1R 3, 4-13
Allí
mismo, en el lugar en el que Dios con potente brazo asistió a Josué y detuvo el
sol y la luna, sus rivales militares se disfrazaron de “mendigos muy pobres” para
lograr un pacto que Josué acepto refrendar con juramento. Más tarde, ya bajo el
gobierno de David, en aquel mismo lugar, este les sirvió en bandeja de plata a
los siete hermanos de Saúl, supuestamente así les cobró la triquiñuela, pero de
paso, se sacudió la existencia de cualquier legitimo pariente de Saúl que
pudiera reivindicar para sí la legitimidad de la sucesión (2S 21, 1-9); estamos
hablando de Gabaón, al noroeste de Jerusalén, en la zona de los benjaminitas; fue
allá dónde Dios concedió Sabiduría a Salomón.
Habíase
llegado Salomón a ese lugar para ofrecer sacrificios abundantes en el
Tabernáculo regiamente adornado y cuyo mobiliario, más adelante veremos, llevó
Salomón a Jerusalén para decorar el Templo, en particular el hermoso Altar
sacrificial de bronce. Este tipo de múltiples sacrificios era colateral a la
unción real, era una de las etapas del ritual de entronización, era un
sacrificio de agradecimiento por haber heredado el “poder”.
Salomón
advierte que en continuidad con el reinado de su padre David, él ha heredado el
Trono, pero que él no tiene los recursos y las habilidades que tenía su padre
para llevar el gobierno, debido a su juventud, él mismo se designa como “un
muchacho joven que no sabe por dónde empezar y por dónde terminar”.
Dios
le concede una onírica entrevista a Salomón (antes de la fase profética, uno de
los conductos preferenciales de Dios para comunicarse con el ser humano era el
de los sueños, recordemos en particular el de la “escala de Jacob”, o los que
tuvo José en Egipto; claro que hay otros sueños de profetas y también los de
San José, o el de San Pedro para saldar el asunto de la dieta Kosher, en el
Nuevo Testamento), y allí Dios le ofrece concederle sus deseos. El Señor le da “un
corazón atento para לִשְׁפֹּ֣ט [lispot], que viene de שָׁפַט [shafat] “juzgar”, “gobernar” a su pueblo
y בִּין [bin] “discernir” (separar en la mente), entre
el bien y el mal.
A
Dios le pareció muy acorde lo que había pedido y le “agradó”, porque no pidió
lo egoísta, lo inmediato, lo que cualquier mozuelo pediría a esa edad: vida
prolongada, o riqueza, o que sus enemigos cayeran muertos. Cualquier joven
caprichoso, eso habría pedido. Más lo que pidió Salomón fue שָׁמַע [shama]
“inteligencia”, “escucha inteligente”, “oír y entender”. Así que Dios le otorgó
lo que pidió; y con la generosidad y la prodigalidad que Dios tiene por
antonomasia, le concedió también lo que no había pedido, a saber, riquezas y
glorias incomparables.
Si continuáramos leyendo nos encontraríamos con una
flagrante demostración de tan tamaña sabiduría, con aquellas dos mujeres que
reclamaban el mismo hijo y Salomón muy ecuánime- propuso repartirlo por mitades,
para dirimir el asunto. La verdadera madre prefirió conservarle la vida, aun
cuando no se pudiera quedar con él niño. Este relato sienta las bases de la
proverbial “sabiduría salomónica”.
Para
completar nuestra exploración hermenéutica de la perícopa, convendría que
hiciéramos el ejercicio de -muy honestamente- ponernos en situación y mirar qué pediríamos nosotros si estuviéramos en ese caso, lo cual no es tan difícil ni
tan lejano, basta con mirar qué solemos pedirle al Señor en nuestras oraciones
y luego veremos de qué lado está nuestro propio corazón, si pedimos como si
nosotros fuéramos el eje del universo o si pedimos preocupados por lo que afana
y duele a nuestro “prójimo”. Si pedimos poniendo la ley de embudo en acción, o
sí priorizamos la fraternidad y la sinodalidad.
Sal
119(118), 9. 10. 11. 12. 13. 14.
Hay
un versículo del salmo que tiende un puente entre este y la Primera Lectura: “¿Cómo
podrá un joven andar honestamente?” y, allí mismo le responde: “Cumpliendo tus
palabras.”. Con este versículo 9 damos inicio hoy a nuestra perícopa del Salmo
responsorial.
Es
un salmo de súplica. De sus 176 versículos tomamos seis para plantear la perícopa
que se proclama como salmo responsorial.
El
salmo relaciona directamente la rectitud יְזַכֶּה־ [yezakke] “puro”,
“inocente”, “transparente”; es decir la pureza, la inocencia, la trasparencia
que alguien, en particular el joven Salomón, puede mantener, al precio de ser
un fiel seguidor y cumplidor de la Palabra. En nuestras versiones hablamos de
“honestidad”.
Dios pone los rieles que son los מִצְוָה [mitzvah] “preceptos”, “mandatos”, mandamientos, “buenas obras”, “lo que
agrada a Dios”; el ser humano debe poner de su parte “la búsqueda” de todo
corazón. Es decir, el empeño tesonero de cumplirlos con todas sus fuerzas.
El corazón tiene que apuntalarse con esos preceptos, con esas
consignas, como quien le pone a un edificio las columnas con sólidos cimientos,
así el corazón tiene que estar reforzado, asegurado, fortalecido con los
mitzvah “contraseñas”.
Ya sabemos que lo que humanamente aprendemos tiene raíces muy
superficiales; sólo lo que Dios nos enseña, tiene raigambre y no se puede remover.
¡Oh Dios, enséñanos tus decretos! Así que hoy vamos a repetir siete veces:
Enséñame Señor tus חֻקֶּֽיךָ [juqueca] “decretos”. Esta
palabra חֹק [choq] significa “estatutos”, “ordenanzas”.
Un ejercicio muy recomendable es desgranarlos lentamente en nuestros
labios, ir recitándolos como si de una letanía se tratara, para que ellos
adquieren anclas en nuestro pensamiento y de allí vayan afincándose en nuestra
vida.
Dejemos de vivir afanados por amontonar riquezas, ese es un
tipo de idolatría que nos enceguece; por el contrario, edifiquemos nuestra
dicha sobre la Voluntad Divina, la única que puede producir la dicha verdadera.
Mc 6, 30-34.
Esta
Lectura tomada del Evangelio marqueano, nos habla muy directamente del atafago,
del activismo por la idolatría del activismo, de la actividad febril, del
“trabajo-adicción”; a veces nos parece que cuanto mayor sea el ajetreo, más
agradable será nuestro actuar a los ojos del Señor. Hay que distinguir entre la
diligencia y el desmedido afán de “hacer por hacer”. Hay un trastorno vital
cuyo slogan es: “hice mucho, luego hice el bien”.
“La
hiperactividad, la tensión espasmódica que la mantengan el asceta estoico, el
revolucionario súper-comprometido, incapaz de una sonrisa, o el directivo que
continuamente hace proyectos, día y noche; pero que no pretendan que se imponga
como regla de comportamiento o código con el cual hay que confrontarse”1[1].
Cuando
los discípulos regresan de su práctica-envío, no caben en su propia ropa, están
llenos de jolgorio, de orgullo, de jactancia, están -así se sienten ellos- a la
par del Maestro, o, quizás por encima… Qué les propone Jesús: ¡Hacer un alto!
Y
les propone un taller que contiene tres ejercicios
i.
Irse a solas
ii.
A un lugar desértico
iii.
Descansar
Esta
tradición que nos enseñó el Señor es esencial, “irse a ejercicios
espirituales”. Muchas veces decimos, irnos de “desierto””, porque la primera
regla dice “a solas”, y la segunda “A un lugar desértico”. No se trata de irse
a nadar un poco, o de jugar balón-playa, o de beber algunas cervezas. Se trata
de encontrarse con Jesús, y con uno mismo, y muy espiritualmente, preguntarnos
sobre el verdadero valor de lo que estamos haciendo, y desenmascarar la parte
de vanidad que hay en ese accionar, y mirar hasta qué punto se está en real
sintonía con la Divina Voluntad.
¡Y
no es fácil! Hemos visto que especialmente la “conversación” mina el valioso
carácter de estos ejercicios. Con frecuencia fortalecemos los lazos con
nuestros compañeros, y eso es muy bueno, pero, ¿el Vínculo con el Compañero? La
capacidad de re-direccionar y optimizar nuestra Amistad con el Señor,
infortunadamente se desperdicia.
Según
leímos en alguna parte, hay un tipo de espiritualidad que consiste en mirarse
el propio ombligo, por un largo rato (onfalompsíquicos), hasta caer en trance.
De eso no se trata, no es ese tipo de descanso el que propone Jesús; esta clase
de cosas, muy agradables y atractivas para los amantes del esoterismo no tiene
relación con el “alto” que nos propone Jesús. Observemos que, en vez de seguir
ahí “galileos, mirando hacia lo alto”, Jesús progresa hacia otro ejercicio, y
los lleva a ponerse en situación, rodeados de un tipo de “periferia-existencial”:
gente muriendo de hambre y sed, y no solo material, quizás -antes que nada-
espiritual. Porque ellos no venían a buscarlo con hambre estomacal, sino con
hambre del corazón: Lo que les mostró y les enseñó, fue la condición y la
situación de la multitud de “ovejas” que no tiene pastor. Y, frente a ellas, ¿cuál
era el rol de los apóstoles?
Y
¿de qué se trataba esta nueva lección? ¡De compadecerse! Su primera práctica
estaba desnuda de este ingrediente esencial: ἐσπλαγχνίσθη [splanchnisthe] “la compasión”. Les
enseñó a sentir el dolor del prójimo como un dolor que se siente en las
entrañas propias. A ponerse -definitivamente- en el pellejo del otro”. ¡Las
entrañas son la glándula de la projimidad!
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