DAR
Y REPARTIR
Mi
5,1-4; Sal 80(79), 2ac y 3c. 15-16. 18-19; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-44
No
es, por ello, ninguna metáfora escribir que “todos nacimos en Belén”, que todos
“seguimos naciendo en Belén”. El don de Dios que fue la entrega de su Hijo es
el mayor regalo que jamás han hecho a la humanidad.
José
Luis Martín Descalzo
El
Mesías tenía que nacer en Belén
A Miqueas, en hebreo מִיכָיָה Mîjãyãh “Quien como YHWH”, (similar
a Miguel מיכאל “Quién como אֵל “Él”), Podemos ubicarlo hacia el siglo VII antes de la era cristiana;
nació en Moreshet-Gat, aproximadamente a 30 kilómetros al suroccidente de
Jerusalén; durante el tiempo de su función profética reinaron Jotán de Judá,
Acaz y Ezequías. El mensaje de Miqueas se dirige al reino del sur, y está
enmarcado en un momento tan difícil que no podemos decir más que su predicación
se encuadra en un momento oscuro. Se trata de un profeta que denuncia los
abusos, la explotación por parte de los ricos a los campesinos y al pueblo en
general, la violencia, en síntesis, su denuncia es contra gobernantes y
funcionarios por la degeneración, la corrupción y el pecado social corrientes
en aquel momento. Hay un llamado a la conversión, si no les sobrevendrá la
destrucción, de la que Jerusalén no será preservada, augurándole que Sión “quedará
reducida a potrero arado y, donde estaba el templo, se levantará un bosque” (cf.
Mi 3, 12). También denunció que la fe fuera instrumentalizada para aplicar la
explotación y el expolio pro-terratenientes. «Miqueas no puede callar ante
tamaña perversión del poder, porque actúa por encargo de Dios.»[1]
Sargón II (su nombre, tomado de un
predecesor suyo, significa “gobernante legítimo”), rey de Asiria, quien efectivamente
sometió el reino del norte y su capital, Samaria, en el 721 a.C. Este
implementó la deportación de los habitantes y, a cambio, trajo extranjeros que trasplantó
allí, fundando la provincia de Samerina. A Sargón II le sucedió Senaquerib
(nombre que significa “Sen-ha-reemplazado-a-mis-hermanos) quien le amargó la existencia a Ezequías de Judá hijo del Rey Acaz y
de Abiyah; Senaquerib acosó Jerusalén.
En ese contexto el profeta trata
de refrescar el recuerdo de David, y la profecía de Miqueas tiene su luminoso
momento de consolación en los capítulos 4 y 5 de su Libro donde entrega la
promesa para Judá. En el capítulo 4 encontramos una enorme similitud con las
profecías de Isaías; el capítulo 5 lleva por título la primera frase de la
perícopa que configura hoy la Primera Lectura: “Pero tú Belén Efratá”. Belén
significa, como ya lo sabemos, “Casa de Pan”, Efratá אפרתה, significa “fértil”, “fructífera”. ¡De allí salió
el Pan de Vida Eucarístico que nos ha alimentado por generaciones de generaciones!
¿Cómo anuncia Miqueas el advenimiento de este Pan Eucarístico
eterno? ¡Escuchemos! «Pero tú, Belén Efratá, aunque eres la más pequeña entre
todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel: su
origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Por eso, si YHWH los
abandona es sólo por un tiempo, hasta que aquella que debe dar a luz tenga su
hijo. Entonces el resto de sus hermanos volverá a Israel. Él se mantendrá a pie
firme y guiará su rebaño con la autoridad de YHWH, para gloria del Nombre de su
Dios; vivirán seguros, pues su poder llegará hasta los confines de la tierra.»(Mi
5, 1-3). Profecía Mesiánica. Pero, dirán ustedes, ¿dé donde se saca esa
interpretación?
El Mesías esperado también, como David, debía ser oriundo de
Belén. Otra señal para reconocer al Mesías es que debía ser del linaje de
David, como los confirma la genealogía que nos entrega Mateo (Mt 1, 1-17); y,
en tercer lugar, tenía que ser de la
tribu de Judá. Es por eso que estamos hablando de una Profecía
Mesiánica.
Si damos un vistazo al capítulo 6 de Miqueas nos
encontraremos una idea muy interesante: Para alcanzar la salvación no son
suficientes los aspectos cultuales y sacrificiales de la religión, hay un paso
más para alcanzarla, poner manos a la obra para que se implemente la justicia.
Contra el pecado social, el antídoto es el compromiso por su abolición. Esperar
el Mesías es comprometerse con su advenimiento, no basta decir ¡Señor! ¡Señor!
Dios
Salva
El Salmo 80(79) también es un salmo de Súplica. Las suplicas
se estructuran como sigue: Primero se invoca a Dios llamándolo por su Nombre,
luego viene la petición y luego viene la argumentación que respalda la
petición.
En este salmo se hace la “invocación”, se clama a Dios
llamándolo רֹ֘עֵ֤ה יִשְׂרָאֵ֨ל “Pastor de Israel”, y sí leemos el
Salmo en su totalidad vemos que lo invoca por tres veces יְהוָ֣ה
אֱלֹהִ֣ים צְבָאֹ֑ות “YHWH Elohim Sabaot” este צְבָאֹ֑ות Sabaot viene de la
expresión צָבָא se ha traducido siempre como “de los Ejércitos”; entendemos
que quiere decir “Seguidores organizados” claro que connota “organizados para
dar lucha”, “para entrar en combate”.
La petición es doble: consiste en rogarle que vuelva los Ojos
hacia la Viña que Él mismo plantó, o sea que vele por su Pueblo y que proteja
al Pastor que les va a dar, al Mesías. Y añade el argumento que respalda la
súplica: Como Él es el Dueño y Sembrador de la Viña que somos nosotros, le
ofrecemos que “No nos alejaremos de Ti”, “pronunciaremos su Nombre agradecidos”
queremos seguir vivos, no morir, para que nuestros labios sigan pronunciando su
Santísimo Nombre y encomendándonos a Él. Era un tiempo angustioso para el
pueblo de Israel cuando se compuso este Salmo, la amenaza era el poderío del
extranjero que le enseñaba los dientes intimidándolo con invadirlo, saquearlo y
arrasarlo. La suplica busca al Único que Salva para ponerse bajo su amparo.
Jesús
nos santifica
Esta carta a los hebreos -que es más bien un discurso, una
homilía- se concentra en mostrarnos a Jesús como Sumo y Eterno Sacerdote,
Salvador y Redentor. La carta nos previene contra peligrosos riesgos que
amenazan la fe y el discipulado fiel como son la fe floja, la apostasía
(abandono de la fe), la fe inmadura y la fe incompleta.
En la perícopa que se proclama en esta liturgia del Cuarto
Domingo de Adviento se justifica este Nacimiento que llega: La Única Ofrenda
que Dios acepta gratamente será la del Cuerpo de Jesucristo, Sacrificio que no
necesita repetirse año a año, porque se hizo de una vez por todas y para toda
la eternidad.
¿Cómo se hilvana nuestra propia existencia con esa ofrenda
salvadora? Aprendiendo a vivir siempre conforme a Su Santa Voluntad. Viviendo
santamente. Y eso nos lo descifrará el Evangelio.
La Visitación
de María a su Prima
«Los cuatro Evangelios sitúan la figura de Juan el Bautista
al comienzo de la actividad de Jesús, presentándolo como su precursor. San
Lucas ha trasladado hacia atrás la conexión entre ambas figuras y sus
respectivas misiones, colocándola en el relato de la infancia de los dos. Ya en
la concepción y el nacimiento, Jesús y Juan son puestos en relación entre sí.»[2]
En el Evangelio, San Juan Bautista, seis meses mayor que
Jesús, está en el “seno” de Santa Isabel; también Jesús está en el “seno” de la
Santísima Virgen. El “seno”, en hebreo, רֶחֶם como sustantivo,
útero, entrañas, corazón, cualquier
órgano alojado en el vientre, lo más interior de la persona; como verbo amar, tener compasión, ser misericordioso.
En la perícopa que leemos hoy Κοιλία, en griego, en Lucas, curiosamente al traducir, podemos decir
todo cuanto hemos dicho de la expresión hebrea (excepto como verbo); equivalencia
entre las dos lenguas. Pero, durante mucho tiempo, se entendía que la criatura
en el vientre materno no era persona, mucho menos era consciente de la realidad
exterior, y –todavía menos- ¿cómo podía percatarse de Quien era cada uno? ¿Cómo
podía saltar exultante Juan el Bautista dentro del vientre materno al reconocer
en el vientre de María Aquel a quien no sería digno de desatarle las sandalias?
Muchos nos dicen que ¡en esas etapas de gestación no son seres humanos sino cosas!
«La Visitación de María se comprende a la luz del
acontecimiento que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede
inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesús por obra del
Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder del
Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35). Ese mismo Espíritu la impulsó a
«levantarse» y partir sin tardanza (cf. Lc 1,39), para ayudar a su anciana
pariente.» Nos afirma Benedicto XVI.[3]
Hablando del viaje de María hacia Ein Karen (que significa
“Manantial del Viñedo”), Papa Benedicto XVI se expresa así: «…la primera
“procesión eucarística” de la historia. María, Sagrario Vivo del Dios
encarnado, es el Arca de la Alianza, en la que el Señor visitó y redimió a su
pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la
casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de
su madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un día deberá anunciar a
Israel. Exultan los hijos, exultan las madres.»[4] «… la
primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el
vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido,
el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso
antes de venir al mundo»[5] «El
misterio de la visitación es el misterio de la comunicación mutua de dos
mujeres distintas por edad, ambiente, características, y de la mutua y
respetuosa acogida… Cuando las dos mujeres se encuentran, María es reina al
saludar primero, es reina al saber rendir honores a los demás, porque su
realeza es de atención premurosa y previsora, que toda mujer debería tener…
Isabel se siente comprendida hasta el fondo, y lo que antes era para ella
motivo de temor se convierte en alegría. Se entiende a sí misma como alegría,
como exultación en el hijo, pero al mismo tiempo comprende también el misterio
que María no le ha revelado “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto
de tu vientre! Lógicamente hubiera debido decir: “Estoy llena de alegría”.»[6].
El
Domingo pasado hablábamos de la alegría que representa el seguimiento de
Jesucristo, examinábamos cómo el derrotero del discipulado nos propone la
alegría verdadera. Hoy, al acompañar a María Santísima y al tesoro que ella,
“Arca de la Alianza” transporta en su seno, vamos en una “procesión” gozosa -como
se ha dicho con frecuencia- una verdadera fiesta donde la voluntad de servicio,
la fraternidad, la solidaridad, la amistad, el diálogo el apoyo familiar son
valores que realzan la dicha de los que viven y están en el Señor.
Otra vez, Su Santidad Benedicto XVI: «Meditando este
misterio, comprendemos bien por qué la caridad cristiana es una virtud
“teologal”. Vemos que el corazón de María es visitado por la gracia del Padre,
es penetrado por la fuerza del Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo;
o sea, vemos un corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo de la
santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en María es perfecta y
se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor
trinitario (cf. Deus caritas est, 19)» [7].
«Entre los Santos, sobresale María, Madre del
Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la
muestra atareada en un servicio de
caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció “unos tres meses” (1, 56)
para atenderla durante el embarazo… se pone de relieve que la Palabra de Dios
es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad.
Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en
palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de
manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento
de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada
por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada.
María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como
creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la
voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en
sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia.
Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la
que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la
humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de
Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la
hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera
hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los
discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19,
25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen
en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14).»[8]
«¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin
cesar a Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testimonio de
la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoger a Jesús y llevarlo a
los demás es la verdadera alegría del cristiano.»[9]
[1]
Schökel, Luis Alfonso y Gutierrez, Guillermo MENSAJES DE PROFETAS. MEDITACIONES
BÍBLICAS. Ed Sal Terrae Santander-España 1991 p. 175
[4]
Ibidem
[5] Papa
Francisco Mensaje del 23 de enero de 2015.
[6]
Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de
Bogotá-Colombia 1995 p. 239-240
[7] Benedicto XVI 31 /05/ 2005 (en los jardines vaticanos
durante la tradicional procesión desde la Iglesia de San Esteban de los
Abisinios -cercana al ábside de la basílica vaticana- a la Gruta de la Virgen
de Lourdes).
[8]
Papa Benedicto XVI DEUS CARITAS EST. # 41
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