viernes, 22 de noviembre de 2024

Sábado de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Ap 11, 4-12

Dentro del pueblo de Israel hay personas que dan testimonio proléptico de Jesús. ¿Testimonio proléptico? ¿cómo se puede testimoniar algo antes de que ocurra? ¿acaso es posible dar noticia por adelantado?

 

Aun cuando nos parece muy raro, casi toda la Escritura cumple esta Misión. El profeta anuncia lo que va a venir. No porque vea lo que va a pasar, sino porque Dios lo ha enviado a comunicar por adelantado, cómo va Él, a llevar a cabo la Redención que se ha propuesto.

 

Si no fuera por esta prolepsis nadie habría podido nunca, ni ahora, saber que Jesús era el Hijo de Dios. Se necesitaba que se hubieran establecido las pautas de identidad, para que lo pudiéramos reconocer. Necesitábamos tener un “retrato hablado”, para que al verlo pudiéramos decir: ¡Es Él!

 

Sin embargo, este retrato hablado es muy particular, porque no lo reconocemos por el bigote, o por el corte de cabello, el color de los ojos, ni siquiera por la marca de ropa y de calzado que usa. Lo reconocemos por su Compasión, por su Misericordia, por su taumaturgia, por su apotropía.

 


El anuncio previo de su Venida era indispensable para que nosotros lo esperáramos, pero, además, y lo más importante, para acogerlo cuando llegara.  Nosotros somos culpables de no haberlo acogido, precisamente porque Él nos dio sus señas prolépticas para que supiéramos que era el Mesías: “El Esperado”, “El Vaticinado”, “El que tenía que venir”.

 

Fueron encargados del anuncio proléptico: Moisés y Elías: De ellos dos podemos afirmar que eran “dos testigos suyos”. Ellos responden a los datos, eran dos Olivos y eran dos candeleros. Olivos, porque de ellos se obtiene el aceite para mantener encendida la “llama de la Espera”; Candeleros porque la “llama” tiene que estar adecuadamente dispuesta para que alumbre, para que ilumine, para que sea visible, para que guie el paso de los que avanzan en tinieblas y en sombras de muerte y sepan ir por el Camino de la Vida.

 

Si miramos el mapa que hemos ofrecido antes, como guía previa a la lectura del Apocalipsis, vemos que estamos en la zona de las siete trompetas. La Iglesia está llamado a recoger el “testigo” -se dice en la carrera de postas- y es que, según la ley judía, eran indispensables, como mínimo, dos testigos.

 

No es difícil reconocerlos, en la perícopa se dice que tienen el poder de cerrar el cielo -impidiendo la lluvia- ¿quién lo hizo? El profeta Elías. Y que envió toda clase de plagas e hizo que las aguas se convirtieran en sangre, lo que es una clara alusión a las plagas de Egipto, esto indica la alusión a Moisés.

 

Pero estos que prefiguran la Bondad Divina anunciándola, son sacrificados una y otra vez, porque ellos para el mundo, son un tormento, ellos atormentan siempre a los habitantes de la tierra y por eso los crucifican -crucificando en ellos al Señor- que, así es llevado a morir siempre de nuevo por la expiación de los que no aceptan la aceptan.

 

El plazo de sobrevivencia del pecado y la perversión son tres años y medio. Ese número da un total de 1260 días de insidia. Tras este anonimato la Revelación mantiene dos nuevos Olivos y Lámparas que testimonian-martiria Amigos suyos: Pedro y Pablo. Del fondo del Abismo viene el Anticristo, que aquí parece esconder el nombre de Nerón, durante tres días y medio no permiten que se les dé sepultura. La nueva geografía para el Calvario es Roma.

 

En todo este relato los lugares geográficos se revelan con una nueva geografía y rescata nombres como Egipto, Babilonia, Sodoma. Los dos Olivos son llevados al Cielo, y sus enemigos se quedaron contemplándolos resucitados.

 

Las cosas no han cambiado hasta nuestros días.

 

Sal 144(143), 1bcd. 2. 9-10

Este Salmo nos abre un amplísimo compás de comprensión. Hemos llegado, por “la caída” a una tan penosa situación que da grima. Hemos llegado a ser de lo peorcito de la Creación, pero no porque Dios nos haya hecho así. ¡Esa no es nuestra naturaleza! Pero quedamos -para darnos una idea digámoslo metafóricamente así- como una fina tacita de porcelana, que se nos deslizó de los dedos y se estrelló contra el mundo. ¡Asi quedamos después del pecado original.

 

Este Salmo es un salmo bendicional. Por medio de esta clase de salmos, los sacerdotes pedían a Dios que se pusiera de parte de la persona bendecida. Que lo envolviera en su blindaje protector.

 


En algún momento de la historia del pueblo de Israel, ellos tenían que conquistar territorios o defenderlos, y este salmo se inserta en ese contexto bélico. El hagiógrafo suplica a Dios que le conceda las artes del combate para que sus movimientos sean precisos, letales para el adversario, y que su manejo de las armas revista tal pericia que salga vencedor.

 

Más adelante el salmista canta la abundancia que sobrevino como “botín de guerra”, así sus despensas están atiborradas y sus rebaños son de cabezas incontables, los bueyes innumerables; así como la muralla que los guarece no tiene ninguna brecha, o debilidad por donde el enemigo se pueda colar.

 

Y es consciente que su solidez y su riqueza no dependen de él, ni de sus ejércitos, sino que es don de Dios, regalo del Cielo, que los ha fortalecido y les ha labrado un camino de abundancia y prodigalidad.

 

Sin embargo, la Iglesia ha traducido todo este lenguaje bélico a los términos del “combate espiritual”. Se entiende que las murallas reforzadas son defensa contra los asaltos de la idolatría; y las manos hábiles en el uso y manejo de las armas representan la exitosa resistencia contra las fuerzas infernales, contra todas las fuerzas del mal.

 

Nuestra Iglesia, ha conquistado una visión y una perspectiva que abandona la idea del saqueo para enriquecerse y propone los senderos de la Paz, como la senda que Dios nos propone para construir basados sobre una cultura pacifista. El Amor que propalamos como Suma Bandera del cristianismo, no se aviene con -su contrario- la bandera bélica que blanden los ejércitos enemigos, proclives ellos, a sembrar muerte y a teñir de sangre la tierra que habitan. A eso llaman ellos “el pensamiento del fuerte” y nosotros -para evitar eufemismos que quieren llamar las cosas con nombres bonitos para disfrazarlas- la llamamos tal cual es: “cultura de violencia y muerte”.

 

Que el salmo use palabras propias de la guerra -como por ejemplo “alcázar”- sólo significa que el texto original corresponde a otro momento histórico bien diverso del que se vive hoy. Siglos de recorrer caminos sembrando terrorismo, intimidación y fanatismo, tendrían que habernos demostrado ampliamente, que no es por ahí por donde llegamos a las cercanías con Dios.

 

Aun cuando ellos estén felices, dándole la bienvenida a los conflictos guerreros y quieran leerlos como solución a la “superpoblación”, incluso promoviendo las pandemias convencidos que son mecanismos espontáneos del “planeta” que así quiere “equilibrarse” y suprimir la numerosidad poblacional. Como se nota, todo esto es, sencillamente, un ensamble ideológico. Todo mercantilismo mercenario lo único que logra es llenar las arcas de los usufructuarios de la guerra. Para ellos toda guerra es un buen negocio.

 

Lc 20, 27-40

…una vida nueva, que ya no tiene necesidad de matrimonio de generación, porque ya la muerte no dominará.

Silvano Fausti

El Señor optó por entregarnos la tierra en administración. Eso lo que muestra es la gigantesca confianza que Dios tiene en el género humano.


 

Los saduceos, que eran los terratenientes de aquella sociedad, no aceptaban que la vida tuviera continuidad después de la muerte. Para ellos, que gozaban de todas las ventajas y disfrutaban de su acomodo, no había ninguna necesidad de dar “tiempo de reposición”. Según su filosofía, una vez en la fosa, todo concluía definitivamente.

 

Vienen y retan a Jesús, haciendo un circo a partir de la teoría que dimanaba de la ley del levirato, y se inventan un cuento que es una verdadera payasada: Una misma mujer pasaba, de mano en mano, de siete hermanos, porque ninguno de ellos acertaba a engendrar con ella un hijo. La pregunta era: en la otra vida, ¿a cuál de los hermanos le “pertenecía”?

 

La historia no es más reforzada, porque no se podía engrosar más allá la ficción. A todas luces, a ellos les importaba un soberano pepino la respuesta; para ellos la cuestión era desmantelar la afirmación de “vida más allá de esta vida en la tierra”. No podemos imaginar la maliciosa sonrisa que blandirían en sus labios mientras le proponían a Jesús esta, -para ellos- encrucijada sin salida.


 

Lo que ellos no se imaginaban era que en sus archivos de memoria -Jesús, por ser Dios- sabía que en el Cielo ya no se necesita la reproducción porque ya no hay que cuidar la preservación de la especie, allí se vive sin morir otra vez. Así que ¡ya no se toma esposa!

 

Lo que no tiene que entenderse como desaparición de los vínculos románticos, sino como innecesaridad de la actividad sexual. El prodigio del amor se mantendrá como nos aclara San Pablo en su Himno al Amor, donde él dice que la fe y la esperanza pasarán, pero el Amor perdurará. Allá seremos -en esa nueva y diferente realidad- como los ángeles. Vivientes en ejercicio de nuestra filiación de Dios, y no supeditados a ejercer de nuevo la paternidad, ni la crianza. Así que gocemos aquí la oportunidad de “ser padres”.

 


Uno descubre abruptamente el atrevimiento de aquellos Saduceos; y no nos extraña para nada, sabemos que los “propietarios” son arrogantes por su condición favorecida, y después de ellos sólo está “la mantequilla de maní”. Nosotros lo que añoramos es la dulzura del dialogo con el Maestro, qué fascinante sería hallarse frente a Sabiduría de esa talla. Y ¡que maravilloso escuchar respuestas que trascienden el pensamiento simplemente humano. Tomemos por ejemplo esta, que encontramos aquí, en esta perícopa: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 20, 38). 

jueves, 21 de noviembre de 2024

Viernes de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

Ap 10, 8-11

Durante siglos, la sagrada Escritura estuvo vetada para la enorme mayoría porque sólo un ínfimo porcentaje de la población podía leer. Y, de otra parte, los libros eran prerrogativa sólo de quienes pudieran adquirir un libro que se escribía sobre pieles de animales y por escribas cuyo trabajo tan artesanal encarecía el costo de la trascripción manual de las obras y hacía inalcanzable su posesión para casi todos.

 

Ayer hablábamos del rechazo y de toda la no aceptación de Dios en nuestras vidas. Hoy, cuando la adquisición de una Biblia se ha democratizado hasta hacerse muy fácil tener una, personal y contando con la posibilidad de acceder a ella inclusive por vía digital, y donde muchos la tenemos descargada, incluso en nuestro teléfono móvil. Hoy día, nadie puede quejarse por no poder acceder a Ella. Pero, ¿hemos superado el analfabetismo bíblico? O, a pesar de todo ¿seguimos alejados de Dios y sin recibirlos en nuestras vidas, atareados en encontrar pretextos para dejarlo por fuera de nuestras vidas.

 

Si por algún “percance”, alguien -puede ser, en la vida escolar- nos pide una cita bíblica, el software electrónico, nos permite hallarla con prontitud y no falta quienes memorizan citas -deshilvanadas de todo contexto-, como parte de una “cultura a-religiosa”. Se dice a-religiosa porque la falta de esfuerzo por digerir y contextualizar ese “conocimiento”, no logra re-ligar nada.

 

La “religión” cumple en nuestra vida la “función” de volvernos a vincular con la trascendencia, después que la “caída” nos llevó a dividirnos de tan vital amistad; pero eso no ocurre con un conocimiento fragmentario, sino por una verdadera relación con lo Divino. La religión supone una verdadera e intensa amistad con Dios.

 


Hoy por hoy la situación que nos presenta la perícopa se vive en la vida de cada cual: una voz del Cielo nos invita a tomar el “rollo” de la Escritura y alimentarnos con él. Cuando se lo pedimos al Ángel, Él nos dice “Toma y devóralo”.

 

Es cierto que para el paladar es una dulzura, un verdadero deleite. Pero, al llegar al estómago, nos llenamos de amargura. Seguramente esto es lo que nos hace tan supremamente refractarios a esa Lectura y a trabar amistad con Dios. Y es que no se trata de una simple Lectura. Vemos que los jovencitos devoran verdaderas toneladas de lecturas con libros de cientos de páginas, lo que nos lleva a hablar de “grandes lectores” y de “verdaderos amantes del saber y la cultura”.

 

Se ha logrado así un mundo donde la división entre la mente y la vida es un profundo abismo. Se trata pues de una forma de leer que no permite ningún anclaje de lo leído en nuestra vida. Este tipo de “lectores” practican un tipo de “lectura” que los previene de que algo o alguien les “amargue la vida”.

 


Claro, nos llevamos la mano al corazón y pensamos -con sobrada razón- que, si tienen la paciencia de acompañarnos en esta aventura en la que nos hemos propuesto reflexionar las Lecturas como nos las va presentando la liturgia, significa que no pertenecen al gremio de los a-religiosos, sino, todo lo contrario, de los que degustan la Palabra y asumen la Amistad con Dios procurando hacer cada vez más fuerte el vínculo con todas las responsabilidades que nos da el discipulado.

 

 Sal 119(118), 14. 24. 72. 103. 111. 131

En este salmo encontramos ese llamado al estudio y la contemplación que son un ejercicio re-ligante, en tanto en cuanto nos trasportan a los planos de la adoración y la contemplación. Verdaderamente que “tomar el rollo y tragarlo” son condicionantes de una aproximación eficaz a la Palabra. Hablamos, claro está, de una eficacia espiritual.

 

¿Qué quiere decir eficacia espiritual? Ante todo, que no se trata de batir records en materia de hojas y capítulos recorridos.

 

Luego está esa absorción que hace que la Palabras se hagan piel, carne, sangre y huesos de la persona. Que le permite vivir Crísticamente.

 

No tiene nada que ver con el memorismo. Antes, en el marco de otra cultura, se trató, en muchos casos de competir en el aprendizaje de numerosas oraciones, y estas de gran longitud; sin trascender el plano de lo estrictamente memorístico.

 

Poder encontrar y descubrir en este hacer de la Palabra el faro de la existencia, debería reportarnos una dicha sincera.

 

Se acerca uno a la Palabra para hallar en Jesús al Consejero por excelencia, y no caer en manos -ingenuamente- de gurúes y manuales de auto-ayuda. Tampoco en los collages de frases célebres.

 

Tampoco debe dársele a la Palabra el valor y la aplicación de amuleto o talismán.

 

La palabra ha de estar presente para el alma y el espíritu como el aire para los pulmones y el alimento para la salud equilibrada de nuestro organismo.

 

Lo que se busca es poder proclamar con gratitud y sinceridad: ¡Qué dulce al paladar tu promesa, Señor!

 

 

Lc 19, 45-48

El celo de tu casa me devora (Jn 2, 17c)

Jesús no viene con el fuego del cielo que nos extermina a nosotros sino con el fuego del amor, que lo quemará a Él.

Silvano Fausti

Pensar la religión como negocio y como fuente de ganancias nos pone sobre alerta de los cientos de toldos donde se comercializa con base en la fe. Y, hoy como entonces, Jesús los denuncia, siendo de las muy escasas cosas que lo llevan a encolerizarse. Con tanta frecuencia Él asume con extrema paciencia el dialogo con sus contradictores y acoge a las víctimas de estas falacias.

 


“Mi casa es casa de oración” que quiere decir. Sencillo, no es para otras cosas, no tiene diversidad de finalidades, no es una carpa circense conde fácilmente cohabitan el mago, el payaso, el equilibrista, el trapecista, el domador de tigres, el malabarista, el vendedor de palomitas de maíz y el de la caseta de perros calientes. Tiene una sola finalidad, es un lugar “reservado a la oración”.

 

En un mundo donde un crimen que acaba de ser actuado, representado, pasa a la propaganda del desodorante y luego, muestra el comercial de una empresa turística, y -a continuación- el anuncio de la bebida gaseosa que acompaña bien todo lo demás; ¿qué podría tener de malo que añadiera la venta de palomas y terneros sacrificiales, el cambio de monedas impuras y monedas dignas de la alcancía del templo?

 

Atención, esta destinación exclusiva del Templo, está escrita. No es un chispazo del momento, no es una corrección que hasta ahora se hace, no es una precisión brotada de un corazón fanático. ¡Está escrito!

 

Quiere, además añadir, una connotación: Lo que está escrito, escrito está. ¡No consiste en que al escribano le sobre un minuto y varias gotas de tinta en su tintero! ¡Es que Dios lo dictó y por eso está allí!: ¡Escrito está!


 

En voz pasiva (recordemos que la Voz Pasiva no quiere resaltar tanto quien lo hizo, sino el hecho mismo), en perfecto de indicativo: Γέγραπται [Gegraptai] «Está escrito”, casi como si dijera “está grabado en piedra”. Ha perdido la volatilidad de la voz que pasa, que -en su provisionalidad- se apaga. Se olvida, se disuelve en el tiempo. En este caso, ¡no! Está allí, presente, quien quiera constatarlo puede venir y leerlo de nuevo, porque está escrito. No se le puede desaparecer tan fácil, otra voz, o el grito, o el rugido del trueno la podría acallar, si ella fuera pura oralidad. Pero al estar “escrito”, cuando el trueno tenga ya cansada la garganta y tenga que callarse, la “escritura” seguirá allí, campante, vencedora, permanente.

 

Eso molesta a los que quieren estorbar lo que Dios dice. Todos ellos se coligan para atacarlo, para quitarlo de en medio, para que no pueda seguir tirando mesas y flagelándoles la espalda con un lazo trenzado a modo de fuete. (Cfr. Jn 2, 15-17) Lo detestan porque Él se ha dado a la tarea de defender lo que Dios ha Escrito, como si les gritara en la cara: Falsarios, eso no es lo que Él dijo, corrijan, miren estas fueron sus Palabras reales.

 

En el fondo de la perícopa encontramos a los que no dicen nada, pero atesoran esas palabras y “están pendientes de Él, “escuchándolo”. Ellos ya cumplen el Shema que Dios dirigió a Israel. Ellos son el pueblo sacerdotal que Él se escogió para su Padre. (cfr. Ap 5,10)

 

¿Saben porque lo detestan? Porque Él anunció que el pueblo que se había escogido, reinaría sobre la tierra.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Jueves de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 



Ap 5, 1-10

Otro ángel vino y se paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes: las oraciones de todos los santos que iba a ofrecer en el altar de oro colocado delante del trono. Y la nube de perfumes, con las oraciones de los santos, se elevó de las manos del ángel hasta la presencia de Dios.

Ap 8, 3s

 

Hemos venido estableciendo un paralelismo entre la Liturgia Celestial que nos descubre el Apocalipsis y la Liturgia Terrena en el Sacramento Eucarístico. Esto no es casual, en realidad la liturgia está orientada, en gran parte, por la manera como se nos revela que se tributa Alabanza a Dios en el Cielo, y de esa imagen potentísima de que allí, preside la Celebración Jesucristo-Glorificado. Hay una suerte de “calco” en nuestra liturgia terrenal, habida cuenta que difiera la celebración corpórea a una celebración espiritual. Y, también, que muchas cosas que dice el hagiógrafo, son “simbologías”.


 

Según el paralelismo, esta fase corresponde a la “liturgia de la Palabra”.

 

El βιβλίον [biblion] “Rollo de pergamino”, que nosotros solemos traducir por “Libro”, pero que no es un códice, como los libros nuestros, sino uno que está “enrollado”; y dice que tiene σφραγῖσιν ἑπτά [sfragisin hepta] “siete sellos”. Los sellos se ponían, ya desde los tiempos mesopotámicos, para señalar quien tenía la “autoridad y la autorización” para leerlo. Lo máximo en la escala jerárquica era “siete sellos”, como quien dice ¡Sólo Dios puede romper los sellos y desenrollar este documento! Y la gente lloraba afligida porque no existía nadie a ese nivel de dignidad para desenrollarlo.

 

Todo esto nos trae a la mente aquel pasaje de San Lucas “Le dieron el rollo del profeta Isaías. Jesús lo desenrolló y encontró el lugar donde está escrito…” (Lc 4, 17-18). Y en Lc 4, 21, Jesús enuncia la conclusión: «Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído.». Ya aquí se manifiesta que Jesús es quien ha recibido del propio Padre-Celestial todo el Poder, el Honor y la Gloria, para desenrollar el Rollo de la historia del hombre en la tierra y su destinación a las dulzuras celestiales.

 

“El libro sellado simboliza la historia humana. No es que en ese libro esté escrito todo lo que va a suceder, sino que ahí está el misterio o secreto de la historia: la revelación del Misterio de Dios que hace inteligible la historia y le da sentido” (Pablo Richard)

 

Algunos interpretes dicen: cada sello se demora mil años en abrirse. ¡Una barbaridad! ¡Así se desmoraliza cualquiera! Figúrense, en vez de ser un mensaje de esperanza, es un mensaje de desesperación.

 

Hay un par de imágenes contradictorias (y no es lo único paradojal que encontraremos en el Apocalipsis): se nombra a Jesús como el León de Judá; y, a continuación, al verlo, lo descubrimos en la figura de un “Cordero como degollado”, esto agudiza la contradicción que esté “como degollado”, pero esté “de pie”. En una lógica estrecha, esto es inconcebible, ¿cómo puede ser cordero y ser león? ¿Cómo puede estar degollado, pero estar de pie? Y es que la semiótica de lo simbólico tiene una lógica propia, que no es la del pensamiento “esquematizado”, “cuadriculado”. Esto nos desafía a pensar distinto, a abrir los márgenes mentales y dar un paso firme al otro lado del pensamiento reduccionista. Se trata de despertar nuestra capacidad para pensar lo trascendente; saliéndonos de las ecuaciones contractas. No ponerle peros a la Revelación y entender que Dios no piensa como nosotros. (Cfr. 1 Co 2, 14-16).

 

Nos encontramos aquí con la idea de que Dios nos ha “adquirido” y fue Jesucristo quien “pago” el precio. Nos compró con el precio de Su Preciosísima Sangre. “…nos ha librado de nuestros pecados con su sangre…” (Ap 1, 5b) Y, a continuación, en la perícopa de hoy, se afirma que la compra fue católica: “hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación”, se superan todos los sectarismos y todos los partidismos, fanatismos y segregaciones que nos hemos tatuado tan profundamente en el alma para pretextar el monopolio de la fe.

 


Observemos que el culto que se rinde al Cordero es con citaras y copas de oro. Pero ¿de qué están llenas estas copas de oro? ¡Del perfume que son las oraciones de los santos!

 

Una vez más hay que traer al proscenio la consciencia plena de quienes son los Santos. No se trata de alguna selección de “aristócratas”. Los santos son “todos los bautizados”. Ninguno alcanza la santidad por su colección de virtudes y bellas actitudes. Todos han lavado sus ropas en las fuentes bautismales de la sangre de Cristo. Y ahí va otra idea paradojal: Al lavar las vestiduras en la sangre de Cristo -La Única capaz de regenerarnos en la Gracia- en vez de quedar manchadas de tinta sangre, alcanzan la blancura más perfecta que quepa imaginar. Esa purificación bautismal nos constituye en miembros de “un sacerdocio y gobierno digno de reinar sobre toda la tierra”.


 

El Domingo, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, en la Segunda Lectura, tomando del capítulo Primero del Apocalipsis, escucharemos al Señor Dios que nos declara: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1, 8)

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b

Este salmo es un himno.

La primera estrofa tiene tres puntos:

i)              Todo el pueblo escogido ha de ofrecerle un cantico “Nuevo.

ii)             En la celebración junto con toda la Asamblea debe resonar ese cantar.

iii)           Alegrarse

a.    Israel por su Creador

b.    Los hijos de Sion por su Rey

 

La estructura de la segunda estrofa consta de cuatro aspectos:

i)              Alabar el Nombre de Dios con Danzas

ii)             Cantarle con tambores y cítaras

iii)           Porque el Señor ama a su pueblo

iv)           Adorna con la Victoria a los humildes.

 

La tercera estrofa propone que el culto tributado a Dios sea el de un pueblo organizado, estructurado como un batallón que avanza en filas, que avanza en “orden de batalla”:

i)              Los fieles han de festejar a Dios Glorioso cantándole jubilosos

ii)             Llenarse la boca de vítores

iii)           Que tengamos la oportunidad de “celebrar” es honra y honor para nosotros, sus fieles.

 

“Que lo fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse ante Él”.

 

La antífona proclama que Él nos ha convocado para hacer de nosotros una nación santa, un pueblo escogido, un Reino sacerdotal.

 

Lc 19, 41-44

Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares.

Sal 126, 5



Nosotros somos tan poca cosa que nos cuesta muchísimo entender este Amor de Dios para con nosotros.

 

Al verlo hoy llorar, sin salir de nuestro asombro, recordemos cuán inexplicable es el amor. Definitivamente los senderos del amor no tienen nada que ver con el racionalismo. Sencillamente nos Ama, más allá de nuestros esfuerzos por comprenderlo.

 

El Poder de la Divinidad tiene tales dimensiones que podría forzarnos a aceptarlo, y esclavizarnos para resolvernos la situación: obligarnos a dejarnos amar. Pero con sólo decirlo salta a la vista cuan absurdo es tratar de imponer el Amor. Y -del otro lado de nuestra dimensión- viéndolo desde la perspectiva del Señor, respetar nuestra libertad y sufrir que nos hagamos daño apartándonos de Él.

 

Dios, en vez de empujarnos a la oscuridad absoluta e infernal, obra de otra manera: Corre a destrabar otra puerta, y nos hace señas para que ingresemos por esa otra oportunidad que Él nos crea. Pero no nos convence forzándonos, trata de enamorarnos, procura -por todos sus medio- que no nos quedemos por fuera.

 

Cuantas veces habremos leído una historia de amor frustrado y las dolorosas consecuencias de frustrar allí donde se nos ofrece el verdadero amor con toda su grandeza. Esa es la situación que vivimos con el rechazo a Jesús.

 

¿Qué es lo que nos estamos perdiendo? ¡La paz!

 

La paz es el marco fértil dentro del cual podemos realizarnos cabalmente como personas. Puede ser que, en otro marco, también logremos alcanzar la cúspide de nuestra personalidad; pero, en ese caso será, entre pescozones y porrazos. No es necesario que cumplamos nuestros objetivos existenciales por la “vía dolorosa”; es más bien, una elección -llamémosla- masoquista.


 

También habrán oído que muchas personas, que han recibido la voz preventiva de su familia, escogen intentar una aventura romántica con un gañan, o con un bandido, y sólo después de recoger espinas y sinsabores verifican que están echando su vida al tacho.

 

Ahí tenemos espejos de lo que implicará no aceptar a Jesús en nuestra historia personal de vida. Darle la espalda a Dios significa condenarnos a cosechar cardos y abrojos.

 

¿Qué cosechó Jerusalén despreciando la amistad que Dios les ofrecía, dándoles como amigo a Su Propio Hijo?

i)              La rodearon de trincheras

ii)             La sitiaron

iii)           Le apretaron el cerco por todos lados

iv)           La arrasaran junto con sus hijos, que vivían también al amparo de su muralla

v)            No dejaron de ella piedra sobre piedra.

 

Jesús, al acercarse a Jerusalén visualiza con certeza divina lo que será de la “ciudad de la Paz” y la cosecha que va a recoger. Y lo único que puede hacer en su dolor -compadecido, como buen Amigo que es- es derramar por ellos sus fraternales lágrimas, porque Él quiere a esta ciudad con un amor más intenso que el de la gallina por sus polluelos.

 

Todo esto “porque no reconocieron el tiempo de su visita” (Cfr. Lc 19, 44)

martes, 19 de noviembre de 2024

Miércoles de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario



Ap 4, 1-11

«Después tuve una visión: ¡una puerta abierta en el cielo!» (Apoc 4, l). Y la puerta daba a ... la Misa de domingo en tu parroquia.

Scott Hahn 

Pasamos a la zona de las visiones o éxtasis del hagiógrafo. Para saber a qué nos referimos, vamos a trazar aquí un mapa del Libro:

1, 1-3 Prologo

1,4-3,22 Primera parte formada por las siete cartas a las siete Iglesias

4,1-22,5 Segunda parte, que podemos subdividir como sigue

4,1-5,14 Introducción

6,1 – 7,17 Los siete sellos

8,1-11, 14 Las siete trompetas

11, 15 – 16,21 El signo Triple y las Siete Copas

17,1-21,1 Juicio y Victoria de Dios

21,2-22,5 La Nueva Jerusalén

22,6-21 La Nueva Jerusalén puesta en relación con la Esposa del Cordero.

 

En el territorio que estamos entrando “Juan” sufre una trasformación, es exaltado a la capacidad de entrar en dialogo con Dios. Podríamos decir que se supera el nivel de las “Apariciones del Resucitado”, y se entra en contacto con el Glorificado. Ha pasado al plano Trascendente. Uno podría pensar que esta trascendencia supone una transhistoricidad. Nada más apartado de la verdad, en realidad, lo que vamos a encontrará es que, desde el Trono, Él ejerce autoridad y se hace Presencia Real en la historia.


 

Ahora bien, la experiencia de la Presencia del Glorificado es inefable. El hagiógrafo recurre a figuras que nos parecen complicar la lectura y la comprensión. Se tiene que entender que hubo de recurrir a estas figuras como material sensible para “hablar” de cosas que de otra manera están por fuera de la narrativita. Por ejemplo, que Dios es “semejante a una piedra de Diamante y cornalina, y había un arco-iris alrededor del Trono der aspecto semejante a una esmeralda. El arco-iris es -por antonomasia- el símbolo de la Alianza. Dios no nos hace la guerra, Él colgó el arco para siempre y lo dejó en la pared, como signo que quedaba relegado al pasado. Proscrito a la inutilidad.

 

Muchas de estas imágenes tienen antecedentes en otros apocalipsis (ya se ha dicho que el género apocalíptico cobija escritos que están insertos en los profetas -Daniel, Ageo, Isaías, Zacarías y Malaquías y en los Evangelistas, y en Pablo, en particular en las Cartas a los de Tesalónica). Esta muy curiosa manera de hablar lo que hace es tender un puente entre el plano trascendente y el plano empírico.

 

Es de gran auxilio para poder traducir estas figuras y no quedarnos como al margen de la intelección, referirlas a la liturgia. A veces hay personas que ante la dificultad dicen: “Deje así”.

 

Pueden imaginarse a un Dios Misericordiosos que les escribe a sus “favoritos”, un mensaje que está totalmente fuera de su alcance. En cambio, si relacionamos lo que nos vamos encontrando aquí con lo que va trascurriendo en la Celebración, en particular en la Eucarística, muy pronto se va a descorrer el velo.

 

Tomemos un ejemplo: el Trono, ¿qué tiene que ver el Trono con la liturgia? ¿hay, en la liturgia, algún trono? Evidente que si, es la Sede. Desde ella el Sacerdote preside la celebración: enseña, explica, nos guía, y -lo principal en este plano de figuración- nos Revela. Nos deja ver lo que está pasando, oculto por el velo.

 

Otro elemento figurativo: los 24 ancianos: representan históricamente, a los patriarcas y a los apóstoles: 12 + 12. Ellos son la estructura que sostiene, como el esqueleto del pueblo de Dios, la plenitud del Israel ideal: La Iglesia; prácticamente ellos nos representan a todos, como comunidad, como Asamblea congregada y estructurada ¿alrededor de Quién? ¡Alrededor de Jesucristo Glorioso!

 

Los relámpagos, las voces y los truenos ¿qué representan? Siempre que el Señor se manifiesta y se hace Presente, estas estos elementos que caracterizan las teofanías. Es la manera de recordarnos que en la Eucaristía se hace verdadera y realmente Presente el Señor. Él está con su Presencia-Real Revelándose.

 

En esta liturgia celestial que nos está relatando Juan, vemos la Menorá, nombrada como “siete lámparas”. La Menorá es un signo riquísimo: son siete porque Dios consiste de siete espíritus, ahí siete no es el número que le sigue al seis, sino una idea, la idea de totalidad, o sea que toda la Luz dimana de la Menorá. No hay ninguna otra Luz, porque toda la Luz es Dios. Todo se aclara y todo se ilumina con la Luz Divina: “La ciudad no necesita sol ni luna, ya que la alumbra la gloria de Dios y el Cordero”. (Cfr. Ap 21, 23-27) Litúrgicamente, este Candelabro de las Siete Lámparas está representado por las Velas que resplandecen en el Altar. (Cuando sólo hay dos, son el sol y la luna, innecesarios porque en su reemplazo están las Luces inextinguibles de Dios-Padre y Dios-Hijo.

 

La Luz de la Menorah, tiene a su vez, otro signo, que simboliza que lo “Llena todo”, es Presencia Total y Omnipresencia, está en los cuatro puntos cardinales: Norte, sur, oriente y occidente. Por eso son cuatro “Vivientes”, los animales que representan los puntos culminantes del reino animal: el toro-la fuerza, el león-rey de las fieras, el águila, el más gallardo vuelo en las alturas, el ser humano-la criatura más amada y más cercana al amor de Dios.

 

No podemos pretender agotar la riqueza signica que nos presenta esta liturgia del Cielo. Sólo queremos tocar otro elemento: La perícopa concluye con una “doxología” (del griego “doxa” gloria y “logos” hablar -himno de intensa alabanza- es un elemento eucológico que se incorpora en la liturgia cristiana, algunos de ellos de muy antigua data. La primera reza así: “Santo, Santo, Santo es el Señor, el Todopoderosos, el que era, el que es y ha de venir”. La segunda dice: “Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la Gloria, el Honor y el Poder, porque Tú has creado el universo; porque por tu Voluntad lo que no existía fue creado”.   

 

«…pero no es fácil saber qué pueden significar estos signos: porque las señales de las que leemos [...] se refieren no sólo a la venida de Cristo para juzgar, sino también al momento del saqueo de Jerusalén, y a la venida de Cristo que visita incesantemente a su Iglesia» (Santo Tomas. Suma Teológica III, Supl., q. 73). Nos vamos, pues, a adentrar en un boceto Celestial que tiene un significado práctico muy profundo, ayudar a los cristianos a soportar lo que estaban viviendo, entre otras cosas, la destrucción de Jerusalén y la dispersión a la que se vieron condenados. Al alma de esta perícopa es el Trono, que afirma que el poder del imperio Romano, que ellos veían tan inexpugnable, es sólo una miserable pantomima del poder Real, el Poder de Dios, que Él ejerce, sentado en Su Trono y que no es, en ningún caso, el abandono de su cuidado hacia nosotros.

 


Esta esperanza sigue siendo, si se quiere, hoy, más válida que nunca: “La gran esperanza que trasmite la visión apocalíptica es que en el Cielo domina el poder de Dios”. Ese poder no se restringe a lo trascendente, sino que se vuelve inmanente y entra a entrecruzarse con los poderes de la historia para someterlos aun cuando ese sometimiento no sea a nuestra vista evidente.

 

Todo el despliegue de los poderes dominantes es un esfuerzo sistemático por demostrar que “ellos pueden más”. Gastan sus cohetes y sus misiles, tratando de apabullar, pero a su paso sólo dejan una triste y deplorable huella. La historia los va sepultando, inclusive condenándolos al olvido, para señalar que su poder no prevalecerá. No dejan rastros de gloria sino lúgubres y tétricas devastaciones. Rastros y rostro de la cultura de la muerte.

 

Sal 150, 1b-2. 3-4. 5-6a

… El cuerno, por ejemplo, el que tocaron alrededor de las murallas de Jericó, es el instrumento típico de los sacerdotes; el arpa y la citara son el instrumento de los levitas, mientras tambores danzas, cuerdas, flautas, címbalos son el modo como todo el pueblo canta, danzando, a Yavé en las grandes procesiones en el templo.

Carlo María Martini



Dios merece todo loor, toda alabanza y plena glorificación.  Cabe mirar si nos hemos preguntado porque en el culto se incorpora la musuca y el canto. Gran parte de la respuesta está en este salmo que hoy evocamos.


 

En la primera estrofa convocamos a la alabanza. Con insistencia y con sólidas razones.

 

En la segunda estrofa se pide la incorporación de los instrumentos musicales, es algo así como decir que su fina y melodiosa voz debe estar presente en la Alabanza de quien es Digno de toda Alabanza. El salmista se da cuenta que la música y los instrumentos redoblan la grandeza de la Alabanza.

 

Además, y este es el tema de la tercera estrofa, no sólo porque suenen bellamente, sino, porque “todas las criaturas” deben unirse a su Alabanza.


 

La antífona se toma de la primera doxología del cuarto capítulo del Apocalipsis, precisamente, de la perícopa que hemos tomado hoy como Primera Lectura.

 

Lc 19, 11-28

Dios nos da, todo lo que tenemos y lo que somos es Don. Se nos da con un sentido, lo que tenemos es para “disfrutarlo”, lo que se puede entender de diversas maneras, más o menos conectadas con “El Donador”.

 

El colmo de la pésima interpretación es creer que fue simplemente un cambio de “dueño”; era de Dios, ahora es mío. Una variante de esta interpretación consiste en pensar: Dios me lo dio para que yo lo goce.

 

Aún hay otra manera -que nos parece una versión muy interesante: Dios me lo dio para que yo pueda con ese Don, “fabricar” un acto de gratitud hacia el Donante, ya que lo ha depositado en mí, por su Santísima Gratuidad.


 

¿Qué podría poner ante Su Presencia que fuera digno de su Grandeza? Se me llega a ocurrir que una digna Gratitud (Eucaristía), podría ser ¡Glorificarlo! Hay una sutileza a tomar en cuenta, ¿qué podemos darle a quien es el Dueño de todo? Desde mi limitación, sólo se me ocurre una cosa: ¡Glorificarlo! No hay algo a mi alcance que sea Digno, lo único es reconocer su Infinita Generosidad y a la vez, la Confianza que me dispensa, que deposita en mí.

 

Mi pobre imaginación me da otra luz -así no sea muy creativa, ni muy ingeniosa. Si Él es generoso, yo, a mi vez, podría intentar con los recursos que Él me socorre, procurar tener esa virtud, a escala, porque no será con lo que es legítimamente mío, sino con lo que Él me “presta”. De tal manera el hijo llega a parecerse al Padre, la criatura el Creador. Que entre mis actos coseche, alguno mínimamente semejante, lo que hará que otros ojos lo miren con Admiración y lo Glorifiquen.

 

La parábola de hoy guarda parentesco con este asunto. Ciertamente la parábola está emparentada con aquella de “los talentos” que nos contó San Mateo (Mt 25, 14-30), pero guarda diversidad. Allá sólo había tres depositarios de la “confianza” que recibían en comisión unos “valores”. En la parábola de hoy se nos habla de diez “siervos” a los que se les repartieron diez μνᾶς [mnas] “minas”, una mina es un lingote de plata que equivale a un sesentavo de “talento”. Y se les entrega junto con las minas un encargo: Πραγματεύσασθε [pragmatensasthe] “Negocien mientras vuelvo”. No se las regalo, se las dio en administración para hacerlas rendir, durante su ausencia.

 

Hay aún otra desemejanza: este “nacido noble” (aquí se subraya que pertenece a la aristocracia), que es dueño de minas, y que se va de viaje, no se va a gozar de unas vacaciones, sino que va “a un país lejano” a procurarse el nombramiento como “Rey”. Otro detalle se entreteje aquí: sus conciudadanos lo ἐμίσουν [emisoun] “odiaban”, lo “detestaban”, lo “aborrecían”. Enviaron unos embajadores a que apalabraran contra él, porque no querían que llegara a reinar sobre ellos.

 

Lo que nos recuerda vivamente la situación del sucesor de Herodes el Grande, Arquelao, su hijo, quien también tuvo que viajar para irse a recibir de los romanos, el cargo para ser el etnarca de Judea, Samaria e Idumea (nosotros nos acordamos de este triste personaje porque José no volvió a su tierra a establecerse después del nacimiento de Jesús, sino que se fue a Egipto, precisamente porque le temía a este oscuro personaje).

 

Les había dejado las minas a diez siervos, pero al regresar, a la hora de tomarles cuentas, la parábola solo llama a tres de ellos: el que había lucrado diez, el que había ganado cinco y el que la había asegurado envolviéndola en un pañuelo, que no tenía nada como ganancia, a ese le quitaron la mina y se la dieron al que tenía diez. Desde el punto de vista del lucro, la decisión es muy acertada, porque el que tenía diez era el que sabía trabajar mejor las inversiones.

 

Hasta ahí, la parábola de los talentos, la de Mateo, ya está bien contada y completa. Pero Lucas está engarzando otra parte de la historia, la de los que no querían que aquel “noble” fuera su rey. Históricamente sabemos que, a Arquelao lo caracterizaba su crueldad, y por ella desató revueltas y protestas en Judea, Cuando los manifestantes arrojaron piedras a los soldados de Arquelao durante una Pascua, Arquelao respondió matando a 3.000 de sus compatriotas en el Templo, lo que llevó a que los romanos lo depusieran y lo deportaran a Galia, después de haber estado diez años encargado, como títere del Imperio. Con razón la fama que lo acompañaba era la de “ser exigente, que retiraba lo que no había depositado y segaba lo que no había sembrado”. Judea, Samaria e Idumea fueron directamente colocadas bajo el poder romano y le nombraron un prefecto romano.

 


Así que San Lucas aprovecha aquí, para incorporar una faceta histórica; lo cual es bueno saberlo, porque a veces se cree que este “noble” es imagen del propio Jesús, y ese no es el caso. Jesús no tenía fama de explotador, ni de expoliador. Su fama era de profeta y taumaturgo.