viernes, 22 de noviembre de 2024

Sábado de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Ap 11, 4-12

Dentro del pueblo de Israel hay personas que dan testimonio proléptico de Jesús. ¿Testimonio proléptico? ¿cómo se puede testimoniar algo antes de que ocurra? ¿acaso es posible dar noticia por adelantado?

 

Aun cuando nos parece muy raro, casi toda la Escritura cumple esta Misión. El profeta anuncia lo que va a venir. No porque vea lo que va a pasar, sino porque Dios lo ha enviado a comunicar por adelantado, cómo va Él, a llevar a cabo la Redención que se ha propuesto.

 

Si no fuera por esta prolepsis nadie habría podido nunca, ni ahora, saber que Jesús era el Hijo de Dios. Se necesitaba que se hubieran establecido las pautas de identidad, para que lo pudiéramos reconocer. Necesitábamos tener un “retrato hablado”, para que al verlo pudiéramos decir: ¡Es Él!

 

Sin embargo, este retrato hablado es muy particular, porque no lo reconocemos por el bigote, o por el corte de cabello, el color de los ojos, ni siquiera por la marca de ropa y de calzado que usa. Lo reconocemos por su Compasión, por su Misericordia, por su taumaturgia, por su apotropía.

 


El anuncio previo de su Venida era indispensable para que nosotros lo esperáramos, pero, además, y lo más importante, para acogerlo cuando llegara.  Nosotros somos culpables de no haberlo acogido, precisamente porque Él nos dio sus señas prolépticas para que supiéramos que era el Mesías: “El Esperado”, “El Vaticinado”, “El que tenía que venir”.

 

Fueron encargados del anuncio proléptico: Moisés y Elías: De ellos dos podemos afirmar que eran “dos testigos suyos”. Ellos responden a los datos, eran dos Olivos y eran dos candeleros. Olivos, porque de ellos se obtiene el aceite para mantener encendida la “llama de la Espera”; Candeleros porque la “llama” tiene que estar adecuadamente dispuesta para que alumbre, para que ilumine, para que sea visible, para que guie el paso de los que avanzan en tinieblas y en sombras de muerte y sepan ir por el Camino de la Vida.

 

Si miramos el mapa que hemos ofrecido antes, como guía previa a la lectura del Apocalipsis, vemos que estamos en la zona de las siete trompetas. La Iglesia está llamado a recoger el “testigo” -se dice en la carrera de postas- y es que, según la ley judía, eran indispensables, como mínimo, dos testigos.

 

No es difícil reconocerlos, en la perícopa se dice que tienen el poder de cerrar el cielo -impidiendo la lluvia- ¿quién lo hizo? El profeta Elías. Y que envió toda clase de plagas e hizo que las aguas se convirtieran en sangre, lo que es una clara alusión a las plagas de Egipto, esto indica la alusión a Moisés.

 

Pero estos que prefiguran la Bondad Divina anunciándola, son sacrificados una y otra vez, porque ellos para el mundo, son un tormento, ellos atormentan siempre a los habitantes de la tierra y por eso los crucifican -crucificando en ellos al Señor- que, así es llevado a morir siempre de nuevo por la expiación de los que no aceptan la aceptan.

 

El plazo de sobrevivencia del pecado y la perversión son tres años y medio. Ese número da un total de 1260 días de insidia. Tras este anonimato la Revelación mantiene dos nuevos Olivos y Lámparas que testimonian-martiria Amigos suyos: Pedro y Pablo. Del fondo del Abismo viene el Anticristo, que aquí parece esconder el nombre de Nerón, durante tres días y medio no permiten que se les dé sepultura. La nueva geografía para el Calvario es Roma.

 

En todo este relato los lugares geográficos se revelan con una nueva geografía y rescata nombres como Egipto, Babilonia, Sodoma. Los dos Olivos son llevados al Cielo, y sus enemigos se quedaron contemplándolos resucitados.

 

Las cosas no han cambiado hasta nuestros días.

 

Sal 144(143), 1bcd. 2. 9-10

Este Salmo nos abre un amplísimo compás de comprensión. Hemos llegado, por “la caída” a una tan penosa situación que da grima. Hemos llegado a ser de lo peorcito de la Creación, pero no porque Dios nos haya hecho así. ¡Esa no es nuestra naturaleza! Pero quedamos -para darnos una idea digámoslo metafóricamente así- como una fina tacita de porcelana, que se nos deslizó de los dedos y se estrelló contra el mundo. ¡Asi quedamos después del pecado original.

 

Este Salmo es un salmo bendicional. Por medio de esta clase de salmos, los sacerdotes pedían a Dios que se pusiera de parte de la persona bendecida. Que lo envolviera en su blindaje protector.

 


En algún momento de la historia del pueblo de Israel, ellos tenían que conquistar territorios o defenderlos, y este salmo se inserta en ese contexto bélico. El hagiógrafo suplica a Dios que le conceda las artes del combate para que sus movimientos sean precisos, letales para el adversario, y que su manejo de las armas revista tal pericia que salga vencedor.

 

Más adelante el salmista canta la abundancia que sobrevino como “botín de guerra”, así sus despensas están atiborradas y sus rebaños son de cabezas incontables, los bueyes innumerables; así como la muralla que los guarece no tiene ninguna brecha, o debilidad por donde el enemigo se pueda colar.

 

Y es consciente que su solidez y su riqueza no dependen de él, ni de sus ejércitos, sino que es don de Dios, regalo del Cielo, que los ha fortalecido y les ha labrado un camino de abundancia y prodigalidad.

 

Sin embargo, la Iglesia ha traducido todo este lenguaje bélico a los términos del “combate espiritual”. Se entiende que las murallas reforzadas son defensa contra los asaltos de la idolatría; y las manos hábiles en el uso y manejo de las armas representan la exitosa resistencia contra las fuerzas infernales, contra todas las fuerzas del mal.

 

Nuestra Iglesia, ha conquistado una visión y una perspectiva que abandona la idea del saqueo para enriquecerse y propone los senderos de la Paz, como la senda que Dios nos propone para construir basados sobre una cultura pacifista. El Amor que propalamos como Suma Bandera del cristianismo, no se aviene con -su contrario- la bandera bélica que blanden los ejércitos enemigos, proclives ellos, a sembrar muerte y a teñir de sangre la tierra que habitan. A eso llaman ellos “el pensamiento del fuerte” y nosotros -para evitar eufemismos que quieren llamar las cosas con nombres bonitos para disfrazarlas- la llamamos tal cual es: “cultura de violencia y muerte”.

 

Que el salmo use palabras propias de la guerra -como por ejemplo “alcázar”- sólo significa que el texto original corresponde a otro momento histórico bien diverso del que se vive hoy. Siglos de recorrer caminos sembrando terrorismo, intimidación y fanatismo, tendrían que habernos demostrado ampliamente, que no es por ahí por donde llegamos a las cercanías con Dios.

 

Aun cuando ellos estén felices, dándole la bienvenida a los conflictos guerreros y quieran leerlos como solución a la “superpoblación”, incluso promoviendo las pandemias convencidos que son mecanismos espontáneos del “planeta” que así quiere “equilibrarse” y suprimir la numerosidad poblacional. Como se nota, todo esto es, sencillamente, un ensamble ideológico. Todo mercantilismo mercenario lo único que logra es llenar las arcas de los usufructuarios de la guerra. Para ellos toda guerra es un buen negocio.

 

Lc 20, 27-40

…una vida nueva, que ya no tiene necesidad de matrimonio de generación, porque ya la muerte no dominará.

Silvano Fausti

El Señor optó por entregarnos la tierra en administración. Eso lo que muestra es la gigantesca confianza que Dios tiene en el género humano.


 

Los saduceos, que eran los terratenientes de aquella sociedad, no aceptaban que la vida tuviera continuidad después de la muerte. Para ellos, que gozaban de todas las ventajas y disfrutaban de su acomodo, no había ninguna necesidad de dar “tiempo de reposición”. Según su filosofía, una vez en la fosa, todo concluía definitivamente.

 

Vienen y retan a Jesús, haciendo un circo a partir de la teoría que dimanaba de la ley del levirato, y se inventan un cuento que es una verdadera payasada: Una misma mujer pasaba, de mano en mano, de siete hermanos, porque ninguno de ellos acertaba a engendrar con ella un hijo. La pregunta era: en la otra vida, ¿a cuál de los hermanos le “pertenecía”?

 

La historia no es más reforzada, porque no se podía engrosar más allá la ficción. A todas luces, a ellos les importaba un soberano pepino la respuesta; para ellos la cuestión era desmantelar la afirmación de “vida más allá de esta vida en la tierra”. No podemos imaginar la maliciosa sonrisa que blandirían en sus labios mientras le proponían a Jesús esta, -para ellos- encrucijada sin salida.


 

Lo que ellos no se imaginaban era que en sus archivos de memoria -Jesús, por ser Dios- sabía que en el Cielo ya no se necesita la reproducción porque ya no hay que cuidar la preservación de la especie, allí se vive sin morir otra vez. Así que ¡ya no se toma esposa!

 

Lo que no tiene que entenderse como desaparición de los vínculos románticos, sino como innecesaridad de la actividad sexual. El prodigio del amor se mantendrá como nos aclara San Pablo en su Himno al Amor, donde él dice que la fe y la esperanza pasarán, pero el Amor perdurará. Allá seremos -en esa nueva y diferente realidad- como los ángeles. Vivientes en ejercicio de nuestra filiación de Dios, y no supeditados a ejercer de nuevo la paternidad, ni la crianza. Así que gocemos aquí la oportunidad de “ser padres”.

 


Uno descubre abruptamente el atrevimiento de aquellos Saduceos; y no nos extraña para nada, sabemos que los “propietarios” son arrogantes por su condición favorecida, y después de ellos sólo está “la mantequilla de maní”. Nosotros lo que añoramos es la dulzura del dialogo con el Maestro, qué fascinante sería hallarse frente a Sabiduría de esa talla. Y ¡que maravilloso escuchar respuestas que trascienden el pensamiento simplemente humano. Tomemos por ejemplo esta, que encontramos aquí, en esta perícopa: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 20, 38). 

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