Ap
20, 1-4. 11-21,2
Veremos a Jerusalén engalanada como la Novia para su
Consorte.
Se acabará todo lo que no
es según Dios, todo lo que hoy llamamos corrupción: la absolutización idolátrica
del placer, del tener y del orgullo. Con las Bodas del Cordero no habrá más lágrimas:
se vencieron las estructuras de la opresión, del engaño, de la maldad y de la
misma muerte.
José Luis Caravias s.j.
Podemos
identificar una subsección que abarca 19, 11 – 22, 15. Vemos que la perícopa de
hoy pertenece a esta subsección. Podemos fraccionar esta subsección -respecto
de la perícopa- en tres fragmentos:
1) Juicio de Satanás.
2) El tema de la
muerte y el lugar de los muertos
3) Un asomo al futuro
de la historia.
A
su vez, podemos detectar en estos fragmentos, unos ejes temáticos:
En
1)
i)
Satanás encarcelado por mil años
En
2)
i)
El Trono Blanco de Dios
ii)
Juicio de los muertos
iii)
Aniquilamiento de la muerte
Y,
en 3)
i)
Cielo Nuevo, Tierra Nueva
ii)
Desaparición del Mar
iii)
La Nueva Jerusalén venida del Cielo, como Esposa Engalanada
Como
decíamos ayer, se trata para nada del fin de la historia, sino de un Nuevo
Comenzar. Donde Cristo es Todo en todos. Es, por otra parte, la Plenitud de la
Realización del Cristo Total.
Satanás
es presentado bajo la figura del Dragón (la antigua serpiente, la misma que
engañó a Adán y a Eva; personifica el Gran Enemigo de Dios) encadenado y
arrojado al abismo y queda “sellado”. (Advertencia: Más tarde será desatado por
un breve lapso).
Luego
aparecen los que no incurrieron en idolatría, son fáciles de reconocer porque no
se habían dejado marcar con el sello de la bestia. Entonces retomaron sus vidas
y se in-corporan al Cuerpo Místico, como lo vimos ayer. Adquirieron la Corona
de los Resistentes.
Los
que están muertos pasan al tribunal del juicio (crisis) y son juzgados según los
registros que reposan en los Libros. Todos, sin excepción tienen su juicio;
muerte y abismo fueron arrojados al aniquilamiento, el de la Verdadera Muerte
(aquí se llama “muerte segunda”). El mar tiene que desaparecer porque es el hábitat
de la Serpiente (el antiguo Dragón).
Todo
eso -antiguo- es re-emplazado por la Nueva Jerusalén que es el Regalo Divino: “un
Nuevo Edén”.
Hemos
llegado al final de nuestro estudio del Apocalipsis, como pudimos darnos
cuenta, no se puede caer en el literalismo, no podemos volvernos una calaña de
cataclismistas. Ni exagerar ni minimizar. Tenemos que mantenernos estables en
la lectura de su simbología. Aun cuando las imágenes tan vívidas nos llamen a
fantasear, e incluso, llegar a lo patético, cayendo en la zona de la fábula cinematográfica.
(Es muy triste que los medios de comunicación hayan asociado la palabra
apocalipsis con la palabra “catástrofe”; cuando es toda lo contrario, es la
manifestación de la protección divina para nosotros, si persistimos).
Notemos
que el juicio cuenta con la co-laboración de los mártires (se nombra en
especial a los que fueron decapitados) que fueron “probados” y salieron
airosos.
No
se trata de explicarnos cómo va a ser. No necesitamos saber eso. Es como si
antes de usar un teléfono inteligente nos empeñáramos en entender todas las
minucias de su sistema, de su estructura, de sus materiales. Es necesario tan
solo saber iniciarlo, saber cargarlo, y aprender el número que nos identifica y
por medio del cual nos podrán “contactar”. De otra parte, si nuestra terquedad
por comprenderlo exhaustivamente no es superada, es posible que -a menos que
seamos ingenieros electrónicos- entendamos menos que nada; y no tardaremos en
descubrir que todos esos detalles -a la hora de la verdad- son inútiles.
Se
trata de saber que estamos destinados a la eternidad que no es alguna clase de
unidad de medida cronológica, sino la Maravilla de un Amor que no nos cabe en
la cabeza, pero que puede satisfacer nuestro corazón, como nada más puede
hacerlo. De cierto que no dejará nada que anhelar y nada que añorar.
Sal
84(83), 3.4. 5-6a y 8a
Si el acto litúrgico ha
de ser solemne, entonces el trabajo debe comenzar antes, en la actitud interior
del espíritu y del corazón.
Romano Guardini
A
veces, sobre todo para excusar nuestra llegada tarde a la Celebración Eucarística,
ponemos sobre el tapete, la cuestión de cuando empieza la Sagrada Eucaristía.
Se debate si cuando el Sacerdote abandona la Sacristía, si cuando ingresa el
presbiterio, o si en el momento en que besa al Altar, mientras otros argumentan
que es en el momento en que nos santiguamos. Otros dilatan el inicio hasta el
momento de las Lecturas, algunos otros proponen que, con tal alcanzar al
Evangelio llegamos bien; y no falta el que se aprestó a salir mucho más tarde,
y para él la bandera dice, “si alcanzas a la última frase de la homilía”
llegaste a tiempo, alcanzaste a la Celebración y cumpliste con el “precepto”. Bueno, perdonen, pero esto del “precepto” nos
alcanza a perturbar, reducir una amistad con Dios a un tema de “preceptos”. Recórcholis,
no queremos sonarles dramáticos, pero -y lo decimos con todo respeto- ¡por ahí
no va! ¡tenemos que revisar nuestro enfoque! ¡No estamos entendiendo de qué va
la Eucaristía!
En
realidad, de verdad, nosotros pensamos que la Eucaristía empieza cuando salimos
de la casa rumbo al Templo. Quizás, con mayor precisión el Día anterior, cuando
resolvemos ir, y empezamos a disponer el corazón. Porque la señal del inicio de
este Sacramento Fontal empieza, como empieza el amor, cuando caemos en la
cuenta que amamos y elegimos, la manera que le agrada a Quien Amamos, para
manifestarle nuestro amor. Digamos como punto de referencia que si a tu
enamorad@ le gustan las flores, el encuentro empieza cuando sales a comprar el
ramo, o, si el caso es que le agradan los chocolates, el encuentro con él/ella,
empieza con estos pensamientos “preliminares”.
Para
el pueblo judío, las celebraciones, implicaban, a veces, un larguísimo viaje, con
todos los preparativos. Y las etapas de ese viaje estaban marcadas dentro de la
liturgia de la peregrinación. (referenciémonos recordando los detalles de la
Presentación del Niño Jesús en el Templo). Iban y regresaban sinodalmente
(encaravanados, sería la traducción de la expresión griega), por eso, en el
salterio se incluyen salmos graduales; y, ya al llegar a las puertas del Templo,
se contaba con los Salmos de Peregrinación, de los cuales hay por lo menos tres
en el salterio, además del 122 que tiene doble carácter, es gradual y cierra
siendo peregrinal. Hoy estamos ante uno de esos salmos de peregrinación.
En
la primera estrofa el Salmista (el enamorado) hace consciencia del profundo e
intenso deseo de visitar el Templo y dice que toda la sustancia física de su
corporeidad disfruta de este regocijo.
En
la segunda estrofa compara con otras criaturas que necesitan abrigo y morada, y
cita la casa del gorrión, el nido de la golondrina; pero los seres humanos,
nosotros, requerimos llegarnos al Templo, porque nuestro abrigo y nuestro
refugio es el Señor.
En
la tercera estrofa, felicita a los Sacerdotes, que siempre están visitando el
Templo y su vida trascurre en el “servicio cultual”. Que importante es que
construyamos la vida referenciándola respecto al Templo que, como nos lo
expresa la antífona, es “la Morada de Dios entre los hombres”.
«Ante
todo, debemos llegar a tiempo a la Iglesia, para lograr ponernos en orden
interiormente. Tengamos claro en qué estado nos encontramos cuando cruzamos la
puerta de la Iglesia: estamos intranquilos, confundidos o, hemos de decirlo, en
un estado de descuido… “Estoy aquí. No tengo que hacer otra cosa sino
participar de la Sagrada Celebración. Sólo esto es importante ahora y estoy
totalmente en ello”.» (Romano Guardini)
Lc
21, 29-33
El “higo” humanado
Con Jesús ha venido la
plenitud del tiempo, plenitud de significado y plenitud de salvación: Y no habrá
más una nueva revelación, pero la manifestación plena de lo que Jesús ha ya
revelado.
Papa Francisco
Un
campesino con mediana práctica, va -paulatinamente- aprendiendo los signos de
la tierra, de la meteorología, los ciclos de la tierra y toda la gama de su “ciencia”,
sin la cual no puede cultivar y cosechar con éxito. Lo que Jesús nos indica hoy
es que la vida ha de aprovecharse para adquirir esos conocimientos prácticos
indispensables, para nuestra salvación. En ese proceso intervienen sus padres,
familiares y amigos, sus vecinos, y todo el raudal de su propia experiencia.
El
campesino, para todas sus labores agrarias, requiere haber aprendido y eso no se
aprende de la noche a la mañana, ha de vivir todo un proceso; y, no es menos lo
que se espera de nosotros, que observación, responsabilidad, diligencia.
Por
ejemplo, ¿cómo sabe el cultivador que va a llegar el verano? Cuando ven que los arboles empiezan a echar
sus brotes, se ven las yemas y los pimpollos.
El
Señor nos ha dado unas pistas para que sepamos que “la hora es llegada”, que el
reino de Dios está cerca.
Podríamos
decir que los signos del Reino de Dios son los “valores del Reino” que empiezan
a despuntar.
¿Cuándo
es ese momento, teológicamente hablando? ¡Cuando el Árbol de la Cruz sea sembrado
en el Calvario! (Casi les apuesto que van a quedar pasmados. Seguramente pensábamos
que era cuando cayera una estrella .., o nos chocáramos con otra galaxia, o los
noticieros declararan oficialmente iniciada la tercera Guerra Mundial, o cuando
un Árbol de papayas empezara a frutecer piñas… No puedo agotar el sinnúmero de monadas
que podemos llegar a estar esperando). O -y quizás eso sea más grave y sintomático-
de no estar dedicando ningún esfuerzo serio a nuestro crecimiento espiritual:
Que no tengamos ni idea de cuál es el síntoma decisivo y perentorio. Que en la
higuera ya se estén pudriendo los higos y no hayamos caído en la cuenta.
Parece
una posición muy cómoda: ¡Yo no puedo hacer nada, ese es el tema de los especialistas,
ya el Papa avisará!
Parece
muy cómodo, pero quizás es espantosamente riesgoso: Dejar que otros hagan por mí,
lo que es mi competencia: La señal es la Cruz sembrada en la Calvario, y su
Fruto Maduro colgado de ella: El Cuerpo exánime de Nuestro Señor Jesucristo. De
ahí brotó la primicia. Cuando lo vean, sepan que el Reino de Dios esta cerca.
Es
tiempo de dejar abandonado el corazón de piedra que siempre hemos tenido y
empezar a tener un corazón de carne, que no pueda vivir con la crueldad de estar
del lado de los que Crucifican a su Prójimo.
Cuando
veas que el Crucificado pende de la Cruz, y resuelvas que tu aporte al Reino va
a consistir en hacer todo el bien que puedas, y no saquemos ningún pretexto
para dejar las cosas así. Entonces, sabrás que estás maduro para acoger el Reino
y te pondrás a cosecharlo.
«Jesucristo
es la plenitud de la revelación de Dios porque es el Hijo de Dios y en Él el
contenido de la revelación y el revelador coinciden» (Benedicto XVI)
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