Mal
3, 1-4
Anuncio de una Nueva Era
El profeta Malaquías, nos habla del Ángel de la
Alianza, con el nombre de מַלְאָכִ֔י [mal-a-ki]
“su Mensajero” (recordemos que la palabra ángel proviene del latín tardío, y
significa precisamente “mensajero”. ¿A qué viene? A purificar las tribus
sacerdotales para que sean capacitados para ofrecer una “ofrenda digna”. La
profecía anuncia lo que estamos celebrando hoy, de improviso ha entrado en el
Templo Santo, “el Señor Omnipotente. Este acrisolamiento es requisito para que
se refresque la Alianza y vuelva a ser la relación Dios-ser humano, como lo fue
en los “tiempos antiguos”, recién establecida la Alianza: Yo seré tu Dios y tú
serás mi pueblo.
Para ubicarnos cronológicamente remitámonos al
515 a.C. pero no tampoco tan reciente para no haber conocido las prohibiciones
de los matrimonios mixtos, valga decir el 445 a.C. que se dictó en los tiempos
de Nehemías.
El Libro de Malaquías puede desestructurarse en
seis fragmentos, a saber:
1.
Laxitud, apatía y flojera de
los exiliados que volvieron.
2.
Rechazo y desprecio a Dios
por parte de su pueblo.
3.
Rechazo del Dios con el
divorcio y su multiplicación.
4.
Ante el reclamo del pueblo
que se dice desasistido, Dios les ofrece enviar su Mensajero. Aquí está la
fuente de la perícopa que nos ocupa hoy.
5.
¿Qué pasó con el diezmo, por
qué no lo pagan?
6.
Qué ironía, dice el pueblo,
los que te servimos estamos asolados, los que se apegan al paganismo, son
consentidos por la vida.
La obra tiene una coda donde Dios reclama el
respeto a la Torah.
¿Quién es el Mensajero? El Nuevo Elías: San
Juan Bautista; y a continuación, llegará el Mesías.
Sal
24(23), 7.8.9.10
Este
es un salmo del Reino, y, el Rey va a entrar en su Majestuoso-Palacio, el
Templo. El salmo que nos habla de la realeza de Dios, Él es el Rey de la
Gloria, y como va a ser entronizado, va a entrar a su Templo y los guardias de
las puertas del Templo interrogan a los peregrinos que quieren entronizarlo.
Recuérdese que Dios es אל שדי
Al Shadai, es Omnipotente, es “Él que basta”, “El que puede alimentar con la
Leche de su Pecho” es “Señor de las Montañas”, siendo tan “Supremo” no puede
entrar por una puerta baja, es necesario que la puerta sea altísima, por eso
hay que “alzar los dinteles” para que el Rey de la Gloria pueda entrar en su
Santo Templo. Aquel día de la Presentación del Señor, los dinteles tenían que
alzarse hasta más alto que las estrellas: iba a entrar “El Rey de la Gloria” el
mismísimo Niño Jesús, en brazos de María. Entraba Quien podía dignamente
quedarse a morar allí, ¡El de manos inocentes y puro corazón! Este puro
¿hablará de “pureza”? o se refiere a que ¡es un Dios Misericordioso, que no
tiene brazos, ni piernas, ni ningún otro miembro del cuerpo humano, sino que
Todo-Él es sólo corazón! (Sólo “pecho” y del pecho mana la leche nutricia, y en
el pecho está el corazón, signo tan abusado que representa el Amor.
«Dios
más que aclamaciones rituales, más que recitación de credos”, más que gestos
cultuales…; espera de nosotros, rectitud de vida. La conciencia moral es
lo primero. Seremos juzgados sobre el amor. (Mateo 25, 31-46). “No llegarán a
la montaña de Dios” aquellos que se contentan con decir: “Señor, Señor” (Mt
7,21), sino aquellos “que tengan el corazón puro y las manos inocentes”, que
cumplen los deberes que les impone la condición de ser hombres dignos de tal
nombre… Decir: “Venga tu Reino”, es comprometerse a hacer cualquier cosa para
vivir según sus exigencias.»[1]
«
“!Levantad los dinteles!” Se trata de un gesto de “homenaje” simbólico, que se
pide a las puertas para relievar el esplendor de Aquel que las va a franquear.»[2]
Es
verdad que es un Rey y que debe ser tratado con todo el honor que a Su realeza
corresponde, pero a la vez, es un Dios-Maternal, que nos nutre con Leche que
mana de su Pecho y que condensa la secreción de Su Corazón, entonces al
protocolo adjuntaremos la ternura, porque no es un Dios distante, un rey al que
miramos a través de un grueso y deformante cristal blindado, sino un Dios que nos
sostiene en sus Brazos, a la altura de Su Corazón.
Lc
2, 22-40
Esta conjunción entre
una novedad radical y una fidelidad igualmente radical… es el verdadero
contenido teológico al que apunta el pasaje.
Benedicto XVI
La perícopa que se toma como Evangelio es el
episodio que conocemos como “La Presentación del Niño Jesús en el Templo”. A
este respecto, nos llamaba la atención Benedicto XVI: «… quiere decir: este
niño… ha sido entregado personalmente a Dios, en el templo, asignado totalmente
como propiedad suya. La palabra paristánai,
traducida aquí como “presentar”, significa también “ofrecer”, referido a lo que
ocurre con los sacrificios en el Templo. Suena aquí el elemento del sacrificio
y el sacerdocio… Simeón, … después de las muestras de alegría por el niño,
anuncia una especie de profecía de la cruz (cf. Lc 2,34c) … Al siervo de Dios
le corresponde la gran misión de ser el portador de la Luz de Dios para el
mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz».[3]
La palabra παραστῆσαι del verbo παρίστημι contiene
el prefijo para que significa cerca”
o “muy cerca de” e, hístēmi que
proviene de *sta -raíz indoeuropea- que significa “estar en pie”. Observemos la
tremenda proximidad entre presentación-presentar y el sustantivo “presente” que
significa “regalo”, “obsequio”, “ofrenda”; llegando al núcleo de la afirmación
de Benedicto XVI que nos propone la traducción “ofrecer”, “entregar”. Benedicto
XVI comentaba que al llevar un niño al templo se reconocía, que -si era el
primogénito- este quedaba reservado (consagrado) para Dios, pero se pagaba un
“rescate” - «El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo
el país a cualquier sacerdote.»[4]-
para retirarlo de la pertenencia. Sin embargo, en este relato no hubo rescate, o
sea que, el Niño quedó consagrado-reservado a Dios. La presentación –en cambio-
nos habla de Alguien que se hace presente y se reconoce “presente” de Dios.
¿Cómo quitárselo a Dios si es Su Hijo? «Aquí, en el lugar del encuentro entre
Dios y su pueblo, en vez del acto de recuperar al primogénito, se produce el
ofrecimiento público de Jesús a Dios, su Padre.»[5]
«Es un momento sencillo pero rico de profecía: el
encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias
del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción
del Espíritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús hace que se
encuentren: los jóvenes y los ancianos. Jesús es quien acerca a las
generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas,
venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, toda distancia. Esto nos hace
pensar también en los abuelos: ¡cuán importante es su presencia, la presencia
de los abuelos! ¡Cuán precioso es su papel en las familias y en la sociedad! La
buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de
la comunidad civil y eclesial.»[6]
«…es el Señor quien desea realmente que la
humanidad entera llegue a formar una gran familia: la familia de Dios.»[7] Hay
una definición de Iglesia, referida y comparada con lo que es familia, como
organismo que nos gusta, cada vez que podemos, volverla a citar, repasarla: «…
la Iglesia como comunidad no es
una organización, la Iglesia es un organismo vivo. Una organización busca
intereses, una organización consiste en que, las personas se juntan para buscar
entre todas, colaborándose, un interés. Y ese interés está muchas veces fuera
de la asociación misma… Eso se llama una organización. En cambio, un organismo
busca personas, busca fabricar las personas, en otras palabras, un organismo
edifica personas. Lo que más se parece a la Iglesia es la familia. La familia
es un espacio (padre, madre, hijos) en donde todos están interesados en la
edificación de las personas, la educación de las personas, la transformación de
las personas. O sea, una familia no es una empresa, es una fábrica de seres
humanos.»[8]
Jesús,
conforme lo hemos repasado recientemente, cuando la familia de Jesús va a
retirarlo para que no se den cuenta que “está fuera de sí”, nos ha reconocido y
vinculado como su nueva familia y quiere formarnos, quiere edificarnos en la
fe, inculcarnos consciencia del amor de nuestro Padre Celestial y recordación
de que Él, Jesús, nos tiene por hermanos y con nosotros se ha propuesto
construir todo un proyecto de fraternidad; espera también, que nos hagamos
coparticipes y entusiastas de la construcción de ese organismo vivo,
aprendiendo y practicando la sinodalidad. Él se quedó en el Templo para
vincularnos como órganos de su organismo, al que eclesialmente definimos como Su
Cuerpo Místico.
[1]
Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo 1996 Santafé de
Bogotá, D.C.-Colombia pp. 52-53
[2] Ibid p. 50
[3] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA
INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 89. 92
[4]
Ibid.
[5]
Ibid.
[6] Papa Francisco.
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET. Ángelus, Plaza de San Pedro,
Domingo 28 de diciembre de 2014.
[7] Câmara, Helder. ELEVANGELIO CON DOM
HELDER. Ed. Sal terræ. Santander (España). 1985 p. 30
[8] Baena, Gustavo. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio
Berchmans Cali-Colombia 1998 p. 16
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