Neh 2, 1-8
Ya
cuando trabajamos el Libro de Esdras comentamos que eran -junto con el de
Nehemías- un solo Libro, que
posteriormente, por comodidad se dividió en dos rollos. Y también dijimos que a
su autor lo llamamos el Cronista. Y, cabe darles un marco temporal preciso,
subrayando que son obras post-exilicas.
El
Libro de Nehemías se inicia con unos relatos autobiográficos que se han
intitulado “Memorias de Nehemías” (1,1 – 7,5). Comienza dándonos una ubicación
temporal, fijando como fecha “El año veinte del reinado de Artajerjes, en el
mes de Quisleu”. Luego fija el marco espacial, declarando que se encuentra en
la ciudad persa de Susa, una de las residencias reales de los reyes persas.
Había llegado su hermano Hananí, con algunos connacionales a los que les pide
noticias de Jerusalén y le dicen que
i)
Sus habitantes atravesaban una situación muy difícil y
vergonzosa
ii)
La muralla que la protegía había sido derrumbada
iii)
Y sus puertas quemadas a fuego
La
presión y el momento histórico que vivían era muy complejo. Oído lo cual, él se
sentó a llorar. Sumido en la tristeza y entregado al ayuno y la oración que
presentaba al Dios del Cielo (Neh 1, 3s).
A
veces queremos pintarnos una historia ideal y perfecta e imaginarnos que, si
tenían el apoyo del rey persa, y un decreto con respaldo económico, no era sino
llegar y empezar la reconstrucción. Lo cierto fue que, la casta sacerdotal que
regresó quería reconstruir el Templo, pero como ya hemos dicho, tropezaron con
la indisposición de muchos de los que habitaban allí. Una lectura atenta de los
dos Libros, nos deja ver que inclusive algunas obras de reconstrucción hubo que
hacerlas de noche, para eludir el acoso de los opositores, entre los que
contamos a los samaritanos.
Nehemías
-a quien reconoceremos aquí por sus devotas oraciones a Dios, poniendo todo en
sus manos- era copero de Artajerjes, se impresionó ante la melancolía de su
siervo Israelita, y le pidió razón de tanta tristeza. Con bastante timidez, y
encomendándose para sus adentros a Dios, le manifestó que saber el estado
deplorable de la ciudad donde reposaban los restos de su propio padre,
Jerusalén, y del Templo lo llenaban de añoranza. Entonces le encareció lo
dejara ir, y le dio un estimativo de su demora.
Le
pidió cartas de salvoconducto que demostraran que su actividad estaba
oficialmente respaldada por el rey y para poder cortar la madera que fuera
indispensable para esta obra: puertas para la ciudad y el Templo.
Estas
voces de Esdras y de Nehemías desconcertaban al pueblo. Ya sabemos que el
profeta Malaquías, había dicho que Dios no avalaba los divorcios, y Esdras, en
procura de combatir la idolatría -como se dijo en su momento- exigió la
separación y la expulsión de las mujeres paganas; ese decreto sólo se cumplió a
medias. Ahora, hemos dicho que el Profeta Zacarías anunció una ciudad sin
Puertas, y, he aquí que Nehemías regresa con un propósito contrario a lo que
había hablado Dios por boca de su Profeta. Su empeño por reconstruir apuntaba
en el sentido de atender la profecía que hablaba de castigo y dispersión si
eran infieles a la Ley.
Gran
parte de este proceso reconstructivo se hizo, bajo el amparo de la protección
militar que Artajerjes le había concedido a Nehemías. Ellos juzgaron necesario,
una mano fuerte que contuviera y arrancara todas las desviaciones que atentaban
contra su fe. Por lo tanto, extremaron la imposición de la Ley y su cumplimiento
a rajatabla. ¿Qué se perdía con este enfoque? El Rostro Misericordioso de Dios
que quedaba empañado tras semejante cortina impositiva.
La solución no consiste en sepultar algunas secciones del canon, ni en someter la Escritura a censura. Sería sano hacer el esfuerzo de leer estos “dos Libros” para hacernos a una imagen verdadera, de conjunto de lo que Dios nos quiere enseñar, porque -recordémoslo- fue Él quien decidió no ocultar estas contradicciones y dejarlas en su Escritura como vienen.
Sal
137(136), 1-2. 3. 4-5. 6.
Salmo
de súplica. Que en los tres últimos versos del salmo se convierten en una
súplica encarnizada: allí se pide que Dios borre del mapa a los Edomitas, que
aplaste a Babilonia y que ejerza violencia contra sus “pequeñines”,
destrozándolos contra las piedras.
Sin
embargo, los seis primeros versos son preciosísimos. Sin tapujos sumamos
nuestra voz -hoy-, acompañando el duelo de los que se dolían por la carencia de
Templo y al ver las ruinas de la Ciudad Santa.
Todos los instrumentos se vestían de duelo, nadie quería que lo pusieran a cantar o a tocar -ni a la fuerza- para los babilonios, mientras ellos estaban apesadumbrados por su patria y por su Templo. Preferían tener paralizadas las manos antes que ponerlas al servicio de los intereses de sus opresores. Inclusive, imaginarse mudos era preferible, que no prestar la garganta y los labios para hacerles coplas a los esclavistas.
La
cultura hebraica concede trascendencia esencial a la memoria, que no es mera
recordación, sino actualización, es meternos y trasladarnos allí a lo
recordado. Para ellos era un “viaje en el túnel del tiempo” para vivir allá, en
aquel momento, evocando su dulce patria cuando moraban en ella; nosotros
tenemos otra concepción de la memoria-tiempo; para nosotros significa sólo,
sacar la caja de las fotos y los álbumes y sentarse a mirarlas, conscientes de
que es un “tiempo ido”. Para ellos, el propósito de su “luto” y su “pesar” era
vivir “hoy” el amor de lo que existía antes -no solo en su recuerdo- sino que,
para ellos en su corazón, allí seguía.
Lc
9, 57-62
Sobre la radicalidad del seguimiento
El seguimiento de Jesús
solo puede hacerse con la libertad de quien no tendrá la cabeza en otra parte,
anhelando la vida tranquila y los afectos que ha dejado atrás.
Papa Francisco
La
palabra neural de esta perícopa es la palabra Ἀκολούθει [akoloudei] es el imperativo del verbo ἀκολουθέω [akoloudeo] “seguir”; de este verbo
proviene la palabra acólito, que se traduciría “el que sigue”, “el que acompaña”.
Este acompañamiento es incondicional. Se sigue a donde sea: “Te seguiré a donde
quiera que vayas”. El seguimiento sufre el acoso de una tentación; “… la
transacción. Buscar un acomodo entre el Evangelio y el “mundo”, entre la
santidad y la fidelidad indispensable, de manera que, tras un exterior honesto,
aparentemente “intacto”, interiormente nos hemos instalado, perdiendo el
dinamismo del seguimiento y del amor”. (Segundo Galilea)
Jesús
va para Jerusalén, emprende su camino rumbo a la cruz; en esa ruta, encuentra
voluntarios brindándose a seguirlo. Muchas veces sucede que alguien que se
imagina una ruta de éxito, aplausos y alabanzas, viene -voluntario- ofreciendo
unirse, como dice el proverbio popular, a ver si “al lado del enfermo come el
alentado”. Al convaleciente le llevan uvas, manzanas, galletas, suaves manjares,
y, algunos parientes lo visitan, para beneficiarse de esos presentes que al
enfermo no come. Creen seguramente que Jesús va “cuesta arriba” pero no les
cabría en la imaginación que esa “cuesta” es la que sube al Calvario.
Jesús
no los engaña, no les brinda oportunidad de concebir falsas expectativas; les
señala que Él no contará -ni siquiera- con almohada para reposar su cabeza, aun
cuando las rapaces tienen sus madrigueras y, a veces, tibio nido; para hacer
descender a otro de su “dulce cabalgadura”, no le acepta el pretexto de esperar
que su papá se muera y ahí sí, después de cavarle sepultura, se dará al
“seguimiento”; Él no se engaña, sabe que es puro pretexto y los descubre en su
efugio, como si les estuviera diciendo, “ya habrá quien se ocupe de su tumba, que
los muertos no se fijan ni les trae cuidado quien cavó la fosa”.
¡Sí,
todos los que se encontró, estaban muy comprometidos para seguirlo! tenían
cientos de diligencias, encargos, responsabilidades, subterfugios, ambages,
citas médicas, recibos que pagar, cuentas que cobrar, animales que sacar a pasear,
pajarillos a los que llevarles pistacho, ropa por planchar, o series de
televisión para seguir con fidelidad…
Cuando
dice que nadie que mira para atrás puede ponerse diligentemente a arar
significa que, si uno va a roturar la tierra y se distrae, se rompe la cuchilla
del arado y malogra la herramienta, cuando tropieza con alguna piedra. El que
está arando, tiene que estar despierto, alerta, concentrado en lo que está
haciendo, mirando hacia adelante, así como el evangelizador tendrá que estar
responsable, mirando al frente, por donde va su tarea.
Contrastemos con los pescadores que llamó, como abandonaron redes, barca y familia y respondieron ¡de una! Inclusive el publicano, no recogió la banca, no llenó el formulario de los recaudos de aquel día, no volteó la cara para despedirse de alguien, simple y llanamente lo siguió.
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