¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ALEGRÍA EVANGELIZADORA!
Sof
3,14-18; Sal Is 12, 2-6; Filip 4, 4-7; Lc 3,10-18
Juan explica que él
no eleva el hombre a Dios. Sencillamente lo sumerge en su verdad, en el agua de
su limitación y de su muerte, en su condición como criatura, en espera de que
venga “el más fuerte”.
Faustino Salvi
La sociedad
tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy
difícil engendrar la alegría.
Papa Francisco
El
camino que estamos vocacionados a emprender, no se recorre con cara lánguida,
lo que ciertamente es un flojo servicio a la causa de la Evangelización. Por
cierto, que tampoco se avanza con una máscara que trae impresa la sonrisa;
muchas veces el ceño se nos fruncirá y habrá momentos en los cuales despunte un
rictus de dolor; pero, el rostro que le pertenece a este “ir al lado del Señor”
es, sin duda alguna, el rostro exultante. Tampoco estamos hablando de la
sonrisa tibia que solapa la tristeza interna, sino la risa franca del que
anuncia una mañana arrebolada. Cada vez, con mayor frecuencia, la palabra
latina Gaudium se ha hecho más común y usual en los documentos de la Iglesia. Este
Domingo –en su contexto preparatorio a la “esperada llegada”- se llama también,
de Gaudete.
El
profeta Sofonías designa a Dios con un título que nos parece curioso, curioso y
extraño, pero muy revelador: גִּבּ֣וֹר (So
3, 17) “Guerrero-Poderoso”,
esta designación es entendible desde la óptica, no del esbirro belicista que invade,
conquista y espolia, sino de la Fiera que sale en defensa de sus
cachorros, en la Sagrada Escritura se usa para referirse a Dios cuando sale en
defensa de su gente. En algunas traducciones dice simplemente “Poderoso”, se
regocijara estando sobre vosotros con Alegría, callará enamorado, te cubrirá
con su Canto. Otras versiones traducen como “Salvador-Poderoso”. En lengua
hebrea también se puede traducir por héroe, es decir, el-Héroe-que-te-salva. “Saltará
de gozo al verte –Oh Jerusalén- te refrendará su Amor, por Ti danzará con
alaridos de júbilo, como tú cuando celebras fiestas”.
El
profeta Sofonías es previo a Jeremías, desempeñó su función durante el reinado
de Josías de Judá, estamos hablando del siglo VII antes de Cristo, una de las
peores épocas de la estirpe Davídica. ¿Qué significa Sofonías? “YHWH atesora” o
“YHWH protege”. Sofonías anunciaba el Día de YHWH, momento de castigo, día
aciago para los responsables de la depravación social que los acosaba, causada
por príncipes, jueces, ministros y su corte de falsos profetas.
El
verso 17 inicia diciendo que YHWH está en
medio de ti ¿quién es este “ti”? se trata de la categoría Bíblica “Resto”,
los que sobrevivían, un “Remanente”, véase el verso 3, 13; ese pequeño resto,
Isaías lo parangona con los Anawin. A Sofonías se le conoce también como el
“Profeta de los Anawin”, ¿qué es lo que Dios preserva, oculta, esconde,
atesora? El pequeño resto, que dará
continuidad a la Historia de la Salvación. Qué se le propone a este “rebañito”?
Así como en Baruc, la propuesta era retirar el vestir de luto y en cambio,
vestirse con el Dorado de la Gloria de Dios, así la propuesta para los
sobrevivientes que se refugiaron en la fidelidad es revestirse de fiesta.
Oigámoslo:
¡Grita de Gozo Oh hija de Sion,
Y que se oigan tus aclamaciones,
Oh gente de Israel!
¡Regocíjate que tu corazón está de
fiesta,
Hija de Jerusalén!
Pues YHWH ha cambiado tu suerte,
ha alejado de ti a tus enemigos
no tendrás que temer desgracia alguna
pues en medio de ti está YHWH, Rey de Israel.
En
Sofonías 3, 17 es “Guerrero que salva”; aquí –también en Sofonías- en 3, 14-15
es “Rey de Israel”; en Isaías 12, 5-6 (que forma parte de la perícopa que
tomamos para este Domingo como Salmo Responsorial) "¡Cántenle a YHWH, pues hizo maravillas que ahora son
famosas en toda la tierra! ¡Grita de
contento y de alegría, oh Sion, porque grande es, en medio de ti, el Santo de Israel!", notemos que aquí el
profeta se refiere a Dios como ¡el Santo
de Israel! También aquí –en Isaías, se hace presente la expresión “en medio
de ti” ¿Qué se quiere decir cuando se habla de “en medio de ti” בְּקִרְבֵּ֖ך [be-qereb]? esta expresión qereb significa propiamente en “las entrañas”; se
podría entender como “en el corazón”, en “el núcleo más íntimo de nuestro ser”,
en la sede del pensamiento y la emoción, en el meollo de la persona. Dios se ha
posado en nuestro fuero interno (¡claro!, a condición de nuestro feliz y dulce
asentimiento). Está y reside en nuestras propias entrañas. En ellas ha puesto
una cuna con pajitas, un pobre-cajón-comedero-de-animales, para significar que
Él será sustancia nutricia, nos alimentará, nacerá en una “Casa de pan”,
rememoremos el significado de la palabra “Belén”, ¿estamos dispuestos a
ofrecerle nuestro ser (nuestro establo) para que el venga y nazca en él?.
El punto en cuestión sigue siendo el Mesías.
¿Quién es el Mesías? ¿De qué clase de Mesías se trata? ¿Nos es lícito
imaginarnos un Mesías a nuestro tamaño, a nuestra manera? ¿La apertura a su Adviento no será precisamente permitirle
a Dios que nos sorprenda, Él que todo lo hace Perfecto? ¿Por qué queremos
imponerle al Mesías nuestra idea de Mesías? ¡Podríamos aseverar que nuestro rol
es “esperarlo”, no delinearlo!
En el verso 3, 15 de la perícopa del Evangelio
de Lucas nos encontramos la palabra διαλογίζομαι que se podría traducir
“estaban en la duda”, “se asombraban”, “preguntábanse”; todas estas expresiones
dejan espacio a la posibilidad, no se cierran en banda, hay un resquicio de
eventualidad que brinda la opción para –llegado el caso- aceptarlo. En alguna
versión dice: “teniendo todos en su corazón la inquietud de si Juan sería el
Mesías”. La expectativa –a la vez que la apertura- se manifiesta en el intento
de reconocer a “Quien podría ser” (aun cuando él mismo nos afirma que no).
Confirma lo que se dice al iniciar este verso: Προσδοκῶντος δὲ τοῦ
λαοῦ… “El pueblo estaba a la espera”.
El Domingo II quedamos en allanar el camino,
rebajar las colinas, elevar los valles y enderezar lo torcido, y dijimos que se
trataba de una metáfora. Pero, ¿en realidad qué es lo que nos pide el precursor
que hagamos para preparar la Venida del Mesías? Seguramente, el auditorio de
Juan (nombre que significa “el que es fiel a YHWH”) también quería aclarar
incontestablemente, qué era los que se les estaba pidiendo, en qué consistía la
“metanoia” que se les reclamaba. Aquí, en este Domingo de Gaudete se deja venir con unos puntos esenciales para
empezar un programa de “cambio”:
a)
El que tenga dos capas dé una al que no tiene;
quien tenga que comer, que haga lo mismo
b)
No
cobrar más de lo debido
c)
No
abusar de la gente, no poner denuncias falsas, contentarse con la paga pactada.
Estos
principios básicos para “enderezar”, les parecieron a ellos suficientes para un
buen comienzo, y creyeron ver en el Precursor al Salvador; se confundieron de
Mesías porque recortaron por su mínimo racero la Conversión.
Resumamos
estas pautas que proporciona Juan el Bautista:
a) Compartir
b) Justicia
c) No ambición, sino renuncia y austeridad
A
este lo podemos llamar “punto de arranque para un proyecto de vida espiritual
cristiana”, pero resultan palpablemente cortas puestas al lado, por ejemplo, de
las Bienaventuranzas. Como “router” están efectivamente excelentes, pero el
cristianismo, las trasciende con creces incorporando un aroma que lo embalsama
todo que es el fervor, la alegría y el entusiasmo. Veamos:
Vienen
unas contraposiciones (no excluyentes sino complementarias) en este texto
lucano que merecen nuestra atención:
Bautismo con agua Bautismo
con Espíritu Santo y fuego
Reunir el trigo en el granero Quemar la paja en una hoguera
eterna
Amargura y tristeza Alegría
Exhortar al pueblo Anunciar el
Evangelio
Primer Testamento Buena Nueva
«130. El beato Pablo VI mencionaba, entre los obstáculos de la
evangelización, precisamente la carencia de parresia: “La falta de fervor,
tanto más grave cuanto que viene de dentro”[1].
¡Cuántas
veces nos sentimos tironeados a quedarnos en la comodidad de la orilla! Pero el
Señor nos llama para navegar mar adentro y arrojar las redes en aguas más profundas
(cf. Lc 5,4). Nos invita a gastar nuestra vida en su servicio.
Aferrados a él nos animamos a poner todos nuestros carismas al servicio de los
otros. Ojalá nos sintamos apremiados por su amor (cf. 2 Co 5,14)
y podamos decir con san Pablo: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).
131. Miremos a Jesús: su compasión
entrañable no era algo que lo ensimismara, no era una compasión paralizante,
tímida o avergonzada como muchas veces nos sucede a nosotros, sino todo lo
contrario. Era una compasión que lo movía a salir de sí con fuerza para
anunciar, para enviar en misión, para enviar a sanar y a liberar. Reconozcamos
nuestra fragilidad pero dejemos que Jesús la tome con sus manos y nos lance a
la misión. Somos frágiles, pero portadores de un tesoro que nos hace grandes y
que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban. La audacia y el
coraje apostólico son constitutivos de la misión.
132. La parresía es
sello del Espíritu, testimonio de la autenticidad del anuncio. Es feliz
seguridad que nos lleva a gloriarnos del Evangelio que anunciamos, es confianza
inquebrantable en la fidelidad del Testigo fiel, que nos da la seguridad de que
nada «podrá separarnos del amor de Dios» (Rm 8,39).
133. Necesitamos el empuje del Espíritu
para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a
caminar solo dentro de confines seguros. Recordemos que lo que está cerrado
termina oliendo a humedad y enfermándonos. Cuando los Apóstoles sintieron la
tentación de dejarse paralizar por los temores y peligros, se pusieron a orar
juntos pidiendo la parresia: “Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas
y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía” (Hch 4,29).
Y la respuesta fue que “al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban
reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la
palabra de Dios» (Hch 4,31).”[2]
Nos
viene a la mente el aforismo popular que reza: “Un santo triste es un triste
santo”, y, damos continuidad al pensamiento del Beato Pablo VI que aunaba
parresia y alegría: «He pensado muchas veces en aquella primera Juana de Arco
que pintó Peguy y que la dibujaba amargada y triste después de ayudar a los
pobres, porque pensaba: «Yo estoy ayudando a este pobre, pero quedan millones
sin socorrer, y además yo le ayudo hoy, pero ¿quién le ayudará mañana?» Hundida
en estas ideas, Juana se sepultaba en el pesimismo.
Y
es evidente que nadie, nunca, será capaz de curar todo el mal del mundo. Pero
también lo es que el amor avanza lenta aunque implacablemente. Lo urgente es
compartir el pan hoy y acompañarlo hoy con el reparto de la alegría. Quien
tenga pan, que lo reparta. Quien tenga pan y sonrisa, que distribuya los dos.
Quien sólo tenga sonrisa, que no se sienta pobre e impotente: que reparta
sonrisa y amor.
Porque
el hambre volverá mañana, pero el recuerdo de haber sido querido por alguien
permanecerá floreciendo en el alma.»[3] Es así como se trasciende
y se sigue el Camino de Jesús, con alegría (y parresia). Miremos cómo nos
propone Papa Francisco esta alegría (sacándola del baúl de lo antiguo y de lo
nuevo) tan necesaria al anuncio:
«4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la
alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos.
El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: “Tú
multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo” (9,2). Y anima a los habitantes
de Sion a recibirlo entre cantos: “¡Dad gritos de gozo y de júbilo!” (12,6), (del Salmo Responsorial de este Domingo). A
quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en
mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sion;
clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación
entera participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta,
tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado
a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13).
Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que
llega «pobre y montado en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sion, grita de
alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (9,9).
Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta
Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y
de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de
vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él
exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de
júbilo» (3,17).
Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la
vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios:
«Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar
un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye
detrás de estas palabras!
5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo,
invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el
saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel
hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc1,41).
En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi
salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan
exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29).
Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21).
Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté
en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra
alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los
discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría»
(Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).
Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El
libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad
«tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban,
había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se
llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su
camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído
en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
6. Hay cristianos cuya opción
parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se
vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces
muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un
brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más
allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves
dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la
alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza,
aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he
olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar.
Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana
tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […].»[4]
¡La alegría es consoladora y
dinamizadora, es vida y es Buena Nueva!
[1] Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi (8 diciembre 1975), 80: AAS 68 (1976), 73.
Es interesante advertir que en este texto el beato Pablo VI une íntimamente la alegría a la parresía.
Así como lamenta «la falta de alegría y de esperanza», exalta la «dulce y
confortadora alegría de evangelizar» que está unida a «un ímpetu interior que
nadie ni nada sea capaz de extinguir», para que el mundo no reciba el Evangelio
«a través de evangelizadores tristes y desalentados». Durante el Año Santo de
1975, el mismo Pablo VI dedicó a la alegría la Exhortación Apostólica, Gaudete in
Domino (9 mayo 1975): AAS 67 (1975), 289-322.
[2]
Papa Francisco. GAUDETE ET EXSULTATE Ed.
San Pablo Bogotá-Colombia. 2018 pp. 85-87
[3]
Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. CUADERNO DE APUNTES III 2da
ed. Ediciones Sígueme S.A. Salamanca-España 2000. En #45 REPARTIR LA ALEGRÍA p.
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