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Jn 4-9
Hay
una coherencia estilística y gramatical, inclusive en el uso del griego, que
nos lleva a pensar que se trata del mismo hagiógrafo, detrás de las tres cartas
que denominamos 1Jn, 2Jn y 3Jn. Haciendo estos estudios estilísticos y de vocabulario,
podemos hacer remontar su escritura al año 95.
¿Quién
es el destinatario? La carta lo dice, inicia con un vocativo, que es en
realidad una prosopopeya, o sea, tomar a cierta persona, para nombrar alguna
cosa, para así atribuirle rasgos humanos. Dice que se dirige a Ὁ πρεσβύτερος ἐκλεκτῇ κυρίᾳ [o presbyteros eklecti
kyria] “A la Matrona Elegida”, nótese que se incluye la palabra κυρίᾳ [kyria], que es la “esposa” del κύριος [kyrios]
“Señor”. La “Matrona Elegida” es la Comunidad, formada, como se nos dice allí,
en el verso 1: τοῖς τέκνοις αὐτῆς [tois teknois autes] “los
hijos de ella”. Esta manera de identificar a la comunidad destinataria, la
define -de salida- como la dignísima esposa de su Señor, equiparándola así a la
Divina Majestad.
¿Cuál es la médula de esta perícopa? “que nos amemos los unos
a los otros”. Y, entonces entra a aterrizar el significado del amor: no son
besitos, ni ramos de rosas, ni anillos de diamantes, nada de eso. El amor
consiste en que “caminemos según sus mandamientos”.
Pasa a decirnos que no hay ninguna constituyente que haya
venido a alterar lo que se dijo desde el principio. No se les está cambiando el
piso. Todo permanece en su lugar. La afirmación del “amor” como pivote de la
comunidad y de la vida cristiana, permanece siendo el “Amor”.
Entonces, si no se está modificando el “Mandamiento base”,
¿por qué el hagiógrafo repite, lo que ya se sabe? Por una sencillísima razón:
San Pablo se enfrentaba duramente con los judaizantes, y con los gnósticos. Y,
Juan, también se ve abocado a muchos herejes, que él, en esta carta designa
como “embusteros”. Estos embusteros, no aceptaban reconocer a Jesús como
Divinidad, y para ellos Jesús no era otra cosa que un “hombre común y
corriente”, fueron estos mismos los que, con el correr del tiempo dieron a luz
la perversión llamada Ebionismo, recogían todo el separatismo tradicionalista
de los judaizantes y creían que Jesús fue crucificado como hombre y que -en
continuidad con el pensamiento farisaico- la ley era la que justificaba, en
otras palabras, eran un cruce de judaizantes con viruelas de gnosticismo. Se ve
pues, que el Diablo (el que divide) lo primero que hace es introducir el
desviacionismo, e importa, a nuestras vidas y en particular a nuestros
corazones, la dificultad para reconocer, en Jesús, al Dios-Salvador. Para dejar
las cosas completamente claras, el hagiógrafo los llama como ἀντίχριστος [antichristos] “anticristos”.
No faltan aquellos que cree tener las cosas más claras -por
eso es tan importante aplicarnos al discipulado siguiendo muy de cerca los
pasos de la Matrona Elegida, para salvaguardarnos de interpretaciones privadas
y personalistas-, sólo así podremos ganarnos el salario-integral, y a la hora
de recibir el pago, recibamos la paga completa.
Sólo permaneciendo fieles a las διδαχῇ [didache] enseñanzas apostólicas se ἔχει [echei] “posee”, “tiene”, “permanece” tanto en el Padre como en el
Hijo. Es decir, la plenitud de la Revelación.
Sal
119(118), 1.2.10.11.17.18
Este
es un Salmo de Súplica. O sea que es un “clamor” que es un grito vehemente con
tintes de ruego, que uno saca con todas las fuerzas del alma; lo que lo
distingue del “llamado” que es una sencilla “invocación”. Recordemos que la
estructura de este salmo es alefática, porque tiene 22 estrofas (cada una de
ellas es un octeto), y cada estrofa corresponde a una letra del alefato. En
todos los versos hay alguna palabra que remite a la Ley, o sea que es eminentemente
parafrástica. Se valora la Ley como tutor que conduce a un seguimiento fiel.
El
seguimiento fiel llama a conocer la Ley como vía hacia la Divina Voluntad. La Ley,
en ese sentido, tiene nada de malo, al contrario, es perfecta, mientras no
caigamos en una fetichización que cuadricule el Amor que Dios ha puesto como cigoñal
de la Alianza. La Ley es un mapa maravilloso, mientras no la convirtamos en una
especie de prisión que coarte la maravillosa libertad de nuestra vida.
Recordemos que a nuestra responsabilidad subyace nuestra libertad.
La
libertad no puede llevar a otro lugar que a la dicha. Se debe insistir que la
sociedad ha creado sucedáneos de la verdadera dicha, poniendo en lugar de ella
al grito, al paroxismo, al exceso, al arrebato, el ruido ensordecedor, al
reflector deslumbrante, a la risa desparpajada y ramplona, a la vulgaridad y la
inmoralidad. Son tantas las falsificaciones que es prácticamente imposible enumerarlas
todas. Mencionamos sólo algunas.
Guardar
los preceptos, no tiene nada que se le pueda objetar; lo malo empieza tan
pronto se deshumaniza el precepto para encontrar rutas que canonicen la crueldad
o la violencia con la máscara del precepto. Recuérdese al que apelaba al corbán
(una variedad de ofrendas para sacrificios descritas, ordenadas y explicadas
tanto La Torá y el Tanaj como en el Talmud y que eran ofrecidas por los
israelitas antiguamente, y en su lugar por los sacerdotes cohanim en el Templo
de Jerusalén), para no socorrer a su propia familia y a sus parientes en
desgracia.
Ese
mapa de “las leyes” no podemos permitir que se nos extravíe. Hay que guardarlo
celosamente en el bolsillo -no de la camisa- sino del corazón.
Tampoco
se trata de hacer “bondades” por conveniencia, atendiendo y adulando al que
está -inclusive en mejores condiciones que nosotros mismos, sólo tratando de
convertir ese buen trato en ganancias de mañana. El Salmo lo dice muy bien,
(V.17) עַבְדְּךָ֥ [ejbed] a “tu siervo”,
a “tu criado”, a “tu esclavo”. Como nos lo enseñará el Evangelio, no a aquel
que te pueda devolver las atenciones, e invitarte mañana (Lc 14, 12-24).
Si miramos con ojos “mundanos”, empañados de “materialismo”,
no podremos entender nada de esto, llegaremos a verlo como absurdos, y
criticaremos la religión como “toda una serie de locuras y bobadas que no
llevan a ninguna parte”.
Lc
17, 26-37
Entre
el Evangelio de ayer y el que leemos hoy, hay una muy estricta continuidad, nos
atreveríamos a decir que pertenecen a la misma perícopa. Se rigen y tienen
fuente en la misma pregunta -formulada por los fariseos- acerca del “cuándo”
del Reino.
En
la Lectura de ayer, Jesús nos daba una respuesta muy importante: “viene sin
dejarse sentir”. Lo que nos sorprende muchísimo. Nos hace pensar en el “Circo”:
Cuando el trapecista, llega al punto “cero” del peligro, y todo anuncia que la
“fatalidad” le va a llegar, el tambor hace sentir la peligrosa atmosfera de
riesgo que envuelve el momento; y, claro está, que nosotros no podemos
quedarnos indiferentes y contenemos la respiración, hasta que el artista de la
acrobacia, sortea el trance, y a nosotros, los espectadores, nos vuelve la vida
al cuerpo.
Pero
la vida real, carece de los redobles que intensifican el suspenso: Las
realidades que vamos enfrentando se presentan sin aviso previo, llegan
silenciosas, nada nos advierte su llegada, como se suele decir en la jerga
popular, sólo “el golpe avisa”. Alguien que ha sufrido un accidente vehicular
nos dice, “alcancé a oír el pito, pero ya era demasiado tarde”.
Y
Jesús, nos dejó una clarísima enseñanza a este respecto: hay que estar
“vigilantes porque no sabemos el día ni la hora” (Mt 24:36-51. 25:13) Hoy nos
señala dos situaciones ejemplares:
a) El diluvio.
b) La destrucción de
Sodoma y Gomorra
Allí
también, la gente estaba sobrellevando su más normal cotidianeidad: comer,
beber, casarse, comprar, vender, sembrar, construir. Nada había que los llevara
a pensar que algo estaba a punto de suceder.
Ahora,
tampoco se puede pensar que estando cerca, inclusive muy cerca de uno que
resplandece por su “virtud”, se garantice el mismo desenlace. El ejemplo más
contundente es el de dos personas que están durmiendo juntas, el uno al lado
del otro, no pueden pensar que eso bastará para que a los dos les “caiga” la
misma invitación: vendrá el “tren”, uno abordará rumbo al Reino, el otro se
quedará en la cama y sólo podrá batir la mano como gesto de despedida.
Nos
habla de alguien que, infructuosamente, “intenta guardar su vida”, todos sus
afanes son vanos, el que así obra, la pierde. Se puede perfectamente comparar
con aquella persona que requiere más tiempo y se sube a la torre del reloj,
aferrándose con todas sus fuerzas a las manecillas, en un intento desesperado
por detener el tiempo, aunque tan sólo fuera, por un par de instantes.
En
cambio, está el otro, que diligentemente camina -a muy buen paso- al lado del
tren, y aprovecha el paso de una portezuela abierta, para saltar al interior y viajar,
así sea como polizón (viajero clandestino). ¡Ese la salvará! En tal caso, que
significa “salvar”, evidentemente, entrar a formar parte del Reino, la
Salvación y el Reino van emparejados.
Pero
con el Reino, hay otra variable a tomar en cuenta, variable importantísima (por
eso está puesta de primeras, en la perícopa) -que la vimos ayer, y que no
podemos olvidar- el Reino no es algo que va a llegar; el Reino es algo que ya
llegó, y está en nosotros. Así que, amigos, trotemos dinámicos,
diligentes y muy avispados a ver si pasa por nuestro lado una puerta abierta, y
saltemos por ella, al tren que corre, que es el tren del Reino. Que no vayamos
a ser de los que lloriconamente comentan “alcancé a oír el pito, pero ya
era demasiado tarde”.
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