Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3. 6-7. 8-9; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20
Al conocer lo que Dios nos ha dado, encontraremos muchísimas cosas por
las que dar gracias continuamente.
San Bernardo de Claraval
… ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá
como le habéis visto marcharse
Hech. 1, 11
El
tema es el bautismo, sacramento de iniciación, indispensable para poder actuar legalmente
dentro de la Iglesia. Dios en la Persona de su Hijo entra con victoria
definitiva y queda entronizado por toda la Eternidad a la derecha de Dios-Padre.
A Él se entrega el Sitial que ha recibido desde Siempre, su entronización en el
tiempo es sólo una simbología, o mejor aún, una metáfora para nuestro
entendimiento, de lo que le pertenece por siempre y desde siempre. Desde esta
clave podemos leer Efesios 1, 19c-23: "conforme
a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de
entre los muertos y sentándole a su Diestra en los Cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo
en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las
cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la
Plenitud del que lo llena todo en todo." El salmo que leemos en esta fecha
nos deja ver la oportunidad que tenemos –litúrgicamente hablando- de reconocer
y cantar la Victoria de Jesús a Quien Dios-Padre ha levantado de la muerte,
entrando así –por Única Vez al Sancta-Sanctorum, (Kodesh haKodashim): "Pues no penetró Cristo en un
santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en
el mismo Cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor
nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo como el Sumo
Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena. Para ello habría
tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino que se ha
manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción
del pecado mediante su sacrificio." (Hb 9, 24-26). Esta Victoria es la que se aclama en el Salmo,
que nos habla –tácitamente- de su Regreso, pero a la vez, nos confirma en la
heredad que Él nos comunica, de estar también por su Misericordia, invitados
para que ascendamos –también nosotros- a su Gloria, que en la Carta a los
Hebreos se llama Santuario. En esa misma perícopa se hace mención de su “Última
Venida” que allí se llama “La segunda vez” (Hb 9, 28d). Es esta, pues, una
fecha de jolgorio, de dicha, para cantar y hacer resonar la trompeta para
Jesús-Victorioso, es día de Aclamación, “La Ascensión de Cristo es nuestra
garantía que un día estaremos a su lado, en el Cielo, para alabar la Gloria de
Dios Nuestro Padre.”
En su obra sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribió: «… una interpretación tomada de las homilías de Adviento de San Bernardo de Claraval, en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: “Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (adventus medius)… En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad, en esta segunda en espíritu y poder; y, en la última, en Gloria y majestad. (In adventus Domini, serm. III, 4. V,1:PL 183, 45ª.5050C.D.). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan 14, 23: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Se habla explícitamente de una “venida” del Padre y del Hijo… En ella… el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente el Adventus Medius, la llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana… Las modalidades de esta “venida intermedia” son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida mediante palabras o acontecimientos. Pero hay también modalidades de dicha venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras –Francisco y Domingo- entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo parecido podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier,… Su misterio, su figura, aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su fuerza, que transforma a los hombres y plasma la historia.»[1]
Benedicto
XVI supo expresar está nueva forma de estar de Jesús con nosotros. Lo podríamos
platear así: Jesús ilustra y aclara sus enseñanzas en el corazón y la mente de
sus discípulos. Establece como un
período de “digestión” de su Mensaje. De eso se tratan esos cuarenta días desde
su muerte hasta su Ascensión. Entonces, como nuestro paso por la Universidad no
es un matricularse para quedarse en ella toda la vida. Se trata de tener una
etapa formativa, que debe concluir en algún momento; y dicen los expertos que
el período definido y establecido en aquella cultura como tiempo formativo era
precisamente ese: ¡cuarenta días! Pero ahora, no se trata como de un “dejar
librados a su destino” a sus discípulos. Irse significa haber acabado su
“iniciación” –por decirlo de alguna forma- pero Jesús no los abandona. Viene
ahora otra forma de Presencia, no la directa del Jesús-Resucitado, sino otra
forma de presencia, más espiritual, como su nombre así lo indica: El Espíritu
Santo. Hemos dicho, el que nos enseña y nos repasa todo cuanto Jesús nos enseñó.
Si
queremos continuar la analogía con la vida académica en la Universidad diríamos
–tal vez- que acabados los cursos presenciales en la “aulas”, sobreviene un
tiempo de “prácticas”, cuando se sigue aprendiendo, pero en el ejercicio de lo
recibido en las aulas, y en cuanto más se aplica y se usa el conocimiento,
mejor se entiende y mejores “profesionales” nos volvemos. ¿Significa que la
presencia del “Alma Mater” en el ex-alumno ha terminado? ¡Todos cuantos viven
este paso de la fase formativa a la fase profesional saben que no! Se recuerda
con cariño la etapa universitaria, y, en la práctica, regresan a la memoria las
explicaciones de los docentes, los ejemplos más clarificadores, se retoman, a
veces, los apuntes tomados en clase para aclarar alguna duda, para ver con
mayor exactitud cómo es que se resuelve “esto”. Algunos de esos recuerdos de la
vida académica permanecen siempre vivos en la memoria. Hay “lecciones” vistas y
aprendidas que se tornan “herramientas” del día a día profesional. ¡lo
adquirido en al alma mater permanece!
Cuando
Jesús vuelve al Padre no significa que toma un vuelo y se va a vivir en un país
extranjero y rompe toda comunicación y se “separa” definitivamente. No, quizás
podemos entender mejor si decimos que su amistad es de “chat” diario, de video-cotidiana;
de esos amigos que la distancia no puede nada, que al “partir” están más
presentes que nunca; y, todos sabemos que Jesús es el epítome de la Amistad.
Pues ahí está, ha pasado al Padre, o sea, está siempre a nuestro lado de una forma
nueva, nueva quiere decir, como antes pero más pleno. Por eso Él mismo nos
decía que nos convenía que Él se fuera para enviarnos el Espíritu Santo.
Entonces,
¿el Espíritu Santo es simplemente la espiritualización de Jesús? No, ¡esa sería
teología equivocada! El Espíritu Santo es “Otra Persona” de la Santísima
Trinidad, es la Personificación del Amor del Padre por el Hijo y viceversa,
recíprocamente amados. ¿Cómo decirlo? Aceptemos una figura literaria, digamos,
AMANDOSE A BORBOTONES. Como será ese derroche de Amor que nos alcanza a todos y
alcanza para todos. Porque el Amor, mientras más se parte y se comparte, más
rinde y más alcanza, hasta que sea “todo en todos”.
Habla
la Sagrada Escritura de un “subir”, de un “mirar para arriba” ¿cómo se puede
entender esto? Entonces, ¿Jesús si subió? La palabra misma ascensión indica
“para arriba”. Pero, como lo hemos conversado tantas veces, “arriba” como
cuando decimos que una persona puesta en la jefatura está “arriba”, aun cuando
está al mismo nivel y en el mismo piso. Vieja costumbre de poner las figuras de
autoridad encima de tarimas, de “púlpitos”, etc. Vieja figura espacial que
concebía a la Divinidad en lo “Alto”, viviendo en la cúspide de una Montaña. La
idea nos ha penetrado profundísimamente. Por ejemplo, los Asirios y los
Babilonios hablaban del Altísimo, y, nosotros adoptamos el “giro idiomático” y
lo decimos sin ambages. En nuestro Amor por Dios, YHWH está en lo Más Alto, y
nada hay Más Alto que el lugar de amor que tenemos para nuestro Dios. No es un
“alto” o un “arriba” espacial, eso es lo que hay que enfatizar. Y hoy en día,
en la era de los viajes espaciales, lo entendemos supremamente bien; nadie
trataría de acercarse a Dios con un viaje en cohete como pretendieron los
constructores del Zigurat que se relata en Génesis como “torre de Babel”, ellos
podían querer acercarse a Dios “subiendo” con una edificación, otros trataban
ascendiendo a una montaña, el astronauta se desinfló, porque en su vuelo
espacial, no vio a Dios.
Jesús
ascendió al “lugar” que le permite estar siempre Presente;
insistimos que no “ascendió” hacia lo alto, sino –retomemos una vez más la
forma de decirlo de Benedicto XVI- «Puesto que Jesús está junto al Padre, no
está lejos, sino cerca de nosotros»[2]
Hay
otro aspecto que no nos podemos cansar de resaltar: Jesús en Persona, sigue a
nuestro lado; de manera muy especial en su Presencia Eucarística, se hace
Presente durante la celebración en la Persona del Sacerdote quien preside en
Persona Christi, en el Altar, en la Palabra, en el Vino y el Pan, y en cada uno
de los allí presentes, de los fieles con-celebrantes. Pero, Además, como
leíamos arriba cuando recogíamos la cita de San Bernardo de Claraval, se hace
presente a través de ciertas personas que Él nos envía y que son hitos de la
Vida Eclesial, de la economía salvífica. Jesús no cesa de hacerse presente en
puntos “álgidos” de la historia por medio de personas de carne y hueso, que no
están allí para ser endiosadas (como pretendieron hacer en Listra con Pablo y
Bernabé), no son Jesuses, son “personas históricas” que Dios designa para
dinamizar la continuidad de su Iglesia, para re-direccionarla, para ratificar
que está con nosotros hasta al final de los “tiempos”, para hacerla Santa a
pesar de su fragilidad como institución de humanos entre humanos, tan humanos,
tan frágiles.
No
pueden cambiar la Iglesia a su arbitrio, no nos son enviados para, como niños
caprichosos o mal criados, ponerla patas-arriba. Tampoco los dona Nuestro
Señor, para que hagan una encuesta de opinión a ver qué es lo que la gente
quiere que sea la Iglesia e implementarla dándole gusto a todos. En la economía
salvífica es el Plan de Dios lo que prima, es la Voluntad Divina lo que rige.
No es una entidad demagógica para que se haga según las modas y las ideologías
al uso. La Iglesia y el Proyecto de Salvación no son ni conservadoras ni
revolucionarias; son ambas cosas, pero según la Partitura que ha escrito el
Divino Compositor. Ninguno de nosotros quiere tocar en otra orquesta diferente
a la que siempre ha querido tocar la Partitura Divina, aun cuando todos se
vayan porque no les gusta su Melodía. La Iglesia toca para complacer al Señor y
no para satisfacer los vaivenes de los gustos y pretensiones de una u otra
generación. En ese sentido la Iglesia cambiará lento o rápido y sólo en la
dirección que Dios quiere. Eso disgusta a todo el que está imbuido de la
cultura mediática de la “opinión” que considera que todo debe hacerse según los
resultados de las encuestas: ¿cuál jabón se prefiere?, ¿qué marca de
auto? ¿Cuáles son las zapatillas de moda? ¿Cuáles espaguetis son los más
vendidos? Entonces, ¡a comer de esos espaguetis, se dijo! Este es un tema
comercial, es el “árbol” del mercado y la mercadotecnia; de la cultura
consumista y la manipulación de los gustos, las opiniones y las
ofertas-demandas.
Pero,
empeñémonos en entender; hay Un Árbol, que era el Único Árbol del Jardín del
que no debíamos comer: El árbol del Bien y del Mal. Sólo a Dios toca su
cuidado, su manipulación, su poda, su abono. Es el árbol de los valores
imperecederos, como su nombre lo señala, es el árbol del discernimiento de lo
que es Bueno y de lo que es inhumano porque es anti-humano y anti-divino. Los
enemigos dirán que es el monopolio de los valores por parte de la Iglesia;
nosotros decimos que es la Voluntad de Dios la única “autorizada” y la fe, ese
don maravilloso y sobrenatural, es el que nos permite aceptarlo sin forcejear,
con agrado, con verdadero placer, con sincera obediencia porque al ser la
Voluntad de Dios, es la Voluntad del Padre y ¿qué Padre le dará a su hijo una
serpiente cuando su hijo le pide un pez, o una piedra cuando le pide un pan?
(Cfr. Lc 11, 11) Puede que si –porque entre los humanos todo se puede esperar,
el Malo hace parrandas y orgias en el corazón de algunos- pero de manos del
Padre Eterno, jamás; de sus Misericordiosas Manos sólo recibiremos Bondad. Sea
nuestra oración, usando categorías de la cultura consumista: ¡Señor, estamos
felices de vivir sujetos al monopolio de tus Valores, los queremos, los
aceptamos, y no otros! Sólo si comprendemos esto, estaremos en condiciones de dejar
de mirar al Cielo, ahí, plantados.
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