Ba 5, 1-9; Sal
125,1-2ab.2cd-3.4-5.6; Flp 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6
"…en medio de ustedes hay uno a quien ustedes no
conocen, y aunque viene detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de
su sandalia."
Jn 1, 26c-27
Hay unas líneas de continuidad sobre las que queremos llamar la atención. La Primera Lectura en el Domingo Primero de Adviento -de este ciclo C- la leímos del Profeta Jeremías, en este Segundo Domingo la tomamos del profeta Baruc, que era el amanuense de Jeremías, de hecho, todo parece indicar que siempre fue Baruc el encargado de las transcripciones del profeta Jeremías. En la Primera Lectura nos encontramos con la siguiente afirmación: “Dios ha ordenado que se aplanen los altos montes y se abajen las colinas encumbradas, que las cañadas se rellenen y la tierra quede plana, para que Israel pase por ellos tranquilamente, guiado por la gloria de Dios.” (Ba 5, 7)
Esta temática de Baruc está también
presente en el Evangelio de San Lucas, en la perícopa de este Segundo Domingo
de Adviento:
1.
Preparar los caminos del Señor
2.
Allanar sus senderos
3.
Elevar los valles y rebajar los montes y colinas
4.
Que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Otra vez, como en el Salmo del Domingo
anterior está presente el lenguaje parabólico que sugiere que se está hablando
de un “Camino”. ¿Se trata de una obra de Ingeniería Civil, preparamos la
maquinaria pesada: las demoledoras de pavimento, las volquetas, las
excavadoras, las aplanadoras, las pavimentadoras de asfalto, y demás? Ya en
Génesis 18, 19 se hablan de los דֶּ֣רֶךְ Caminos del
Señor y muchos traductores no han vacilado en poner allí -en cambio- “mis
enseñanzas”: dice “… para que ordene a sus hijos y a los de su raza después de
él, que guarden el camino de YHWH y sigan la justicia y haciendo
el bien…”. En Hch. 22, 4 Pablo, cuando todavía era Saulo, se refiere al
seguimiento de Jesús denominándolo Camino,
dice: “Yo perseguí a muerte a los que seguían este Nuevo Camino,
encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres”. Así, entonces, no se
trata de una obra de caminos sino de una fe, la de Cristo. Si retomamos la cita
del Génesis, encontramos dos elementos que definen y delimitan el Camino de YHWH: la Justicia y la Práctica
del bien.
Para comprender esta categoría
religiosa denominada Camino, regresemos el primer Domingo de Adviento: Se habló
de “nada de beodez”, en cambio
“sobriedad”, fidelidad”, “Misericordia”, “lealtad”, la “Justicia” y la
“Rectitud”, “Poder” y “Gloria”, enfrentando con tranquilidad los “apremios de
la vida”, estar “despiertos” y “orantes”, profesarnos un acérrimo “amor
fraterno”, y vivir “santos e irreprensibles”; finalmente, aplicar el “discernimiento”. Todo esto se engloba en
la categoría genérica “estar despierto”, “estar vigilante”. Desde este punto se
da paso al augurio de Baruc, que se nos entrega hoy: “Dios guiará a Israel con alegría a la Luz de su Gloria con su
Justicia y su Misericordia.”
Pero este “dar paso”, requiere de una misión especial, cuando se va a ejecutar una obra en la
“carretera” se tiene que comisionar a alguien que vaya por delante previniendo a los usuarios del
camino que se están adelantando estas operaciones de reconstrucción, ampliación y/o pavimentación.
El que corre adelante –desempeñando esta importantísima tarea- se denomina “precursor” palabra que
viene del latín y significa precisamente “el que corre adelante anticipando lo que va a suceder”. Lo hace
gritando a todo pulmón, lo hace a viva voz, a voz en cuello. El precursor, en el Evangelio, dice de sí
mismo “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos (Ya el salmo
del Domingo anterior se refería a las sendas de YHWH). Lo que quiere el Precursor es que lleguemos a
ver la Salvación de Dios (Lc 3, 6): καὶ ὄψεται πᾶσα σὰρξ τὸ σωτήριον τοῦ Θεοῦ. El verbo aquí es
ὁράω, el verbo ver, que puede ser un ver espiritual, o sea, un discernir Δοκιμάστε. Este ver no se
queda en discernimiento, se ha de llevar al testimonio, a vivir en conformidad y concordancia. ¿Cómo
testimonia San Juan Bautista su anuncio? De hecho, ya el propio contexto del Bautista es testimonio
de vida “consagrada”, de “fidelidad”: Él vive en el desierto, «Juan habita en el desierto para indicar que
el estado continuo de vida del hombre es el del éxodo: debe salir constantemente de toda esclavitud y
caminar hacia la promesa de Dios, sin ninguna garantía fuera de su fidelidad.»[1] Su dieta es otro
elemento de su testimonio -por su pobreza y frugalidad- consistía –según nos informa San Mateo- en
saltamontes y miel silvestre; aún más, ¿cómo era su vestimenta? sólo se cubría con una piel (Mt 3, 4).
«Juan es el prototipo del hombre de Dios… Es la persona dispuesta a acoger al Señor que viene… en
él vemos la característica fundamental de toda la historia de Israel: la espera. Es el fruto de una fe
absoluta en la promesa y es la condición indispensable para su cumplimiento. Dios tardó tanto para
cumplir su promesa porque esperaba ser “esperado” por alguien. Si no es esperado no puede venir; y,
si viene, es como si no hubiera venido.»[2] Dios escogió al pueblo de Israel, no por ninguna otra
característica especial, sino porque era un pueblo que Lo esperaba. Y Juan el Bautista tiene esa
misión de Precursor: introducirlo (esta palabra etimológicamente hablando significa guiar hacia
adentro, adentrarlo). Esa misión ¿ya se superó? ¡No! Todavía hay muchos que necesitan que se les
presente al Salvador, al Ungido, al Hijo Único.
Aquí, en la línea de las continuidades, nos encontramos con la espera, la fe absoluta en la promesa
de que el Señor adviene; «Juan vivió en el desierto desde niño. Probablemente en el monasterio de
Qumrán con los cenobitas del desierto de Judea,… Su predicación es la del profeta escatológico que
ve cercana ya la conflagración final. El fin se acerca y hay que venir al arrepentimiento. Todo en su
persona habla de penitencia y austeridad.»[3]
Miremos atentamente la perícopa de San Lucas y tratemos de contestar ¿cuál es la esencia de la
actividad del Bautista? Sentimos que lo sustantivo en él es que predicaba “un bautismo de μετανοίας
[metanoias], conversión para el perdón de los pecados…”, y ¿por qué se pone en este brete? ¿De
dónde saca esa iniciativa? Observemos que este versículo está enmarcado por dos versos que le
preceden donde se contextualiza históricamente el “cuándo”, y después de él, hay tres versos que se
ocupan de citar al profeta Isaías (que conecta, también- esta perícopa lucana con la profecía de Baruc,
como decíamos al principio), se trata de su capítulo 40. Y, en verdad, no podemos conformarnos con
leer el Evangelio sin ir a Isaías y revisar la “raíz” de esa cita: El primer envío que hace esa profecía es
de נַחֲמ֥וּ “consuelo”, pero ese [najamu] consuelo, conlleva arrepentimiento, conciencia de la necesidad
de cambio, pesar y piedad. No es el consuelo simplón del “dulce” para que se distraiga chupándolo y
refocilándose en la dulzura; ¡no!, se trata de consolarse por medio de un cambio rotundo, cambiar para
ser “hombres nuevos”, se trata de “escuchar” a Dios, de hacer su Voluntad. La primera estrofa del
capítulo 40 de Isaías consuela afirmando que el castigo termina porque ya fue suficiente. Qué es lo que
proclama la Voz que grita en el desierto, que, lo que dice la profecía se cumplirá porque fue Dios quien
habló y Dios es Dios-Fiel. Y esa fidelidad se afirma comparando con la hierba que se marchita, pero no
así la Palabra de Dios que es permanente.
La profecía en el verso 10 anuncia explícitamente la “Venida”, por eso esta es definitivamente una
profecía de Adviento, allí leemos: “Sí, aquí viene el Señor YHWH, el Fuerte, que se impone con Mano-
Poderosa, con Él viene su Salario y Lo preceden sus Trofeos.
Pero este aspecto consolador-positivo no termina en eso, va todavía más lejos, más allá.
En el Salmo 126(125) de este Domingo, salmo gradual, salmo de subida, del éxodo a Egipto, de retorno
del exilio de Babilonia, de peregrinación a Jerusalén, de ascenso a su Parusía, –continuando en esta
veta de consolación- se refiere a la hora oscura precedente, a la aflicción y dolor que cesó, que tuvo
su momento en tiempo pasado, pero, al ahora-venidero, es otra cosa; concluye vaticinando:
Al ir, iban llorando,
llevando la semilla,
al volver, vuelven cantando,
trayendo sus gavillas.
Dios-Poderoso viene como Pastor, que acaudilla la reunión de todo su rebaño, Pastor que congrega,
lleva a los Corderos en sus propios Brazos y toma cuidado de las Ovejas-paridas; dicho de otra
manera, se ocupa con especial esmero de los débiles, sin discriminarlos por la razón que lo
sean. Hoy nos queda fácil entender que, no se trata de algún tirano despótico que construye
su dictadura con mano asesina, sino un Tierno y Manso Servidor que gobierna Cuidando,
Protegiendo y Defendiendo.
"En
Cristo Dios nos eligió antes de que creara el mundo, para andar en el amor y
estar en su presencia santos y sin mancha."
Ef
1, 4
Entonces, ¿para qué se sube el “precursor a un alto cerro?, ¿qué es lo que gritará desde allí?
¡Conversión!. Podemos pasar a la Segunda Lectura, en esta ocasión tomada de la Carta a los
Filipenses. ¿Cómo han gritado los de Filipo desde lo alto de la montaña conminando a allanar los
senderos? ¡Colaborando en el servicio del Evangelio! Ahí lo tenemos, ¡esa es la misión-precursora!
Colaborar perseverantemente: “Estoy seguro de que Dios, que empezó a trabajar en ustedes,
seguirá perfeccionándolos hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1, 6). Más adelante en el verso 7 lo
reitera: “…todos ustedes que han tomado parte en mi apostolado…”, que se han comprometido con
el Evangelio.
Pero hay en esa labor apostólica un quid, que se tratará específicamente en los versos 9-11. Por eso
hemos venido insistiendo en el δοκιμάζω “discernimiento”. Observemos: En el verso 9 nos insiste en
una idea que ya se había mencionado en la Primera Carta a los Tesalonicenses, en la perícopa que
leímos el Domingo I de Adviento: “Que el amor crezca entre todos”. Ese crecimiento en el amor será
en este caso mediación epistemológica para crecer, saber y enseñarle a otros, compartirles el
ἐπιγνώσει “conocimiento” y el πάσῃ αἰσθήσει “buen juicio aplicado a todo”.
En el verso 11 nos dirá sobre el discernimiento que sepamos reconocer lo bueno y lo malo
διαφέροντα (más aún, no sólo lo bueno sino lo excelente en medio del desordenado revoltijo) en
cualquier situación. Este discernimiento tiene un propósito muy concreto: llegar a la Parusía sin
pecado (ἀπρόσκοποι), llenos de pureza (εἰλικρινεῖς, aquí resplandece el profundo significado de la
“honestidad”). Ya al el final del verso 11, se nos indica la meta de la vida cristiana, esa perfección que
Jesús nos pedía cuando nos proponía la perfección del Padre: δικαιοσύνης, que nos parece que se
traduce muy bien como “Santidad” valga decir, el “Veredicto” de aprobación proveniente de Dios.
«Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una
señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las
críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la
santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada
se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un
momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es
otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él
con cariño. Ese es otro paso»[4].
Los cristianos todos somos precursores de Jesucristo, llevando su anuncio y firmes en el compromiso
de proclamar su Buena Nueva, gritando desde los balcones y terrazas, desde las cimas y en las
montañas que Él es Nuestro Dios y Salvador. El sentido de nuestra existencia está en llegar a la
Santificación por ese Camino. Pero, tengamos en cuenta, San Juan Bautista allano, rellenó, desbrozó
el Camino, Jesús luego lo anda, y va delante, llevando la Bandera de los redimidos, nosotros, todos;
a nosotros se nos ha dado, la Buena Noticia de Adviento, que si nos afanamos un poco, tan sólo al
dar la vuelta al recodo del Camino, veremos a nuestro Adalid (en la jerga de los pastores, es el manso
cordero que guía el rebaño), el Mesías, en su cuna-pesebre, recostado en las pajitas.
«Así, bajo el impulso de la gracia divina, con muchos gestos vamos construyendo esa figura de
santidad que Dios quería, pero no como seres autosuficientes sino «como buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10).»[5] ¡Con la fuerza del Espíritu Santo!
[1]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo.
Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014. P. 81
[2] Ibid.
p. 80
[3]
Bravo, Ernesto. LA BIBLIA HOY. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C.-Colombia
1995 p. 233
[4]
Papa Francisco. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA GAUDETE ET EXSULTATE. Ed. Paulinas
Bogotá D. C.-Colombia 2018 pp. 13-14 #
16
[5]
Ibid, p.15 # 18a
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