Hch 15, 22-31
Los delegados que fueron comisionados para ir a hacer la consulta
a Jerusalén, habían cumplido su Misión y habían logrado una respuesta. Como la
respuesta se inclinaba hacia la posición que ellos mismos sustentaban, convenía
que los acompañaran testigos fiables que representaran y comunicaran la “voz
pontificia”. Aquí aparece la figura de los “legados Pontificios”, los Nuncios,
cuya función “fomentar los vínculos de unidad entre los Apóstoles, su “primus interparis” y las Iglesias particulares, en este caso la de
Antioquía, que para el caso fueron Judas Barsabas y Silas; no bien regresaron,
Bernabé y Pablo, llaman a la Asamblea para comunicarles lo que se decidió y dar
lectura al Decreto.
El documento, ante todo desautoriza a los pro-circuncisión,
señalando: “Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro,
los han alborotado con sus palabras, desconcertando sus ánimos…”. Entonces
presentan, en el documento a los “legatarios” y el encargo conciso que les
dieron, señalando que eran personas completamente arraigadas y reconocidas,
para que se encargaran de ser sus portavoces. Es hermosa y profunda la
conciencia que tiene los de Jerusalén de no estar decidiendo por propio
impulso, sino que sienten que sólo sirven de instrumento para que el Espíritu
Santo viabilice la comunicación de la Divina Voluntad: “Hemos decidido, el
Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables”(Hch
15, 28) Pero, si lo leemos con atención, podemos entender -entre líneas- que
tampoco rehúsan la autoridad que les ha sido confiada, sino que -por el contrario-
se hacen cargo de la participación que les toca.
La Carta llevó aliento y alegría a aquella Iglesia
particular. Vemos en todo esto el nacimiento de una organización, un reparto de
atribuciones, unos decretos, unos delegados, un Concilio, unas “asambleas”. La
iglesia fue gestando un “sistema” que respondiera a sus necesidades y a su
crecimiento, a un cierto “centralismo” y al reconocimiento de una Jerarquía,
muy funcional y valiosísima a sus fines Pastorales.
Sal 57(56), 6, 8-9. 10-12.
Tomamos sólo dos estrofas, organizadas con 5 versos entresacados
de los 11 que forman este Salmo. Este salmo es un “oráculo”. La estructura de
estos salmos oraculares comprende tres momentos. La petición o declaración de
que dios nos habla, que Él no es un “Mudo” que actúa dejándonos sorprendidos y
desconcertados, sino que hay un canal de “Comunicación”. Luego, por lo general
de manera muy breve, con una frase muy concisa, a veces con una sola palabra,
se anota que llegó el mensaje; y, luego, viene la reacción ante el oráculo.
En nuestro caso, la primera estrofa es de la zona de
petición del oráculo, y la segunda, de la reacción agradecida por lo que ha
comunicado. Este salmo clama porque sabe que hay quien se interese por nosotros
y nos asista. Pero también agradece, porque el “oráculo”, sea cual fuere la
respuesta, siempre es respuesta esperanzadora, reconfortante, consoladora.
Jn 15, 12-17
Nosotros
hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor y
quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
1Jn
4,16
El tejido de esta perícopa sigue enmarcado en el contexto
de Dios-que-permanece, de Dios-que-acompaña, del Emmanuel. Llega al clímax de
la declaración de Amor, pidiendo ser correspondido. Abre y cierra demandando Amor,
como siempre unificando los dos Mandamientos que hacen uno-solo, el mayor:
Amarlo a Él y amar al prójimo. Y, para mayor refuerzo, nos lo presenta como
Mandamiento.
Además, hay una explicación del contenido del Amor: Como Él
nos Ama, nos tiene por amigos. No nos toma como siervos -que bien podría- dada
su Grandeza, su Enormidad. Podría, como muchos amores humanos, pretextar
intenso amor, pero reservarse secretos, establecer fronteras, “reclamar sus
espacios”. ¡Aquí Él no! ¡Él nos da a conocer todo, no se reserva nada! Todo
cuanto el Padre le ha dado a Oír, Él nos lo ha dado a Conocer.
Algo que nos pone en claro y sobre lo cual recalca: Es Él
el que nos ha escogido, no fuimos nosotros los que llegamos al súper-mercado a
elegir el dios de nuestro gusto, el que tiene las propagandas más atractivas en
la televisión, el del jingle más pegajoso. Ha sido Dios quien -desde antes de
llegar al vientre materno- ya nos había destinado para -dos cosas- φέρητε [ferete] “dar fruto” y μένῃ [mene] y que ese
fruto “permanezca”.
Notemos que cada perícopa concluye entregando la
prerrogativa de pedir y ser atendido en el pedido, si el discípulo pide
apelando el Santo Nombre. Sin embargo, pedir es un elemento esencial, es
condición sine qua non; No podemos obligar
a Dios para que nos elija, pero podemos garantizarle empecinadamente que, si
nos honra con su Regalo, lo aceptaremos y seremos felices y comprometidos con
ese Don, totalmente convencidos que ¡desde el Océano de su Misericordia, ya nos
tiene ἔθηκα [etheka] “destinados”,
“constituidos”, “establecidos”! (cfr. Jn 15, 16). Esta forma de permanecer es
la “permanencia” en los frutos, frutos de fe, de gracia, de fraternidad, de
projimidad, de amor.
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