensiones que podría forzarnos a aceptarlo,
y esclavizarnos para resolvernos la situación: obligarnos a dejarnos amar. Pero
con sólo decirlo salta a la vista cuan absurdo es tratar de imponer el Amor. Y
-del otro lado de nuestra dimensión- viéndolo desde la perspectiva del Señor,
respetar nuestra libertad y sufrir que nos hagamos daño apartándonos de Él.
Dios,
en vez de empujarnos a la oscuridad absoluta e infernal, obra de otra manera:
Corre a destrabar otra puerta, y nos hace señas para que ingresemos por esa
otra oportunidad que Él nos crea. Pero no nos convence forzándonos, trata de
enamorarnos, procura -por todos sus medio- que no nos quedemos por fuera.
Cuantas
veces habremos leído una historia de amor frustrado y las dolorosas
consecuencias de frustrar allí donde se nos ofrece el verdadero amor con toda
su grandeza. Esa es la situación que vivimos con el rechazo a Jesús.
¿Qué
es lo que nos estamos perdiendo? ¡La paz!
La
paz es el marco fértil dentro del cual podemos realizarnos cabalmente como
personas. Puede ser que, en otro marco, también logremos alcanzar la cúspide de
nuestra personalidad; pero, en ese caso será, entre pescozones y porrazos. No
es necesario que cumplamos nuestros objetivos existenciales por la “vía
dolorosa”; es más bien, una elección -llamémosla- masoquista.
También
habrán oído que muchas personas, que han recibido la voz preventiva de su
familia, escogen intentar una aventura romántica con un gañan, o con un bandido,
y sólo después de recoger espinas y sinsabores verifican que están echando su
vida al tacho.
Ahí
tenemos espejos de lo que implicará no aceptar a Jesús en nuestra historia
personal de vida. Darle la espalda a Dios significa condenarnos a cosechar
cardos y abrojos.
¿Qué
cosechó Jerusalén despreciando la amistad que Dios les ofrecía, dándoles como
amigo a Su Propio Hijo?
i)
La rodearon de trincheras
ii)
La sitiaron
iii)
Le apretaron el cerco por todos lados
iv)
La arrasaran junto con sus hijos, que vivían también al
amparo de su muralla
v)
No dejaron de ella piedra sobre piedra.
Jesús,
al acercarse a Jerusalén visualiza con certeza divina lo que será de la “ciudad
de la Paz” y la cosecha que va a recoger. Y lo único que puede hacer en su
dolor -compadecido, como buen Amigo que es- es derramar por ellos sus
fraternales lágrimas, porque Él quiere a esta ciudad con un amor más intenso
que el de la gallina por sus polluelos.
Todo
esto “porque no reconocieron el tiempo de su visita” (Cfr. Lc 19, 44)
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