Jer 33, 14-16; Sal 25(24),
4bc-5ab. 8-9. 10. 14; 1 Tes 3, 12- 4,2; Lc 21, 25-28. 34-36
La vida cristiana es
un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las
tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque
nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.
Papa Francisco
Gaudete et exsultate
#158
A la sobriedad lúcida
y atenta hay que añadir la vigilancia y la oración.
Silvano Fausti
Hemos
venido ocupados e interesados en consideraciones escatológicas. Ahora, que iniciamos
el Año Nuevo Litúrgico del ciclo C, pues, uno pensaría que dejamos atrás estas
ideas y daremos el salto para entrar a acompañar los preparativos de San José y
la Virgen Santísima para el nacimiento de Jesús, o –tal vez- a examinar el
episodio de la Anunciación. Pero no es así, Nos admiramos que se inicia el Año
en franca y abierta continuidad con el tema escatológico; y, nos admiramos de
la sabiduría de nuestra Santa Madre Iglesia que da continuidad a esa reflexión mostrándonos
con claridad cómo vamos a atestiguar la verdad, ¿recuerdan? ahí habíamos quedado
el Domingo anterior, el último de ese Año Litúrgico del ciclo B, estábamos contemplando
de qué manera reina Jesús y alcanzamos a vislumbrar que ese Reinado se da a
través del compromiso de cada uno con una vida de santidad, no se trataba de
tronos, cetros, coronas y capa de armiño, su Reinado resplandece con nuestras
vidas.
«No
se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos
engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se
reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones
(cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás).
Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal.
Jesús mismo festeja nuestras victorias. Se alegraba cuando sus discípulos
lograban avanzar en el anuncio del Evangelio, superando la oposición del
Maligno, y celebraba: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc
10,18).»[1]
«La
Palabra de Dios nos invita claramente a “afrontar las asechanzas del diablo” (Ef 6,11)
y a detener “las flechas incendiarias del maligno” (Ef 6,16). No
son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una
lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la
mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da:
la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la
celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación
sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. Si
nos descuidamos nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque,
como decía el santo cura Brochero, “¿qué importa que Lucifer os prometa liberar
y aun os arroje al seno de todos sus bienes, si son bienes engañosos, si son
bienes envenenados?”»[2].
Ingresemos
por la puerta lateral, por el Salmo: La Fiesta de Succot (de las “tiendas de
acampar”) muy probablemente tenía un espacio
penitencial que requirió la composición de Salmos que se le adecuaran y que
se han dado en llamar Salmos de Súplica; estos salmos son los más abundantes en
el salterio y hemos llegado a contar hasta 33 de ellos en los 150 totales. La
idea que conduce todo el Salmo es la del Caminante-Peregrino; Dios sería Luz y
Maestro del viandante, y se complace en וִֽילַמֵּ֖ד enseñarle
el camino al עֲנָוִ֣ים anawin (el
pobre). Hay dos ideas que le sirven de riel a esta súplica: La fidelidad a la
Alianza, y el ruego de perdón por la infidelidad que el pueblo de Israel ha
mostrado de cara a esa misma Alianza. Por otra parte, este Salmo 25(24) está
escrito acrósticamente, de tal manera que cada estrofa, respetando el orden del
alfabeto hebreo, inicia con la letra correspondiente: Para la perícopa de este
Primer domingo de Adviento del Ciclo C se han elegido Alef; Dalét, He; Tet,
Yod; Kaf, Sámek. Este estilo acróstico quiere significar que abarca la
existencia humana en su totalidad. En el meollo mismo del Salmo aparece la
palabra Berit (Alianza) entre Dios y este pueblo, se manifiesta con el gesto de
aliarse, de parte de Dios revelándole sus secretos más íntimos, como sucede
entre grandes amigos; mostrándole hasta sus “sendas” que, al ser las sendas de
Dios son sendas de חֶ֣סֶד [hesed] Misericordia
y וֶאֱמֶ֑ת
[wemed] lealtad.
«En
este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el
crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta
por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con
ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de
derrota, porque «el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la
batalla y entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz,
pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una
ternura combativa ante los embates del mal»[3]
Enfoquémonos,
así sea por un instante en la Primera Lectura, la profecía de Jeremías lo que
anuncia es la llegada de un צֶ֣מַח צְדָקָ֑ה [sedaqah semah] Vástago Justiciero constructor de Justicia
y Rectitud. Nosotros leemos allí el vaticinio del Mesías, y así, con esta
lectura del profeta Jeremías abrimos la estación de Adviento.
Ya sabiendo que este Mesías había sido profetizado desde antiguo, vayamos directamente a escuchar lo que Él enseñó a sus discípulos: Les hablo de los signos escatológicos. ¡Ah! Sí, ya lo habíamos advertido arriba, cuando hablamos de una continuidad escatológica. Son signos cosmogónicos que pueden enloquecer de terror a muchos, pero no a los que siguen los caminos de Justicia y Rectitud; estos –por el contrario- deben erguirse y alzar la cabeza, ¡óigase bien! “se acerca vuestra liberación”. El profeta había anunciado la Llegada (advenæ en latín) del Mesías –Primera Venida- el Mesías ahora está prediciendo su Segunda Venida, la Parusía, llegada del Hijo del hombre en una nube, con gran poder y gloria.
Vayamos concisamente al núcleo de esta profecía escatológica: tendremos que estar con la cabeza en alto, libres de vicios, de beodez y de los apuros de la vida; aquí tenemos que encender el parlante a todo volumen porque llegamos a las dos palabras cúspides de este Primer Domingo de Adviento que en el Evangelio -según San Lucas- entrega dos recomendaciones: ἀγρυπνεῖτε “Estad despiertos”, y, todavía hay algo más de vital importancia: δεόμενοι “orad” y este par de recomendaciones, muy articuladas entre sí, tienen un objetivo muy específico: “mantenerse en pie ante el Hijo del hombre”; sólo mediante estos dos recursos podremos mantenernos fortalecidos en su Presencia, no de otra manera podrá resistirse toda la Fuerza de su Gloria y su Poder.
Precisamos regresar ahora a la Segunda Lectura, esta vez tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses. Mantenerse en pie delante de la Presencia gloriosa y poderosa de Jesús al regresar como Vástago de Rectitud a obrar Justicia y Rectitud, requiere que nosotros sepamos cumplir todas las instrucciones que los discípulos y en especial los apóstoles nos trasmitieron –no lo decimos nosotros- lo dice San Pablo en este texto de la Liturgia de hoy:
1. Pedirle a Dios para ser capaces de amarnos fraternalmente: «El Apóstol resalta el aspecto dinámico del amor y afirma que este debe desarrollarse más y más en la existencia cristiana: “Dejad que el Señor haga progresar siempre más vuestra caridad” (Cf. 1Ts 3, 12-13; 4, 9-11)»[4]
2. Presentarnos “santos” e “irreprensibles” ante Él
3. Proceder tal y como nos lo enseña nuestra fe y no de otra manera
Esta tensión y esfuerzo vigilante de “santidad” y
coherencia de vida es lo que Henrique Cristiano denomina “tensión escatológica”,
que de alguna manera se puede visualizar como profecía con hechos de vida y que
se podría definir como “compromiso radical con la causa del Reino: «… quien
entrega la propia vida a Cristo y vive con intensidad el deseo de encontrarse
con Él y de permanecer definitivamente en Él anticipa con su propia existencia
la realidad futura»[5]
«El discernimiento no solo es necesario en
momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando
hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir
mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los
tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del
Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega
en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra
en lo simple y en lo cotidiano.* Se trata de no tener límites para lo grande,
para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en
la entrega de hoy»[6]
[1] Santo
Padre Francisco. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE Ed. Paulinas.
Bogotá D.C.-Colombia 2018 pp. 103-104
[2] S.
José Gabriel del Rosario Brochero, PLÁTICA DE LAS BANDERAS, en Conferencia
Episcopal Argentina, El Cura Brochero. Cartas y sermones, Buenos Aires 1999,
71. Citado por Papa Francisco en Op.Cit. # 162
[3]
Santo Padre Francisco Op. Cit #163 pp. 106-107
[4]
José Matos, Henrique Cristiano LA VIDA CONSAGRADA A LA LUZ DE LA ESPIRITUALIDAD
PAULINA Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 2000 p. 61
[5]
Ibid p. 43
[6] Santo
Padre Francisco Op. Cit. # 169 p. 110.
*En
la tumba de san Ignacio de Loyola se encuentra este sabio
epitafio: «Non coerceri a maximo,
contineri tamen a minimo divinum est» (Es divino no asustarse por las cosas
grandes y a la vez estar atento a lo más pequeño).
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