Job 7, 1-4. 6-7; Sal
146, 1-2. 3-4. 5-6; 1Cor 9, 16-19. 22-23;
Mc 1, 29-39
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la
salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar
las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la
sociedad y de la comunión.
Papa Francisco
Podemos
vivir sumidos y empecinados en el pesimismo,
de hecho, al
Malo parece complacerle que nos desesperemos.
Muchos
adquirimos a lo largo de la vida el horrible hábito de verla negra,
siempre
negra y cada vez más oscura.
Miles de
circunstancias pueden subsumirnos en los miasmas de la pesadumbre
y, aún peor,
podemos terminar por habituarnos a la angustia.
Qué ironía,
¡si no estamos afligidos no estamos contentos!
Efectivamente,
toda una cultura está inspirada en el pesimismo, hay personas que se habitúan a
pensar así, y no se lo pueden quitar de encima. Job, aquí, es paradigma de esa
actitud, no está contento ni de día ni de noche. De día porfía en su
contemplación del lado negativo, y de noche –no cierra los ojos, no duerme- por
pasarla desesperanzado. El sólo entiende su vida como una larga jornada de
trabajo forzado tras la cual habrá nada. Esta Lectura del Libro de Job sólo se
refiere al desaliento y a la futilidad de la vida.
Pero
al principio de la perícopa nos topamos -a boca de jarro- con la llave del
cofre del secreto (del tesoro): ¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre
la tierra, y sus días como los de un jornalero? Ahí está la clave: La
existencia humana como prueba. «El concepto de perseverancia se encuentra a
menudo en la Escritura, con expresiones diferentes… El hombre hace frente a la
situación de prueba con la perseverancia, el aguante, la persistencia, la guarda
de la Palabra. Mientras la prueba tiende a hacer huir, induce a perder el
ánimo, la actitud directamente en contraste no es necesariamente la de la
victoria inmediata, sino la de la resistencia, la de mantenerse firme, sólido.»[1]
Empieza
esta liturgia de la palabra del V Domingo Ordinario del ciclo B, con un
fragmento de esa noveleta que data de hace 26 siglos. Job vive sumido en su
tristeza y nos expresa su desesperación «En sus palabras no hay confianza ni
ofrenda, sino sólo resignación. El Dios de Job es un Dios sin amor. Un Dios
Todopoderoso, pero no “todo amor”, con el cual el diálogo es imposible, un Dios
culpable, pero no acusable (cf. 42, 11). Concibiendo a Dios a su manera, no
atreviéndose a cuestionar sus convicciones, Job tiene una reacción demasiado
pasiva para ser verdadera.»[2] Esta obra está organizada
con un prólogo y un epilogo en prosa, mientras el resto de la obra son de alta
poética, de ricas y frecuentes imágenes. En los capítulos 3 al 27 discurre con tres “sabios” amigos y allí se discute el
motivo de la desgracia de Job que pasa de tenerlo todo a perderlo todo. Estos
alegatos sobre la justicia divina y en procura de “racionalizar” el infortunio
de Job se organizan en tres ciclos para un total de 18 discusiones. En la
perícopa de hoy alcanzamos un pináculo de pesimismo existencialista: “Me
acuesto y la noche se me hace interminable; me canso de dar vueltas hasta el
alba, y pienso: ¿Cuándo me levantaré?... Mis días se acercan a su fin, sin
esperanza, con la rapidez de una lanzadera de telar. (Job 7; 4.6). ¡Es el colmo
de la oscura desesperanza!
«Job
acepta lo que considera como un mal, porque no quiere y no sabe ver el don al
que Dios lo invita: la ofrenda de su ser. “En todo esto no pecó Job”, dice el
autor en dos ocasiones… pero, ¿la meta de la vida debe ser no pecar? ¡Los
muebles, las piedras, y las plantas tampoco pecan!»[3]
Ese es el
retrato de Job bajo su circunstancia nefasta,
es cierto
que la está pasando mal, es cierto que le han llovido aflicciones por doquier,
es cierto
que el Ángel Acusador lo tiene a prueba
pero eso no
es pretexto para
caer en el
desasosiego.
Pero él se
refocila, se revuelca, se retuerce en su tristeza.
En vez de
alzar la cabeza, la clava y se auto-entierra.
En vez de
apuntar hacia la cima, él se zambulle en la tumba.
Se
desmoraliza porque por el momento –solo confía en sus propias energías.
Es el
pesimismo de la naturaleza humana caída.
¡Glosa de nuestra situación de pecadores!
El Salmista
–por su parte- está más elevado en su ascesis,
Sabe que no
está solo
muchísimo
menos se considera abandonado
él sabe que
cuenta con su Go-El
que pagará el rescate
sabe bien que el Señor sana
los corazones destrozados.
Busca en la
música –porque ella es buena- alabanza armoniosa.
Sabe que
atravesando la densa niebla, al salir al otro lado, estará Jerusalén
reconstruida
y
las tribus
–otrora en diáspora- mañana otra vez reagrupadas.
Con
renovadora esperanza descubre que Dios
hunde en el polvo a los malvados,
pero en
cambio,
sostiene a los humildes.
El
Salmo en esta oportunidad es parte de una acción de gracias por medio de un
himno. Los salmos hímnicos, son alabanzas, no alaban la bondad de Dios en
general sino que toman alguna bondad de Dios en particular. En este Salmo
147(146) se cantan dos cosas: la naturaleza con su abundancia y maravilla, y,
por otra parte, la bondad de Dios con quienes más lo necesitan: los deportados,
los heridos, los necesitados, los humildes. Por eso Él es Digno de alabanza.
En la Segunda
lectura, la liturgia nos muestra alguien más arriba en la escala ascética,
¡se trata de
Saulo-Pablo!
Él encuentra sentido a su existencia
Porque ha recibido una Misión.
Misión tan
noble, que su paga es efectuarla.
No Cumple la
Misión para recibir otra cosa que anhela,
la cumple
porque cumplirla
ya es meta,
también premio y paga.
¡Resiste y
persiste!
Reo sería de
la muerte eterna –que es la Sinrazón- si no anunciara.
(Persiste en
el Anuncio)
Luego ser
proclamador de la Noticia Feliz del Evangelio
Derrota por entero
El sinsabor
de ver pasar los días en la infinita monotonía del sinsentido.
Quiebra el
mito del Eterno Retorno: ¡La vida con misión no es noria!
Avancemos
ahora, al grado más alto, el de nuestro Paradigma:
Pongamos en
elenco, una tras otra, las acciones del Maestro:
(La Voz que
anima nos llamará –siempre- a la cumbre de las águilas).
Sale de la
Sinagoga, (donde fue a escuchar a su Padre),
Y va (no
solo, sino junto a Santiago y Juan) a casa de Simón y Andrés,
Encuentra a
la suegra de Simón víctima de la fiebre
¡Él la sana!
Le da la mano y la levanta, le re-incorpora,
La asocia a
la unidad de los que obran según la Voluntad de Dios:
SERVIR.
Ahí está la
palabra gorda y resonante de este Domingo: SERVIR διακονέω
[diakoneo].
Quien sirve
a su prójimo está libre de desdicha,
Llena el
vacío,
Encuentra razones de
vivir,
Escucha a Dios
Se
dedica a alabarlo.
En seguida,
el desierto es derrotado, invadido ahora de jardines floridos, paradisiacos.
Poblados
ahora de voces celestiales que cantan la alabanza del Señor,
deja de ser
desierto, ahora está habitado, lleno de sentido
antes era
sinónimo de muerte, ¡ahora es VIDA!
con
mayúscula.
El
Domingo anterior tuvimos oportunidad de ver la autoridad de Jesús en acción, su
autoridad no es auto-propaganda, no se trata de un hombre que hace populismo,
que reparte alimentos (o camisetas, o bonos para un concierto), para que voten
por él, no es la autoridad que manda por el placer de mandar, por gozar las
ebriedades del poder, tampoco son jugadas basadas en el lucro y la especulación.
Al contrario, su ejercicio, su praxis lo conduce a ser despreciado, a ser
perseguido, a verse amenazado, a convertirse en reo de muerte. Él no manda por
“mangonear”, evade a toda costa su prestigio como fuente de dominio, Él no
quiere “apoderarse” de la gente, los quiere libres para creer, libres para
seguirle, libres para resistir, libres para estar a su lado en la prueba (o
para venderlo, para besarlo como contraseña, o escapar estilo apóstol) libres
para asumir la misión. Vista la situación de que “todos te buscan” Mc 1, 37b,
como le dijeron Simón y sus compañeros; él tiene otra opción: “Vayámonos a otra
parte –les dice- a los pueblos vecinos para que allí también predique; pues
para eso he salido” Mc 1, 38. Para permanecer libre liberando, para no caer en
la tentación.
Jesús
había curado a la suegra de Pedro Mc 1, 30-31, ella se pone a servirles «El
servicio no es el modo típico del seguimiento femenino, como lo pretenden
algunos: ¡es el verdadero seguimiento para todos!»[4] La ha curado de la fiebre πυρέσσουσα [pirezousa], aquí queremos destacar que fiebre es todo tipo de obsesión,
excitación, ardor, entusiasmo muy intenso por algo o por alguien, es exaltación.
Curar a la suegra de Simón «… no es la apología del poder de Cristo, sino el
misterio de su encuentro con una anciana enferma, que para San Agustín es el
símbolo de toda la humanidad en la fiebre que la atormenta.»[5] «… el
Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del
otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con
su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el
Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la
comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El
Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.»[6]
¿Se detuvo
ahí Jesús? No, por el contrario
Sanó a
muchos, aquella misma tarde le llevaron “todos” los enfermos y endemoniados,
Y el
evangelio dice que los sano a “todos”, los sanados fueron πολύς [polus] “multitud”.
A los
demonios los sometía al silencio.
Esto no era
cosa de un día, y al día siguiente, día de asueto…;
por el
contrario,
Madruga muchísimo, cuando aún no clarea,
en un lugar
apartado, otra vez dialoga con su Padre.
Fueron los
discípulos a notificarle que todos lo buscaban,
y
Él,
aprovecha para
ampliar el círculo de acción, de servicio:
se
va a las aldeas cercanas.
Según el
relato no ha hablado nada, ha predicado, sólo con sus “hechos”,
Y San Marcos
insiste, que la propuesta es ir a las aldeas cercanas
“para
predicar también allí”. Es decir, para seguir sanando
y reduciendo
los demonios al silencio.
No cesa de
predicar: recorre toda la Galilea. ¡Tierra de humildes!
¡Y sirve por
doquiera!
El Hijo de Dios libera y sana para que podamos
servir
Y sirviendo
lograr felicidad.
Los cínicos buscan la
oscuridad allí donde van. Siempre señalan los peligros que acechan, los motivos
impuros y los motivos ocultos. Llaman a la confianza ingenuidad; a la atención,
romanticismo, y al perdón sentimentalismo. Sonríen con desprecio ante el
entusiasmo, ridiculizan el fervor espiritual y desprecian el comportamiento
carismático… Pero al despreciar la alegría de Dios, su oscuridad provoca más
oscuridad.
Henri J.M. Nouwen
Veamos
la imagen del servicio que Papa Francisco rescata de San José, en la Patris
Corde, #7: «La felicidad de José no está en la lógica
del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este
hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente
no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita
padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la
posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden
autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con
opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación
verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio.
También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez.
Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no
alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del
sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la
alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y
frustración.»[7]
¿Cómo
hace Jesús para trasformar la perspectiva desesperada de Job en la óptica
luminosa de Jesucristo, que nos ha heredado también a sus discípulos, a
nosotros? «La praxis… Necesita una carga de esperanza indomable: de lo
contrario se cede frente a los obstáculos y se cae en la desesperación… ¿De
dónde saca la luz, la esperanza y la fuerza para la acción el cristiano? En el
dialogo con Dios y por lo tanto en la oración.»[8] Encontramos esa respuesta
en el verso 35 del primer capítulo de San Marcos: “De madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso
a hacer oración”.
«La
oración de Jesús debió ser un silencio o una escucha de Dios, un dialogo a
veces dramático con Él –como Jacob que lucha toda la noche con Dios, para
arrancarle la bendición (cf. Gn 32, 23-33)… La oración es una lucha con Dios
(cf. Gn 18, 16-33) en la cual Dios pierde y se nos entrega: “¡Has luchado con
Dios… y has vencido!”, dice el ángel a Jacob, que desde allí se llama Israel, y
es la raíz del nuevo pueblo. Y éste exclama: “He visto a Dios cara a cara, y
tengo la vida salva” (Gn 32, 29.31)»[9]
Esta
oración nos conduce a la firme convicción del servicio como ruta, para poder
decir como San Pablo en la perícopa de la Segunda Lectura de este Domingo: “…
es que se me ha confiado una misión. Entonces,… me he convertido en esclavo de
todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los
débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por
el Evangelio, para participar, también yo, de sus bienes.” 1Cor 9, 17c.19b.
22-23.
Proponemos
como conclusión de nuestra reflexión el numeral 77 de la Fratelli tutti: «Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una
etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería
infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y
generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la
rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran
oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos
samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar
odios y resentimientos… sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer
ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y
condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan
a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando
en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno
y pongámonos al servicio del bien.»[10]
Papa
Francisco ha inaugurado el "Año de la oración", como preparación al
Jubileo de 2025. Nos invita a que el 2024 ayude a todos a "redescubrir el
gran valor y la absoluta necesidad de la oración". Como perforando un pozo
petrolero, profundicemos en la oración que será la fuente de la potencia
sinodal para unir fuerzas por la construcción del Reino, nuestra herencia no
serán meses baldíos, para resistir sin soñar con la Victoria inmediata. ¡Orad,
orad noche y día!
P.S.
«Y porque guardaste con perseverancia mis palabras, yo por mi parte, te
protegeré en la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero, para
probar a los habitantes de la tierra. (Ap 3,10)
[1] Martini,
Carlo María. USTEDES SE HAN MANTENIDO A MI LADO EN MIS PRUEBAS. REFLEXIONES
SOBRE JOB. Ed. San Pablo 1998. p.17
[2]
Dumoulin, Pierre. JOB, UN SUFRIMIENTO FECUNDO Ed. San Pablo Bogotá D. C.
–Colombia 2001. p.26
[3]
Ibidem.
[4] Beck,
T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. UNA COMUNIDAD LEE EL
EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. P. 61.
[5]
Ibid. p. 64
[6]
Papa Francisco. EVANGELII GAUDIUM. SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO
ACTUAL. 24 DE Noviembre de 2013. Roma. #88
[7]
Papa Francisco. PATRIS CORDE. Roma, San Juan de Letrán, 8 de diciembre 2020.
[8] Beck, T. Benedetti, U.
Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. Op. Cit. p. 67.
[9]
Ibidem.
[10]
Papa Francisco. FRATELLI TUTTI. SOBRE LA AMISTAD Y LA FRATERNIDAD SOCIAL. Asís,
3 de octubre de 2020.
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