Ap
4, 1-11
«Después tuve una
visión: ¡una puerta abierta en el cielo!» (Apoc 4, l). Y la puerta daba a ...
la Misa de domingo en tu parroquia.
Scott Hahn
Pasamos
a la zona de las visiones o éxtasis del hagiógrafo. Para saber a qué nos
referimos, vamos a trazar aquí un mapa del Libro:
1,
1-3 Prologo
1,4-3,22
Primera parte formada por las siete cartas a las siete Iglesias
4,1-22,5
Segunda parte, que podemos subdividir como sigue
4,1-5,14 Introducción
6,1 – 7,17 Los siete sellos
8,1-11, 14 Las siete trompetas
11, 15 – 16,21 El signo Triple y las
Siete Copas
17,1-21,1 Juicio y Victoria de Dios
21,2-22,5 La Nueva Jerusalén
22,6-21
La Nueva Jerusalén puesta en relación con la Esposa del Cordero.
En
el territorio que estamos entrando “Juan” sufre una trasformación, es exaltado
a la capacidad de entrar en dialogo con Dios. Podríamos decir que se supera el
nivel de las “Apariciones del Resucitado”, y se entra en contacto con el
Glorificado. Ha pasado al plano Trascendente. Uno podría pensar que esta
trascendencia supone una transhistoricidad. Nada más apartado de la verdad, en
realidad, lo que vamos a encontrará es que, desde el Trono, Él ejerce autoridad
y se hace Presencia Real en la historia.
Ahora
bien, la experiencia de la Presencia del Glorificado es inefable. El hagiógrafo
recurre a figuras que nos parecen complicar la lectura y la comprensión. Se
tiene que entender que hubo de recurrir a estas figuras como material sensible
para “hablar” de cosas que de otra manera están por fuera de la narrativita. Por
ejemplo, que Dios es “semejante a una piedra de Diamante y cornalina, y había
un arco-iris alrededor del Trono der aspecto semejante a una esmeralda. El
arco-iris es -por antonomasia- el símbolo de la Alianza. Dios no nos hace la
guerra, Él colgó el arco para siempre y lo dejó en la pared, como signo que
quedaba relegado al pasado. Proscrito a la inutilidad.
Muchas
de estas imágenes tienen antecedentes en otros apocalipsis (ya se ha dicho que
el género apocalíptico cobija escritos que están insertos en los profetas
-Daniel, Ageo, Isaías, Zacarías y Malaquías y en los Evangelistas, y en Pablo,
en particular en las Cartas a los de Tesalónica). Esta muy curiosa manera de
hablar lo que hace es tender un puente entre el plano trascendente y el plano
empírico.
Es
de gran auxilio para poder traducir estas figuras y no quedarnos como al margen
de la intelección, referirlas a la liturgia. A veces hay personas que
ante la dificultad dicen: “Deje así”.
Pueden
imaginarse a un Dios Misericordiosos que les escribe a sus “favoritos”, un
mensaje que está totalmente fuera de su alcance. En cambio, si relacionamos lo
que nos vamos encontrando aquí con lo que va trascurriendo en la
Celebración, en particular en la Eucarística, muy pronto se va a descorrer
el velo.
Tomemos
un ejemplo: el Trono, ¿qué tiene que ver el Trono con la liturgia? ¿hay, en la
liturgia, algún trono? Evidente que si, es la Sede. Desde ella el Sacerdote
preside la celebración: enseña, explica, nos guía, y -lo principal en este plano
de figuración- nos Revela. Nos deja ver lo que está pasando, oculto por el
velo.
Otro
elemento figurativo: los 24 ancianos: representan históricamente, a los
patriarcas y a los apóstoles: 12 + 12. Ellos son la estructura que sostiene,
como el esqueleto del pueblo de Dios, la plenitud del Israel ideal: La Iglesia;
prácticamente ellos nos representan a todos, como comunidad, como Asamblea
congregada y estructurada ¿alrededor de Quién? ¡Alrededor de Jesucristo
Glorioso!
Los
relámpagos, las voces y los truenos ¿qué representan? Siempre que el Señor se
manifiesta y se hace Presente, estas estos elementos que caracterizan las teofanías.
Es la manera de recordarnos que en la Eucaristía se hace verdadera y realmente Presente
el Señor. Él está con su Presencia-Real Revelándose.
En
esta liturgia celestial que nos está relatando Juan, vemos la Menorá, nombrada
como “siete lámparas”. La Menorá es un signo riquísimo: son siete porque Dios
consiste de siete espíritus, ahí siete no es el número que le sigue al seis,
sino una idea, la idea de totalidad, o sea que toda la Luz dimana de la Menorá.
No hay ninguna otra Luz, porque toda la Luz es Dios. Todo se aclara y todo se
ilumina con la Luz Divina: “La ciudad no necesita sol ni luna, ya que la
alumbra la gloria de Dios y el Cordero”. (Cfr. Ap 21, 23-27) Litúrgicamente,
este Candelabro de las Siete Lámparas está representado por las Velas que resplandecen
en el Altar. (Cuando sólo hay dos, son el sol y la luna, innecesarios porque en
su reemplazo están las Luces inextinguibles de Dios-Padre y Dios-Hijo.
La
Luz de la Menorah, tiene a su vez, otro signo, que simboliza que lo “Llena todo”,
es Presencia Total y Omnipresencia, está en los cuatro puntos cardinales:
Norte, sur, oriente y occidente. Por eso son cuatro “Vivientes”, los animales
que representan los puntos culminantes del reino animal: el toro-la fuerza, el
león-rey de las fieras, el águila, el más gallardo vuelo en las alturas, el ser
humano-la criatura más amada y más cercana al amor de Dios.
No
podemos pretender agotar la riqueza signica que nos presenta esta liturgia del
Cielo. Sólo queremos tocar otro elemento: La perícopa concluye con una “doxología”
(del griego “doxa” gloria y “logos” hablar -himno de intensa alabanza- es un
elemento eucológico que se incorpora en la liturgia cristiana, algunos de ellos
de muy antigua data. La primera reza así: “Santo, Santo, Santo es el Señor, el
Todopoderosos, el que era, el que es y ha de venir”. La segunda dice: “Eres
digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la Gloria, el Honor y el Poder, porque
Tú has creado el universo; porque por tu Voluntad lo que no existía fue creado”.
«…pero
no es fácil saber qué pueden significar estos signos: porque las señales de las
que leemos [...] se refieren no sólo a la venida de Cristo para juzgar, sino
también al momento del saqueo de Jerusalén, y a la venida de Cristo que visita
incesantemente a su Iglesia» (Santo Tomas. Suma Teológica III, Supl., q. 73).
Nos vamos, pues, a adentrar en un boceto Celestial que tiene un significado
práctico muy profundo, ayudar a los cristianos a soportar lo que estaban
viviendo, entre otras cosas, la destrucción de Jerusalén y la dispersión a la
que se vieron condenados. Al alma de esta perícopa es el Trono, que afirma que
el poder del imperio Romano, que ellos veían tan inexpugnable, es sólo una
miserable pantomima del poder Real, el Poder de Dios, que Él ejerce, sentado en
Su Trono y que no es, en ningún caso, el abandono de su cuidado hacia nosotros.
Esta
esperanza sigue siendo, si se quiere, hoy, más válida que nunca: “La gran esperanza
que trasmite la visión apocalíptica es que en el Cielo domina el poder de
Dios”. Ese poder no se restringe a lo trascendente, sino que se vuelve
inmanente y entra a entrecruzarse con los poderes de la historia para
someterlos aun cuando ese sometimiento no sea a nuestra vista evidente.
Todo
el despliegue de los poderes dominantes es un esfuerzo sistemático por
demostrar que “ellos pueden más”. Gastan sus cohetes y sus misiles, tratando de
apabullar, pero a su paso sólo dejan una triste y deplorable huella. La
historia los va sepultando, inclusive condenándolos al olvido, para señalar que
su poder no prevalecerá. No dejan rastros de gloria sino lúgubres y tétricas devastaciones.
Rastros y rostro de la cultura de la muerte.
Sal
150, 1b-2. 3-4. 5-6a
… El cuerno, por ejemplo,
el que tocaron alrededor de las murallas de Jericó, es el instrumento típico de
los sacerdotes; el arpa y la citara son el instrumento de los levitas, mientras
tambores danzas, cuerdas, flautas, címbalos son el modo como todo el pueblo
canta, danzando, a Yavé en las grandes procesiones en el templo.
Carlo María Martini
Dios
merece todo loor, toda alabanza y plena glorificación. Cabe mirar si nos hemos preguntado porque en
el culto se incorpora la musuca y el canto. Gran parte de la respuesta está en
este salmo que hoy evocamos.
En
la primera estrofa convocamos a la alabanza. Con insistencia y con sólidas razones.
En
la segunda estrofa se pide la incorporación de los instrumentos musicales, es
algo así como decir que su fina y melodiosa voz debe estar presente en la
Alabanza de quien es Digno de toda Alabanza. El salmista se da cuenta que la
música y los instrumentos redoblan la grandeza de la Alabanza.
Además,
y este es el tema de la tercera estrofa, no sólo porque suenen bellamente,
sino, porque “todas las criaturas” deben unirse a su Alabanza.
La
antífona se toma de la primera doxología del cuarto capítulo del Apocalipsis,
precisamente, de la perícopa que hemos tomado hoy como Primera Lectura.
Lc
19, 11-28
Dios
nos da, todo lo que tenemos y lo que somos es Don. Se nos da con un sentido, lo
que tenemos es para “disfrutarlo”, lo que se puede entender de diversas maneras,
más o menos conectadas con “El Donador”.
El
colmo de la pésima interpretación es creer que fue simplemente un cambio de “dueño”;
era de Dios, ahora es mío. Una variante de esta interpretación consiste en
pensar: Dios me lo dio para que yo lo goce.
Aún
hay otra manera -que nos parece una versión muy interesante: Dios me lo dio
para que yo pueda con ese Don, “fabricar” un acto de gratitud hacia el Donante,
ya que lo ha depositado en mí, por su Santísima Gratuidad.
¿Qué
podría poner ante Su Presencia que fuera digno de su Grandeza? Se me llega a ocurrir
que una digna Gratitud (Eucaristía), podría ser ¡Glorificarlo! Hay una sutileza
a tomar en cuenta, ¿qué podemos darle a quien es el Dueño de todo? Desde mi
limitación, sólo se me ocurre una cosa: ¡Glorificarlo! No hay algo a mi alcance
que sea Digno, lo único es reconocer su Infinita Generosidad y a la vez, la
Confianza que me dispensa, que deposita en mí.
Mi
pobre imaginación me da otra luz -así no sea muy creativa, ni muy ingeniosa. Si
Él es generoso, yo, a mi vez, podría intentar con los recursos que Él me
socorre, procurar tener esa virtud, a escala, porque no será con lo que es legítimamente
mío, sino con lo que Él me “presta”. De tal manera el hijo llega a parecerse al
Padre, la criatura el Creador. Que entre mis actos coseche, alguno mínimamente
semejante, lo que hará que otros ojos lo miren con Admiración y lo Glorifiquen.
La
parábola de hoy guarda parentesco con este asunto. Ciertamente la parábola está
emparentada con aquella de “los talentos” que nos contó San Mateo (Mt 25, 14-30),
pero guarda diversidad. Allá sólo había tres depositarios de la “confianza” que
recibían en comisión unos “valores”. En la parábola de hoy se nos habla de diez
“siervos” a los que se les repartieron diez μνᾶς [mnas] “minas”,
una mina es un lingote de plata que equivale a un sesentavo de “talento”. Y se
les entrega junto con las minas un encargo: Πραγματεύσασθε [pragmatensasthe]
“Negocien mientras vuelvo”. No se las regalo, se las dio en administración para
hacerlas rendir, durante su ausencia.
Hay
aún otra desemejanza: este “nacido noble” (aquí se subraya que pertenece a la
aristocracia), que es dueño de minas, y que se va de viaje, no se va a gozar de
unas vacaciones, sino que va “a un país lejano” a procurarse el nombramiento
como “Rey”. Otro detalle se entreteje aquí: sus conciudadanos lo ἐμίσουν [emisoun]
“odiaban”, lo “detestaban”, lo “aborrecían”. Enviaron unos embajadores a que
apalabraran contra él, porque no querían que llegara a reinar sobre ellos.
Lo
que nos recuerda vivamente la situación del sucesor de Herodes el Grande, Arquelao,
su hijo, quien también tuvo que viajar para irse a recibir de los romanos, el
cargo para ser el etnarca de Judea, Samaria e Idumea (nosotros nos acordamos de
este triste personaje porque José no volvió a su tierra a establecerse después
del nacimiento de Jesús, sino que se fue a Egipto, precisamente porque le temía
a este oscuro personaje).
Les
había dejado las minas a diez siervos, pero al regresar, a la hora de tomarles
cuentas, la parábola solo llama a tres de ellos: el que había lucrado diez, el
que había ganado cinco y el que la había asegurado envolviéndola en un pañuelo,
que no tenía nada como ganancia, a ese le quitaron la mina y se la dieron al
que tenía diez. Desde el punto de vista del lucro, la decisión es muy acertada,
porque el que tenía diez era el que sabía trabajar mejor las inversiones.
Hasta
ahí, la parábola de los talentos, la de Mateo, ya está bien contada y completa.
Pero Lucas está engarzando otra parte de la historia, la de los que no querían
que aquel “noble” fuera su rey. Históricamente sabemos que, a Arquelao lo
caracterizaba su crueldad, y por ella desató revueltas y protestas en Judea, Cuando
los manifestantes arrojaron piedras a los soldados de Arquelao durante una
Pascua, Arquelao respondió matando a 3.000 de sus compatriotas en el Templo, lo
que llevó a que los romanos lo depusieran y lo deportaran a Galia, después de
haber estado diez años encargado, como títere del Imperio. Con razón la fama
que lo acompañaba era la de “ser exigente, que retiraba lo que no había depositado
y segaba lo que no había sembrado”. Judea, Samaria e Idumea fueron directamente
colocadas bajo el poder romano y le nombraron un prefecto romano.
Así que San Lucas aprovecha aquí, para incorporar una faceta histórica; lo cual es bueno saberlo, porque a veces se cree que este “noble” es imagen del propio Jesús, y ese no es el caso. Jesús no tenía fama de explotador, ni de expoliador. Su fama era de profeta y taumaturgo.
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