martes, 30 de septiembre de 2025

Miércoles de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario


Neh 2, 1-8

Ya cuando trabajamos el Libro de Esdras comentamos que eran -junto con el de Nehemías-  un solo Libro, que posteriormente, por comodidad se dividió en dos rollos. Y también dijimos que a su autor lo llamamos el Cronista. Y, cabe darles un marco temporal preciso, subrayando que son obras post-exilicas.

 

El Libro de Nehemías se inicia con unos relatos autobiográficos que se han intitulado “Memorias de Nehemías” (1,1 – 7,5). Comienza dándonos una ubicación temporal, fijando como fecha “El año veinte del reinado de Artajerjes, en el mes de Quisleu”. Luego fija el marco espacial, declarando que se encuentra en la ciudad persa de Susa, una de las residencias reales de los reyes persas. Había llegado su hermano Hananí, con algunos connacionales a los que les pide noticias de Jerusalén y le dicen que

i)              Sus habitantes atravesaban una situación muy difícil y vergonzosa

ii)             La muralla que la protegía había sido derrumbada

iii)           Y sus puertas quemadas a fuego

 

La presión y el momento histórico que vivían era muy complejo. Oído lo cual, él se sentó a llorar. Sumido en la tristeza y entregado al ayuno y la oración que presentaba al Dios del Cielo (Neh 1, 3s).

 

A veces queremos pintarnos una historia ideal y perfecta e imaginarnos que, si tenían el apoyo del rey persa, y un decreto con respaldo económico, no era sino llegar y empezar la reconstrucción. Lo cierto fue que, la casta sacerdotal que regresó quería reconstruir el Templo, pero como ya hemos dicho, tropezaron con la indisposición de muchos de los que habitaban allí. Una lectura atenta de los dos Libros, nos deja ver que inclusive algunas obras de reconstrucción hubo que hacerlas de noche, para eludir el acoso de los opositores, entre los que contamos a los samaritanos.

 

Nehemías -a quien reconoceremos aquí por sus devotas oraciones a Dios, poniendo todo en sus manos- era copero de Artajerjes, se impresionó ante la melancolía de su siervo Israelita, y le pidió razón de tanta tristeza. Con bastante timidez, y encomendándose para sus adentros a Dios, le manifestó que saber el estado deplorable de la ciudad donde reposaban los restos de su propio padre, Jerusalén, y del Templo lo llenaban de añoranza. Entonces le encareció lo dejara ir, y le dio un estimativo de su demora.

 

Le pidió cartas de salvoconducto que demostraran que su actividad estaba oficialmente respaldada por el rey y para poder cortar la madera que fuera indispensable para esta obra: puertas para la ciudad y el Templo.

 

Estas voces de Esdras y de Nehemías desconcertaban al pueblo. Ya sabemos que el profeta Malaquías, había dicho que Dios no avalaba los divorcios, y Esdras, en procura de combatir la idolatría -como se dijo en su momento- exigió la separación y la expulsión de las mujeres paganas; ese decreto sólo se cumplió a medias. Ahora, hemos dicho que el Profeta Zacarías anunció una ciudad sin Puertas, y, he aquí que Nehemías regresa con un propósito contrario a lo que había hablado Dios por boca de su Profeta. Su empeño por reconstruir apuntaba en el sentido de atender la profecía que hablaba de castigo y dispersión si eran infieles a la Ley.

 

Gran parte de este proceso reconstructivo se hizo, bajo el amparo de la protección militar que Artajerjes le había concedido a Nehemías. Ellos juzgaron necesario, una mano fuerte que contuviera y arrancara todas las desviaciones que atentaban contra su fe. Por lo tanto, extremaron la imposición de la Ley y su cumplimiento a rajatabla. ¿Qué se perdía con este enfoque? El Rostro Misericordioso de Dios que quedaba empañado tras semejante cortina impositiva.


La solución no consiste en sepultar algunas secciones del canon, ni en someter la Escritura a censura. Sería sano hacer el esfuerzo de leer estos “dos Libros” para hacernos a una imagen verdadera, de conjunto de lo que Dios nos quiere enseñar, porque -recordémoslo- fue Él quien decidió no ocultar estas contradicciones y dejarlas en su Escritura como vienen.

 

Sal 137(136), 1-2. 3. 4-5. 6.

Salmo de súplica. Que en los tres últimos versos del salmo se convierten en una súplica encarnizada: allí se pide que Dios borre del mapa a los Edomitas, que aplaste a Babilonia y que ejerza violencia contra sus “pequeñines”, destrozándolos contra las piedras.

 

Sin embargo, los seis primeros versos son preciosísimos. Sin tapujos sumamos nuestra voz -hoy-, acompañando el duelo de los que se dolían por la carencia de Templo y al ver las ruinas de la Ciudad Santa.


Todos los instrumentos se vestían de duelo, nadie quería que lo pusieran a cantar o a tocar -ni a la fuerza- para los babilonios, mientras ellos estaban apesadumbrados por su patria y por su Templo. Preferían tener paralizadas las manos antes que ponerlas al servicio de los intereses de sus opresores. Inclusive, imaginarse mudos era preferible, que no prestar la garganta y los labios para hacerles coplas a los esclavistas.

 

La cultura hebraica concede trascendencia esencial a la memoria, que no es mera recordación, sino actualización, es meternos y trasladarnos allí a lo recordado. Para ellos era un “viaje en el túnel del tiempo” para vivir allá, en aquel momento, evocando su dulce patria cuando moraban en ella; nosotros tenemos otra concepción de la memoria-tiempo; para nosotros significa sólo, sacar la caja de las fotos y los álbumes y sentarse a mirarlas, conscientes de que es un “tiempo ido”. Para ellos, el propósito de su “luto” y su “pesar” era vivir “hoy” el amor de lo que existía antes -no solo en su recuerdo- sino que, para ellos en su corazón, allí seguía.

 

Lc 9, 57-62

Sobre la radicalidad del seguimiento

El seguimiento de Jesús solo puede hacerse con la libertad de quien no tendrá la cabeza en otra parte, anhelando la vida tranquila y los afectos que ha dejado atrás.

Papa Francisco

La palabra neural de esta perícopa es la palabra Ἀκολούθει [akoloudei] es el imperativo del verbo ἀκολουθέω [akoloudeo] “seguir”; de este verbo proviene la palabra acólito, que se traduciría “el que sigue”, “el que acompaña”. Este acompañamiento es incondicional. Se sigue a donde sea: “Te seguiré a donde quiera que vayas”. El seguimiento sufre el acoso de una tentación; “… la transacción. Buscar un acomodo entre el Evangelio y el “mundo”, entre la santidad y la fidelidad indispensable, de manera que, tras un exterior honesto, aparentemente “intacto”, interiormente nos hemos instalado, perdiendo el dinamismo del seguimiento y del amor”. (Segundo Galilea)



Jesús va para Jerusalén, emprende su camino rumbo a la cruz; en esa ruta, encuentra voluntarios brindándose a seguirlo. Muchas veces sucede que alguien que se imagina una ruta de éxito, aplausos y alabanzas, viene -voluntario- ofreciendo unirse, como dice el proverbio popular, a ver si “al lado del enfermo come el alentado”. Al convaleciente le llevan uvas, manzanas, galletas, suaves manjares, y, algunos parientes lo visitan, para beneficiarse de esos presentes que al enfermo no come. Creen seguramente que Jesús va “cuesta arriba” pero no les cabría en la imaginación que esa “cuesta” es la que sube al Calvario.

 

Jesús no los engaña, no les brinda oportunidad de concebir falsas expectativas; les señala que Él no contará -ni siquiera- con almohada para reposar su cabeza, aun cuando las rapaces tienen sus madrigueras y, a veces, tibio nido; para hacer descender a otro de su “dulce cabalgadura”, no le acepta el pretexto de esperar que su papá se muera y ahí sí, después de cavarle sepultura, se dará al “seguimiento”; Él no se engaña, sabe que es puro pretexto y los descubre en su efugio, como si les estuviera diciendo, “ya habrá quien se ocupe de su tumba, que los muertos no se fijan ni les trae cuidado quien cavó la fosa”.

 

¡Sí, todos los que se encontró, estaban muy comprometidos para seguirlo! tenían cientos de diligencias, encargos, responsabilidades, subterfugios, ambages, citas médicas, recibos que pagar, cuentas que cobrar, animales que sacar a pasear, pajarillos a los que llevarles pistacho, ropa por planchar, o series de televisión para seguir con fidelidad…

 

Cuando dice que nadie que mira para atrás puede ponerse diligentemente a arar significa que, si uno va a roturar la tierra y se distrae, se rompe la cuchilla del arado y malogra la herramienta, cuando tropieza con alguna piedra. El que está arando, tiene que estar despierto, alerta, concentrado en lo que está haciendo, mirando hacia adelante, así como el evangelizador tendrá que estar responsable, mirando al frente, por donde va su tarea.


Contrastemos con los pescadores que llamó, como abandonaron redes, barca y familia y respondieron ¡de una!  Inclusive el publicano, no recogió la banca, no llenó el formulario de los recaudos de aquel día, no volteó la cara para despedirse de alguien, simple y llanamente lo siguió.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Martes de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario

 


Zac 8, 20-23

Llegamos hoy al final de este mes bíblico. Al llegar a este punto, retomamos las palabras del Papa Benedicto XVI quien dijo el 1º de enero del 2011: “… con la conciencia de que, ante los trágicos acontecimientos que marcan la historia, ante las lógicas de guerra que por desgracia aún no están superadas del todo, solo Dios puede tocar en lo profundo el alma humana y asegurar esperanza y paz a la humanidad… Hoy queremos recoger el grito de tantos hombres, mujeres, niños y ancianos víctimas de la guerra, que es el rostro más horrendo y violento de la historia”.

 

Como lo habíamos comentado previamente, hoy tendremos la tercera Lectura del Libro del Profeta Zacarías. Recordaran que dijimos que el Libro de Zacarías podía descomponerse en un primer y un segundo Zacarías. La perícopa que tenemos hoy, concluye la parte del proto-Zacarías.

 

Miremos un poco la estructura del proto-Zacarías: Ya en el capítulo tercero empiezan una serie de visiones:

i)      La del cambio de ropas de Josué

ii)     La del candelabro y los olivos, en el capítulo cuarto

iii)   La del rollo escrito, en el capítulo 5

iv)   Donde también viene la visión de la medida y la mujer

v)    En el capítulo 6o la de los cuatro carros de guerra

 

A partir de este punto, vemos cómo Josué es instituido Sumo sacerdote. A causa de la muerte de Zorobabel la corona pasó a manos de los sacerdotes. El capítulo 8 nos presenta un grupo de “mensajes de salvación” que abran la puerta a la era mesiánica.

 

Jerusalén -en la profecía- llegará a ser un polo de atracción. Jerusalén -una vez más lo decimos- Ciudad-de-la-Paz, Ciudad-Sagrada, no se refiere a un geo-topos, no es un lugar del mapamundi; es un lugar del mapa espiritual, donde se congregan -palabra que significa “reunir las ovejas”- donde la “fuerza” atractiva radica en la Comunión de la fe. Pero, la profecía no espera que se congreguen -discriminatoriamente- los judíos, aspira que se unan y “comulguen” los pobladores de distintos lugares y ciudades, y -aún más- que se inviten, que se llamen unos a otros, que nos hagamos sentir convidados -no rechazados- unos a otros. Es una gran obra de fraternidad y solidaridad que podrá redundar en frutos de Paz.

 

Nos parece muy curioso y una verdadera imagen ilustrativa de un elemento de esta profecía que, así cómo van a veces los “pequeñuelos” del Jardín Infantil- sujetándose en fila, del delantal del compañerito que va delante, encadenados todos, para no perder la “continuidad”-. La profecía prevé que los “gentiles” vendrán a sujetarse de la ropa de los “creyentes” para hacerse “remolcar” y no extraviarse, en su Camino hacia la Sede de la espiritualidad Universal.

 

Hay en eso mucha expresividad del llamado que como Iglesia estamos llamados a cumplir. Sin embargo, ¿cuántas veces, cargados de ira, nos sacudimos del compañero que viene prendido a nuestro “delantal”? Fastidiados, porque no queremos ser los “alambres” conductores de esa bellísima “simpatía” que nos atrae hacia Jesús. Lo que expresamos es fastidio porque perdemos de vista la fraternidad que como hijos del mismo Padre- nos une. No acertamos a dejarnos llevar hacia Ese-Polo-de-Atracción.

 

Hay un ascenso, un llamado o convocatoria para que los discípulos suban, ahora, libremente a “buscar” al Señor. El verbo que se aplica a esta búsqueda es בָּקַשׁ [bakash] buscar, esforzarse en la búsqueda: Los subtemas son: 1) la felicidad y la paz, y 2) una retro-deportación junto con la 3) renovación de la Alianza, así como 4) la abundancia y la fertilidad como manifestación de la bendición.


La semana pasada, -de lunes a miércoles, exploramos algo del Libro de Esdras. Mañana, daremos -apenas, un somero vistazo- al Libro de Nehemías, para, acto seguido, El jueves, celebraremos a los Santos Ángeles Custodios, con Lectura propias; y luego, considerar el Libro de Baruc (“bendito”, “afortunado”, “alabado”, significa este nombre), -que habría sido el secretario-escribano del profeta Jeremías-, lo que haremos el viernes y el sábado.

 

Sal 87(86), 1b-3. 4-5. 6-7

Este Salmo se refieren al Templo de YHWH, Palacio donde mora Dios en Jerusalén, por eso se les designa como “Canticos de Sion”, no son himnos destinados a cierto momento cultual, aun cuando algunos estudiosos piensan que servían para celebrar -y enmarcaban la dicha- de la Fiesta de las Cabañas, que recordemos, evocan la marcha en Éxodo, a través del Desierto. Precisamente -y muy paradojalmente- los pueblos que de manera más atroz bombardearon con su paganismo a los Israelitas, son los que vienen pegados “al delantal” de cada hebreo, subiendo hacia Sion, “el polo de atracción”: Egipto, Babilonia, Filistea, Etiopía y Tiro.

 

Este emplazamiento de Fe, no ha sido erigido por la decisión de hombres, ha sido el Señor quien ha cimentado la Ciudad Santa. Es el Señor mismo quien la ha preferido y así lo declara la primera estrofa de la perícopa. Hay -sin embargo- que contemplar el espíritu que mueve esa atracción: No es por imposición sino por atracción. No suben forzados, ¡suben enamorados!


Todos tendrán su registro de nacimiento (bautismo), no por constricción, sino porque han ido convencidos, porque han oído, de muchísimas voces y de muy plurales bocas que de allí mana la dicha y que la fuente de las danzas corre como una inundación de amor y solidaridad de Justica y de Paz, manando de Ella. La Mano de Dios los inscribirá -Personalmente- en el Libro de la Vida.

 

Entonces, sin egoísmos, sin envidias, sin competitividad, brotará de la Fuente el gran “Nosotros”, y los corazones lanzarán gozosos la Alabanza: ¡Dios está con nosotros!

 

Lc 9, 51-56

Memoria agradecida libre y paciente

Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela, y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones.

Papa Francisco

Entre los que se opusieron a la reconstrucción del Templo después del destierro en Babilonia, estaban los Samaritanos. Es muy especial que, Jesús los ve con otros ojos, y muchas veces los pinta con pinceladas tan especiales de aceptación, como en la Parábola del Samaritano, o en su charla -al borde del pozo- con la Samaritana. Ellos llegaron a ser de los primeros en aceptar la “convocatoria” y acoger con su escucha a los apóstoles. Se puede equiparar el rechazo samaritano con aquel de sus paisanos que le bloquearon para obrar allí más milagros. En general, cualquiera que tuviera “pinta” de ir hacia Jerusalén, era forzado a desvío.


Jesús, inicia una fase de acogida de “su hora” porque “se completaron los días en que iba a ser llevado al Cielo”; sus acciones se han encadenado de tal manera que lo conducen a un desenlace digámoslo así, inevitable. Jesús, no por eso, evade las consecuencias de su coherencia. Entiende el encadenamiento lógico de su proceder y lo que su Anuncio ha desatado; Jesús sabe que su Enseñanza es el fulminante que en muchos pechos va detonando ansia asesina. Históricamente hablando -esta alternativa caínica- del asesinato como salida a una situación que para alguien es inadmisible, podríamos verla como una de las más socorridas y frecuentadas: hay que matar al que no acepta nuestra posición, el premio para quien nos contradice debe ser un sepulcro. ¿Hará el miedo que Jesús desista de la comisión que su Padre Celestial depositó en sus Manos? ¿Se acomodará Jesús a lo que quieren que diga, o -por el contrario- sostendrá su Palabra?

 

¿Son, por supuesto, los adversarios de Jesús los que encuentran como solución práctica, matar a su contradictor? ¡Seguramente sólo a sus enemigos les encantaría teñirse las manos de rojo!

 

Ah, pero para nuestra sorpresa, el propósito de algunos de los suyos apunta en la misma dirección: ¡Son Santiago y Juan, los que piden autorización para abrir e inaugurar las cajas de misiles que han recibido recientemente! O, piden permiso para usar sus radios intercomunicadores para ordenar que se desate el bombardeo. Jesús les responde con gran claridad, pero tantos de nosotros no hemos llegado allí, -todavía-  en nuestra muy juiciosa lectura bíblica.

 

«La Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros». (Papa Francisco)


No se llega a ser discípulo-misionero si vivimos atrapados en la jaula del rencor y la venganza; acorralados por el deseo de la retaliación. La convocatoria nos congrega para ser discípulos-misioneros, especialmente, este mes que entra mañana, está destinado -como Iglesia- para animarnos y concienciarnos de esta responsabilidad. Recibimos este elemento clave de la Enseñanza Cristiana: Uno no tiene que dilatar el inicio de su obra misionera de evangelización hasta que sea un “escriba” experto en Escrituras. Pero, una cosa hay que decir, hasta que no hayamos pasado por la perícopa de hoy, y la hayamos “digerido”, y llevado al corazón -como hacía María Santísima- no estaremos aún listos para esparcir la Semilla.

domingo, 28 de septiembre de 2025

SANTOS ARCÁNGELES MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL


Dan 7, 9-10. 13-14

Y la Palabra se hizo carne y puso su carpa con nosotros. Y hemos visto su Gloria, la Gloria que recibió del Padre por ser Su Hijo Único, abundante en Amor y en Verdad.

Jn 1, 14

Jesús es “Puente”, es “La Escalera”, Él restableció la “comunicación” con lo Trascendente. Pero, las consecuencias de tal restablecimiento no podrán darse a plenitud hasta que sobrevenga la Victoria Final, serán “dones” que degustaremos en el “momento” escatológico, y se preguntarán ¿cómo lo sabemos? Bien sencillo, el Señor nos lo ha entregado en sus comunicados Apocalípticos.


Siempre conviene mirar a Daniel (nombre que significa “Dios juzga”), con algunas acotaciones al margen, empezando porque lo tenemos entre los “profetas mayores”, pese a que su Libro está mejor visto desde la óptica del género Apocalíptico. Daniel, hasta donde sabemos, vivió en la Babilonia palaciega, bajo cuatro dinastías: Nabucodonosor, Ciro, Darío, y Antíoco IV Epífanes. En tercer lugar, la hipótesis -bastante bien sustentada- de que este Libro se escribió en hebreo, arameo y griego durante el alzamiento de los Macabeos, para consolarnos, animarnos y esperanzarnos en la lucha.

 

Al hablar del género apocalíptico, se debe anotar que para algunos está emparentado con el género profético y para otros, se relaciona con los escritos sapienciales, con muy abierta intención didáctica. Adviértase que en los escritos apocalípticos se da especial realce y sirven de pivotes, las visiones, llenas de simbolismos, no siempre claros, sino -por demás- misteriosos. Parece ser que este rasgo mistérico apunta en el sentido de no poder hablar con toda claridad -en el marco de las persecuciones- aun cuando las simbologías eran -muy probablemente diáfanas- para los lectores de la época.

 

Nosotros, con relativa sencillez, penetramos la simbología de la perícopa de hoy: Pensamos que el Anciano, de nívea vestidura (blancura tan intensa como la Luz y el Fuego- es el Padre Celestial-. Luego, viene la Presencia de “Uno como Hijo de Hombre”, feliz expresión que nos ha legado Daniel, para referirse a la Segunda Persona de la Trinidad, el Dios-Humanado, viene a la proximidad del Padre.

 

Uno como Hijo de Hombre, porque no hay sino Uno, y que parece que hubiera sido engendrado por un humano, pero no lo es, puesto que fue Engendrado por el Espíritu Santo (nosotros ahora lo entendemos bien), recibe todo Honor, Toda Gloria, Todo Poder-Real y Gobierno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas; no es de ninguna manera Divinidad Nacional, sino Dios-de-Todo-lo-Creado. No se trata de un Gobierno provisional, como todos los otros gobiernos, sino de un Reinado “Eterno, que no pasa, que no tendrá fin”. ¿Cómo es que lo entendemos tan claramente? Pues porque Dios nos lo ha revelado, por eso es apocalíptico, porque apocalipsis significa eso: Revelación.

 

Debemos anotar que las visiones eran eventos sorpresivos e impredecibles; algo que pasaba de repente sin pre-aviso. La persona quedaba maltratada, débil, como si le hubieran dado una golpiza, o como cogida de un guayabo cuaternario. La perícopa, no bien, acaba de empezar y hace mención de un “anciano de días”; en lenguaje hebreo este es un eufemismo para decir que se trata de una persona muy mayor, en cuanto a edad, decirle a Dios, así, Anciano a secas, suena en lengua hebrea como un “atrevimiento”, puede que al anciano se le tome como muy sabio, pero suena a persona que ha perdido el vigor, el explicativo “de días”, lo empareja en paralelismo con “bebe de días”. Bien entrada en Años, si Dios-Padre es el Primero en existir, quiere decir que es mayor en edad que cualquiera otro, y por eso lo llama con esta hipérbole: “Anciano de días”: Se podría interpretar como “El más viejo que existe”.

 

En el verso 13, nos encontramos la expresión tan querida por Jesús: “alguien parecido a un Hijo de hombre”; le agrada tanto que Él la adoptó para sí. Hijo de hombre es simplemente “un ser humano”, pero tenemos el apósito “parecido a un”, o sea que parece un “ser humano”, pero no lo es. En verdad, tiene todos los atributos de la persona humana que Él ha asumido por pura solidaridad, pero su esencia es Divina.


Está plenamente explicado lo que Juan en su Evangelio especifica: “En el principio ya existía Λόγος [logos] “la Palabra”; y Aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios”. (Jn 1, 1)

 

Sal 138(137), 1-2a. 2b-3. 4-5. 7c-8

Este es un salmo que ilumina la “distancia”. ¿Cuánta es la separación entre el Cielo y la Tierra? Tenemos que pararnos a pensar. Esta distancia no se puede cuantificar en kilómetros, ni en millas, ni en miriámetros, ni siquiera en años luz. Está hablando de otro tipo de “distancia”. No es una magnitud espacial, se trata de la separación entre “dignidades”, digámoslo así, a falta de otra palabra que no se nos ocurre, a veces, por no encontrar en el vocabulario un concepto, decimos “dimensión”, para referirnos de alguna manera a la “separación entre lo “material” y lo “espiritual. Por escases muchas veces hablamos de “distancia”.

 

De todas maneras, sí tenemos una intuición que esto no es un tema de tomar un vehículo y recorrer una “distancia” que se puede recorrer con cohete; como cuentan que el cosmonauta -que visitó el espacio sideral- se quejó, lamentando no haber visto a Dios en el espacio exterior. ¡Ah tontuelo! No sabía que los astrónomos ya habían explorado ese espacio con sus potentes telescopios y nada habían hallado. ¿Se engañaba él en su ingenuidad? O, ¿Pretendía hacer algún aporte publicitario al ateísmo? ¡Pobre, se pasó la vida levantando piedras a ver si debajo de alguna de ellas descubría un tratado de teología que iluminara su necedad!


Por ejemplo, cuando oramos, le hablamos con consciencia de que Él está a nuestro lado, pero en la “dimensión propia de lo espiritual”. Por tanto, permanece ausente a nuestros sentidos “terrenales”, pero no quiere decir que no nos pueda oír, “intuimos” que está, pero de “otra manera”.

 

Cuando el pecado estropeo la “línea de comunicación” reventando el “cable” -atención, es una analogía, no se trata de algún cable “físico”- caímos en una suerte de incomunicación, se hizo imposible para nosotros la percepción del “Interlocutor Divino”, fuimos nosotros los que perdimos la “gracia”, pero Él no nos abandonó.

 

Cuando Dios se humanó en su Hijo -Jesucristo- esa Encarnación restañó el cable averiado. Esto bíblicamente hablando se muestra en la Sagrada Escritura en el episodio de la Escala de Jacob (Gen 28, 11-19), que fue revelado al -nada virtuoso- Jacob, que “soñó” en una conexión, con la Otra Dimensión- y que para su lógica (que de todas maneras era una lógica demasiado avanzada en el marco de una cultura donde no había edificaciones de más de un piso, sino que siempre se habitaba a ras del suelo) se trataba de una סֻלָּם [sul-lāum] “escala”, de doble vía, que hacía posible el ascenso, tanto como el descenso, para seres “espirituales”: eran ángeles, los que subían y bajaban.

 

¿Todo por qué? La Misericordia del señor es Eterna; hoy por hoy, le seguimos implorando que no abandone la obra de sus manos. Este salmo es un himno que augura un “momento” en que los reinados de la prepotencia y la ambición desaparecen y todos, sujetos el Reinado Imperecedero, se sujetaran al rey de Reyes.

 

Jn 1, 47-51

Natanael es un nombre que significa “regalo de Dios” (un israelita de verdad en quien no hay engaño). Empecemos por ahí: Cada uno de nosotros tiene que adquirir consciencia de ser “un regalo de Dios para los demás. ¿Cómo era Natanael “regalo de Dios”?

 


Que clave tan poderosamente hermenéutica es esta para adentrarnos en esta “perícopa arcangélica”. Si pudiéramos descifrar cómo puede hacerse uno “regalo de Dios para los otros”, nos habríamos nutrido muy bien de esta visita al Evangelio. Otra pregunta: ¿Cuál es la clave que le permitió a Natanael -que venía incrédulo a verse con Jesús, pensando que nadie así, muy importante o especial, podía tener como cuna a Nazaret- pero al oír eso, dio un giro de 180 grados (conversión)?  Es cuando Jesús le dice: “Antes de que te llamara Felipe, te vi bajo la higuera”.

 

Ahora bien, ¿cuál era la importancia y qué representaba que lo hubiera visto bajo la higuera? La higuera para el pueblo de Israel, es simbólica del Reino que traería el Mesías. Un Reino de plenitud, de bienestar, de salud, de abundancia, de realización plena, de concordia y fraternidad. El que se cobijaba debajo de la higuera, estaba clamando por la venida del Reino.

 

El Reino es una “Dimensión” de Paz. No requiere soldados, ni jueces, ni tribunales que la implanten y la mantengan. ¿Quién iba a querer romper ese estado de beatitud en el que todos se sumergen en Infinita Alegría y Bienestar? En una realidad donde nadie se adueña, ni se puede adueñar de nada, quien iba a disputar o a pleitear por algo. Ni siquiera en al aspecto teórico, porque allí, en el Reino, ya no hay teorías, ya no hay hipótesis, ya no hay que hacer suposiciones: La Verdad se tiene cara-a-Cara. ¡Palpable! ¡Contundente! Nótese el cambio de significado de estos dos términos en la “dimensión espiritual”, ¡es gigantesco! “palpable” es rotundo para el sentido del tacto, ¿cómo será la tactilidad en el plano espiritual? Y “contundente”, -que tiene que ver con un golpe, que puede causar mucho daño-, que sería como ¡dar de garrotazos a un fantasma!


Jesús sabía de la honesta espera de Natanael por la llegada del Reino, y Natanael, a su vez, comprendió que estaba hablando con el anhelado Mesías y lo identificó plenamente como Hijo de Dios y Rey de Israel.

sábado, 27 de septiembre de 2025

ANTE EL TRIBUNAL DE LA MISERICORDIA

 

Am 6,1a,4-7; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; 1Tm 6,11-16; Lc 16,19-31

 

El impulso místico no es un lujo. Sin él, la vida moral es puro retroceso; el ascetismo es sequía; la docilidad, sueño; la práctica religiosa solo rutina.

Henri de Lubac

 

Toda la Liturgia en cada Eucaristía reclama hondamente nuestra atención. Todo lo que sucede, todo lo que se dice, todo en ella espera nuestro cuidado, nuestra profunda atención. Muchas veces, muchísimas, dejamos pasar -por ejemplo- la antífona de Entrada, la Oración Colecta, la Aclamación antes del Evangelio, la Oración sobre las ofrendas, la antífona de Comunión, la Oración post-comunión. Todas estas oraciones se articulan con una hermosa armonía, con una magistral precisión, son como verdaderos ángeles que nos conducen a lo largo del Santo Sacrificio, durante toda la Fracción del Pan y hasta las oraciones conclusivas y la bendición final. La Eucaristía es, como una maravillosa pieza de joyería que no se puede desmantelar caprichosamente, a riesgo de destruir la estética del conjunto y el resplandor místico que ilumina el alma. Podríamos ensayar, este Domingo, a examinar y cobrar cierta conciencia sobre estas orfebrerías de nuestro XXVI Domingo Ordinario (C).

 

¡Aquí vamos! En la Oración Colecta ofrecemos querer “apresurarnos hacia lo que nos prometes. Y, ¿qué es lo que Dios nos promete? Para contestar esta pregunta vamos a exponer el elenco de las promesas divinas en esta liturgia, extractándolas del Salmo:

a)    El Señor siempre es fiel a su Palabra,

b)    Él hace justicia al oprimido;

c)    Él proporciona pan a los hambrientos

d)    Y libera al cautivo

e)    Abre los ojos de los ciegos

f)     Alivia al agobiado.

g)    Ama al justo

h)    Toma a su cuidado al forastero.

i)      Sustenta tanto al huérfano como a la viuda,

j)      Trastorna los planes del inicuo

k)    Reina Eternamente, traducido este eternamente, significa por los siglos de los siglos.

 


Pasemos, ahora, a la Antífona de Entrada. Allí decimos -reconociendo los cargos que se nos imputan- “Todo lo que hiciste con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque pecamos contra Ti y no obedecimos tus mandatos”. Pero inmediatamente después, declaramos- es una injusticia, ¿qué pecado hemos cometido? ¡si somos de los más santos de los santos! Y, entonces, Dios -con toda su Paciencia, que es Infinita- nos contesta por boca del profeta Amós:

a)    Se reclinan sobre divanes adornados con marfil

b)    Se recuestan sobre almohadones

c)    Se comen los corderos del rebaño y las terneras cebadas.

d)    Canturrean al son del arpa

e)    Y -además-, siguiendo el mal ejemplo de David, se inventan nuevos instrumentos

f)     Se atiborran de vino (o de cualquier bebida embrutecedora),

g)    Se engalanan con perfumes costosos, y no con los que son un poco caros, sino con los más costosos.

Y, como dicen por ahí, tratando de disimular la gravedad de estos extravíos, eso no es nada grave; lo grave está en que “NO NOS PREOCUPAMOS POR LAS DESGRACIAS DE NUESTROS HERMANOS”. ¡Si, como decía Cantinflas, “Ahí está el detalle”!


Aquí viene el detalle, ¡menudo detalle, de la mayor importancia, que no siempre es debidamente advertido cuando leemos la parábola!: ¿Dónde estaba el mendigo, Lázaro? “Yacía en la entrada de la casa del rico” (Cfr.). El punto no está en ser rico para merecer el lugar de castigo, ni el asunto radica en ser pobre para ir a parar al “seno de Abrahán”. Es posible que los destinos de estos dos hombres hubieran sido contrarios, si sus relaciones aquí, en vida, hubieran sido diferentes.

 

Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los pobres los llena de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Lc 1, 52s

¿Os parece moral que alguien yazga por la puerta de tu casa, y ese alguien padezca indigencia, mientras tú gozas de manjares y banqueteas? ¡Ese es el problema y ahí está el eje del asunto! Toda la moral cristiana reposa sobre este pivote. Somos todos hermanos en Cristo Nuestro Señor, y no puedo ser indiferente e indolente ante la suerte de mi hermano. Allí donde haya dolor, necesidad, padecimiento, soledad, hambre o sed, allí donde está el desamparado, el preso, el enfermo, el destechado, el desplazado, allí estamos llamados a hacer Presente a Dios-Padre-Providente. Ese es el sentido más humano y humanitario de la religión. Pero la fe no se conforma con deshacer entuertos, sino que ¡los deshace en el Santo Nombre de Dios!


Así barrer o cocinar, dar un pan o un vaso de agua, consolar al triste o visitar al enfermo, acompañar al solitario o visitar al prisionero que purga su condena tras las rejas, todos estos actos cobran su dimensión cuando se hacen –como la hacía Santa Teresa de Calcuta, paradigma cercano de la bondad- viendo tras el rostro del menesteroso, el rostro dolorido de Jesucristo que sube al Calvario cargando su cruz a cuestas. Jesús deja de ser ese ente melcochudo, abstracto y etéreo tras del que nos agazapamos; y, pasa a ser “nuestro prójimo”, el hermano herido, golpeado, molido a palos, tirado allí, a la vera del camino.


En cambio, y esto hay que repetirlo con frecuencia, el acto se desluce y adquiere simplemente una dimensión arrogante de vanidad egocéntrica, si se efectúa por pura filantropía. No que se vuelva un acto malo, nada de eso; pero ya no es acto “religioso” porque ya no re-liga nada. Tenemos que cobrar conciencia que lo religioso re-liga al hombre con Dios, restablece-un-lazo-de-unión con la Divinidad, hace que el ser humano traiga al escenario de su mente la idea de ser hijo de Dios como la idea de ser hermano de los otros (que también son hijos de Dios). Es una filantropía construida sobre un basamento que nos hermana a todos, no es filantropía desnuda, sino solidaridad con el que yace allí postrado, andrajoso, llagado y… acosado por los perros que lamen sus heridas. (¡Es muy triste porque es más humanitario el perro, tiene más sensibilidad, se muestra más compasivo, porque lamer es también gesto cariñoso, consolador, fraternal! El perro brinda una hospitalidad que nos evoca al burro y al buey que la tradición ha puesto en el  pesebre para entibiarle la cuna al Niño Dios).


Tener esta idea bajo los reflectores de nuestro pensamiento podríamos decir que es un Mandamiento de todo buen cristiano. Podemos llevar nuestra tesis un paso más allá y afirmar que no es cristiano quien no comprende y no vive esta idea como base de su existencia. Nunca habremos enfatizado suficientemente la importancia de este pensamiento. De alguna manera podríamos ver este imagen en todas las páginas evangélicas y, concluir afirmando que Jesús todo lo que quiere y lo que enseña apunta en esta dirección. Pongamos una piedrita más en este proceso y subrayemos que no sólo en el Nuevo Testamento nos encontramos con esta revelación, ya las páginas del Antiguo Testamento pujan vigorosamente por poner en primer lugar a nuestros hermanos, al prójimo, y es que este pensamiento está a la base de aquello de que ¡Misericordia quiero y no sacrificios!


Agreguemos que la ruta de la santidad está tachonada de estos resplandores; ¿Cuántos santos han gastado su vida socorriendo a los necesitados? ¿Cuantos han vivido vigilias y desvelos movidos por esta causa, dando todo cuanto tenían atendiendo niños, leprosos, enfermos de toda índole?… y si la vida cobra su mayor sentido cuando se lee como un derrotero hacia la santidad, entonces tenemos que decir -a renglón seguido- que la santidad es el ejercicio constante de la Misericordia. Por eso el propio Dios, su Sagrado Corazón, se expresa como Señor de la Misericordia.


Y, por lo mismo y tanto, son la indiferencia y la indolencia los peores males y los mayores pecados, porque “cuando no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt 25, 45). En la Primera Lectura, de la profecía de Amos, está enunciado, casi como mandamiento, con un “¡Ay de ustedes!”: “(los que) no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”,  recibirán –ya en esta vida- justicia. En el Evangelio se nos aclara que esa “justicia” puede dilatarse hasta la otra vida, recibiendo aquí males, y entonces, allá, bienes compensatorios, que en el texto aparecen designados con la palabra παρακαλέω [paracaleo], que traducimos por “consuelo”, y que tiene relación con la idea de ser llamado para estar ahí al lado, como pasa con el “abogado defensor” que se pone al lado para defender, para interceder por su “defendido”, es una palabra forense, con matices legales, que alude al “Tribunal en la Presencia de Dios”, a la “Corte Celestial”, y con  la que nos referimos también al Espíritu Santo al que llamamos precisamente Paráclito (a quien -a menudo- designamos como “el Consolador”). Ese consuelo -que no lo es por sentido propio, sino por connotación interpretativa- es la protección, el apadrinamiento del Santo Espíritu, quien lo cobija con su cercanía teniéndolo a Su lado. La imagen que evoca esta situación es de ternura maternal, como tomando al hijo entre los brazos que, en el texto del Evangelio, se refiere a Abrahán en funciones maternales y acuna a su protegido en su κόλπον [koltón] “seno”, término con el cual designamos el ámbito de la más dulce protección maternal. Ese es el “premio”, el “regalo” compensatorio que recibe Lázaro (Lázaro es la forma popular del Eleazar), que dicho sea de paso significa “el ayudado por Dios”), mientras –cabe destacarlo- el rico ante los ojos de Dios, en el Tribunal Celestial, ni siquiera merece tener nombre, no tener nombre es como “no-ser”, en tierra era un rico, en el Seno de Abraham es un “don nadie”. Tiene un “apodo”, Epulón, es decir “Rico-Tragón”.


Este tipo se convirtió en un don nadie porque tuvo la enorme oportunidad de ser “compasivo y misericordioso” -como tendría que serlo por ser imagen y semejanza de su Creador, y ¡no lo fue! Tenemos que retomar que la filiación respecto de Dios, no es un “abstracto”, es un “concreto” que se ejerce mediante la projimidad.  


Esta acogida, en el regazo del Padre-del-Pueblo-elegido, gesto Misericordioso, impregnado de sentido solidario y fraternal, está –por así decirlo- decorado con unos rasgos de dulzura, de cuidado, que se enumeran en la Carta a Timoteo, en la perícopa que leemos en la Segunda Lectura de este XXVI Domingo Ordinario del ciclo C: Rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Como lo mencionábamos arriba, no se trata de una “fría filantropía”, sino del tierno cariño entre hermanos que se aman de verdad, ternura dulcificada que usamos en el trato entre familiares, aquí estamos hablando de trato paternal y maternal. Hay una manera de abajarse, de inclinarse, de ponerse al lado de Lázaro, que Jesús nos ilustró con su imagen de la toalla alrededor de la cintura, arrodillándose –con piadoso gesto- a lavarles los pies a sus discípulos. Esta imagen designa para nosotros los creyentes el tono y el color que tiñen estas acciones, gesto revestido de piedad, de afabilidad, de cordialidad: esa es la manera, con todo afecto y sumo cuidado.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Sábado de la Vigésimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario


Zac 2, 5-9. 14-15c

Zacarías es un profeta contemporáneo de Ageo. Y en él encontramos dos cuños:

-Aquí, el profetismo del antiguo Testamento empieza a ganar una identidad judaica rasgo este que empieza a definirse y remarcarse.

-Encontramos la yema de la que brota el género apocalíptico.

Este nombre, Zacarías זְכַרְיָה [Zeḥaryáh], tiene que ver con la [Zeḥar] “memoria”, la segunda parte del nombre, es la apócope de YHWH, יָה[Yah] “El Señor”, o sea “El Señor recuerda”; así pues, la tarea de este profeta es distribuir recordatorios como quien entrega volantes en una campaña de recordación. Las Lecturas de los años impares, prevén 3 perícopas de Zacarías: la de hoy, luego, la segunda es Zac 8, 1-8, y la tercera, Zac 8, 20-23. Sin embargo, el lunes (2 de octubre), vamos a celebrar “Los Santos Ángeles Custodios”, y -hay Lecturas propias- por lo tanto, no veremos la segunda perícopa de Zacarías, (solo la primera y la tercera).

 

Quisiéramos hacer resaltar que el Libro de este profeta tiene dos partes tan disimiles que, los estudiosos han preferido hablar de dos Zacarías: el protozacarías, capítulos 1-8, en prosa; y el deutero-zacarías, capítulos 9-14, en verso. Las Lecturas que se toman son -las tres- del protozacarías.

 

El protozacarías, -comienza a predicar su anuncio en octubre del 520 a.C-.se inicia con una introducción 1, 1-6, a partir de allí, puede mirarse desde una estructura quiásmica, se trata de un quiasmo onírico: la capa más exterior: 1, 8-17 empareja con 6, 1-8; la siguiente capa está formada por 1, 18-21 y su simétrica es 5, 5-11; la tercera capa, más interior está organizada por 2, 1-13 y 5, 1-4; finalmente el corazón de la “cebollita” está configurado por 3, 1-10 y 4, 1-14. Ahora bien, en 6, 1-15 hallamos una especie de condicionamiento: sólo si hay fidelidad del pueblo habrá desenlace feliz.  La conclusión -dada por el profeta- abarca los capítulos 7 y 8 donde el profeta comunica el requerimiento retomando la introducción y mostrando cómo la infidelidad condujo a la deportación, estableciendo que la fidelidad a la Alianza es el sine qua non, de la llegada del Reinado Mesiánico.

 

La perícopa de hoy -se trata de la tercera visión, que están precedidas por la de los jinetes y la del cocinero; y que antecede a la de las vestiduras sacerdotales- se inicia con un personaje agrimensor, que está “midiendo”, se trataría -y así se le ha denominado- de un “geómetra”, pero como el propósito es la reconstrucción de Jerusalén, podemos hablar -mejor- de un “arquitecto urbanizador”; en el relato no se habla propiamente de él, se le menciona por su instrumento característico: “la cuerda de medir”. Suele suceder que, a la construcción propiamente dicha, antecede una instancia de mediciones y prueba de suelos. Este “geómetra” va a establecer el largo y el ancho de Jerusalén.

 

Tomando como referencia el periodo histórico en el cual actuó el profeta, podemos decir que el proyecto arquitectónico en progreso es el de la re-construcción. Pero llega otro personaje, que da el salto al plano escatológico. No se va a reconstruir Jerusalén, se va a levantar una Nueva Ciudad: Una Jerusalén Abierta, será así, porque sus habitantes serán innumerables, y no cabrían en una “ciudad cerrada”.


 

Entonces, en vez de la muralla que había antes, ahora lo que protegerá sus contornos, será el propio Señor, Quien vendrá a habitar en Ella: Su Gloria será su Habitante-Divino. Esa es la incontable y populosa multitud que vendrá a poblar la Nueva Jerusalén, y que tendrán como Adalid y Bastión al Señor, Él nos llamará “Su Pueblo”.     

 

Sal Jer 31, 10. 11-12ab. 13

El capítulo 31 de Jeremías inicia diciendo: “El Señor afirma: ‘En ese tiempo yo seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo’”. Este capítulo está consagrado al retorno de los israelitas del exilio en Babilonia. No es propiamente un Salmo, pero, su valor y su versificación, además de su coherencia con el tema que venimos tratando, -que se inserta en la profecía de Jeremías- que había predicho, que le deportación duraría 70 años, lo convierten en el responsorial competente al contexto.

 

Gira -la perícopa- en torno a la Palabra. Dios se hace y se muestra Pastor, y nos pastorea por medio de Su Palabra. Una vez más, cabe afirmar que el “Pastor” es la imagen simbólica del “gobernante”, un gobernante cabal ha de tomar su paradigma de la figura cuidadosa y dedicada del Pastor. Prácticamente, la palabra “Pastor” nos da la definición -en esa cultura- de cómo ejerce el Ungido su Justicia y su liderazgo. Lo primero que nos exhorta es a “ESCUCHAR”.



Una vez lo hallamos oído con suma atención y hallamos atesorado su Mensaje, podremos proceder al siguiente paso. ¡Anunciarlo hasta las tierras más remotas! Esto tenemos que recalcarlo, no está el compromiso limitado a la Escucha, sino que se escucha para poder salir a cumplir a cabalidad la Misión. Una vez más, sentimos que, en Aparecida, se rescata el lineamiento aquí presentado por Jeremías: nos declaramos discípulos, pero el discipulado no se queda en aquella primera fase de la Escucha, sino que supone dar el segundo paso: el anuncio.

 

En la segunda estrofa, va a la página histórica del Jacob, a quien el Señor protegió y acompañó; ¿ahí acaba todo? ¡pues no! Va a la página del retorno de la tierra originaria y los ve regresar con la boca plena de aclamaciones. Todos vienen supremamente alegres, viejos y jóvenes, y las muchachas, no menos, ellas engalanan el cortejo del regreso, trayendo la dicha y el jolgorio forrado en danzas.

 

Vemos que la visión teológica de la historia no descuartiza episodios, sino que todo lo enlaza en la Voluntad y la Fidelidad Divina que construye una economía Soteriológica.

 

No basta volver, hay que despertar el corazón de su letargo para que descubra que ahora, Quien gobierna, es el Propio Dios que se revistió, por todas las edades, de las cualidades del Pastor, y da la Vida por sus Ovejas.

 

Lc 9, 43b-45

El Hijo del hombre va a ser entregado a las manos de los hombres, estas palabras de Jesús congelan a los discípulos que pensaban en un camino triunfal. Palabras que se mantenían misteriosas para ellos porque no entendían el sentido y tenían miedo de interrogarlo sobre este argumento.

Papa Francisco

El corazón del ser humano tiene una barrera infranqueable, es como una especie de muralla blindada que bloquea el acceso de Dios a nuestra vida: esa muralla está dispuesta en un sector neurálgico entre el oído, la mente y el corazón: es la incapacidad para la escucha. Oímos, pero el mensaje queda atorado en el vestíbulo y no “sube” al Corazón.


 

Esto es lo que nos hace caer en la cuanta, hoy, Jesús. Antes de llegar a esta perícopa de hoy, ¿por dónde hemos pasado? Jesús envía a sus discípulos y los instruye con pautas de sencillez y modestia para poder asumir este envío. A continuación, da de comer a una muchedumbre, a lo que sigue es el reconocimiento que hace Pedro de que Él es el Mesías. Continúa, un primer anuncio de su muerte; que es inmediatamente contrapesado con el episodio de la Transfiguración. Entonces, ahí si viene la perícopa de hoy, la que llamamos Segundo Anuncio de su Muerte.

 

Hay una recomendación esencial, que es el punto fuerte de hoy: Θέσθε ὑμεῖς εἰς τὰ ὦτα ὑμῶν τοὺς λόγους τούτους· “Métanse bien en los oídos estas Palabras”.

 

¿Recuerdan qué pasa luego? Los apóstoles se ponen a discutir “quien de ellos es el más importante”. ¡Eso es lo que siempre nos pasa! No entendemos ni pio, porque nuestra atención está volcada sobre nosotros mismos, todo lo que nos llega lo volvemos auto-referencial. Así, cuando Dios nos regala una propuesta, no puede llagarnos al alma, se queda en esa gruesa capa de cerumen que nos vuelve “sordos”, que bloque el paso del Mensaje apostólico hacia la mente y el corazón.


«La cruz nos da miedo también en la obra de evangelización, pero está la regla que el discípulo no es más grande del Maestro. Está la regla que no hay redención sin la efusión de la sangre, no hay obra apostólica fecunda sin cruz». (Papa Francisco)