Hch 19, 1-8
Apolo
se quedó en Corinto, Pablo avanzó hasta Éfeso. Encontró allá unos discípulos (en
número de 12) a quienes preguntó, si habían recibido el Espíritu Santo. Y
ellos, ni siquiera habían oído esta combinación de palabras. Πνεῦμα Ἅγιον [Pneuma
Agión] ¿Espíritu
Santo? ¡Ni nos lo han mencionado! Estas personas estaban detenidas en cierto
punto de su desarrollo espiritual, si cabe hablar así…
Sólo
conocían el bautismo de conversión al que convocaba San Juan el Bautista. Acto
seguido, San Pablo les completa su Iniciación Cristiana, y les concede la
imposición de manos. En estas acciones, podemos rastrear el Sacramento de la
Confirmación, como reafirmación, después del bautismo. Es urgente entender que
no se trata de una segunda dosis de Espíritu Santo, sino de una delegación y
un envío, que es el significado de la Imposición de manos, lo que hace de
este un Sacramento diferente del Bautismo; se entrega al Confirmando una misión
muy específica: darse cuenta que la vida en la Iglesia es más que atesorar le
fe en el corazón, es sentir la urgente necesidad de proclamar a otros la
grandeza y la belleza de Creer en Jesucristo como Salvador. Es compartirles a
los hermanos el don recibido. Este Sacramento bien merece llamarse de “la
adultez cristiana”, -ya no se nos trata como niños dentro de la Iglesia-,
ahora, además, se nos reclama una respuesta y un testimonio: ser discípulos y
misioneros, este es el Envío, que es el significado de este impulso sacramental.
¿Qué pasó?, ¡tuvieron su propio Pentecostés! Hablaban en lenguas extranjeras, y
profetizaban.
Pablo,
como repitiendo lo que se dijo del segundo viaje: Hablaba ἐπαρρησιάζετο [eparresiazeto]
“con audacia”, “con parresia”, con “completa audacia”, “con toda libertad” del
Reino de Dios, ¿en qué consistía la tarea de Pablo?: Dialogaba con ellos y
trataba de persuadirlos. Aquí tenemos una fijación de principios. ¿Qué le
corresponde al evangelizador? No obligar a nadie, nada de presiones
psicológicas ni chantajes: sólo διαλεγόμενος [dialegomenos] dialogo
y πείθων [peizón]
“persuasión”, “confianza”.
Sal
47(46), 2-3. 4-5ac. 6-7ab.
Continuamos
con el mismo salmo, seguimos jugando a variar los versículos tomados de este
salmo del reino. Dios es el Rey de reyes, precisamente esta es la situación, en
el responsorio llamamos a los reyes de la tierra a cantar el rey del Cielo.
En
la Primera estrofa: Los enemigos pueden estar muy preparados y muy listos para
atacar; pero, si Dios se “levanta”, los enemigos salen en desbandada; salen a
“perderse”, el <salmo los compara con el humo que se disipa, y, también con
la cera que se derrite en la presencia del fuego; dice el Salmista, así también
se diluyen los impíos ante la Majestuosa Presencia del Señor.
Pero
no pasa así con los justos. Con los justos es todo lo contrario: ellos se
alegran con su Presencia, más aun, se desbordan de gozo. Cantan y tocan y su
Melodía es el Nombre del Señor, su Personalidad Total.
Dios
habita en el Cielo, donde vive el Santo de los Santos, no otra es su Casa, Él
tiene Amor preferencial por los más débiles y los más frágiles, su Corona y su
realeza es la Misericordia que asiste a los huérfanos, las viudas a los
desvalidos y a los cautivos. Y aún añade, “Sólo los rebeldes habitan en tierra
seca”. ¡Oh Dios, permítenos, habitar en tu Tierra Fértil, por toda la
Eternidad!
Jn
16, 29-33
Jesús
deja atrás su lenguaje de “comparaciones”. Empieza a desvelarnos la realidad
que nos ofrece. Nosotros alcanzamos -también por fin- a vislumbrar su Sapiencia
Infinita. La teología acuñó la expresión “Omnisciencia” para indicarnos como es
el “Saber Divino”. Aun cuando no sabemos que es lo que Él sabe, ya es una
aproximación muy buena, saber que nada se le escapa, y que nada le tenemos que
ocultar, pues todo se le descubre. Y, animados por la evidencia de esta
“intuición” nos proponemos dar el gran salto a Sus Brazos, ¡queremos aceptarlo!
Recibirlo como Rey Nuestro. Y, conscientes de nuestras limitaciones, y de la
variabilidad de nuestros estados, quisiéramos “creer” siempre y “dudar” nunca.
Sin
embargo, Dios sabe que vamos a tambalear. Él sabe que los fragores, las
turbaciones, las inseguridades nos mostraran sus afilados colmillos y nosotros
empezaremos a temblar como ovejas, que van al matadero. En medio de esos
azoramientos, tribulaciones y ofuscaciones, nos dispersaremos, cogeremos cada
cual por su lado y nos apartaremos del rebaño en vez de acudir al aprisco. Él
presiente nuestro abandono, nuestras traiciones, nuestra tendencia facilista a
la deserción. En cambio, Él no flaquea, porque se apoya en el Pilar inamovible
del Padre.
Todo
esto nos lo dice y nos lo reitera, para que recibamos otro Don que Él nos
otorga: ¡La Presencia de Animo! Es la solidez que da el Paráclito, la
convicción de que Su Victoria se nos comunica, le da un esqueleto reforzado a
la fe y nuestro pecho, queda recubierto por su Escudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario