Hb 5, 7-9
vTodo está consumado (Jn 19, 30)
El
judaísmo fue fraguando -al hilo de la Revelación- una manera de sostener la
amistad con Dios, por medio de una práctica cultual. Los gestos esenciales de
esa manera de mostrar amistad y fidelidad con Dios corrían a cargo del Templo
como institución oficial del culto, y este culto era “mediado” por el
sacerdocio que llevaba sobre sus hombros el ejercicio cultual de los sacrificios.
En
este Libro “A los hebreos”, se va a mostrar cómo entra Cristo en la esfera
sacerdotal. El sacrificio presenta la “hostia”, o sea la víctima, para que su
sangre pague la expiación de los pecados. Jesús, estaba destinado a ofrecerse
como víctima propiciatoria ante el Señor-Dios, su Padre. Estaba destinado a ser
el Cordero que, inmolado al Señor, lograra “quitar el pecado del mundo”, ese
“mundo” no se refiere a la esfera terráquea, sino a todos los seres humanos que
la habitan, la han habitado y la llegaran a habitar. La cumbre de su
“existencia”, de la misión existencial que su Nombre le asigna, es llegar a ser
el “Salvador” del mundo, a través de su personal inmolación.
Convertirse
en el “Cordero expiatorio” era su meta de perfección. Ofrecer su Persona
Integra en sacrificio, lo llevaba a cumplir el significado de la palabra יֵשׁוּעַ [Yeshua]
"Salvador". Cuando Él se hace Hostia Santa en el Altar del Calvario
-la Cruz- el propósito existencial del Ungido se alcanza, llega a su
perfección, a la cumbre de Su realización, a su cabal cumplimiento.
¿De qué estamos hablando? Siempre hemos vuelto sobre la
temática del significado del nombre de una persona en la cultura semita, como
objetivo de la existencia. El nombre encierra el “propósito”. Cuando se cumple
ese propósito, se ha llevado la tarea a su meta esencial. Entonces, y sólo
entonces se podrá decir: “Todo está cumplido”. Yeshua dice todavía más, porque
su exacto significado es “Yahweh salva”.
Cumplir el cometido asignado es alcanzar la τέλειοι [teleioi]
“perfección”. Cristo tenía que alcanzar la perfección de su Nombre “Yeshua”. Y
a eso se refiere la perícopa tomada como Primera lectura de hoy. Aparece el
concepto de τελειόω [teleioo] “completamente realizado”, “llevado
a perfección”, “cabalmente llevado a término”, “consumado”.
El Ungido llevó su misión de Cordero Sacrificial, hasta la
cumbre de su cumplimiento a cabalidad. No se entregó un poquito, no se dio mesuradamente,
su servicio no fue reservándose para sí, ahorrándose incomodidades y dolores,
tacaño en su Donación. Para poder decir de Él que logró ser el “autor de la
Salvación Eterna”, se entregó por entero, no se reservó nada para Sí, entregó,
inclusive, a su Madre (Jn 19, 26).
No que estuviera buscando, con masoquista propósito el
“dolor”, como quien quiere “deleitarse” o “regocijarse” con su propio
padecimiento. La perícopa deja constancia que rogó para no tener que llegar a
esos extremos; pero su suplica -suplica elevada con gritos y llanto- no fue un
ultimátum, una carta de renuncia a su cargo y un rechazo a sus oficios. Le
pidió al Padre, pero -en la oración en el huerto de los Olivos, puesto en la
prensa de exprimir las aceitunas, valga decir, alcanzando la más profunda
comprensión de su misión- añadió: “que
no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).
Se presenta ante el Padre, dándole la cara a lo que se le
viene encima, consciente del padecimiento que va a cargar en sus hombros y -no
se detiene a refocilarse en la perspectiva del dolor- sino que, con voz de
Hijo, eleva su petición de clemencia, llegando a la hematidrosis (Lc 22, 44).
Hay que prestar atención a la calidad de esta suplica. No
es cualquiera el que ruega: Es el Hijo, el Ungido, de quien el propio Padre
Celestial dijo ἀγαπητός
[agapetos]
“amadísimo” durante su bautismo (Mt 3, 17), el que “me complace en grado sumo”.
Y no lo desoyó, escuchó su ruego, y lo salvo de la muerte, lo cubrió con la
piedad filial que merecía y lo Resucitó, librándolo de la muerte.
No lo sustrajo a la densidad de su Nombre que lo comisionaba como Salvador-Redentor, pero no lo dejó hundido en el abismo mortal, sino que lo ensalzó Glorioso a su Derecha.
Sal
31(30), 2-3a. 3bc-4. 5-6. 15-16. 20
Salmo
del que anhela vivir en las moradas de YHWH. A esta clase de salmos los
llamamos salmos del “huésped”.
Este
salmo, para profundizar en él, podemos segmentarlo en tres episodios:
i)
Abandonarse en el Señor con entera confianza
ii)
Relato de la angustia que nos atrapa
iii)
Agradecimiento al Dios que salva.
En el primer segmento, está el abandono, la más cabal actitud del “amenazado”. Lo que no hace que ignore la gravedad de su estado: Él pinta con rasgos precisos su situación, su contexto, pero pasa la brocha, con rapidez, sin detenerse en minucias. No se retrata para los lastimeros.
En
el relato de la situación amenazante, va enhebrando la gratitud que lo
acompañará hasta salir airoso.
No
se encomienda para salvar todos sus cherevecos; pero ruega para que alcance a
salvar lo que tiene de valor.
Así,
podremos ir fragmentando las piezas que trae este peregrino:
a) Se acoge a la
Bondad Divina
b) Ruega “salvación”
al que Salvación ha prometido.
c) Le pide que le
preste oído, que no deje sus súplicas en el abandono del que no oye.
d) Que Él sea su
refugio, su punto invulnerable, y recuerda el significado de su Nombre, por eso
apela a que lo salve.
e) Se da cuenta que
los enemigos han tendido una red para atraparlo, pero Dios -que es leal-
desenreda la golondrina de la red del cazador.
f) El salmista,
reconoce en Dios al Libertador de las trampas; Dios será quien lo desenreda de
los hilos que ya lo aseguran y lo retiene maniatado.
g) Todos los azares
incontrolables que pueden presentarse en una vida, sólo Dios los puede
desenredar. Dios viene a supervisar la malla, y no deja ni un solo gorrioncillo
cautivo.
h) Los que valoran el amor de Dios son atendidos
i) Dados sin falta por
el Señor. a los que teman a YHWH, Dios lo preserva indemnes.
Fariseos,
escribas, bribones… se burlaban de Él. No se contentaron con matarlo, se
ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los ultrajes de la soldadesca… El
motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio, escrita en tres
idiomas: ¡Jesús Nazareno, rey de los judíos escrita en tres idiomas:” Jesús
Nazareno, ¡Rey de los judíos!
Jn
19, 25-27
María es un "espejo sin mancha" de la divinidad y
anticipa la vida futura de la Iglesia
Este Evangelio nunca da
nombre ni a “la madre de Jesús”, ni al discípulo amado. Hace sospechar que,
como tantos otros personajes de este Evangelio, tiene significados más profundos,
son personajes colectivos: representan a grupos o a pueblos. El discípulo amado
sería el discípulo ideal…
Augusto Seubert
En
Jn 19, 23 nos encontramos la palabra griega ἄραφος [arafos] que significa “inconsútil”, “de una sola pieza”,
“entera, de arriba a abajo”, “sin rasgadura”, “sin costura”. Esta palabra
caracteriza el Manto de Jesús, que no tenía costura, sino que estaba hecho de
una sola pieza, de arriba abajo (Jn 19, 23s). En el verso 24 nos encontramos
con la siguiente noticia: ante esta perfección de la túnica, los soldados
resolvieron no trocearla, sino mantenerla indemne, y mejor sortearla entre
ellos y a quien le cayera la suerte, se la llevara, “en una sola pieza”.
La túnica inconsútil es imagen de María Santísima que representa la Unidad de la Iglesia. La “inconsutilidad (del latín tardío inconsutĭlis), de María Santísima proviene de su fe probada y de su docilidad para acoger la Palabra. ¿A qué Palabra nos referimos? La respuesta está en la primera declaración del Evangelio Joánico: «En el Principio ya existía Λόγος [logos] “la Palabra”; y aquel que es la Palabra estaba con Dios, y era Dios». (Jn 1,1).
Este
título refleja que, por su fe y obediencia a Dios, María colaboró en la
salvación de los hombres y se convirtió en la madre de todos los creyentes que
nacen en la Iglesia. María, como Madre de la Iglesia fue solemnemente
confirmada -por el Papa Pablo VI, en su discurso al clausurar la Tercera Sesión-
en el Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964. Se celebra la memoria
de Mariae, mater eclessiam,
el lunes siguiente a Pentecostés.
El
evangelio joánico renuncia a darle nombre propio de María Santísima -es “mujer”
a secas, sin más títulos-, así como tampoco le da nombre al “discípulo amado”,
que nosotros llamamos Juan.
Nuestra
Señora la Dolorosa asocia sus dolores, simbolizados en la daga que atraviesa su
corazón, conmemora el sufrimiento y la compasión de la Virgen María por la
Pasión y Muerte de Jesús. Su fiesta se celebra precisamente hoy, su imagen
suele llevar túnicas oscuras, un corazón traspasado por espadas (los Siete
Dolores) y una expresión de profunda tristeza. La figura de La Dolorosa es un
símbolo de luto, consuelo y solidaridad.
Por
la perícopa se nos informa que María tenía una hermana, y que estaba con ella
al pie de la cruz. Y otras dos Marías: la de Cleofás y la Magdalena. Ellas
están aquí, en la “hora”, para ser la representación de los que desde el
principio se unieron, personifican al “pueblo fiel”. Sin embargo, más adelante,
tampoco se las menciona. Este “resto” fue el primero en intuir en este siervo
sufriente, el verdadero sentido de la palabra mesías aplicada a Jesús.
Desenmascararon la Antigua Alianza como un pueblo al que le “faltaba el vino”,
¡qué rápido se quedaron sin vino”.
Se
puede descubrir en el par Madre-Discípulo-Amado, como un cumplimiento simbólico
del “Levirato”. Esta pareja estaba llamado a darle hijos, al Hermano que había
muerto sin dejar descendencia. Y se la dieron, pero no de la carne, sino del Espíritu, nosotros la llamamos Madre por tal razón, porque nos han hecho de su familia, la que se constituyó en el discipulado.
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