domingo, 25 de febrero de 2024

CONTEMPLAR EL ROSTRO GLORIOSO

 


Gn  22,1-2. 9-13.15-18; Sal 115. 10 y 15. 16-17. 18-19; Rom 8, 31b-34; Mc 9, 2-10

 

La “transfiguración” no es tanto un acontecimiento temporal en la vida del Hijo del Hombre –es su estado permanente- sino un momento especial en la vida de los discípulos. Sus ojos se abran a las conexiones invisibles de Jesús hombre con el mundo espiritual.

Michael Casey

 

…la actividad “pre-pascual” de Jesús estaba ya basada en el hecho pascual de la resurrección que había de venir. La Pascua, que constituye el acontecimiento fundamental de la vida de Jesús, determina el sentido y la autoridad, no sólo de todo cuanto vino después de ella, sino también de todo cuanto la precedió.

 

Carlos Vallés, sj.


 

Isaac (hará reír) fue, en el primer momento, en el momento de la promesa, algo así como una broma, un chiste de improbabilidad, algo que no podía suceder a una mujer ya menopaúsica. La respuesta a este “chiste” fue la risa, esa risa dio razón de ser al nombre Isaac: “dijo Sara: Dios me ha hecho reír; cualquiera que sepa que he tenido un hijo, se reirá conmigo”. (Gn 21, 6). A esa risa se contrapone el fin más doloroso y triste, seguramente anegado en lágrimas: Morir sacrificado, víctima propiciatoria para demostrar obediencia a Dios. Cumplimiento de sus designios. ¡Abrahán nunca pensó escatimarle su hijo al señor que se lo había reclamado!

 


Vamos a tener la coquetería de iniciar con una cita de Kierkegaard, en su obra, la que él prologó firmando como Johannes de Silentio: “Comúnmente damos la vuelta al mundo para ver ríos y montañas, nuevas estrellas, aves multicolores, peces monstruosos, razas de hombres ridículos; … todo eso me deja indiferente. Pero si yo supiera donde vive un caballero de la fe, iría con mis propios pies al encuentro de ese prodigio que tiene para mí interés absoluto.” Con esas palabras concita nuestro interés por salirle al encuentro a Abrahán”. Con esa misma curiosidad de conocer la angustia que llevaba en su corazón, me asomo a la primera Lectura, para ir -también yo, silente-, subiendo -a su lado- al Moriah.

 

En esta página bíblica, suponemos siempre –dándolo por sobreentendido- que Dios nunca habría permitido la consumación del sacrificio. Dios-Omnisciente conociendo como conocía el corazón de Abrahán, ya sabía que le sería obediente, entonces, ya desde antes, encargó al Ángel detener la mano filicida, y ya desde entonces, trabó los cuernos del carnero en la maleza para garantizar un reemplazo a la víctima protegida y salvada.

 


Esta obediencia da como fruto que Dios ofrezca Alianza a  la humanidad, en la persona de Abrahán: “Yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistaran las ciudades enemigas, en tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras” (Gn 22, 17). No podemos pasar adelante sin rememorar que Isaac simboliza la unión de tribus hebreas e idumeas y, en ese sentido es figura veterotestamentaria de Cristo y de la Iglesia, lo cual no es poca cosa ya que prefigura y sirve como boceto a la Misericordia que luego se nos dará a conocer en El Salvador. Sobre el marco espacial de este relato veterotestamentario, también tenemos algo que añadir: Este episodio de la puesta a prueba de la fe de Abrahán ocurrió en el Monte Moriah.

 


Los montes –en general- por su altura, aluden a la cercanía con Dios. Vamos a trasladarnos ahora a otro Monte Bíblico: el Tabor. Antes de llegar al Tabor, debemos recordar que el Tabor hace referencia a otro par de Montes: al Carmelo y al Monte Sinaí. Recordemos que el Carmelo se erguía prácticamente como un farallón defensivo, a la vez muralla y barrera. El Monte Carmelo fue el sitio donde el profeta Elías compitió con los falsos profetas de Baal, recibiendo el apoyo y la “confirmación” del Señor que “devoró” con su Fuego el sacrificio, mientras los falsos profetas quedaron ridiculizados y fueron degollados, su sangre tiñó el Cisón. El Horeb o Monte Sinaí es el Monte del Decálogo, porque no basta sacar al pueblo de la esclavitud si no se le daba una nueva fundamentación, una estructura legal sobre la que construir nuevas relaciones de libertad y fraternidad. Hay que subrayar esta dinámica, el hombre para ser verdaderamente libre tiene que ser delimitado por la Ley, así que la Ley que a muchos les parece talanquera, es en realidad la “línea del horizonte” por donde sale el sol radiante de la verdadera libertad. De cualquier otra manera, el hombre es esclavo de su no saber qué hacer, ni por dónde ir. (Al rememorar esta situación del pueblo elegido, lo que más nos duele es el pesado recuerdo de las cebollas egipcias que los tiraba hacia el pasado, hacia las ganas de volverse, de despreciar el futuro ofrecido).

 


El episodio del Tabor ocurre en “el sexto día”, lo que nos dice que Dios está creando con la Transfiguración una Nueva Humanidad, porque el Sexto Día fue el día en el que Dios creó al hombre. En esta transfiguración nos hallamos ante una superación: ya no se precisa a Elías y Moisés, porque aquí hay uno que es más que Salomón y Jonás y todo el Antiguo Testamento; pero no sólo es superación, en esta dialéctica también se enuncia la continuidad: porque es el mismo YHWH.


 

La Voz pronuncia una sentencia que llama y apunta hacia otra referencia: el bautismo de Jesús. También allí la Voz declara que Jesús es “su Hijo amado”. También aquí se dan cita toda una serie de elementos teofánicos, donde quizás los más destacados sean el resplandor incomparable de las vestiduras y la Nube, sinónimo del Misterio Divino. Este misterio se revela pero no se agota, no se puede traspasar exhaustivamente. Se nos da pero no lo podemos concluir. ¡Es dato y don a la vez que es imponderable!


 

¿Por qué la referencia bautismal? Porque el sacramento del bautismo es el que nos hace nacer para la Vida Nueva de esa Nueva Humanidad a la cual Jesús da principio, así lo entendieron los primeros cristianos y así quedó formulado en estas catequesis. El evangelio de Marcos está dividido en dos grandes partes, en la primera Jesús elige y llama a los suyos, con ellos va a engendrar la Nueva Comunidad, encargada del discipulado y el anuncio; pero, a partir de 8, 27 se puede dar inicio a la construcción del Reino, como una semilla puesta en tierra para que germine y que en cualquier momento brotará, (la Semilla ya está allí, puesta en tierra, y –sin que nosotros sepamos cómo o cuándo, ella de pronto retoñará). Este tiempo que la liturgia denomina Cuaresmal es –por consiguiente- un tiempo eminentemente bautismal. El bautismo sella la adopción como hijos de Dios, lo que significa la redención que se nos otorga Sacramentalmente por Gracia de la Obediencia de El-Que-Es-Hijo-en propiedad.

 

En los otros Evangelios contamos con un capítulo resurreccional: Mt 28, Lc 24, Jn 20-21 No así en el Evangelio de San Marcos, en él no se relatan estos episodios. Sin embargo, este texto del Evangelio que leemos en este Segundo Domingo de Cuaresma, reviste ese carácter post-pascual pese a estar colocado aquí, en el capítulo 9, antes de la pasión. Jesús es revelado por el Padre, por medio de la Transfiguración, como glorioso, justo ahora, después de la primera predicción de su pasión 8, 31-37 y antes de la segunda predicción 9, 31-32. Así, pues, debe entenderse la Transfiguración como una pre-visión consoladora para afrontar las tinieblas que sobrevendrán, los duros momentos y amargos tragos que ampollaran la vida de los discípulos.

 

Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre, Alfa y Omega, Señor del tiempo y de la historia, que vive en la eternidad –aun cuando visitó el Cronos- existía desde el Principio y perdura a la Derecha del Padre: «El teólogo de Múnich Wolfhart Pannenberg ha acuñado un concepto técnico para referirse a este hecho: el “derecho proléptico” de Jesús. En un intento de ‘suavizar’ o de hacer más inteligible la expresión, Bruce Vawter la ha traducido como “retroactividad resurreccional”. ¡No se sabe cuál es peor…! Pero la importancia del tema justifica el neologismo. “Proléptico” proviene del griego “pro” (“de antemano”) y “lambano” (“coger” o “tomar”). Es decir, algo “tomado de antemano”, algo que va a venir después, que todavía no es realidad, pero respecto de lo cual, y en la seguridad y la confianza de que ha de venir, se pueden ya tomar medidas y adoptar actitudes. Y en la misma línea va lo de “retroactividad resurreccional”, que significa que la resurrección, cuando todavía no ha tenido lugar, puede actuar en la mente de los que ya saben que va a venir y están seguros de ella, en este caso Jesús.»[1]


 

Nos fascina otro enfoque que se da a este fenómeno de la Transfiguración: Según algunos teólogos, Jesús en todo momento estaba Transfigurado, pero no somos capaces de darnos cuenta. Hay –sin embargo- esos momentos-cúspide, que muchos llaman “del encuentro”, cuando vemos su Rostro Resplandeciente y sus ropas limpísimas, y caemos en la cuenta que en Él se resumen Todas-las-Escrituras y, entonces, toca con la Yema de sus Dedos nuestro corazón y nos trasforma, y nos gana para Sí, y nos dona dadivosamente su Fuerza en nuestra vida. Es este Jesús, Dios humanado, el que ha tomado partido por nosotros, anda a nuestro lado, está –como lo dice la Carta a los Romanos- a nuestro favor, murió, resucitó y está a la Derecha de Dios para interceder por nosotros. (Cfr. Rm 8, 34). Caminante a nuestro lado: «En el camino por un Mundo Nuevo, camino que cada vez se amplía más, crece la esperanza y se confirma la certeza de que el gran Proyecto de Dios, en vista de la “manifestación de sus hijos”, no es un simple sueño sino una posibilidad que se proyecta en el futuro, dentro de los horizontes de la historia.»[2]

 

¿Qué implicaría esto para nosotros? Por una parte, se retoma la idea de la “vigilancia”: Si Jesús está siempre Transfigurado, debemos estar vigilantes, adorantes, contemplativos, alertas todo el tiempo, tratando de penetrar y sobreponernos a la fragilidad de nuestros sentidos. Vigilantes para ver hacía lo alto del Tabor, porque nos pasa como los Caminantes de Emaús, Él va a nuestra vera, pero lo obligamos a decir que somos duros para entender y tardos para caer en la cuenta de lo que nos previnieron los profetas. Tratar –inclusive- de descubrirlo antes de que Él parta el Pan, y, ya mismo, rogarle que se quede, que no parta, que entre y se quede con nosotros. Y, en segundo lugar, a resguardar nuestras promesas bautismales, aplicándonos a mantener la pureza de ese baño en las aguas del Espíritu que nos regenera, dedicándonos al seguimiento, al discipulado misional que Él mismo nos ha encargado cuando su Dulce Voz pronunció -para nosotros- el “Sígueme”.



[1] González Vallés, Carlos. CRECÍA EN SABIDURÍA… Ed. Sal Terrae Santander-España 3ª ed. 1995. p. 102

[2] Mesters, Carlos. CARTA A  LOS ROMANOS. Ed. San Pablo 4ta ed. Santafé de Bogotá, 1999 p. 55

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