jueves, 14 de noviembre de 2024

Viernes de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


2 Jn 4-9

Hay una coherencia estilística y gramatical, inclusive en el uso del griego, que nos lleva a pensar que se trata del mismo hagiógrafo, detrás de las tres cartas que denominamos 1Jn, 2Jn y 3Jn. Haciendo estos estudios estilísticos y de vocabulario, podemos hacer remontar su escritura al año 95.

 

¿Quién es el destinatario? La carta lo dice, inicia con un vocativo, que es en realidad una prosopopeya, o sea, tomar a cierta persona, para nombrar alguna cosa, para así atribuirle rasgos humanos. Dice que se dirige a πρεσβύτερος ἐκλεκτῇ κυρίᾳ [o presbyteros eklecti kyria] “A la Matrona Elegida”, nótese que se incluye la palabra κυρίᾳ [kyria], que es la “esposa” del κύριος [kyrios] “Señor”. La “Matrona Elegida” es la Comunidad, formada, como se nos dice allí, en el verso 1: τοῖς τέκνοις αὐτῆς [tois teknois autes] “los hijos de ella”. Esta manera de identificar a la comunidad destinataria, la define -de salida- como la dignísima esposa de su Señor, equiparándola así a la Divina Majestad.

 

¿Cuál es la médula de esta perícopa? “que nos amemos los unos a los otros”. Y, entonces entra a aterrizar el significado del amor: no son besitos, ni ramos de rosas, ni anillos de diamantes, nada de eso. El amor consiste en que “caminemos según sus mandamientos”.

 

Pasa a decirnos que no hay ninguna constituyente que haya venido a alterar lo que se dijo desde el principio. No se les está cambiando el piso. Todo permanece en su lugar. La afirmación del “amor” como pivote de la comunidad y de la vida cristiana, permanece siendo el “Amor”.

 


Entonces, si no se está modificando el “Mandamiento base”, ¿por qué el hagiógrafo repite, lo que ya se sabe? Por una sencillísima razón: San Pablo se enfrentaba duramente con los judaizantes, y con los gnósticos. Y, Juan, también se ve abocado a muchos herejes, que él, en esta carta designa como “embusteros”. Estos embusteros, no aceptaban reconocer a Jesús como Divinidad, y para ellos Jesús no era otra cosa que un “hombre común y corriente”, fueron estos mismos los que, con el correr del tiempo dieron a luz la perversión llamada Ebionismo, recogían todo el separatismo tradicionalista de los judaizantes y creían que Jesús fue crucificado como hombre y que -en continuidad con el pensamiento farisaico- la ley era la que justificaba, en otras palabras, eran un cruce de judaizantes con viruelas de gnosticismo. Se ve pues, que el Diablo (el que divide) lo primero que hace es introducir el desviacionismo, e importa, a nuestras vidas y en particular a nuestros corazones, la dificultad para reconocer, en Jesús, al Dios-Salvador. Para dejar las cosas completamente claras, el hagiógrafo los llama como ἀντίχριστος [antichristos] “anticristos”.

 

No faltan aquellos que cree tener las cosas más claras -por eso es tan importante aplicarnos al discipulado siguiendo muy de cerca los pasos de la Matrona Elegida, para salvaguardarnos de interpretaciones privadas y personalistas-, sólo así podremos ganarnos el salario-integral, y a la hora de recibir el pago, recibamos la paga completa.

 

Sólo permaneciendo fieles a las διδαχῇ [didache] enseñanzas apostólicas se ἔχει [echei] “posee”, “tiene”, “permanece” tanto en el Padre como en el Hijo. Es decir, la plenitud de la Revelación.

 

Sal 119(118), 1.2.10.11.17.18

Este es un Salmo de Súplica. O sea que es un “clamor” que es un grito vehemente con tintes de ruego, que uno saca con todas las fuerzas del alma; lo que lo distingue del “llamado” que es una sencilla “invocación”. Recordemos que la estructura de este salmo es alefática, porque tiene 22 estrofas (cada una de ellas es un octeto), y cada estrofa corresponde a una letra del alefato. En todos los versos hay alguna palabra que remite a la Ley, o sea que es eminentemente parafrástica. Se valora la Ley como tutor que conduce a un seguimiento fiel.


 

El seguimiento fiel llama a conocer la Ley como vía hacia la Divina Voluntad. La Ley, en ese sentido, tiene nada de malo, al contrario, es perfecta, mientras no caigamos en una fetichización que cuadricule el Amor que Dios ha puesto como cigoñal de la Alianza. La Ley es un mapa maravilloso, mientras no la convirtamos en una especie de prisión que coarte la maravillosa libertad de nuestra vida. Recordemos que a nuestra responsabilidad subyace nuestra libertad.

 

La libertad no puede llevar a otro lugar que a la dicha. Se debe insistir que la sociedad ha creado sucedáneos de la verdadera dicha, poniendo en lugar de ella al grito, al paroxismo, al exceso, al arrebato, el ruido ensordecedor, al reflector deslumbrante, a la risa desparpajada y ramplona, a la vulgaridad y la inmoralidad. Son tantas las falsificaciones que es prácticamente imposible enumerarlas todas. Mencionamos sólo algunas.

 

Guardar los preceptos, no tiene nada que se le pueda objetar; lo malo empieza tan pronto se deshumaniza el precepto para encontrar rutas que canonicen la crueldad o la violencia con la máscara del precepto. Recuérdese al que apelaba al corbán (una variedad de ofrendas para sacrificios descritas, ordenadas y explicadas tanto La Torá y el Tanaj como en el Talmud y que eran ofrecidas por los israelitas antiguamente, y en su lugar por los sacerdotes cohanim en el Templo de Jerusalén), para no socorrer a su propia familia y a sus parientes en desgracia.

 

Ese mapa de “las leyes” no podemos permitir que se nos extravíe. Hay que guardarlo celosamente en el bolsillo -no de la camisa- sino del corazón.

 


Tampoco se trata de hacer “bondades” por conveniencia, atendiendo y adulando al que está -inclusive en mejores condiciones que nosotros mismos, sólo tratando de convertir ese buen trato en ganancias de mañana. El Salmo lo dice muy bien, (V.17) עַבְדְּךָ֥ [ejbed] a “tu siervo”, a “tu criado”, a “tu esclavo”. Como nos lo enseñará el Evangelio, no a aquel que te pueda devolver las atenciones, e invitarte mañana (Lc 14, 12-24).

 

Si miramos con ojos “mundanos”, empañados de “materialismo”, no podremos entender nada de esto, llegaremos a verlo como absurdos, y criticaremos la religión como “toda una serie de locuras y bobadas que no llevan a ninguna parte”.

 

Lc 17, 26-37

Entre el Evangelio de ayer y el que leemos hoy, hay una muy estricta continuidad, nos atreveríamos a decir que pertenecen a la misma perícopa. Se rigen y tienen fuente en la misma pregunta -formulada por los fariseos- acerca del “cuándo” del Reino.


 

En la Lectura de ayer, Jesús nos daba una respuesta muy importante: “viene sin dejarse sentir”. Lo que nos sorprende muchísimo. Nos hace pensar en el “Circo”: Cuando el trapecista, llega al punto “cero” del peligro, y todo anuncia que la “fatalidad” le va a llegar, el tambor hace sentir la peligrosa atmosfera de riesgo que envuelve el momento; y, claro está, que nosotros no podemos quedarnos indiferentes y contenemos la respiración, hasta que el artista de la acrobacia, sortea el trance, y a nosotros, los espectadores, nos vuelve la vida al cuerpo.

 

Pero la vida real, carece de los redobles que intensifican el suspenso: Las realidades que vamos enfrentando se presentan sin aviso previo, llegan silenciosas, nada nos advierte su llegada, como se suele decir en la jerga popular, sólo “el golpe avisa”. Alguien que ha sufrido un accidente vehicular nos dice, “alcancé a oír el pito, pero ya era demasiado tarde”.

 

Y Jesús, nos dejó una clarísima enseñanza a este respecto: hay que estar “vigilantes porque no sabemos el día ni la hora” (Mt 24:36-51. 25:13) Hoy nos señala dos situaciones ejemplares:

a)    El diluvio.

b)    La destrucción de Sodoma y Gomorra

Allí también, la gente estaba sobrellevando su más normal cotidianeidad: comer, beber, casarse, comprar, vender, sembrar, construir. Nada había que los llevara a pensar que algo estaba a punto de suceder.

 

Ahora, tampoco se puede pensar que estando cerca, inclusive muy cerca de uno que resplandece por su “virtud”, se garantice el mismo desenlace. El ejemplo más contundente es el de dos personas que están durmiendo juntas, el uno al lado del otro, no pueden pensar que eso bastará para que a los dos les “caiga” la misma invitación: vendrá el “tren”, uno abordará rumbo al Reino, el otro se quedará en la cama y sólo podrá batir la mano como gesto de despedida.

 

Nos habla de alguien que, infructuosamente, “intenta guardar su vida”, todos sus afanes son vanos, el que así obra, la pierde. Se puede perfectamente comparar con aquella persona que requiere más tiempo y se sube a la torre del reloj, aferrándose con todas sus fuerzas a las manecillas, en un intento desesperado por detener el tiempo, aunque tan sólo fuera, por un par de instantes.

 

En cambio, está el otro, que diligentemente camina -a muy buen paso- al lado del tren, y aprovecha el paso de una portezuela abierta, para saltar al interior y viajar, así sea como polizón (viajero clandestino). ¡Ese la salvará! En tal caso, que significa “salvar”, evidentemente, entrar a formar parte del Reino, la Salvación y el Reino van emparejados.


 

Pero con el Reino, hay otra variable a tomar en cuenta, variable importantísima (por eso está puesta de primeras, en la perícopa) -que la vimos ayer, y que no podemos olvidar- el Reino no es algo que va a llegar; el Reino es algo que ya llegó, y está en nosotros. Así que, amigos, trotemos dinámicos, diligentes y muy avispados a ver si pasa por nuestro lado una puerta abierta, y saltemos por ella, al tren que corre, que es el tren del Reino. Que no vayamos a ser de los que lloriconamente comentan “alcancé a oír el pito, pero ya era demasiado tarde”.

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