Hch 13, 44-52
En
la cultura judía hay una categoría definitoria y definitiva, es la
“primogenitura”. Ella codifica y establece un privilegio, un rango especial, es
un carisma, Dios habla a la realidad a través del hecho de que le envíe como
primer hijo a este ser, ese que nació primero, es príncipe, valga decir: “primero
y cabeza”.
Una
cosa indudable para este pueblo es que ellos -como comunidad- habían heredado
en el corazón de Dios esta primogenitura, las promesas que habían anunciado
todos los Patriarcas y los Profetas, estaban destinadas para ellos. Sin
embargo, hay quienes rechazan esta primogenitura, hay quienes la trasfieren,
también están los que comercian con ella, como el caso de Israel, que se la
compró a Esaú, por el precio de un plato de lentejas. En tal caso, Esaú era el
legítimo heredero, y Jacob, un avispado que se aprovechó del hambre de su
hermano. (Recordemos que el nombre Esaú alude a que era muy velludo, lo que
será pieza clave cuando Isaac -in extremis- vaya a transferir el Mando a su
hijo primogénito y Jacob, se valga de un ardite, complotado junto con su madre,
para engañar al papá cuya vista no le ayudaba ya a discernir cuál era cual).
Ellos
Bernabé y Pablo (“Hijo de profecía” y “pequeño”), se sentían inclinados a ir
ante todo a los judíos, inclusive, para ellos, este pueblo era el destinatario
exclusivo del Mensaje divino. Pero, como ellos no aceptaron la invitación,
rechazando el kerigma presentado, en estricta observancia de lo que Dios les
dijo, cambiaron de destinatarios; empezaron a dirigirse a los “gentiles”. Ellos
se sabían puestos por Dios como Κήρυξ
[kerix] “heraldo”, “luz de los gentiles, para llevar la salvación hasta el
confín de la tierra”.
Todos
los gentiles que oyeron esto reaccionaron positivamente y se alegraron y se
hicieron “cristianos”. ¡No!, la propia
perícopa nos informa que sólo “los que estaban destinados a la vida eterna”,
alababan la Palabra de Dios y creyeron.
Este
es un “nuevo punto de partida” que dio inicio a una oleada de conversión en
aquella región. Los judíos, aquellos que rechazaban el llamado y se sentían
amenazados por esta fe, buscaron aliados para desatar la persecución. ¿Quiénes
se prestaron a entremezclar la cizaña con aquella predica tan buena? La
“señoras encopetadas” y “los principales de la ciudad”. Estos azuzadores
lograron su cometido, hicieron desterrar a Pablo y Bernabé, quienes tuvieron
que partir hacia Iconio (en anatolia Central).
La
obra había quedado cumplida, la semilla del kerigma había quedado plantada en
Antioquía de Pisidia, en el centro occidente de Turquía.
Sal
98(97), 1bcde. 2-3ab. 3cd-4.
Proclamo la victoria
con los labios y lucho con las manos para que venga.
Carlos G Vallés. S.J.
Es
otro salmo del reino. El Reino ya está aquí entre nosotros. Con la venida de
Jesús, el reino ha empezado a germinar. ¿Dónde está el busilis? En que:
a) Hay que estar muy
atentos para descubrirlo
b) No se le ve con los
ojos físicos, sino con los ojos de la fe.
Uno
mira -por ejemplo- a Su Real Majestad, y ¿qué vemos? ¡A Jesús crucificado! ¡Un
coagulo de sangre! Y -pobres los ojos- que no logran descubrir al Resucitado.
¿Será
que Dios se goza en nuestra confusión? Si lo viéramos Glorioso, ¡seguramente
nos iríamos a la cama a dormir tan tranquilos! Si de Jesús nos pusiéramos con
jolgorio a contemplar su Victoria, Él nos estaría quitando la oportunidad de
descubrir que nuestras pobres manos son las Manos de Cristo, que nuestra carne
y nuestra sangre, tiene un propósito, la cristificación. ¡No la trasfiguración
en estatua de bulto! ¡No la inclusión en el canon!
¿Cómo
se canta, cómo se grita, cómo se vitorea, cómo se aclama? ¿Para qué nos ha
revelado el Señor su Justicia? ¿Cómo un gesto de vanidad Divina?
Jn
14, 7-14
¡Atención
que el Evangelio de San Juan nos va a hablar sobre cristificación! “el que cree
en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. Nos va a
descubrir que un proceso de fe no consiste en el planteamiento y requerimiento
de un mar de peticiones personales, indudablemente muy nobles y urgentes; sino
en pedirte que nos hagas glorificadores de Tu Padre. Harás -sin duda- todo loq
eu haga falta para que lleguemos a ser Glorificadores del Padre.
Regresemos
al principio de la perícopa, porque según parece hay alguna condición para
poder hacer las mismas y aún mayores obras… “Si me conocieran a mí…” ¡Ahhhh!
¡Ya caigo! ¿tengo que conocerte a Ti! ¿te conozco o repito oraciones? ¿Te
conozco o me he vuelto ritualista? ¿Me he vuelto como esos personajes del
evangelio que tu tanto desdeñabas porque sólo alargaban las filacterias? ¿Te
conozco, te busco, leo tu Santa palabra? ¿Me intereso por procurar entenderte?
¿Me esfuerzo por saber qué esperas de mí?
De
alguna poderosa manera siento que me estás hablando. Que me estás retando. Que
me planteas un desafío. Siento que tu imagen de Crucificado me plantea un cara
a cara… Me parece que estás cuestionando mis rutinas contigo. Siento que me
cuestionas hondamente en lo concerniente a nuestra amistad.
“Lo
que pidan en mi Nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo”. ¿Cómo se canta, cómo se grita, cómo se vitorea, cómo se aclama? ¿Cómo se
te glorifica? ¿Qué puedo hacer para que sea verdad mi discipulado? ¿Qué hay en
estas pobres, débiles y muy frágiles manos que viabilicen que -inclusive- en
los confines de la tierra, se contemple la Salvación de nuestro Dios?
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