viernes, 5 de septiembre de 2025

Sábado de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Col 1, 21-23

Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía.

Ef 2, 14

Algo habíamos dicho previamente sobre la inserción de fragmentos litúrgicos. Seguramente, bajo inspiración, en las celebraciones se insertaban piezas hímnicas que brotaban espontáneamente de los labios del presidente de la liturgia, estas, eran atesoradas por los asistentes, y repetidas, por los discípulos, que -en repetidas ocasiones- aportaban elementos de enriquecimiento y se iban estableciendo y formalizando, y, terminaban siendo memorizadas con todo detalle, lo que era usual en una cultura predominantemente oral.

 

Así llegaron a Pablo, y Pablo, viendo su riqueza doctrinal, las incorporó en sus Cartas, gracias a lo cual, semejante tesoro nos ha llegado. Esta incorporación a la Escritura de piezas originariamente destinadas a la liturgia nos da una pista para el estudio de la liturgia, de su surgimiento y de su historia, en este caso, para los que vendrían a constituir elementos eucológicos de la Eucaristía.

 

El himno nos propone la Acción de Gracias a Dios Padre:

a)    Que nos ha arrancado del poder de las tinieblas

b)    Nos dio acceso al Reino de su Hijo Bien-Amado

c)    Por el Hijo se nos da el Rescate, Él nos Rescata,

d)    Y nos absuelve.

 

Veamos una segunda parte del himno que nos entrega una heredad doctrinal de impresionante magnitud:

 

e)    Jesús es la imagen de Dios invisible

f)     Él es el Primogénito de toda la Creación.

g)    Todo fue creado por y para Él.

h)    Él es anterior a todo

i)      Todo tiene su base de sustentación en Él

j)      Si el Cuerpo Místico es La Iglesia, Ella tiene en Jesucristo su Cabeza.

k)    Jesucristo es además el “primogénito de los muertos”, valga decir el Primero y el Adalid de todos los resucitados.

l)      Jesús -sin lugar a dubitaciones- es en todo el Primero

m)   La Plenitud está en Él,

n)    Él es el Reconciliador de todo cuanto existe

o)    Con su Sangre derramada en la cruz, Él restablece la Paz entre todas las criaturas y con el Cielo

 

De esto es de lo que San Pablo ha sido instituido ministro. Este es el Legado y sobre ese Legado, él ejerce su sacerdocio y su Profetismo.

 

«Un día, mientras meditaba en las Escrituras, me sorprendió la inesperada visita de un gran migo mío, Epafras, que venía de Colosas, ciudad de la Frigia, a la que él mismo había evangelizado durante mi estancia en Éfeso. Epafras estaba preocupado porque en todas aquellas regiones habían surgido extrañas doctrinas que amenazaban corromper la esencia del Evangelio. En efecto, los frigios algo crédulos y supersticiosos, habían creado una doctrina con bases bíblicas en la que daban importancia primordial a una multitud de ángeles y demonios, divididos en meticulosas categorías, principados, potestades y dominaciones, llegando a afirmar que el mismo Jesús no había sido sino un ángel especial bajado del cielo. No contentos con esto, tenían especiales celebraciones religiosas durante la luna llena con prescripciones sobre comidas y bebidas, circuncisión, etcétera». (Santos Benetti)

 

De esto es que nos habla la perícopa que leemos hoy: Nosotros por el Sacrificio del Crucificado hemos sido consagrados santos, intachables, irreprochables. Esta consagración es lo que se llama Reconciliación pues nos vuelve a injertar en el Padre.

 

«En su carta a los colosenses, gracias sobre todo a lo que ha descubierto en la Escritura sobre la Sabiduría de Dios, Pablo logra situar a Cristo respecto a Dios -es el Hijo en quien reside toda la plenitud de la Divinidad- y respecto al mundo (es aquel por el cual y para el cual ha sido hecho todo). Nuestra vida humana recibe de Él un sentido nuevo: puesto que nada escapa a la influencia de Cristo, mientras construimos la ciudad terrena estamos también construyendo misteriosamente el reino de Dios En adelante hemos de vivir como ya resucitados con Cristo (3, 1-4)» (Etienne Charpentier)


Que la Reconciliación nos vuelve a injertar en el Padre, no se sustenta por arte de magia, es Don Celestial; pero, -ya lo hemos repetido hasta cansarlos- a nosotros nos corresponde la contraparte de la Alianza, a saber (y esto es la magnifico en la didáctica de San Pablo, la solidez contundente y orientadora con la que nos muestra en qué somos responsables:

      i.        Mantenernos firmes y bien fundamentados en la fe

     ii.        Guardando, aún más, atesorando, la esperanza que nos da la Buena Noticia

    iii.        Esas εὐαγγελίου [Euangelion] “Buenas Noticias” están, no solo para ser guardadas, sino -además- para ser pregonadas, proclamadas, actualizadas, realizadas.

 

¿Si estamos tomando en cuenta estos tres aspectos al vivir la Alianza?

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Sal 54(53), 3-4. 6 y 8.

Al fomentar nuestro trato con Dios, se va construyendo una relación dialogal en la que Dios nos toma bajo su guía espiritual. Esto no debe dar paso a nuestra jactancia, debe ser entendido desde una perspectiva de sencillez, de Misericordia -por parte del Señor- no es que seamos el “gran café con leche”, es parte de ese Plan que prioriza a los que mayor dificultad tienen, cuida más de sus “alumnos” más limitados, se dona a los más desprotegidos y desfavorecidos.  Les da horas de clase extra, les tiene ternura y delicadeza especiales, y les da -en la prueba- los ejercicios más fáciles. Sólo a medida que constata su aplicación y su constancia, les va haciendo progresar a los planos más elevados.

 


Estas clases especiales, con tan maternales tutorías, se llaman “oráculos”. ¿Cómo demuestra el “estudiante” estarse beneficiando de tan cálidos tratamientos? Por su agradecimiento. Que el corazón reboce de gratitud, eso estimula al Maestro, Él se regocija, porque nota que tras esta devoción se está expresando el deseo de llegar más lejos: Si se es fiel en lo poco el Maestro te dirá, pasa adelante, Siervo Fiel, y te pondré a cargo de mucho (Cfr. Mt 25, 23)

 

Son solo dos estrofas: en la primera el salmista eleva su Súplica, en la segunda, le ofrece al Santo Nombre un sacrificio que brota de su נְדָבָה [nedadaj] “espontaneo”, “libremente”, “no es obligado sino voluntario”. No le pasó Dios un recibo de cobro, sino que él no haya como manifestar la gratitud por el “oráculo”. Esta “lección” tan benéfica, ¿qué le enseñaba al salmista? Le mostró el Rostro de Dios: “Dios es mi auxilio” al darse cuenta que fue YHWH quien מִכָּל־צָ֭רָה [mik kal sa-raj] “lo sacó de toda tribulación”.

 

Lc 6, 1-5

הַפָּנִ֗ים [hap-pa-nim] “Los Panes de la Presencia”. Cuando organizamos un Banquete, ponemos los alimentos a la vista, decorando las mesas; como abriendo el apetito, como provocando al homenajeado y a los comensales invitados. Así -con el mismo criterio- en el Sancta Sanctorum estaba la Mesa del Pan de la Proposición, del Pan exhibido, del Pan mostrado, del Pan puesto en la Presencia, Dios lo contemplaba, estaba allí siempre, ante sus Ojos, como diciéndole, aquí está tu parte en el Banquete, eres el Máximo Invitado, el Homenajeado; como estaba allí, delante de Él, estaba como “propuesto”, por eso se llama el Pan de la Proposición, y eran doce hogazas, porque cada Tribu de Israel, le ofertaba una, por estar frente a Él, se llama el “Pan del Rostro”, o “Pan de la Santa Faz”.  Al finalizar la semana, el Sacerdote los cambiaba por Nuevos Panes de Flor de Harina, recién horneados.


Las “espigas” que los discípulos iban comiendo al atravesar un sembradío, eran prefiguración del Pan Eucarístico, lo mismo y tanto como lo eran los Panes de la Presencia. Conviene caer en cuenta que el Sacerdocio de Jesucristo es un Sacerdocio de Pan y Vino, según el rito de Melquisedec. Y, una vez más, el Señor está insistiendo que, el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Cfr. Mc 2,17). Y menciona la anécdota de David, que -teniendo hambre, entró a la Tienda del Altísimo y comió del Pan de la Proposición.

 

El Pan de la Proposición estaba previsto como alimento sacerdotal, así que, al consumir este Pan, estamos ratificando nuestra condición de Sacerdotes (del Nuevo Sacerdocio), que, -recordémoslo- detentamos desde nuestro Bautismo.

 

Espigas y Panes de la Proposición son augurios del que es Pan de Vida: La Sacratísima Comunión.


Pero si uno se queda en el formalismo de la ley, puede interpretar que frotar unas espigas entre las manos es una “molienda”; y olvidar que cuando los de David comieron de los Panes de la Proposición estaban violando ninguna ley, sino saciando un hambre que los mataba, lo mismo que los de Jesús comen estos granos que no siegan, sino que las arrancaban -no había hoz sino hambre acuciosa-, se trataba de espigas cogidas a manotada limpia, sin herramienta alguna, que la ley destinaba a saciar el hambre de los pobres. Aquí no había trasgresión de la ley, sino manipulación interpretativa para sacar una acusación, porque la “visión farisaica” es capaz de inventarle pecados a los santos. Y dirán de uno que comulgó, que comió de gula. Estas interpretaciones acusatorias caen en el terreno de “leyes positivas”, en cuyo caso positivas significa “puestas”, normas creadas y promulgadas por autoridades humanas para reglar los comportamientos sociales en cierta sociedad. La ley positiva habría de ser útil, justa y estable, y, tal vez lo más importante, tiene que estar dictada en beneficio del bien común.

 

Podemos abrir los oídos ampliamente para profundizar en la idea central: “El Hijo del Hombre es Señor del Sábado”. Comer espigas constreñidos por el hambre no es ni malo, ni bueno, pero es más bueno que malo, porque se hace para sanar el hambre, en defensa de la salud y de la vida. En cambio, lo que no se puede ignorar en ningún caso es el bien y la verdad, enunciados según el Espíritu de la Divina Voluntad.


 La diferencia está en distinguir la Ley Divina de las leyes humanamente impuestas.

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