Ap
14, 1-3. 4b-5
El
הַר צִיוֹן Monte Sion está intensamente vinculado
con el Templo. En realidad, el templo estaba construido sobre el Monte Sion,
que es más bien un montículo, más que un verdadero monte. Es una colina, que
estaba fuera de la Muralla de la Ciudad Vieja, la expresión se usó para
significar la Ciudad de David. Más que un toponímico es era referencia a la
sacralidad. Aquí, en cambio, en el Apocalipsis, se refiere a la Jerusalén
Celestial. Sobre esta prominencia está de pie “El Cordero”, que es la “ofrenda
sacrificial”. Sion nos habla figurativamente de un lugar donde el pueblo se
congrega en torno al Resucitado.
Inmediatamente
hace mención del Pueblo de Dios, designado según un número cabalístico que se
refiere a las doce tribus, y cada tribu formada por 12.000 habitantes. Los
144.00 no están ya en la Jerusalén, que para ese momento ya había sido arrasada
por las fuerzas imperialistas romanas. Esta es la gran destrucción que sirve de
trasfondo al relato. Pero esa historia tétrica es como sólo un reflejo de otro
plano superior, que son los miembros de la comunidad gloriosa que ya ha vencido
en el Cielo (ese paralelismo se hará tangible en 15, 2-4): “… estaban de pie
con arpas, que Dios les había dado, los que habían alcanzado la Victoria sobre
el monstruo…”.
En
el co-texto literario del Apocalipsis, estamos en la sección de las “señales simbólicas”
(11,19 – 15,1). Que a su vez es el centro de la sección mayor 12,1-15,4 al que
podemos considerar el verdadero núcleo de la Revelación. Los estudiosos hablan
del centro del centro del Libro. Pero, ese sería tan solo un punto literario
sino fuera porque la temática tratada se refiere al mismísimo centro de la
historia. Una división, y punto de transición entre el pasado y el futuro: el
tiempo de Gracia, el Kairos, el tiempo privilegiado por excelencia. Empieza a
darse el ingreso en una nueva forma de ser del pueblo de la fe, lo esperado
empieza a ser cumplimiento.
El
Dragón (el diablo, y los dos monstruos que forman su sequito, despliegan todas
sus fuerzas para dañar al pueblo. Pero el Pueblo de los Santos cuenta de su
parte con el Cordero, nacido de mujer, como hijo de hombre, pero en realidad
Hijo de Dios. La comunidad despliega su fidelidad en el seguimiento del Cordero
vaya donde Él vaya, con las bestias terribles (marcadas como los esclavos, de
su propia maldad, en la frente y en el brazo, con el 666 gematría que nos da la
suma de las letras de “Nerón”) flanqueándolo.
Este
uso de la gematría es un recurso para hablar, bajo la cruel persecución y el
acoso “policiaco” del que eran víctimas las nacientes comunidades cristianas;
tras de esos códigos podían nombrar -y sólo ellos entender- de las acechanzas
del Imperialismo Romano, codificación cifrada sólo accesible a los miembros de
esas comunidades bajo persecución.
Así
como un “pequeño resto” regreso de la deportación a Babilonia, también, sólo un
pequeño resto de la comunidad cristiana sobrevivía al acoso romano del momento.
También
nosotros, los perseguidos estamos sellados, pero no con la gematría del Malvado
y Sanguinario Perseguidor, sino con el Nombre del Cordero y del Padre. Este sello
no es denigrante como la quemadura de la esclavitud, sino que es un sello
espiritual que nos hace reconocibles a los Ojos de Dios, y que hemos recibido
en el alma desde nuestro bautismo. Con el Sacramento de la Unción, este sello
es reforzado, y por eso el Sacramento se llama de la Confirmación. Esta
refrendación del sello bautismal que nos identifica como profetas, sacerdotes y
reyes, se hace más visible -espiritualmente hablando- y se traduce en la
responsabilidad de llevar el Anuncio que tan generosamente se nos ha entregado.
Los
engaños del Maligno nublan nuestra conciencia, y nos impiden compenetrarnos de
los principios que fundamentan nuestra fe. Sólo los que tiene libertad en su
conciencia son capaces de aprenderse el Cantico que entonan los cuatro
vivientes, y los 24 ancianos, en torno al Trono Celestial. Los 144.000 es la
cifra gemátrica que nos indica al pueblo Santo, los de conciencia liberada, los
capacitados para aprender el Cantico. Estos tienen su “mente” libre del espejismo
de la mundanidad, no se han dejado atrapar por lo de aquí abajo.
Sólo
de ellos podrá predicase que se han mantenido sin mentiras, sin vivir del
engaño; sólo de ellos -los 144.000- puede decirse que son ἄμωμοί [amomoi] “inmaculados”, “intachables”, “irreprochables”.
Este número no debe contarse como un número censal, no se refiere a la
cardinalidad del conjunto, está basado en el 12, que es el número en la raíz del
“rebañito” que se salvará, raiz apostólica.
Sal
24(23), 1b-2. 3-4ab. 5-6
Mucha
gente piensa que este número simbólico es el que toma como base el portero de
la Jerusalén Celestial, y los cuenta al ingresar, y no permitirá que entre ni
uno más, ni uno menos. Esta es pura intransigencia, lo toman como refinamiento
porque según ellos los textos tiene que leerse a la letra, y de la literalidad
de la lectura depende la fidelidad interpretativa; el trasfondo es de una exigencia
intransigente para cosechar el sometimiento. Vigilan celosos para que nadie se
vaya a salir del “cuadrito”, Se trata de idolatrar el yugo y para ellos el tótem
de esta sumisión es la estricta interpretación. Allí se instaura una prisión
ideológica fundada sobre el fundamentalismo bíblico, tiene que entenderse “al
pie de la letra”.
Vamos
a ver quiénes pueden pretender “entrar”. De eso se ocupa esta perícopa. Se
habla aquí de la generación que está lanzada a la “búsqueda”.
Como
preámbulo hay que definir que esta cuestión del ingreso y del número de los que
ingresaran, no es algo de nuestra competencia. No somos nosotros los que vamos
a delimitar a quienes si y a quienes no. Eso le corresponde a Dios. Porque Él
es el Dueño de todo. Nada en la tierra escapa a su alcance y autoridad. Nada ni
nadie. Se incluyen todos los habitantes del planeta. Fue Dios el que demarco
los mares y los llenó. Hizo sobresalir la que llamamos la tierra por sobre el
nivel del mar. Y, de todos los ríos, hasta los más caudalosos, la tierra
sobresale como espacio vital de los seres terrestres.
Venimos
nosotros con el interrogante: ¿Quién puede entrar en la Ciudad Santa, en la
Nueva Jerusalén? Y, más aun, ¿Quién puede entrar al Templo, al Sancta Sanctorum?
Y el salmista nos revela tres condiciones
i)
Que tenga manos inocentes, libres de ser mal-hechores. No
deben haber dañado a nadie.
ii)
Su corazón ha de gozar de total y entera transparencia. Completamente
puros.
iii)
Y no haber incurrido -de ninguna manera- en idolatrías.
Se
incurre en conducta idolátrica cuando se desplaza a Dios de su Sitial, para
poner en su lugar cualquier “pavada”.
La
Nueva Jerusalén se identifica con el Reino. Este es un Salmo del Reino. Respecto al rey
del Universo, ¿cómo será la relación? ¡De Amistad!
El
salmo nos invita y nos propone levantar los dinteles, lo que se puede entender
como un llamado a ampliar las perspectivas del alma. Para una amistad
gigantesca se amerita un alma amplísima. Un ensanche de las capacidades
espirituales. Buscar el Señor, y pertenecer a esta generación buscadora, incita
a ser amplísimos, generosísimos, nos llama a poner el servicio y el espíritu de
servicio como altísimos dinteles de nuestro corazón.
Antes
de emprender la marcha rumbo al Monte Santo hay que preguntarse cómo nos lo
proponía el Señor, antes de empezar una obra, calcular si tenemos los recursos
suficientes para llevarla a feliz término (Cfr. Lc 14, 28-32): Aquí, en este
caso, se trata de agigantar el corazón para tener espacio en él para dar cabida
al enorme amor que supone la pretensión de “entrar en el Monte Sion”.
Así
queda especificado quienes podrán ingresar, no será el número lo que delimite,
sino la “santidad” de los aspirantes.
Para
dejarnos inundar el pecho.
Lc
21, 1-4
La
respuesta es paradojal. Uno se imagina que cuantificar los recursos antes de
empezar tiene que ver con contar los billetes para ver que alcance para unos
materiales costosos, dignos, de lo mejor. Y resulta que no. Sólo se requieren “dos
blancas”. Aquí la unidad de medida que aquilata si se tienen los recursos necesarios
son las dos moneditas que la viuda puso en el embudo de la caja del templo.
Lo
que realmente dimensiona la suficiencia de recursos es la capacidad de “desprenderse”,
darlo todo hasta los más indispensable porque cuando le quede ningún recurso,
entonces Dios-en Persona- no permitirá que se vacié la alcuza ni se agote la
orza de harina. (Cfr. 1Re 17, 14-16) La viuda del Templo con sus dos moneditas
nos hace evidente que Dios siempre está mirando y siempre se está dando cuenta;
y, además. que no mira a la exterioridad ni a la impostura, sino que sus ojos
miran el fondo del corazón.
La
Pasión, la muerte y la resurrección de Jesús según San Lucas están narradas en 22,63–24,12.
Lo que quiere decir es que hoy ya estamos pisando el preludio de ese otro relato.
Los capítulos 22-23 van dando los pasos que conducirán a su sentencia letal acusado
de subversivo y señalado como un rebelde. En estos días enfrentará a los
poderosos de Jerusalén, corazón económico, político, social y religioso donde los
poderosos centralizan su poder de avasallamiento en aparatos como el Templo y
el Sanedrín.
El
bloque 19, 28 – 21, 38 en las Biblias se demarca como “actividad en Jerusalén”.
Esta semana nos moveremos en este encuadre del capítulo 21. Antes de dar el
salto a las Lecturas de la Primera Semana de Adviento del Año Nuevo litúrgico.
Por
un momento recordemos en el capítulo 19, verso 8, allí leemos: «Pero Zaqueo dijo
resueltamente al Señor: “Señor voy a dar la mitad de los bienes a los pobres y
a quien he exigido algo injustamente, le devolveré cuatro veces más”». Pongamos
esto en paralelo, con una cita de la perícopa de hoy, Lc 21, 4: «Porque todos
dan a Dios de lo que les sobra. Ella, en cambio, tan indigente, echó todo lo
que tenía para vivir”.»
Hay
un adagio popular que reza: “Toda comparación es odiosa"; no sabemos sí hoy en día este
refrán se ajustaría diciendo: “Toda comparación es políticamente incorrecta”; y
es que, efectivamente, toda comparación ¡saca ronchas!
Pese
a todo, observemos lo que va de dar la mitad de los bienes a, la que da todo y
lo único que tiene para vivir. Junto a esto, podríamos observar que Zaqueo
podría tener otros ingresos posteriores que aliviarían su situación y quizás llegara,
posteriormente, a un estado más solvente, que el de ahora. La viuda, por su
parte, no tendrá ningún ingreso, su inopia era una condición constante, sin
mejora posible, asociada con su estado de viudez, en una sociedad tan rígida
que la movilidad social era prácticamente cero.
Los
más serios investigadores nos dicen que había en el Templo trece alcancías para
las ofrendas. Y -aquí viene un detalle muy interesante- un sacerdote iba
verificando que las monedas fueran las del templo, y no monedas extranjeras, e
iba “cantando” el monto de la “contribución”; era por mano del sacerdote que la
ofrenda entraba en la alcancía.
Esto
nos trae a la memoria campañas televisivas de beneficencia, donde todo el mundo
donaba lo que podía. Previo al inicio de la campaña, se anunciaba la “meta”
propuesta para poder cumplir el objetivo señalado. Al segundo día, el monto de
la colecta estaba muy distante, y uno hacía fuerza por la llegada de un aporte
notable. Las gentes nos emocionábamos muy sinceramente y sufríamos preocupados,
por el lento progreso de la colecta. Cuando
alguna empresa hacía un donativo que llevaba la aguja a muy alto rango, no podíamos
dejar de derramar lágrimas de gozo, al reconocer la generosidad de la gente y
de la empresa y la industria nacional, que no se ahorraban en sus
contribuciones. A veces, personas de un barrio, o un modesto equipo de futbol,
se despegaban de algo que demostraba que los buenos sentimientos abundan, más
allá de nuestros imaginarios.
Este
sistema de “colecta” a favor de las arcas del Templo, anunciando con “altavoz”
la cuantía del aporte; nos resulta curioso, porque no lo conocemos en nuestra realidad,
pero no dudamos que tendría su efectividad, porque a nadie la gustaría venir a
menos al momento de escuchar la ponderación de su “tributo”.
Un
género literario muy tradicional de la Biblia es el “testamentario”. Antes de
su muerte, el personaje deja señaladas sus últimas disposiciones y encargos:
Así por ejemplo con Moisés en los capítulos 31 y 32 del Deuteronomio. O la
despedida de Josué en el cap. 24 de su Libro. El de David en 1Re 1-2; o la
oración Sacerdotal de Jesús en San Juan cap. 19, vv. 1-19; o, también, la despedida
de San Pablo en Hch 20,17-38. La perícopa de hoy se puede incluir en este género
de despedida, y en este caso el Testamento de Jesús es una persona, la viuda,
que representa a la Iglesia, a la cual se le ha arrebatado a su Esposo, Jesús,
y esta se ha quedado pendiente de que se le Revele la Justicia esperada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario