Jl 2, 12-16
El Profeta יוֹאֵ֖ל Joel (nombre que
significa “Yahveh es Dios”), es tenido por el profeta de la penitencia y la
oración. Dado que su obra no contiene menciones de Asiria o Babilonia, nos
lleva a pensar que debe corresponder al periodo persa, es decir entre el 539 –
331 a. C. si continuamos profundizando para ubicarlo cronológicamente,
llegaremos a pensar que su vida está situada entre el 400 y el 350 a.C. por
tanto, dataremos esa obra profética en el 400 a.C. estaríamos tentados a
datarlo en la era de la reconstrucción post-exilica, post Esdras-Nehemías. Este
profeta está relacionado con el culto y era hijo de Fatuel. Es posterior a Ageo
y a Zacarías.
Joel es un sistemático conocedor de las Escrituras, y lo
que busca es precisamente, articular un sentido a todo lo que le ha ocurrido a Israel.
La perícopa que nos ocupa es una exhortación penitencial. La sustancia es la
identidad de Dios que es “compasivo y clemente, paciente y misericordioso”. Él
no quiere nuestra perdición, todo lo contrario, lleva sus desvelos hasta el
límite, para que ni uno sólo se pierda.
El alma de la penitencia es su esencia: esta puesta como
columna vertebral de la perícopa: Es el verbo שֻׁ֥בוּ [shub] “convertíos”,
“vuélvanse al Señor de todo corazón”.
No se trata de un pequeño cambio, se trata -por el
contrario- de un cambio integral, involucra todas las dimensiones de la
persona; no se logrará de la noche a la mañana, siempre enfatizamos que reviste
un carácter procesual. (Cuarenta días es la duración de un “semestre” rabínico:
Un taller de conversión, prepara su plataforma de despegue, en 40 días: Son
cuarenta años condensados, de manera supremamente apretada).
Algo sustantivo es que no se refiere a cambios exteriores,
a ritos. Se trata de rasgar el corazón, no de desgarrarse las vestiduras. Supera
lo puramente aparencial.
En la ruta penitencial nos propone tres cánones:
1) Ayunos
2) Llantos
y lamentos
3) Rasquen
su corazón y no sus vestidos.
Pero desarrolla la idea posteriormente, enumerando una
serie de pautas que hacen realidad la ruta penitencial:
·
Toquen la trompeta en Sion
·
Proclamen un ayuno santo
·
Convoquen a la asamblea, reúnan a la
gente, santifiquen a la comunidad.
·
Llamen a los ancianos, congreguen a los
muchachos, y a los niños de pecho
·
Salga el esposo de la alcoba y la esposa
del tálamo
·
Entre el atrio y el altar lloren los
sacerdotes
Notemos que el planteamiento de la penitencia no apunta a
lo que cada cual hace por su cuenta, sino a congregarse, a celebrar la
penitencia. A tener consciencia del carácter social del pecado, que cunde como
una virosis. Notemos que, si unos evaden la cuaresma y su penitencialidad,
otros, especialmente los jóvenes, dirán, no tiene nada de malo, mis mayores van
por ahí, de espaldas a Dios, pues, haré lo mismo, caminaré por esas sendas que
los mojigatos llaman “de perdición”.
Sal 51(50); 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17
El idioma tiene su evolución: a veces decimos “piedad” y
“misericordia” , como si estuviéramos pidiendo dos cosas distintas.
Antiguamente había una diferencia más o menos rotunda entre los uno y los otro,
actualmente, y sobre todo en español, ha venido a significar estrictamente lo
mismo. El Salmo inicia con esa petición de Misericordia: חָנַן [janan]
“misericordia.
¿Por qué clama por misericordia? porque ha
cometido tres desvíos: חָנַן [jataáh] “pecado”, la עָווֹן [avon] “iniquidad” (nosotros solemos traducirlo por “culpa”,
y la פֶּ֫שַׁע [pesha] “maldad”,
“transgresión”, “rebelión”.
El pecado se limpia, la iniquidad se borra, la rebelión se
controla y se restablece la juridicidad establecida.
La reparación requiere que Dios obre un prodigio: acabe con
el ser que falló y cree uno completamente nuevo. Además, que Dios lo vuelva a
mirar con la mirada con la que se mira a los inocentes. Que lo cobije de nuevo con
la Luz que emana de su Rostro.
Como resultado de esa re-creación se recobra la heredad
perdida: se recobra la alegría que da la Reconciliación; y se siente uno
sólido, inamovible, reforzado y remachado por la Gracia que proviene de Dios.
A uno se le nota que el milagro de la recreación se
produjo, porque los labios no cesan de proferir alabanzas.
El responsorio enfatiza que esta no es una cuestión de
individuos, así como el pecado inyecta sangre mala a en el organismo social,
así la limpieza se recobra trabajando como comunidad en alcanzarla: ahí está la
razón de ser de la sinodalidad. Nadie se salva solo, todos -a una- nos apoyamos
e intercedemos los unos por los otros. La ayuda mutua es esencial y la
comprensión del daño colectivo que genera el pecado individual, por muy solito
y secreto que que se pretenda guardar el daño generado.
2Cor 5, 20 – 6, 2
Hay una religión de apariencias, que se revuelca en su “poderío”,
siempre que vemos a alguien que se conforma con su “fuerza”, podemos asumir que
en vez de acercarse a Dios se está revelando contra los valores cristianos. La humildad
no consiste en humillar al otro poniendo en su nuca el pie (y que el otro lo
permita ingenuamente), la humildad verdadera consiste en renunciar a todo
recurso a la “fuerza”, al “poder”. No le pidamos a otro que sea humilde, de eso
no se trata, se trata de que nosotros mismo no recurramos a la violencia, a la
cultura de la muerte.
Los que se ranchan en la violencia, el fanatismo, la
intimidación y todo tipo de terrorismo, ese ha errado el camino y no sigue los
senderos de Jesucristo, que murió por todos para que ya no vivan para sí. No
hay caminos rápidos que nos llevan a la Salvación aun cuando la guerra y la
beligerancia parezcan resolverlo todo muy prontamente.
¿Cuántas veces descuartizamos nuestra fe y reprochamos que
otros usen la violencia, pero nosotros argumentamos que “ese tal por cual se
merece un tiro en la frente”? Y, en el cine saludamos con generosos aplausos
que la violencia se imponga. Suenan como el eco de cadenas, los discursos guerreristas
que arrastramos pesadamente -pero que brillamos con pomada brilla metales- porque
nuestra “justicia” detenta el monopolio legal de hacer relucir la muerte como
argumento definitorio. ¡Somos los “justos”!
Rechazamos todo eso porque “el que está en Cristo, es una
nueva creación”. Cesen pues las palabras altisonantes que llaman a la humildad muy
emocionados con la Nueva Creación y esconcen tras la espalda las cananas provistas
de toda clase de municiones.
“Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor
nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en Él.”
Mt 6, 1-6. 16-18
¿Cuál es la justicia que no debemos alardear delante de los
demás? La justica de mostrarnos muy “dadores de limosna”, limosna que
acompañamos con fanfarrias para que todos lo presencien y chorreen babitas por
la comisura, porque es increíble esa generosidad, ese desprendimiento. Esos no
recibirán ningún premio en el Cielo, ya con su publicidad se han pagado por
derecha.
¿Qué hay que hacer entonces? Dar la caridad con suprema discreción,
sin que nadie lo note.
Ese es el primer punto que trae el Evangelio según San
Mateo. A continuación, nos plantea el
tema de la oración: Oran de pie, en la sinagoga para que todos los vean. O
rezan en las plazas con actitud beligerante y provocativa, en vez de paz tratan
de poner a otros quisquillosos. No se trata tanto de orar como de retar.
Entonces ¿siempre que oremos tiene que ser en nuestro
dormitorio a puerta cerrada, con llave? Consideramos que no es esa el alma de
esta perícopa, sino que podemos orar juntos, pero sin aspavientos, sin buscar
broncas, sin dar la cachetada con el guante para pactar el desafío. No podemos concebir que orar juntos sea malo,
en cambio nos parece muy sinodal.
Finalmente se toca el punto del ayuno: y otra vez el
problema es hacerlo por apariencias, como dijo el profeta: “No se rasguen las
vestiduras, lo que hay que rasgarse es el corazón” ante tanto dolor y tanto
sufrimiento que se ha sembrado.
Ante cada recomendación se añade: Dios se da cuenta, Él no
ignora nada, Él ve tu bondad y la pagará con la preciosa moneda de su Bondad. No
te afanes Él ve en lo escondido y no quedará estéril tu gesto cristiano.
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