Jon
3, 1-10
Mientras los judíos
-autoridades y rey- no hicieron caso de la predicación de los profetas, ni
siquiera de Jeremías cuando anunció la ruina de Jerusalén, sucede ahora que los
paganos por excelencia de la pecadora Nínive aceptan la palabra de un profeta
extranjero y creen…
L. A. Schökel / G.
Gutierrez
La
conversión es una obra de Dios, un regalo de su Amabilísima deferencia. Job ni
hablo personalmente con el rey; sencillamente la “profecía” sencillísima que
proclamaba Job, llegó a sus oídos, no se sabe por qué segunda mediación. Job no
había obrado ningún prodigio, no hizo algún milagro portentoso que avivara el
ánimo de regreso a Dios de aquel pueblo, que no era un pueblo que creyera en
YHWH. No era un famoso predicador cuyo renombre había alcanzado más allá de las
fronteras.
Hasta
donde sabemos, Job no llegó a Nínive con un garbo, y un empuje que habría
conmovido hasta al más recalcitrante. ¡Todo lo contrario! Llegó allí a
regañadientes, prácticamente obligado; recordemos que cuando Dios lo envió
hacía Nínive, Job se embarcó para el lado totalmente contrario y distante de la
tierra, para Tarsis. Dios lo enderezó y
le corrigió el rumbo valiéndose de la famosa “ballena”.
La
profecía que pronunciaba Jonás estaba compuesta de 7 palabras: “Dentro de
cuarenta días, Nínive será arrasada: Se ha traducido הָפַך [hafak]
por “arrasada”, sin embargo, San Jerónimo al traducir señaló, que no
significaba “arrasada”, sino “convertida”, porque no hacía alusión a las
murallas sino a las costumbres: “Non muri sed mores”.
El
resultado de conversión general de los Ninivitas alcanzado por la profecía de Jonás,
se produjo en gran parte porque el rey se sintió tocado, y convocó al ayuno
penitencial que incluía hasta a los animales de las granjas. En vez de
encontrar en Jonás un profeta dócil y eficiente, este, escasamente si cumplió
su misión y la conversión fue producto de la acogida que el rey dio al mensaje
que por aquellas Diosidencias le llegó.
Lo
que el Libro de Jonás trae, es que la Voz de Dios, aun cuando todo se le
oponga, puede llegar hasta el rincón más recóndito y hasta los oídos más
contumaces. Esta obra tiene un propósito esencial: enseñarles a los judíos a
superar su nacionalismo estrecho. Porque -tiene que decirse- los judíos eran
frente al tema de la fe, extremadamente chovinistas, a pesar de que Dios en su
revelación, y a través de los hagiógrafos les había mostrado en más de una
ocasión que Él es Padre de todos los pueblos y su Amor no tiene fronteras.
¿Cómo
fue la conducta penitencial que asumieron los ninivitas?
a) Proclamaron jornada
de ayuno
b) Se vistieron de
rudo sayal (tela de costal). Empezando por el gobernante y, de ahí para abajo.
c) El rey se sentó en
el polvo, (renunciando a cojines y finas telas donde solía descansar sus
posaderas).
d) Invocaban a Dios
con ardor.
e) Se propusieron
corregir su derrotero y abandonar la חָמָס
[khamas] “violencia”.
Notemos
cual es la cumbre de esta conversión -vamos a permitirnos la altanería de
ponerla en mayúsculas sostenidas: ABANDONAR LA VIOLENCIA. La violencia es
sinónimo de muerte, el otro nombre del Destructor. Mientas que Vida es el otro
Nombre de Dios.
Si
nos quedamos en la palabra “Conversión”, no vamos a captar en qué consiste el
carácter penitencial de la Cuaresma. El espíritu penitencial puede hacer que
Dios שׁוּב [shub] “se arrepintiera”, ahí está
presente la palabra “arrepentimiento” en hebreo, “cambiar de planes”,
“modificar la manera de pensar”.
Es
muy importante desmitificar la palabra “conversión”, que se suele entender como
un fenómeno puntual, un instante de luminosa claridad en que se
produce el giro, el cambio de dirección. En cambio, la conversión implica por lo menos
tres momentos claramente diferenciables:
1) Darse cuenta que
uno va por el mal camino.
2) Tomar la firme
decisión de corregir
3) Empezar el proceso
de re-direccionamiento, y perseverar en él.
Sal
51(50), 3-4. 12-13. 18-19
Caer
en cuenta que uno va por el mal camino es la condición sin la cual no puede
llegar a existir le conversión. Al recapacitar debe detonarse un
entristecimiento por haber perdido “tiempo” andando por caminos que nos alejan
del Señor.
Pero
hay -por lo menos, una doble manera de asumir esa tristeza:
a) Como el rey
ninivita, por temor a la violenta ira de Dios, a esa manera de entristecerse la
llamamos atrición o “arrepentimiento imperfecto”, su imperfección estriba en
que se hace por motivos egoístas, porque a uno le va a pesar, porque las
“llamas del castigo” le inducirán dolor, entonces, “para que no me duela”, voy
a cambiar la ruta de mi caminar.
b) Hay, sin embargo,
otra clase de tristeza: la tristeza profunda, sincera, porque me alejo de su Amor,
porque introduzco alejamiento del que merece todo mi amor, toda mi fidelidad. A
esta tristeza la denominamos “contrición” y es el fruto precioso del
arrepentimiento sincero, completo, perfecto.
“No
me arrojes fuera de tu Rostro, no me quites tu Santo Espíritu”.
La
última estrofa, que reduplica el verso responsorial nos describe la contrición
con las siguientes palabras: “Un corazón quebrantado y humillado, oh, Dios, Tú
no lo desprecias”. Esto está muy claro en (Mc 12, 33): “Amar a Dios y amar al
prójimo valen más que todos los sacrificios”.
Es
por este motivo que la Contrición es el fruto perfecto del arrepentimiento.
Lc
11, 29-32
¡Jesús
es todo lo contrario de Jonás! Jonás no quería ir a Nínive a predicar
conversión. Jesús, el nuevo Adán, vino con esa estricta resolución de ser Buen
Pastor para todos nosotros.
Jonás
es vomitado en la playa por la ballena para que vaya a cumplir lo que a él le
daba furia hacer. Jonás no quería que los ninivitas se salvaran. Lo que quería
era que se pudrieran. Dios lo cobija con un ricino para sombrearle el
calcinante sol que lo devoraba. Y, luego secó la planta y Jonás tocó el colmo
de su ira, la gota de sombra que le daba el ricino era un módico consuelo para
su decepcionado corazón que sólo se habría conformado con la destrucción de
Nínive.
Jesús,
en cambio, en su última Voluntad ¿qué le pide al Padre? ¡¡¡Que nos perdone,
porque nosotros no es que seamos malos, es que no sabemos lo que hacemos!!!
A
Jesús no lo vomita la ballena para que vaya donde él no quiere; a Jesús lo
vomitará la tumba para que el Novio pueda quedarse con nosotros, porque somos
como ovejas que no tienen Pastor (Mt 9, 36). Él no nos quiere abandonar de
ninguna manera. Por eso, puso su Tienda y acampó entre nosotros (Jn 1, 14).
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