domingo, 24 de noviembre de 2024

Lunes de la Trigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario


 

Ap 14, 1-3. 4b-5

El הַר צִיוֹן Monte Sion está intensamente vinculado con el Templo. En realidad, el templo estaba construido sobre el Monte Sion, que es más bien un montículo, más que un verdadero monte. Es una colina, que estaba fuera de la Muralla de la Ciudad Vieja, la expresión se usó para significar la Ciudad de David. Más que un toponímico es era referencia a la sacralidad. Aquí, en cambio, en el Apocalipsis, se refiere a la Jerusalén Celestial. Sobre esta prominencia está de pie “El Cordero”, que es la “ofrenda sacrificial”. Sion nos habla figurativamente de un lugar donde el pueblo se congrega en torno al Resucitado.

 

Inmediatamente hace mención del Pueblo de Dios, designado según un número cabalístico que se refiere a las doce tribus, y cada tribu formada por 12.000 habitantes. Los 144.00 no están ya en la Jerusalén, que para ese momento ya había sido arrasada por las fuerzas imperialistas romanas. Esta es la gran destrucción que sirve de trasfondo al relato. Pero esa historia tétrica es como sólo un reflejo de otro plano superior, que son los miembros de la comunidad gloriosa que ya ha vencido en el Cielo (ese paralelismo se hará tangible en 15, 2-4): “… estaban de pie con arpas, que Dios les había dado, los que habían alcanzado la Victoria sobre el monstruo…”.

 

En el co-texto literario del Apocalipsis, estamos en la sección de las “señales simbólicas” (11,19 – 15,1). Que a su vez es el centro de la sección mayor 12,1-15,4 al que podemos considerar el verdadero núcleo de la Revelación. Los estudiosos hablan del centro del centro del Libro. Pero, ese sería tan solo un punto literario sino fuera porque la temática tratada se refiere al mismísimo centro de la historia. Una división, y punto de transición entre el pasado y el futuro: el tiempo de Gracia, el Kairos, el tiempo privilegiado por excelencia. Empieza a darse el ingreso en una nueva forma de ser del pueblo de la fe, lo esperado empieza a ser cumplimiento.

 

El Dragón (el diablo, y los dos monstruos que forman su sequito, despliegan todas sus fuerzas para dañar al pueblo. Pero el Pueblo de los Santos cuenta de su parte con el Cordero, nacido de mujer, como hijo de hombre, pero en realidad Hijo de Dios. La comunidad despliega su fidelidad en el seguimiento del Cordero vaya donde Él vaya, con las bestias terribles (marcadas como los esclavos, de su propia maldad, en la frente y en el brazo, con el 666 gematría que nos da la suma de las letras de “Nerón”) flanqueándolo.

 

Este uso de la gematría es un recurso para hablar, bajo la cruel persecución y el acoso “policiaco” del que eran víctimas las nacientes comunidades cristianas; tras de esos códigos podían nombrar -y sólo ellos entender- de las acechanzas del Imperialismo Romano, codificación cifrada sólo accesible a los miembros de esas comunidades bajo persecución.


 

Así como un “pequeño resto” regreso de la deportación a Babilonia, también, sólo un pequeño resto de la comunidad cristiana sobrevivía al acoso romano del momento.

 

También nosotros, los perseguidos estamos sellados, pero no con la gematría del Malvado y Sanguinario Perseguidor, sino con el Nombre del Cordero y del Padre. Este sello no es denigrante como la quemadura de la esclavitud, sino que es un sello espiritual que nos hace reconocibles a los Ojos de Dios, y que hemos recibido en el alma desde nuestro bautismo. Con el Sacramento de la Unción, este sello es reforzado, y por eso el Sacramento se llama de la Confirmación. Esta refrendación del sello bautismal que nos identifica como profetas, sacerdotes y reyes, se hace más visible -espiritualmente hablando- y se traduce en la responsabilidad de llevar el Anuncio que tan generosamente se nos ha entregado.

 

Los engaños del Maligno nublan nuestra conciencia, y nos impiden compenetrarnos de los principios que fundamentan nuestra fe. Sólo los que tiene libertad en su conciencia son capaces de aprenderse el Cantico que entonan los cuatro vivientes, y los 24 ancianos, en torno al Trono Celestial. Los 144.000 es la cifra gemátrica que nos indica al pueblo Santo, los de conciencia liberada, los capacitados para aprender el Cantico. Estos tienen su “mente” libre del espejismo de la mundanidad, no se han dejado atrapar por lo de aquí abajo.

 

Sólo de ellos podrá predicase que se han mantenido sin mentiras, sin vivir del engaño; sólo de ellos -los 144.000- puede decirse que son ἄμωμοί [amomoi] “inmaculados”, “intachables”, “irreprochables”. Este número no debe contarse como un número censal, no se refiere a la cardinalidad del conjunto, está basado en el 12, que es el número en la raíz del “rebañito” que se salvará, raiz apostólica.

 

Sal 24(23), 1b-2. 3-4ab. 5-6

Mucha gente piensa que este número simbólico es el que toma como base el portero de la Jerusalén Celestial, y los cuenta al ingresar, y no permitirá que entre ni uno más, ni uno menos. Esta es pura intransigencia, lo toman como refinamiento porque según ellos los textos tiene que leerse a la letra, y de la literalidad de la lectura depende la fidelidad interpretativa; el trasfondo es de una exigencia intransigente para cosechar el sometimiento. Vigilan celosos para que nadie se vaya a salir del “cuadrito”, Se trata de idolatrar el yugo y para ellos el tótem de esta sumisión es la estricta interpretación. Allí se instaura una prisión ideológica fundada sobre el fundamentalismo bíblico, tiene que entenderse “al pie de la letra”.

 

Vamos a ver quiénes pueden pretender “entrar”. De eso se ocupa esta perícopa. Se habla aquí de la generación que está lanzada a la “búsqueda”.

 

Como preámbulo hay que definir que esta cuestión del ingreso y del número de los que ingresaran, no es algo de nuestra competencia. No somos nosotros los que vamos a delimitar a quienes si y a quienes no. Eso le corresponde a Dios. Porque Él es el Dueño de todo. Nada en la tierra escapa a su alcance y autoridad. Nada ni nadie. Se incluyen todos los habitantes del planeta. Fue Dios el que demarco los mares y los llenó. Hizo sobresalir la que llamamos la tierra por sobre el nivel del mar. Y, de todos los ríos, hasta los más caudalosos, la tierra sobresale como espacio vital de los seres terrestres.

 

Venimos nosotros con el interrogante: ¿Quién puede entrar en la Ciudad Santa, en la Nueva Jerusalén? Y, más aun, ¿Quién puede entrar al Templo, al Sancta Sanctorum? Y el salmista nos revela tres condiciones

i)              Que tenga manos inocentes, libres de ser mal-hechores. No deben haber dañado a nadie.

ii)             Su corazón ha de gozar de total y entera transparencia. Completamente puros.

iii)           Y no haber incurrido -de ninguna manera- en idolatrías.

 

Se incurre en conducta idolátrica cuando se desplaza a Dios de su Sitial, para poner en su lugar cualquier “pavada”.

 

La Nueva Jerusalén se identifica con el Reino.  Este es un Salmo del Reino. Respecto al rey del Universo, ¿cómo será la relación? ¡De Amistad!

 

El salmo nos invita y nos propone levantar los dinteles, lo que se puede entender como un llamado a ampliar las perspectivas del alma. Para una amistad gigantesca se amerita un alma amplísima. Un ensanche de las capacidades espirituales. Buscar el Señor, y pertenecer a esta generación buscadora, incita a ser amplísimos, generosísimos, nos llama a poner el servicio y el espíritu de servicio como altísimos dinteles de nuestro corazón.

 

Antes de emprender la marcha rumbo al Monte Santo hay que preguntarse cómo nos lo proponía el Señor, antes de empezar una obra, calcular si tenemos los recursos suficientes para llevarla a feliz término (Cfr. Lc 14, 28-32): Aquí, en este caso, se trata de agigantar el corazón para tener espacio en él para dar cabida al enorme amor que supone la pretensión de “entrar en el Monte Sion”.

 

Así queda especificado quienes podrán ingresar, no será el número lo que delimite, sino la “santidad” de los aspirantes.

 

Para dejarnos inundar el pecho.

 

Lc 21, 1-4



La respuesta es paradojal. Uno se imagina que cuantificar los recursos antes de empezar tiene que ver con contar los billetes para ver que alcance para unos materiales costosos, dignos, de lo mejor. Y resulta que no. Sólo se requieren “dos blancas”. Aquí la unidad de medida que aquilata si se tienen los recursos necesarios son las dos moneditas que la viuda puso en el embudo de la caja del templo.

 

Lo que realmente dimensiona la suficiencia de recursos es la capacidad de “desprenderse”, darlo todo hasta los más indispensable porque cuando le quede ningún recurso, entonces Dios-en Persona- no permitirá que se vacié la alcuza ni se agote la orza de harina. (Cfr. 1Re 17, 14-16) La viuda del Templo con sus dos moneditas nos hace evidente que Dios siempre está mirando y siempre se está dando cuenta; y, además. que no mira a la exterioridad ni a la impostura, sino que sus ojos miran el fondo del corazón.

 


La Pasión, la muerte y la resurrección de Jesús según San Lucas están narradas en 22,63–24,12. Lo que quiere decir es que hoy ya estamos pisando el preludio de ese otro relato. Los capítulos 22-23 van dando los pasos que conducirán a su sentencia letal acusado de subversivo y señalado como un rebelde. En estos días enfrentará a los poderosos de Jerusalén, corazón económico, político, social y religioso donde los poderosos centralizan su poder de avasallamiento en aparatos como el Templo y el Sanedrín.

 

El bloque 19, 28 – 21, 38 en las Biblias se demarca como “actividad en Jerusalén”. Esta semana nos moveremos en este encuadre del capítulo 21. Antes de dar el salto a las Lecturas de la Primera Semana de Adviento del Año Nuevo litúrgico.


 

Por un momento recordemos en el capítulo 19, verso 8, allí leemos: «Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor voy a dar la mitad de los bienes a los pobres y a quien he exigido algo injustamente, le devolveré cuatro veces más”». Pongamos esto en paralelo, con una cita de la perícopa de hoy, Lc 21, 4: «Porque todos dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, tan indigente, echó todo lo que tenía para vivir”.»

 

Hay un adagio popular que reza: “Toda comparación es odiosa"; no sabemos sí hoy en día este refrán se ajustaría diciendo: “Toda comparación es políticamente incorrecta”; y es que, efectivamente, toda comparación ¡saca ronchas!

 

Pese a todo, observemos lo que va de dar la mitad de los bienes a, la que da todo y lo único que tiene para vivir. Junto a esto, podríamos observar que Zaqueo podría tener otros ingresos posteriores que aliviarían su situación y quizás llegara, posteriormente, a un estado más solvente, que el de ahora. La viuda, por su parte, no tendrá ningún ingreso, su inopia era una condición constante, sin mejora posible, asociada con su estado de viudez, en una sociedad tan rígida que la movilidad social era prácticamente cero.


 

Los más serios investigadores nos dicen que había en el Templo trece alcancías para las ofrendas. Y -aquí viene un detalle muy interesante- un sacerdote iba verificando que las monedas fueran las del templo, y no monedas extranjeras, e iba “cantando” el monto de la “contribución”; era por mano del sacerdote que la ofrenda entraba en la alcancía.

 

Esto nos trae a la memoria campañas televisivas de beneficencia, donde todo el mundo donaba lo que podía. Previo al inicio de la campaña, se anunciaba la “meta” propuesta para poder cumplir el objetivo señalado. Al segundo día, el monto de la colecta estaba muy distante, y uno hacía fuerza por la llegada de un aporte notable. Las gentes nos emocionábamos muy sinceramente y sufríamos preocupados, por el lento progreso de la colecta.  Cuando alguna empresa hacía un donativo que llevaba la aguja a muy alto rango, no podíamos dejar de derramar lágrimas de gozo, al reconocer la generosidad de la gente y de la empresa y la industria nacional, que no se ahorraban en sus contribuciones. A veces, personas de un barrio, o un modesto equipo de futbol, se despegaban de algo que demostraba que los buenos sentimientos abundan, más allá de nuestros imaginarios.


 

Este sistema de “colecta” a favor de las arcas del Templo, anunciando con “altavoz” la cuantía del aporte; nos resulta curioso, porque no lo conocemos en nuestra realidad, pero no dudamos que tendría su efectividad, porque a nadie la gustaría venir a menos al momento de escuchar la ponderación de su “tributo”.

 

Un género literario muy tradicional de la Biblia es el “testamentario”. Antes de su muerte, el personaje deja señaladas sus últimas disposiciones y encargos: Así por ejemplo con Moisés en los capítulos 31 y 32 del Deuteronomio. O la despedida de Josué en el cap. 24 de su Libro. El de David en 1Re 1-2; o la oración Sacerdotal de Jesús en San Juan cap. 19, vv. 1-19; o, también, la despedida de San Pablo en Hch 20,17-38. La perícopa de hoy se puede incluir en este género de despedida, y en este caso el Testamento de Jesús es una persona, la viuda, que representa a la Iglesia, a la cual se le ha arrebatado a su Esposo, Jesús, y esta se ha quedado pendiente de que se le Revele la Justicia esperada. 

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