sábado, 6 de mayo de 2023

Sábado de la Cuarta Semana de Pascua



Hch 13, 44-52

En la cultura judía hay una categoría definitoria y definitiva, es la “primogenitura”. Ella codifica y establece un privilegio, un rango especial, es un carisma, Dios habla a la realidad a través del hecho de que le envíe como primer hijo a este ser, ese que nació primero, es príncipe, valga decir: “primero y cabeza”.

 

Una cosa indudable para este pueblo es que ellos -como comunidad- habían heredado en el corazón de Dios esta primogenitura, las promesas que habían anunciado todos los Patriarcas y los Profetas, estaban destinadas para ellos. Sin embargo, hay quienes rechazan esta primogenitura, hay quienes la trasfieren, también están los que comercian con ella, como el caso de Israel, que se la compró a Esaú, por el precio de un plato de lentejas. En tal caso, Esaú era el legítimo heredero, y Jacob, un avispado que se aprovechó del hambre de su hermano. (Recordemos que el nombre Esaú alude a que era muy velludo, lo que será pieza clave cuando Isaac -in extremis- vaya a transferir el Mando a su hijo primogénito y Jacob, se valga de un ardite, complotado junto con su madre, para engañar al papá cuya vista no le ayudaba ya a discernir cuál era cual).

 

Ellos Bernabé y Pablo (“Hijo de profecía” y “pequeño”), se sentían inclinados a ir ante todo a los judíos, inclusive, para ellos, este pueblo era el destinatario exclusivo del Mensaje divino. Pero, como ellos no aceptaron la invitación, rechazando el kerigma presentado, en estricta observancia de lo que Dios les dijo, cambiaron de destinatarios; empezaron a dirigirse a los “gentiles”. Ellos se sabían puestos por Dios como Κήρυξ [kerix] “heraldo”, “luz de los gentiles, para llevar la salvación hasta el confín de la tierra”.

 

Todos los gentiles que oyeron esto reaccionaron positivamente y se alegraron y se hicieron “cristianos”.  ¡No!, la propia perícopa nos informa que sólo “los que estaban destinados a la vida eterna”, alababan la Palabra de Dios y creyeron.

 

Este es un “nuevo punto de partida” que dio inicio a una oleada de conversión en aquella región. Los judíos, aquellos que rechazaban el llamado y se sentían amenazados por esta fe, buscaron aliados para desatar la persecución. ¿Quiénes se prestaron a entremezclar la cizaña con aquella predica tan buena? La “señoras encopetadas” y “los principales de la ciudad”. Estos azuzadores lograron su cometido, hicieron desterrar a Pablo y Bernabé, quienes tuvieron que partir hacia Iconio (en anatolia Central).

 

La obra había quedado cumplida, la semilla del kerigma había quedado plantada en Antioquía de Pisidia, en el centro occidente de Turquía.

 

Sal 98(97), 1bcde. 2-3ab. 3cd-4.

Proclamo la victoria con los labios y lucho con las manos para que venga.

Carlos G Vallés. S.J.

Es otro salmo del reino. El Reino ya está aquí entre nosotros. Con la venida de Jesús, el reino ha empezado a germinar. ¿Dónde está el busilis? En que:

a)    Hay que estar muy atentos para descubrirlo

b)    No se le ve con los ojos físicos, sino con los ojos de la fe.

Uno mira -por ejemplo- a Su Real Majestad, y ¿qué vemos? ¡A Jesús crucificado! ¡Un coagulo de sangre! Y -pobres los ojos- que no logran descubrir al Resucitado.

 

¿Será que Dios se goza en nuestra confusión? Si lo viéramos Glorioso, ¡seguramente nos iríamos a la cama a dormir tan tranquilos! Si de Jesús nos pusiéramos con jolgorio a contemplar su Victoria, Él nos estaría quitando la oportunidad de descubrir que nuestras pobres manos son las Manos de Cristo, que nuestra carne y nuestra sangre, tiene un propósito, la cristificación. ¡No la trasfiguración en estatua de bulto! ¡No la inclusión en el canon!

 

¿Cómo se canta, cómo se grita, cómo se vitorea, cómo se aclama? ¿Para qué nos ha revelado el Señor su Justicia? ¿Cómo un gesto de vanidad Divina?

 

Jn 14, 7-14



¡Atención que el Evangelio de San Juan nos va a hablar sobre cristificación! “el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. Nos va a descubrir que un proceso de fe no consiste en el planteamiento y requerimiento de un mar de peticiones personales, indudablemente muy nobles y urgentes; sino en pedirte que nos hagas glorificadores de Tu Padre. Harás -sin duda- todo loq eu haga falta para que lleguemos a ser Glorificadores del Padre.

 

Regresemos al principio de la perícopa, porque según parece hay alguna condición para poder hacer las mismas y aún mayores obras… “Si me conocieran a mí…” ¡Ahhhh! ¡Ya caigo! ¿tengo que conocerte a Ti! ¿te conozco o repito oraciones? ¿Te conozco o me he vuelto ritualista? ¿Me he vuelto como esos personajes del evangelio que tu tanto desdeñabas porque sólo alargaban las filacterias? ¿Te conozco, te busco, leo tu Santa palabra? ¿Me intereso por procurar entenderte? ¿Me esfuerzo por saber qué esperas de mí?

 

De alguna poderosa manera siento que me estás hablando. Que me estás retando. Que me planteas un desafío. Siento que tu imagen de Crucificado me plantea un cara a cara… Me parece que estás cuestionando mis rutinas contigo. Siento que me cuestionas hondamente en lo concerniente a nuestra amistad.

 

“Lo que pidan en mi Nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. ¿Cómo se canta, cómo se grita, cómo se vitorea, cómo se aclama? ¿Cómo se te glorifica? ¿Qué puedo hacer para que sea verdad mi discipulado? ¿Qué hay en estas pobres, débiles y muy frágiles manos que viabilicen que -inclusive- en los confines de la tierra, se contemple la Salvación de nuestro Dios?

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