martes, 30 de septiembre de 2025

Miércoles de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario


Neh 2, 1-8

Ya cuando trabajamos el Libro de Esdras comentamos que eran -junto con el de Nehemías-  un solo Libro, que posteriormente, por comodidad se dividió en dos rollos. Y también dijimos que a su autor lo llamamos el Cronista. Y, cabe darles un marco temporal preciso, subrayando que son obras post-exilicas.

 

El Libro de Nehemías se inicia con unos relatos autobiográficos que se han intitulado “Memorias de Nehemías” (1,1 – 7,5). Comienza dándonos una ubicación temporal, fijando como fecha “El año veinte del reinado de Artajerjes, en el mes de Quisleu”. Luego fija el marco espacial, declarando que se encuentra en la ciudad persa de Susa, una de las residencias reales de los reyes persas. Había llegado su hermano Hananí, con algunos connacionales a los que les pide noticias de Jerusalén y le dicen que

i)              Sus habitantes atravesaban una situación muy difícil y vergonzosa

ii)             La muralla que la protegía había sido derrumbada

iii)           Y sus puertas quemadas a fuego

 

La presión y el momento histórico que vivían era muy complejo. Oído lo cual, él se sentó a llorar. Sumido en la tristeza y entregado al ayuno y la oración que presentaba al Dios del Cielo (Neh 1, 3s).

 

A veces queremos pintarnos una historia ideal y perfecta e imaginarnos que, si tenían el apoyo del rey persa, y un decreto con respaldo económico, no era sino llegar y empezar la reconstrucción. Lo cierto fue que, la casta sacerdotal que regresó quería reconstruir el Templo, pero como ya hemos dicho, tropezaron con la indisposición de muchos de los que habitaban allí. Una lectura atenta de los dos Libros, nos deja ver que inclusive algunas obras de reconstrucción hubo que hacerlas de noche, para eludir el acoso de los opositores, entre los que contamos a los samaritanos.

 

Nehemías -a quien reconoceremos aquí por sus devotas oraciones a Dios, poniendo todo en sus manos- era copero de Artajerjes, se impresionó ante la melancolía de su siervo Israelita, y le pidió razón de tanta tristeza. Con bastante timidez, y encomendándose para sus adentros a Dios, le manifestó que saber el estado deplorable de la ciudad donde reposaban los restos de su propio padre, Jerusalén, y del Templo lo llenaban de añoranza. Entonces le encareció lo dejara ir, y le dio un estimativo de su demora.

 

Le pidió cartas de salvoconducto que demostraran que su actividad estaba oficialmente respaldada por el rey y para poder cortar la madera que fuera indispensable para esta obra: puertas para la ciudad y el Templo.

 

Estas voces de Esdras y de Nehemías desconcertaban al pueblo. Ya sabemos que el profeta Malaquías, había dicho que Dios no avalaba los divorcios, y Esdras, en procura de combatir la idolatría -como se dijo en su momento- exigió la separación y la expulsión de las mujeres paganas; ese decreto sólo se cumplió a medias. Ahora, hemos dicho que el Profeta Zacarías anunció una ciudad sin Puertas, y, he aquí que Nehemías regresa con un propósito contrario a lo que había hablado Dios por boca de su Profeta. Su empeño por reconstruir apuntaba en el sentido de atender la profecía que hablaba de castigo y dispersión si eran infieles a la Ley.

 

Gran parte de este proceso reconstructivo se hizo, bajo el amparo de la protección militar que Artajerjes le había concedido a Nehemías. Ellos juzgaron necesario, una mano fuerte que contuviera y arrancara todas las desviaciones que atentaban contra su fe. Por lo tanto, extremaron la imposición de la Ley y su cumplimiento a rajatabla. ¿Qué se perdía con este enfoque? El Rostro Misericordioso de Dios que quedaba empañado tras semejante cortina impositiva.


La solución no consiste en sepultar algunas secciones del canon, ni en someter la Escritura a censura. Sería sano hacer el esfuerzo de leer estos “dos Libros” para hacernos a una imagen verdadera, de conjunto de lo que Dios nos quiere enseñar, porque -recordémoslo- fue Él quien decidió no ocultar estas contradicciones y dejarlas en su Escritura como vienen.

 

Sal 137(136), 1-2. 3. 4-5. 6.

Salmo de súplica. Que en los tres últimos versos del salmo se convierten en una súplica encarnizada: allí se pide que Dios borre del mapa a los Edomitas, que aplaste a Babilonia y que ejerza violencia contra sus “pequeñines”, destrozándolos contra las piedras.

 

Sin embargo, los seis primeros versos son preciosísimos. Sin tapujos sumamos nuestra voz -hoy-, acompañando el duelo de los que se dolían por la carencia de Templo y al ver las ruinas de la Ciudad Santa.


Todos los instrumentos se vestían de duelo, nadie quería que lo pusieran a cantar o a tocar -ni a la fuerza- para los babilonios, mientras ellos estaban apesadumbrados por su patria y por su Templo. Preferían tener paralizadas las manos antes que ponerlas al servicio de los intereses de sus opresores. Inclusive, imaginarse mudos era preferible, que no prestar la garganta y los labios para hacerles coplas a los esclavistas.

 

La cultura hebraica concede trascendencia esencial a la memoria, que no es mera recordación, sino actualización, es meternos y trasladarnos allí a lo recordado. Para ellos era un “viaje en el túnel del tiempo” para vivir allá, en aquel momento, evocando su dulce patria cuando moraban en ella; nosotros tenemos otra concepción de la memoria-tiempo; para nosotros significa sólo, sacar la caja de las fotos y los álbumes y sentarse a mirarlas, conscientes de que es un “tiempo ido”. Para ellos, el propósito de su “luto” y su “pesar” era vivir “hoy” el amor de lo que existía antes -no solo en su recuerdo- sino que, para ellos en su corazón, allí seguía.

 

Lc 9, 57-62

Sobre la radicalidad del seguimiento

El seguimiento de Jesús solo puede hacerse con la libertad de quien no tendrá la cabeza en otra parte, anhelando la vida tranquila y los afectos que ha dejado atrás.

Papa Francisco

La palabra neural de esta perícopa es la palabra Ἀκολούθει [akoloudei] es el imperativo del verbo ἀκολουθέω [akoloudeo] “seguir”; de este verbo proviene la palabra acólito, que se traduciría “el que sigue”, “el que acompaña”. Este acompañamiento es incondicional. Se sigue a donde sea: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. El seguimiento sufre el acoso de una tentación; “… la transacción. Buscar un acomodo entre el Evangelio y el “mundo”, entre la santidad y la fidelidad indispensable, de manera que, tras un exterior honesto, aparentemente “intacto”, interiormente nos hemos instalado, perdiendo el dinamismo del seguimiento y del amor”. (Segundo Galilea)



Jesús va para Jerusalén, emprende su camino rumbo a la cruz; en esa ruta, encuentra voluntarios brindándose a seguirlo. Muchas veces sucede que alguien que se imagina una ruta de éxito, aplausos y alabanzas, viene -voluntario- ofreciendo unirse, como dice el proverbio popular, a ver si “al lado del enfermo come el alentado”. Al convaleciente le llevan uvas, manzanas, galletas, suaves manjares, y, algunos parientes lo visitan, para beneficiarse de esos presentes que al enfermo no come. Creen seguramente que Jesús va “cuesta arriba” pero no les cabría en la imaginación que esa “cuesta” es la que sube al Calvario.

 

Jesús no los engaña, no les brinda oportunidad de concebir falsas expectativas; les señala que Él no contará -ni siquiera- con almohada para reposar su cabeza, aun cuando las rapaces tienen sus madrigueras y, a veces, tibio nido; para hacer descender a otro de su “dulce cabalgadura”, no le acepta el pretexto de esperar que su papá se muera y ahí sí, después de cavarle sepultura, se dará al “seguimiento”; Él no se engaña, sabe que es puro pretexto y los descubre en su efugio, como si les estuviera diciendo, “ya habrá quien se ocupe de su tumba, que los muertos no se fijan ni les trae cuidado quien cavó la fosa”.

 

¡Sí, todos los que se encontró, estaban muy comprometidos para seguirlo! tenían cientos de diligencias, encargos, responsabilidades, subterfugios, ambages, citas médicas, recibos que pagar, cuentas que cobrar, animales que sacar a pasear, pajarillos a los que llevarles pistacho, ropa por planchar, o series de televisión para seguir con fidelidad…

 

Cuando dice que nadie que mira para atrás puede ponerse diligentemente a arar significa que, si uno va a roturar la tierra y se distrae, se rompe la cuchilla del arado y malogra la herramienta, cuando tropieza con alguna piedra. El que está arando, tiene que estar despierto, alerta, concentrado en lo que está haciendo, mirando hacia adelante, así como el evangelizador tendrá que estar responsable, mirando al frente, por donde va su tarea.


Contrastemos con los pescadores que llamó, como abandonaron redes, barca y familia y respondieron ¡de una!  Inclusive el publicano, no recogió la banca, no llenó el formulario de los recaudos de aquel día, no volteó la cara para despedirse de alguien, simple y llanamente lo siguió.

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